23 de noviembre de 2015

La victoria del Canelo y la polémica

Me escribe un amigo diciendo que ganó Cotto, que está de acuerdo con mi tarjeta. Le respondo: "Gracias, en este mismo momento varios cientos de individuos me están diciendo que soy un pendejo".

Para algunos soy un héroe, en realidad, y para otros soy villano, como sucede siempre tras las peleas que hacen conflicto con la decisión. Mi tarjeta de puntuación es la que enciende acuerdos y desacuerdos tras lo que vimos, porque después de las de los jueces es la más expuesta del mundo al escrutinio de la gente. Ni la transmisión gringa, al ser de pago por ver, es seguida por tantos millones de personas. No conozco los números precisos pero en México una noche como la del sábado arroja 10 o 15 veces más espectadores frente al televisor que los que consigue el PPV estadounidense.

El resultado entre Canelo y Cotto es la mayor división de opiniones de los últimos tiempos. Así por ejemplo alguien me pregunta por qué no gritamos "fraude" como en Pacquiao-Márquez 3 o "robo" como en Chávez-Vera 1. Le explico que en esas peleas el 99 % vio ganar a Márquez y a Vera, mientras que aquí las opiniones se parten cerca de a la mitad.

Fraude es que los tres jueces vean una cosa y el resto de los observadores vean lo contrario. Hoy la controversia es escandalosa y merece otro análisis, más allá del anatema.

Esta fue la mayor controversia de los últimos tiempos pero no la mayor que se recuerde. Quizá la mayor división de opiniones de la historia fue una de las peleas entre Emile Griffith y Luis Manuel Rodríguez, en la que dos corresponsales de agencias de noticias, ambos expertos, se recuerda, tenían 14 puntos de diferencia sobre lo que acababan de ver.

Cuando hay debate por las tarjetas los aficionados buscan socios de opinión para convencerse y, sobre todo, convencer de que tienen razón, de que lo que ellos vieron no admite cuestionamientos. "Yo sí sé, yo vi bien, tú no sabes de boxeo, tu estás diciendo tarugadas". Entonces me hacen notar que Faitelson o Lederman vieron ganar al Canelo, lo que me hace añicos. Puedo imaginar que a David y a Harold les llegan mensajes en sentido opuesto, de los que compartieron mi opinión y no la de ellos.

Harold Lederman no ha podido explicar nunca sus cuatro puntos para Manny Pacquiao en la tercera pelea con Juan Manuel Márquez, en conflicto con lo que vio la inmensa mayoría. Los extranjeros no por ser importados son necesariamente mejores observadores.

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Cotto le peleó al Canelo como Maravilla Martínez le peleó a Chávez, desde afuera, en semicírculos y en abanico, con un plan bien ejecutado para crearle dificultades a Álvarez y moverle el blanco con un movimiento perpetuo.

Que a Cotto y a Freddie Roach la estrategia les dio resultado es algo que no puede ponerse en duda. Parece que algunos esperaban que Cotto fuera a fajarse con el nuestro, para morir suicidado. No sólo hicieron bien lo que hicieron, Cotto y compañía, sino que lo prolongaron toda la pelea. Ese tarde o temprano "caer en la trampa de la pelea franca" que yo había pronosticado en mi análisis previo, no sucedió.

Enfrente el Canelo Álvarez trabajó mecánicamente bien, en algunos rounds mejor que en otros, con su búsqueda de golpes fuertes. Cada uno con su plan, los dos consiguiendo en distintas medidas lo que se proponían.

A partir de aquí es asunto de criterios del observador.

Para algunos ese Cotto cacheteador desde lejos lo hizo mejor, y para otros contaron los golpes de poder del mexicano.

Lo que hace Compubox contando golpes es bueno, porque aporta información irreprochable, y nos ayuda a juzgar, pero no es --no puede ser- definitivo que el que conecta 155 golpes le gana al que conecta 129.

Un día que no está lejano los guantes van a tener un dispositivo que medirá en kilos o en libras la calidad de los golpes y entonces sí, sabremos con exactitud quién lastimó más, quién empujó más al enemigo con la suma de impactos. Por ahora sólo tenemos el ejercicio del criterio. Lo que a usted le parece, es lo bueno para usted. Lo que me parece a mí, eso es lo que forma mi opinión.

Hay una serie de clichés espantosos del boxeo en el imaginario colectivo, como que el retador tiene que proponer la pelea y hacer más que el campeón, o que una pelea de fallo dividido es más pareja que una pelea de fallo unánime. Por tonto que parezca, lo creen millones de personas. En estos prefijos se enmarca la idea de que el rompedor de madres es más valioso que el estiloso o boxeador refinado.

A mí me sedujo más el trabajo de Cotto, elaborado por la inteligencia, ejecutado con cuidados sibilinos, y nunca abortado por el enemigo, que los golpes severos pero insuficientes de Álvarez. Los golpes del Canelo sonaban más fuertes, porque él subió notoriamente más pesado, pero pregunto yo en qué momento, siquiera breve, Cotto fue más dañado Canelo.

Lo de Álvarez fue bueno para la primera mitad de la pelea, pero después debía crecer y no creció, debía sublimarse para aspirar a la grandeza, para trascender cierta irritante medianía en la que caminó hasta el final.

Esa es la pelea que vi, le contesto a Saúl, que cuando Carlos Aguilar le preguntó qué pensaba de mi tarjeta respondió: "¿Qué pelea estaba viendo Lamazón?"

La pelea que en mi opinión ganó uno con estrategia y con boxeo, con ciencia deportiva de alta escuela y con denuedo, con más argumentos y sutilezas que la fuerza bruta de la que se esperaba que noqueara y no lo hizo.

¿Por qué? ¿Por qué tenía que noquear, como una obligación ineludible? ¿Porque se me ocurre a mí? No, señores, tenía que hacerlo porque en teoría el Canelo por puntos no podía ganar. Y no ganó.

Todo lo que dije que hizo Cotto es tangible y existió. Ahí estuvo, lo hayan visto todos, o algunos, o nadie. Yo no inventé ni imaginé mis razonamientos. Que muchos no lo hayan visto, o lo menospreciaran, o no le dieran el valor que le dieron al boxeo tremebundo de Álvarez, puede ser, lo estoy viendo, no soy estúpido.

Las peleas de dos estilos tan contrastantes siempre encienden la discordia, y es legítimo que la gente opine y elija. El boxeo no es mío, pero tampoco es del que me descalifica. Tengo mi opinión y no la cambio porque no soy pusilánime. A veces he elegido al rudo, a Durán sobre Leonard por ejemplo, y otras veces he elegido al elegante, como ahora, porque esa es la magia, mi libertad, el encanto de poder elegir en una competencia deportiva del tamaño del que los hombres son capaces sobre la tierra.

Cotto fue cerebro armonioso en funcionamiento y Canelo fue músculo abigarrado y duro. ¿Quién gana? Siempre gana el que hace más daño. Como el sensor en el guante no existe, cada cual elige lo que ve. A mí no me convenció, como a otros, el golpeo del mexicano que fue de envíos solitarios (¿combinaciones?, sí, fallaban mucho, los golpes sueltos tenían mejor destino) sin la continuidad del vendaval ni la contundencia del estampido.

La pelea que vimos, en la mayor parte de su distancia, fue la pelea de Cotto. La pelea que fuera del Canelo era una con presión constante y suficiente que rompiera el esquema (como lo hizo Margarito en la primera contra el mismo Cotto) presentado por el puertorriqueño.

Queda por explicar por qué suceden estas cosas, por qué tanta diferencia de criterios. La respuesta es que nuestro deporte no es tenis ni es futbol. No tenemos ni puntos ni goles. Contamos golpes y les ponemos un componente de calidad que sale de nuestro muy particular capricho. Pregúnteme a qué me sabe esta manzana y le responderé que a manzana, pero usted no sabrá jamás si la manzana me sabe a mí como a usted le sabe.

La victoria del Canelo es, seguramente, un algo más importante que el que yo tenga razón o deje de tenerla. Le deseo a Saúl que le vaya bien, que muestre calidad y merecimientos en lo porvenir. Es un deportista honesto. El boxeo mexicano necesita de esa agua porque sin el Canelo en estos días muere de sed.

Un individuo me dijo en un mensaje: "Lama, ¿para qué te metes en problemas? Mejor hubieras hecho una tarjeta que dejara conformes a todos".

Estoy seguro que usted entiende la dificultad.

19 de noviembre de 2015

Canelo-Cotto: la pelea

El Canelo Álvarez es hoy el mayor vendedor del mundo del boxeo y Miguel Ángel Cotto el ídolo sumo del deporte de Puerto Rico. Van a enfrentarse el sábado en una pelea apoteósica.

Pocas veces tantos agregados periféricos convergen a magnificar la atención que despierta el combate. Ninguno de los dos puede perder, los dos están obligados a ganar. Cotto es el único cuatro veces campeón en la isla y es seguro Salón de la Fama cuando se cumplan los plazos necesarios tras el retiro. Perder contra el Canelo no sería la muerte, pero casi. En el acendrado orgullo del boricua y en la dignidad de los isleños la variable derrota no juega en esta partida.

Canelo quiere la inmortalidad. Su apetito hoy es de prestigio. Ha trabajado diez años y 47 peleas para conseguirlo. Fracasó una vez, contra Floyd Mayweather, y sabe que no puede fracasar dos veces, porque sería el acabose. Una victoria lo redime, una derrota lo desaparece del pedestal sobre el que está parado. Ganar es todo, es lo único, es indispensable.

El Canelo llega el sábado al gran boxeo pateando puertas, con audiencias inmensas, con públicos heterogéneos, cada vez con mayor aceptación, y seguramente pulidos algunos de sus inveterados defectos. Crecer como boxeador le ha costado, y está lejos de ser un portento del ring, pero en velocidad, combinaciones de golpes y puntería dejó ciertos rezagos atrás. Cotto se aferra para no irse del boxeo, quiere prolongar la vigencia de su talento, niega que haya llegado para él el declive. 25 años contra 35 años, ahí está el meollo del asunto. Podría ser un buen momento para el recambio. Recuerden que siempre hay recambio, si no no habría nuevos nombres ni los viejos pasarían. Lo que no sabemos es si este Cotto en retirada por los años claudicará en esta pelea, o en la que sigue, o en la que sigue.

Hay muchos que saben mucho que dicen que gana Cotto, y hay muchos que saben mucho que afirman que gana el Canelo, este último favorito en las apuestas.

Es el nuevo gran encuentro de México y Puerto Rico en el ring. La historia registra 101 pleitos titulares. Puerto Rico ganó 53, México 45. Del Canelo puede decirse que no ha enfrentado a puertorriqueño alguno en una superpelea. Sí una victoria contra José Cotto allá lejos, y otra contra Kermit Cintrón. Cintrón nació en Carolina pero vive en Houston. La isla la conoce por fotografías.

¿Que Cotto sea puertorriqueño tiene más peso que si fuera filipino, o canadiense, o japonés? Sí, señores, sin duda. Todo cuenta en una pelea grande de boxeo, y las cosas mínimas cuentan más que todos los días. La nacionalidad, el duelo de banderas, la presencia de los aficionados, los antecedentes históricos, la buena y la mala vibra de una pelea, lo que se mastica y no se dice, lo que se sufre disimulando, lo que se disimula sufriendo, rebulle en el aire.

Los detalles son los detalles. No sé por qué a los boxeadores les importan poco, y a sus manejadores. Idiotas. Hay tanta ignorancia... Si usted me dice que no importan el lugar de la pelea, el tamaño del ring, el acolchado del piso, los guantes, la hora de la pelea, la temperatura, el réferi, los jueces, el público, yo le diré que usted está loco. Perdóneme, pero es lo de todos los días. Una pelea te la gana un buen rincón, o te la pierde un mal juez. Y así, un acolchado muy muelle te frena a un Mayweather y un piso duro te acelera y le da firmeza para pegar al fulano que es lento.

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Hablemos primero de Cotto, que nomás por aclarar no es el mejor boxeador que ha dado Puerto Rico, ni está siquiera entre los mejores cinco, pero que ha probado ser un hombre de acero y un valiente digno de cruzadas santas, que se desnuda en cada entrega, que más que matar muere cuando sube al ring. Era 2012 cuando en la pelea con Austin Trout hizo pensar a muchos que estaba terminado para esta actividad. Su edad y una producción deficiente parecían revelar el final del camino, pero llegó Freddie Roach.

Miguel Cotto podría ser la revolución más importante, o visible, o notoria, lograda por Freddie Roach en todos sus años de entrenador. Para valorar lo bien que lo presentó contra Daniel Geale en Nueva York el 6 de junio de este año --digamos que fue un Cotto de lo mejor-- hay que pensar que aquel Cotto de 2012 contra Trout había sido el peor Cotto de mucho tiempo. En el medio de estas dos peleas extremas tenemos dos peleas que no podemos tomar en cuenta. El Cotto que peleó contra Delvin Rodríguez y el que le ganó a Sergio Martínez no nos dicen nada. Cotto fue poderoso y su gancho de izquierda trabajó a impactar como en sus mejores noches, pero no había oposición.

Hemos visto demasiados Cottos diferentes a lo largo de los años. El Cotto que perdió con Margarito cambió todo y fue otro Cotto en la segunda pelea, que ganó.

¿Sabemos qué Cotto vamos a ver este sábado? ¿Un Cotto deslumbrante? Es difícil. ¿Un Cotto digno, cumplidor, suficiente? Es posible. ¿Un Cotto fracasando? Sólo si pierde por nocaut. Y perder la decisión quizá sería peor. Si el Canelo le gana a Cotto por decisión es que del combatiente de la isla ya no queda nada.

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El Canelo es más grande y más fuerte. Cotto es un hombre que inició su carrera como peso superligero. Que esté en peso medio es algo jocoso. Por eso está bien que la pelea sea en 155, peso medio, inobjetable, y un registro correcto para los dos. Sin embargo los factores a considerar, más que el peso, son las edades de los dos y la posibilidad para el mexicano de en algún lado encontrar al enemigo y hacer valer su pegada.

Yo creo que eso es todo. Porque van a tener que pelear, no lo van a evitar. También dije esto cuando Mayweather y Pacquiao, y los canallas no pelearon, pero Cotto no es Mayweather. Cotto pelea, se faja, se raja la madre. Va a boxear un poco al principio para no regalarse al Canelo, pero no lo va a ver usted corriendo para huir de la pelea.

Son dos que se paran a pelear en la media distancia. El Canelo en largo no existe y en corto se enreda consigo mismo. Cotto, si tiene piernas, podrá salir de la media y alargar los espacios para ponerse lejos de la derecha del rojo. Cotto en corta distancia aparece muy raras veces y lo hace defendiéndose, no atacando.

El Canelo es un valiente, asunto que puntualizo porque hay que considerarlo. Lo entiendo así aunque él no haya vivido todavía una gran guerra a matar o morir, esa que Cotto tuvo contra Margarito, por ejemplo. Lo dejo escrito porque no hay inmortales sin guerras en el ring, como no hay generales que pasen a la historia sin haber estado en el campo de batalla. Una victoria para el Canelo sería monumental, con guerra o sin guerra. Si la gran lucha no se presenta, sin embargo, ese frenesí de palo y palo del que uno o los dos emerjan con el rostro mirando al cielo, la tarea para el mexicano podría quedar para otro día. Hasta que el Canelo no conozca la agonía y la resurrección en el ring, no será un inmortal, con independencia de los resultados.

Los elegidos son prodigios de voluntad, y ninguno puede prescindir de demostrarlo.

¿Qué podemos esperar?

Creo que una gran pelea, ojalá que de aristas épicas. Al principio habrá boxeo pulcro y precauciones rigurosas. Cotto es candidato a ganar los primeros rounds, pero la pelea tiene que estallar. El de Puerto Rico hará bien si boxea y se protege para estar a salvo, como en la segunda contra Margarito, sin embargo va a caer en la trampa y en algún momento va a caminar hacia la derecha del Canelo.

El mexicano alcanzará a Cotto alrededor de la mitad de la pelea. Le va a pegar. Cuando fue contra Mayweather sabíamos que a Floyd no le iba a poder pegar. Ahora es diferente, tiene que encontrar al rival y conectarlo. Ahí aparecerán su fuerza y juventud a buscar sumar. Poco probable que le alcance para una decisión, de manera que sólo quedará multiplicar envíos procurando definir.

Si el Canelo pierde el boxeo mexicano entrará en un túnel obscuro, por un tiempo impredecible. Ya no tenemos boxeadores capaces de encabezar peleas de este tamaño planetario, y que tengan el poder del encanto y la seducción para ponerle al acontecimiento esta sensación de cosa grande, para la historia.

Mientras esperamos, pensemos que el boxeo lo hace otra vez. La pelea es grandilocuente. Seguirán algunos diciendo que esto es violencia. ¡En qué momento lo dicen! Cuando la violencia del boxeo es un juego inofensivo en este mundo atroz habitado por lunáticos y criminales. En Las Vegas los actores del sábado no reconocen otro límite que el cielo. Están viviendo días conspicuos y esto siempre es la gloria. Sólo el boxeo puede obrar el milagro, para darle la razón a Georges Carpentier, que estando en pleno apogeo, cuando en una entrevista uno de los más connotados representantes de la brigada antiboxeo quiso ponerlo contra las cuerdas, contestó: "lo único que no quiero es volver a las minas, donde uno envejece diez años en diez semanas, cuando no muere trágicamente".

El boxeo les da más de lo que les quita. Y a nosotros, los observadores, nos da pasión y no nos quita nada.

El sábado es gran noche de boxeo con Cotto y Canelo, y no hay indiferentes.

7 de noviembre de 2015

Carlos Monzón, a 45 años del título

Hace 45 años el mejor de los boxeadores argentinos se convertía en campeón del mundo. Carlos Monzón hacía añicos los pronósticos noqueando en Roma al ídolo local Nino Benvenuti. Iniciaba el camino a la leyenda.

Para mí Monzón es el cuarto mediano de la historia, detrás de Harry Greb, Ray Robinson y Mickey Walker. Para el historiador mexicano Víctor Cota es el séptimo, siguiendo a Robinson, Leonard, Greb, Walker, Ketchel y Cerdán.

Para el profesor Marty Mulcahey Carlos Monzón es el mejor peso mediano que se haya visto jamás, "con la derecha más inteligente de la historia del pugilismo". Ángelo Dundee me decía con frecuencia que su debilidad por Monzón la explicaba porque Monzón era un peleador completo, que tenía todo y todo lo hacía bien. Sin embargo Ángelo, el gran gurú del boxeo en los últimos mil años, decía "pero el mejor peso medio de todos los tiempos fue Charley Burley".

En cuanto a Burley, estoy de acuerdo con que fue algo especial (vean el lugar que ocupa en mi libro de historia del boxeo), pero sólo los que nos hemos metido hasta el fondo en los intersticios de la historia sabemos quién fue. Si cualquiera lo menciona en una mesa de amigos se le van a reír. El aficionado común piensa 'a ese wey no lo conozco pero Hagler era mejor'. Aquí lo insólito es que lo dijo Dundee, y por eso se los doy a conocer.

Con Bert Sugar Randolph nunca me puse de acuerdo del todo sobre los méritos de Monzón, aunque para mí Bert es el dios de los historiadores de boxeo.

Como pueden ver en materia de opiniones hay muchas, demasiadas.

En cualquier caso Carlos Monzón está contenido en el puñado de los mejores peleadores de latinoamérica: Roberto Durán, Julio César Chávez, Alexis Argüello, Rubén Olivares, Wilfredo Gómez y Pascual Pérez lo acompañan. Hay otros inmortales, pero de este nivel de elegidos del cielo, sólo los mencionados.

Monzón fue mi amigo y ahora, en este aniversario, no se me ocurre nada novedoso para decir sobre él. Todo parece dicho. Diré que nunca conocí a un deportista con tanta aversión a la derrota. No hubo otro capaz de sobreponerse así a la adversidad. Capaz de resistir tanto para no perder, a nada, que hoy me pregunto cómo es que no volvió de la muerte.

30 de octubre de 2015

Mañana el Indio Ortega

En la foto el Indio conecta brutalmente a Basilio
En la cartelera de boxeo de mañana en Tijuana, que estelarizarán Chon Zepeda y José Alfaro, está programado el local Edivaldo Ortega a quien todos conocemos como 'el Indio'.

Buen momento para decirles a ustedes que el apodo lo toma de un Indio Ortega original que destacó en Tijuana, en México y en el mundo hace ya años, con precisión en las décadas de los cincuenta y los sesenta.

Gaspar Ortega, el Indio, había nacido en Mexicali, pero su larga residencia en Tijuana hizo que se lo considere una gloria local. Welter y superwelter, hizo 200 peleas y destacó al más alto nivel. Se la rajó, como decimos los del boxeo, con los mejores de su tiempo.

Si mi información es buena vive todavía, con 79 años de edad.

El Indio fue una celebridad en ese tiempo, cuando en Tijuana era ídolo también Kid Irapuato, un tal Ramón Pérez él, que peleó con el Ratón Macías y le ganó a Billy Peacock. En cuanto a Ortega, enfrentó a Nino Benvenuti, a Sandro Mazzinghi, a Emile Griffith, a Carmen Basilio, y les ganó a Benny Kid Paret y a Kid Gavilán.

¿Hace falta que les diga que en este tiempo de títulos fáciles hubiera sido campeón del mundo 5 o 6 veces?

Otro dato interesante es que fue tutor del exréferi (y ahora comentarista de boxeo) Joe Cortez.

Gaspar Ortega perdió cerca de cuarenta peleas, pero ganó 160 o 170, en aquellos fieros tiempos cuando todos peleaban con todos, cuando se iba a domicilio porque los récords no se cuidaban con el celo del presente, y cuando los espacios para prepararse eran ninguno porque se peleaba cada semana si era menester.

El nuevo Indio Ortega, Edivaldo, que pelea mañana, es zurdo y marcha invicto en 22 peleas. Tiene enormes condiciones para este oficio y es deseable que le vaya bien. No sólo por él sino porque con su apelativo ayudará a perpetuar el nombre de aquel grande de los cuadriláteros, injustamente olvidado.

24 de octubre de 2015

Golovkin buenísimo, pero no vende

Hay boxeadores como Gennady Golovkin. Hay vinos, hay ropa, hay películas, hay cantantes y hay personas de calidad indiscutible que no enamoran ni seducen a grandes colectivos.

El kazajo Gennady Golovkin le ganó hace pocos días a David Lemieux y vendió 150 mil pagos por ver. El Canelo vende un millón, Manny Pacquiao vende dos millones y Floyd Mayweather vendía tres millones o más.

Lo de Golovkin me recuerda lo de Larry Holmes, nunca apreciado en su tiempo, ni después, a pesar de su calidad y de la presunción de invencible que lo distinguía. Holmes, como Golovkin, era agresivo, de modo que ni siquiera entran en el departamento de los que pelean sin mucha acción como los Miguel Canto, los Nicolino Locche, o los Hilario Zapata.

La calidad y la seducción van por caminos separados. Acorralado por su edad, 33 años, Golovkin no tiene una década por delante. Quizá tenga 2 o 3 años para hacer fama y dinero, que suelen ser los objetivos principales de quienes están en este oficio. En México la pelea González-Viloria fue vista por un auditorio más numeroso que la GGG - Lemieux. Que no me digan que el triple G vende poco porque no es gringo, porque el Chocolate tampoco lo es, y si éste llama la atención por una segura pronta pelea con el Gallo Estrada, el kazajastano también la llama porque podría vérselas con el Canelo.

El futuro del gran peso medio (campeón o no campeón no importa, porque el reparto de títulos en esta época es infame) se constriñe a cotejar con el ganador de Cotto - Canelo, y no mucho más. Nada sólido, nada planetario y loco. No hay una pelea que se espere como en aquellos tiempos se esperó Chávez - Macho Camacho o, más cerca, el fiasco Mayweather - Pacquiao.

"No siempre el número 1 es el mejor", titula hoy mismo en La Nación de Buenos Aires el gran Osvaldo Príncipi hablando de este tema, y cuestionándose, como yo, la inexplicable levedad de Gennady Golovkin en el estrellato. Tiene razón Osvaldo, el número uno, el campeonato, el título, es una búsqueda. El mejor en cualquier actividad puede no ser el circunstancial número 1. Por eso la importancia que tenían las clasificaciones, los famosos rankings, en el boxeo, hace años, cuando la búsqueda y hallazgo del mejor era una labor de inteligencia inclaudicable. De buenas clasificaciones, e ineludibles, salió por ejemplo Julio César Chávez.

Eso ya no existe, claro, porque las limitaciones de los dirigentes de los sacrosantos organismos es proverbial, porque los boxeadores grandes deciden ellos con quién pelear, sin hacer caso a las clasificaciones, y porque para algún pinche organismo que ya ni quiero recordar ahora hay 'supercampeones' con lo que le pusieron un superlativo al superlativo para estafar.

El futuro de Gennady Golovkin dirá si logra romper la inercia y confirma su calidad convenciendo a las multitudes. Parece que lo merece, atendiendo a sus logros. Hoy, todavía, su escasa popularidad está en deuda con su calidad.

Triste pero real. Como que un periódico vende más con una cabeza dedicada al Chapo Guzmán que a un estudio minucioso de la poesía de Alfonso Reyes.

22 de octubre de 2015

Pesos, catchweaight y el Canelo

El Canelo Álvarez declaró que una eventual pelea suya con Gennady Golvokin será en un peso pactado de 155 libras (70,306 kilos), o no será. Explicó que su constitución física no le permite pelear más arriba sin dar ventajas.

Lo anterior causa ahora un tremendo revuelo en las redes sociales, un poco porque no todos entienden cómo funcionan los 'catchweight', que se han puesto de moda, y otro poco porque muchos dicen que el Canelo primero debe ganarle a Miguel Ángel Cotto y después pensar en Golovkin.

Los púgiles actuales son muy celosos del gramaje que deben dar y exigir en las peleas, y tal vez tengan razón porque el asunto peso es fundamental para decidir los resultados de las peleas, y en la élite del boxeo los resultados favorables o no se juegan millones de dólares.

Nadie recuerda que hubo otros tiempos y otros hombres del ring, y que Stanley Ketchel le dio 17 kilos de ventaja a Jack Johnson (Stanley era peso medio) y no halló obstáculo para depositar en la lona al gigante de Galveston. Después Johnson se levantó y le arrancó la dentadura, pero esa es otra historia.

El público cuestiona por qué Canelo y Golovkin pelearían en 155 si el límite es 160, ignorando que no hay que pelear en el límite sino dentro de la división, y que 155 es peso medio.

Los pesos pactados son sólo una herramienta del boxeo y no interfieren con las parcelas reglamentarias que dividen los pesos establecidos. Corre por cuenta de los interesados pelear en tal o cual marca siempre y cuando no se excedan de lo permitido. Yo no les puedo responder a los muchos que me preguntan si GGG puede dar 155, o si lo perjudica hacerlo, porque no estoy cerca de su preparación, ni soy su médico, ni su entrenador.

No habría objeciones reglamentarias para lo que pide el rojo boxeador de Guadalajara, pero se trataría de un 'catchweight', es decir un peso pactado, que ya queda a lo que resuelvan las negociaciones entre las partes. El kazajo Golovkin jamás ha registrado menos de 158 libras.

Las noticias que recibió GGG tras su reciente pelea con David Lemieux fueron especialmente malas, si de pensar en una futura pelea con Álvarez se trata, porque éste es el mayor vendedor del boxeo y él no vendió casi nada. A la hora de sentarse a negociar el fuerte para exigir será el mexicano.

17 de octubre de 2015

Golovkin-Lemieux, los enigmas de la pelea

¿Será la de hoy una pelea fácil para Gennady Golovkin como sugiere una vista superficial de los antecedentes de cada uno?

La frase de que 'todo puede pasar sobre el ring' está tan manoseada que todos lo saben, pero tengámosla en cuenta una vez más, especialmente antes de esta pelea. Golovkin y David Lemieux jugarán todo su poderío en el más celebre de todos los cuadriláteros, el del Madison Square Garden.

Los dos pelean, los dos buscan y encuentran. Los dos son hábiles para causar daño. Usted olvide los riesgos que ofrecen algunas peleas, ésta es de calidad garantizada. Una moneda al aire que decide un pedazo de gloria deportiva eterna.

Estoy de acuerdo con los que señalan que el kazajo es demasiado bueno e inteligente para David Lemieux, pero es necesario recordar que el canadiense de Montreal es fuerte y pega con las dos manos. He pensado en ocasiones que cuando pega con justeza es más un petardo que una bomba. Atonta sin romper, pero esto es hilar tan fino que no lo sabemos con certeza indubitable. Puede ser o puede no ser. De petardo a bomba puede transformarse en la precisión de un golpe que nunca sabemos cuándo llega.

Lo que sí deseo enfatizar es que sería un error medirlo por su derrota con el Veneno Rubio. Ese insuceso en la carrera de Lemiux no tiene nada que ver con lo que va a ofrecer en esta pelea.

El canadiense derribó a Hassan N'Dam N'Jikam nada menos que seis ocasiones, pero no logró sacarlo de la pelea. Hay que tenerlo en cuenta porque como dice el dicho "no está muerto quien pelea" o, como dice la frase feliz de Tom Schreck (que hoy será juez en la González - Viloria) en su libro 'Contra las Cuerdas': "Que estés en la lona no significa necesariamente que la pelea ha concluido".

La capacidad de fuego de David Lemieux se crece cuando es sabido que GGG no se especializa en hacer de su defensa un valladar inexpugnable.

Golovkin no se defiende, o, en todo caso podemos mejorar este concepto diciendo que su única defensa es el ataque, pertinaz, obsesivo, borde-letal. El especialista inglés Graham Houston, famoso pronosticador (que pronostica Golovkin por KOT 8), me dijo hoy "va a ser una pelea del tipo Zale - Graziano, y los que conocen la historia de estos dos bárbaros combatientes recordarán lo que pasó en sus tres enfrentamientos, que siempre terminaron por nocaut. Por algo a Zale le decían 'la pieza de acero más dura de Gary', y ustedes saben que Gary, Indiana, de donde era nativo, es ciudad conocida por su producción de acero.

De Gennady Golovkin espero un cambio de estrategia para los primeros rounds. Con seguridad evitará el palo y palo desde el principio, porque ese frenesí beneficiaría a Lemieux mientras la pelea sea joven. Lemieux es agresivo y mantiene los guantes arriba para una guardia muy cerrada, con lo que imagino que GGG se moverá, esperará, contragolpeará con máxima cautela hasta ver por dónde se abre una ventana. Después de algunos minutos sí, el vendaval que es triple G desatará su furia contenida y probará si Lemieux es capaz de resistir o contesta buscando matar.

Es pelea de nocaut, no muy temprano quizá. Para no parpadear. Nos tendrán al filo del paroxismo, al borde del abismo.

El boxeo cuando es en serio embelesa y paraliza.

15 de octubre de 2015

Montiel perdió luchando

"Ahora lo sé, 36 años es la edad del retiro para los boxeadores", declaró Muhammad Alí el 15 de febrero de 1978 tras perder en el Hilton de Las Vegas con León Spinks, 11 años menor y de sólo 7 peleas profesionales, no todas ganadas.

Con 36 años Fernando Montiel, el Kochul, que no había nacido cuando Alí sentenció su anatema, perdió ayer en Glendale, Arizona, con el galés Lee Selby en ajustada decisión que decidía el propietario del título mundial pluma.

El Kochul peleó de igual a igual a un Selby ocho años menor, repartió rounds casi hasta el final, y se entregó al límite de sus posibilidades buscando una hazaña que por momentos pareció cercana. Pero tarde en la pelea le fallaron las piernas, el recurso infiel de los boxeadores, lo que primero se va cuando avanza el tiempo y la juventud se escapa. Sin piernas no se puede pelear. Las plantas de los pies apoyadas plenas en el piso no permiten trasladarse como se requiere para permanecer en el primer nivel, correr, saltar, salir, entrar, esconderse, sorprender, encontrar ángulos de disparo, estar donde hay que estar con resorte y con presteza.

Selby es un campeón escaso, avaro, aburrido. 'Utilitario' le llamamos en el boxeo a los que hacen justo lo que necesitan para ganar y se niegan a hacer algo más. No desperdicia nada. Uno lo ve y piensa "este tipo no come huevos por no tirar la cáscara". No hay después de verlo ganar el deseo de imaginar su próxima pelea para repetir el banquete.

Fernando fue campeón por primera vez en 2000, y a lo largo de estos muchos años participó en 21 peleas de campeonato del mundo, de las cuales ganó 17. Es un pilar del boxeo mexicano y acaso su carrera hizo cumbre aquella noche de Tokio, cuando lo acompañamos con el equipo del Box Azteca Team. Con la solvencia de un inmortal noqueó barbaramente al local y favorito Hozumi Hasegawa, en cuatro rounds, en la noche inolvidable del 30 de abril de 2010. Japón no lo podía creer y nosotros tampoco.

No sé si el Kochul anunciará su retiro pronto, o se empeñará en seguir peleando. Lo ideal en el boxeo es decir adiós cuando ya no hay nada importante que agregar a lo conseguido, y sobre todo no restar. A los peleadores les cuesta despedirse, porque es traumática la evidencia de que vamos dejando de ser el mejor que fuimos, y una despedida hace patente con demasiada crueldad lo inevitable.

En cualquier caso a Fernando Montiel no le quita nadie el haber sido uno de los grandes de nuestro boxeo. Anoche no perdió con Selby, perdió con el paso del tiempo.

13 de octubre de 2015

Gennady Golovkin entre los pesos medio

Gennady Golovkin es hoy una sólida promesa de boxeador histórico entre los pesos medio, una categoría insigne en el boxeo profesional. Marvin Hagler y Bernard Hopkins han quedado atrás y la división reclama un nuevo héroe.

Golovkin tiene 33 años y no es todavía ni Hagler ni Hopkins, pero podría llegar a ser sobresaliente si no se desvanece en el camino. El sábado enfrentará a David Lemieux, un canadiense interesante pero no muy convincente, y todo parece indicar que si gana lo que sigue para él es apuntar al ganador de Cotto-Canelo.

El zurdo Hagler sigue siendo un gran punto de referencia para la gente cuando se trata de hablar de los medianos, aunque lo es por cuestión generacional. El gran público no recuerda con facilidad a Harry Greb (que fue el mejor), a Robinson, a Mickey Walker o a Tony Zale. Marvin Hagler no entra entre los mejores diez pesos medios de la historia, ni siquiera admitiendo que fue fenomenal, no por limitación alguna sino por la inmensa gloria que habitó esta división.

Delante y detrás de Hagler hay inmortales si hacemos una lista de los mejores 160 libras. En mi opinión él aventaja a Jake LaMotta, a Gene Fullmer, a Joey Giardello, a Tommy Ryan, a Tiger Flowers, a Jack Dempsey y a Bob Fitzsimmons, y queda rezagado contra Carlos Monzón, Stanley Ketchel, Marcel Cerdán, Rocky Graziano, Carmen Basilio, Freddie Steele y los que nombré en el párrafo anterior.

Pero el pasado es pasado, y el mundo gira. Vendrán nuevas figuras, porque vienen siempre. No sabemos con precisión cuál es el techo de Gennady Golovkin, que un día le ganó a Martín Murray y otro día venció al Veneno Rubio. Los parámetros no son rigurosos y por eso lo seguimos observando.

Es imprescindible ver su pelea del sábado y volver a ajustar el juicio que nos merece. Sobre todo porque si después, en unos meses, va en peleas mayores, el mundo se hará un solo observador planetario para decidir si Gennady es otro inmortal del cuadrilátero. Y si lo es, bienvenido sea.

4 de octubre de 2015

El fracaso de Lucas Matthysse

Podemos hacer una lista de centenares de peleadores inferiores a Lucas Matthysse que fueron campeones del mundo, objetivo que al argentino le ha sido esquivo en dos oportunidades, y que a sus 33 años de edad ve alejarse quizá sin remedio.

Perdió ayer con el ucraniano Víktor Postol, fue noqueado por primera vez en su vida, y desilusionó a sus paisanos que daban por descontado un triunfo para anotar el número 38 en la historia de sus campeones. Retirado ya Maravilla Martínez, con el Chino Maidana sin decidir su futuro inmediato, Argentina ve peligrar su vigencia en el gran boxeo mundial porque la lectura que deja esta derrota inesperada es que tal vez Lucas no está destinado a triunfar en los momentos clave.

El uruguayo José Laurino, médico e historiador de boxeo, abordaba este tema con autoridad y en su libro 'Boxeador, máquina de pelea' hablaba de la 'nikefofia', o temor al éxito, que se convertiría en el peor enemigo de algunos deportistas cuando llega el día D. Sigmund Freud habló de ellos señalándolos como 'los que fracasan al triunfar'.

Lucas Matthysse pertenece desde hoy a la multitudinaria comunidad de los que no lograron habitar en el éxito porque se quedaron en el umbral. Como la Cobra Colbert, como el colombiano Mario Miranda, como en Argentina el mendocino Manuel González, Del Valle Herrera y Martillo Roldán; como en México Roberto Rubaldino.

Le perdono todo al Lucas Matthysse ser humano, porque cuando no se puede no se puede, y es una mentira la frase miserable que dice que lo que importa no es competir sino sólo ganar. Sin embargo, me uno a los desencantados con el Matthysse-boxeador que en ninguna de sus dos peleas titulares perdió porque sus rivales fueran una maravilla o mejores que él en teoría al ponerlos bajo la lupa.

Matthysse perdió ayer, contra Postol, como aquella vez anterior, contra Danny García, porque hizo peleas pobres que no estuvieron a la altura de sus hazañas de otras noches.

La administración de su equipo en aquella pelea con García fue un compendio breve y contundente de cómo no deben hacerse las cosas, y lo de ayer fue un rendimiento escaso, pusilánime, de quien se esperaba que parado frente a la mayor oportunidad de éxito en su vida, la tomara para sí sin pedir permiso y con la autoridad y el desenfado de un verdadero campeón.

20 de septiembre de 2015

La estrepitosa caída del Tornado Sánchez

Ni el más pesimista de los observadores pudo imaginar un escenario tan catastrófico. El Tornado Sánchez perdió sin atenuantes con Luis Concepción en Hermosillo y se suma a la lista de varios promesas del boxeo que en tiempos recientes han tropezado y malogrado sus expectativas. Mencionaremos a Omar Chávez, al Zurdito Sánchez, al Maromerito, al Tyson Márquez, al Bad Boy Rosas y hay más.

La pelea de ayer mostró a un Tornado Sánchez en notorias malas condiciones desde el arranque, que no pudo ser peor cuando una derecha de Concepción lo depositó en el piso en el primer round.

Concepción dominó de principio a fin una pelea en la que no tuvo réplica, ni riesgo, ni peligro, ni dificultades. Sólo podemos decir que el Tornado que conocemos no estaba ahí. Su cuerpo no era el de un atleta, parecía drogado para no coordinar, parecía haber sido poseído por el diablo, quizá la única manera de explicar tanta torpeza en un cuerpo encorsetado. Al mismo tiempo laxo y atáxico, no había en él coordinación ni ejecución correcta de sus movimientos. De tal gravedad fue el insuceso que no es posible siquiera decir qué hizo bien o hizo mal. En esta ocasión no es imputable.

Algo grave le pasó para dejar de ser esta noche el que conocemos. Esperamos una explicación, pero francamente no sé si puede venir del grupo de los señores Montiel, sus entrenadores, porque ellos dejaron seguir la pelea hasta una zona de peligro evidente, como para que creamos que hayan podido advertir este no-funcionamiento de un peleador que siempre fue mucho más que lo poco que fue en esta pelea.

No minimizo los méritos de Luis Concepción, el Nica de Panamá, que hizo bien su trabajo, fue parejo en su rendimiento y controló las acciones a lo largo de los diez rounds que duró la pelea, porque el Tornadito ya no salió al once. Bien por el visitante que vino a ofrecer lo mejor de sí y a cosechar una merecida victoria. Sin embargo es menester puntualizar que lo que tuvo enfrente no fue más que la sombra del rival que esperaba.

Los boxeadores en ocasiones llegan en malas condiciones porque su preparación no fue la adecuada, pero no parece ser el caso de Sánchez en esta pelea. Hay algo más, que necesitamos saber, por lo que conviene que sea revelado.

¿Muy sacrificado para dar el peso? Podría ser, pero resulta que dio el mismo peso que marcó en diez de sus anteriores trece peleas.

A los 24 años nada puede estar perdido para siempre en la vida. Pero una caída tan penosa debe ser analizada por el boxeador y por sus adláteres, con rigor, sin concesiones, sin mentiras, admitiendo los errores que todos los tenemos, y corrigiendo el paso para que poco después de la expiación podamos decir 'estamos vivos y renovados, con más ambición, con más sabiduría y con más ganas'.

Que este presente aciago del Tornado, pronto sea sólo un recuerdo.

15 de septiembre de 2015

¿Otra vez? Sí, robaron al Siri Salido

El robo miserable al Siri Salido, que le había ganado por mucho a Román Martínez, indigna a todos.

Nosotros somos mexicanos, pero no lo son ni Steve Farhood ni Dan Rafael, los prestigiosos periodistas de boxeo de los Estados Unidos, que en sus tarjetas dijeron 116 a 112 para Salido. Los panameños, buenos expertos, Juan Carlos Tapia y Daniel Alonso señalaron 116 112 y 117 111 (este último coincide con mi tarjeta) para el mexicano.

No hay quién explique por qué la comisión de boxeo más importante del mundo tiene los peores jueces, y algunos jueces visitantes cuando llegan a Las Vegas se contagian del mismo virus y dan fallos escandalosos.

El Siri Salido hizo una pelea fenomenal, especialmente desde lo físico. Lo de él, claro, es romper madres. Pero este Salido veterano y cascado tirando 1,076 golpes en la pelea, sólo porque lo vimos lo creemos.

Por cierto, examiné las tarjetas de cinco expertos que estaban al borde del ring y todos, igual que yo, dieron el primer round de la pelea a Martínez, como correspondía. Lo digo porque el Zar del Boxeo y Julio César Chávez me gritaron improperios cuando revelé mi tarjeta del round. Me puedo equivocar, pero no soy porrista, y esta vez no me equivoqué.

No creo que tengan conciencia los pequeños jueces de Las Vegas de lo que duele una puñalada cruel como ahora le clavaron a Salido, y otras veces a otras indefensas víctimas de su ineptitud e inveterada estulticia.

Puede haber una tercera pelea, pero será harto difícil que Salido logre otra vez la preparación perfecta que llevó el sábado. La edad dificulta cada vez más sortear los vaivenes y los dolores de un largo entrenamiento.

No hay castigos para los malos jueces, y en realidad yo no reclamo castigos, porque para qué, con recibirlos no van a aprender a juzgar, y juzgar no es tan difícil. Yo diría que el que no lo aprende en un tiempo breve, razonable, ya no lo aprende. Lo que hay que hacer es separar de la actividad a los que repetidamente se equivocan. Pero nadie lo hace. Los organismos del boxeo buscan votos, como en la política, y un juez que es despedido aquí se va al organismo de allá, que sin duda le abrirá las puertas.

Hay que joderse una vez más, como el Siri Salido del sábado, hay que ver con impotencia como estas lacras se cargan al boxeo y lo hacen cachitos abusando de la autoridad que les prestan y que no merecen.

6 de septiembre de 2015

Buen paso adelante del Bad Boy

El Bad Boy Rosas le puso su sello personal inconfundible a la pelea en la que noqueó en ocho rounds al filipino Jhon Gemino, ayer, para recuperar el rumbo de su carrera que había perdido.

Fue tan él que lo habríamos reconocido aunque hubiera subido vestida su cabeza con una capucha del Ku Klux Klan. Sólo él navega mares encrespados como un hábil capitán de tormentas para emerger victorioso después de haberse hundido en cien abismos.

Cedió los primeros tres rounds y por momentos fue vapuleado por Gemino de manera tan intensa que todo parecía perdido para él. Apenas resulta creíble que tras dar tantas ventajas pueda recuperarse y ganar. Rebela verlo indolente cuando recibe tanto castigo al comienzo de una pelea, porque parece que no hubiera comprendido que cuando la pelea es guerra hay que responder golpe por golpe, por lo menos, para no ceder espacios irrecuperables. Imagínense lo suicida que es regalar tres rounds de ventaja en una pelea intensa. El público y los jueces son muy agradecidos con el que gana tanto terreno, en este caso el rival.

Rosas mostró que tiene agallas, cosa que ya sabíamos, y que en un duelo de intercambios prolongados nunca dice basta, cosa que también sabíamos. Sin embargo, la medición de sus cualidades tiene que hacerse con Guillermo Rigondeaux o con Leo Santa Cruz si va a seguir en supergallo (que es donde estuvo en esta pelea), o con Shinsuke Yamanaka o Randy Caballero si ha de bajar a gallo, cosa que promete pero que es difícil creer.

Esta pelea fue buena por lo espectacular, y su actuación fue ponderable por el esfuerzo, por el valor, por la definición y otras cosas, pero lo que vimos no alcanza para ser campeón mundial, a menos que ayude una circunstancia fortuita.

No hay secretos sobre lo que debe hacer, en él todos los problemas son de acondicionamiento. La preparación para las peleas que vienen deben incluir un aumento de la capacidad de fuego primero del diez por ciento, y luego de otro diez, para incrementar el número de golpes de 65-70 por round, que fue lo que exhibió ahora, a unos 90 golpes por round que sería ideal.

Es una medida para fijar un objetivo, por supuesto. Frente a Rigondeaux no podría tirar tanto sin quedar en ridículo de tanto fallar.

Repito en el final lo que he dicho siempre, un Bad Boy Rosas en óptimas condiciones sería el mejor del mundo, pero él nunca está en óptimas condiciones, aunque ahora se haya acercado un poco a lo que puede considerarse un entrenamiento aceptable.

Es simpático, buen muchacho (es decir que no es un bad boy) y buen peleador. Aunque deseamos lo mejor para él, debemos irnos con cautela al pronosticar futuros, porque así que nos haya dejados convencidos convencidos de que su indisciplina quedó para siempre atrás... tampoco.

Suerte Bad Boy. Que te conviertas en un deportista de élite para que conozcas la mejor de tus vidas posibles.

24 de julio de 2015

Andrés Guardado y el dilema moral

Que en las opiniones de la gente haya dudas sobre lo que Andrés Guardado debió hacer con el penal de ficción contra Panamá, es una radiografía del mundo en que vivimos y de la degradación moral y falta de valores de las mayorías.

Guardado y el equipo mexicano ignoraron la oportunidad de rechazar el obsceno regalo recibido, de hacer justicia, de echar el balón afuera de la portería, y de pasar a la historia con una lección inigualable de decoro. Eligieron un triunfo sin gloria que sólo aporta bochorno y desventura a un equipo que hace ya tiempo no encuentra el rumbo.

¿Qué es el deporte y para qué se compite? Si sólo importa ganar lo que sigue es preguntarnos cuál es el límite de la desvergüenza por el éxito: ¿es aceptable un infiltrado que envenene los alimentos de los contrarios? ¿qué tan inmoral sería secuestrar a la hija del portero enemigo para que se deje hacer algunos goles?

He leído y he escuchado en esta hora cansina de tristeza futbolera los "me vale madres", los "que se chinguen", los "hemos estado del otro lado muchas veces", y los "así es el futbol", de comentaristas y aficionados. Comprendo que las pasiones se alimentan del fulgurante resplandor de una llama, del estallido más que de la reflexión, y que la mayoría de los hombres no nacen con la grandeza --ni la aprenden-- que se necesita para renunciar a la caricia de la victoria, pero pienso con pesadumbre que a personas así no las quiero cerca, o de socios, o de amigos, porque si por una victoria sacrifican la decencia, eso es exactamente lo que van a hacer conmigo tan pronto como yo sea el obstáculo para sus pinchurrientos objetivos.

El discurso que los identifica dice muchas cosas. Dice por ejemplo que si el cajero del banco les entrega un billete de más, ellos no lo devuelven. Y así en esa cadena sin final nos vamos estafando todos. Hoy estafo yo, mañana estafa el otro, y al día siguiente estafa el de al lado.

Millones se apasionan con el futbol, y millones lo ven jugar, ya lo sabemos, pero no todos se dan cuenta de que esos individuos, los que acabo de señalar, elementales, burlones, ganadores fuleros, impenetrables a razonamientos que abonen a una convivencia civilizada, no son una entelequia en las tribunas, son el policía de la esquina, el burócrata que decide nuestro trámite, la enfermera que nos cuida, el maestro de nuestros hijos y el mecánico del carro. Es fácil adivinar que la misma actitud egoísta anidará en ellos cuando nos los encontremos en la vida, y al vernos, en un silencio perverso y vil se dirán "me vales madres" o "conmigo te chingas".

En el boxeo, que es lo mío, las cosas no andan mejor, y es de lo que hablo cada día. Me rebelé con pasión juvenil cuando Mike Tyson mutiló a Evander Holyfield y busqué espacios donde opinar que aquél no debía volver a boxear, y me sentí un estúpido perdido cuando fue el propio Holyfield el que dos días después pidió otra pelea con el criminal que había sido capaz de cercenarle una oreja. A Mike Tyson el mundo del boxeo, casi sin excepciones, lo protegió, y Evander también, porque ¿qué vale una oreja que no se pueda sacrificar por un dinero?

Desde ese tiempo infame, cuando Tyson era el mochaorejas y el negocio fue incapaz de castigarlo, el boxeo no ha mejorado, ha empeorado, con decisiones espantosas, títulos en exceso y peleas millonarias insoportables por malas.

Una competencia, de lo que sea, debe preservar lo elemental, que es el juego limpio. De otro modo no tiene sentido. El ganar irracionalmente, la manía del hombre inferior que lo impele a "romper madres", debería estar confinado al territorio de las guerras, donde no perece ni pierde necesariamente el que está equivocado.

Esta victoria del futbol mexicano no significa nada, pero echar la pelota afuera, que era también echar a México afuera de la final, nos hubiera dado otra clase de victoria, valiosa y buena, generosa y mejor, irreemplazable: la de la honorabilidad y la decencia, y tal vez el ejemplo brutal de mágico pudor, exhibido a un mundo de tantas maneras pestilente, esa forma contundente de decir que todavía vale la pena vivir por ideales, habría sido aplaudido por millones de personas de aquí a la eternidad.

Pero a nadie le importa nada, y a nadie le importa nadie. Olvidan que las mejores sociedades de la historia fueron las que descansaron sobre los pilares de la solidaridad y el bien común.

Ganamos el partido, perdimos la ocasión.

¿Cómo no lo vio Andrés Guardado? Era la inmortalidad.

Para hacer lo que hicieron no se necesitaba nada, sólo ser hombres comunes, con aspiraciones silvestres y deseos mundanos. Para echar la pelota afuera se necesitaba una portería más chica o un alma más grande.


diario deportivo Esto

20 de julio de 2015

Amar a los animales

La vida no es vida sino intenso dolor para la mayoría de los animales sólo por haberles tocado en suerte compartir el planeta y este tiempo con el hombre, su verdugo más cruel y excesivo.

Los ‘animales no humanos', hay que decir, para expresarse con propiedad de ellos, seres maravillosos en los que la naturaleza es perfección, pero tristemente indefensos ante el individuo elemental, depredador incorregible.

Hay quienes afirman que lo que distingue al ser humano de los otros animales es el raciocinio, pero es necesario ponerlo en duda, viendo lo que aquel hace con su aparente ventaja, no sólo en su relación con los seres inferiores que están a su merced, sino con el uso inescrupuloso que le da en cada acto a su facultad de entendimiento.

Apenas comprendiendo su ignorancia y confusión puede explicarse la arrogancia insoportable del que pone su derecho a la vida ciegamente por delante del derecho a la vida de otros seres.
Si somos superiores, sólo esa condición nos agrega un imperativo moral por el cual debemos rendir justificaciones de nuestros actos. Sólo el hecho de que debamos decidir cómo tratar a los animales, hace a nuestra relación con ellos moralmente grave. Decía Shakespeare en ‘Hamlet': “no hay nada bueno o malo sino que el pensar así lo hace”. Nosotros pensamos, no nuestro perro, por lo que tenemos el privilegio y la carga de hacernos responsables de la relación y el trato.

Pero nuestra relación con las bestias, sin embargo, es la de las metáforas que las degradan. “Eres un animal”... “Eres un burro”... ¿Por qué no “eres un hombre torpe”, o “eres una mujer egoísta”?

“Soy un miserable gusano” decía Friedrich Nietzsche para autodefinirse, cuando lo devoraba la sífilis y expiaba su remordimiento de filósofo porque se acostaba con su madre y con su hermana. Había muchas culpas humanas en él, pero ¿qué culpa era del gusano?

El siglo XX fue generoso y mezquino, bálsamo y letal, ubérrimo para la ciencia y retrógrado para la convivencia entre los hombres. Sobre su final mostró ¡por fin! una luz de esperanza en el reconocimiento al derecho de los animales en las sociedades civilizadas. Una luz, que quede claro, nada más que eso, pero algo más que nada.

Los derechos del hombre en la Grecia clásica eran los derechos del ciudadano varón y libre. Las mujeres y los esclavos eran para la legislación tan poca cosa como hoy son –continúan siendo- los animales en las comunidades rabonas e incultas.

Otras formas de discriminación, igual de abyectas y vergonzantes ha visto la historia. Quemar al hereje en la hoguera fue una conducta aceptada, hasta que un día la civilización decidió que era inaceptable.

Todo es cuestión de tiempo. Llegará el día en que el exterminio irracional de los animales no humanos de esta época, en casi todas las sociedades, será un asunto que se exhibirá en museos, a la mirada incrédula de los visitantes.

Tengo malas noticias para los orgullosos “seres superiores” que en tono peyorativo llaman bestias a las bestias: los hallazgos sobre el mapa genético de las especies demuestran sin lugar a réplicas, que nuestro patrimonio genético es idéntico al de los gorilas en un 97 por ciento, y si esto es de suyo humillante... para los gorilas, claro, también se halló que el número de genes necesarios para constituir un hombre es sólo el doble de los que tiene un gusano.

La vida es, aun para la ciencia, el más grande de los milagros, lo que parece ignorar el hombre promedio de todas las latitudes, porque la compromete cada vez que puede, arrasando bosques y especies, contaminando el aire y el agua, y detonando nuevas enfermedades. Es el hombre, entre todos los seres vivos, el único dotado para la estulticia.

Konrad Lorenz, el etólogo austríaco, el gran sabio del siglo pasado que en 1973 obtuvo el premio Nobel de medicina, dijo: “el hombre siempre fue bastante estúpido, pero últimamente noto un cambio... está peor”. Es el mismo médico bondadoso que amaba a los animales hasta la médula y que en otra ocasión afirmó: “De sólo pensar que mi perro me quiere más que yo a él, siento vergüenza”.

Lord Byron escribió para la tumba de su perro ‘Botswain' este epitafio: “Aquí reposan los restos de un ser que poseyó la belleza sin la vanidad, la fuerza sin la insolencia, el valor sin la ferocidad y todas las virtudes de un hombre sin sus vicios”.
Los animales, salvajes o domésticos, son, a la luz de la inteligencia, nuestros compañeros de viaje. Su sacrificio o sufrimiento inútiles son actos de inmoralidad y barbarie degradantes para quien los provoca.

¿Por qué quererlos?

Una máxima filosófica simple dice que es correcto preferir un estado de cosas mejor a uno peor.

Pero detrás de esto, en términos cotidianos, por respeto a nosotros mismos. Porque el cuidado de todas las formas de vida nos hace más evolucionados. Porque lo expansivo es primitivo y la inhibición es cultura. Por compasión, que la compasión es una olvidada emoción elevada. Porque matar o hacer sufrir es destrucción. Porque construir es participar como un Dios todopoderoso del acto de la Creación. Porque el hombre útil o bueno o civilizado vive de acuerdo con ciertos valores y no hay valores que justifiquen la crueldad. Porque la inteligencia invita a vivir de tal manera que nuestras acciones aporten a la felicidad y no al dolor que hay en el mundo. Porque proveer a la vida y no a la muerte no puede ser una antigualla, a menos que el mundo esté irremediablemente perdido. Porque estoy seguro que entiende usted la diferencia entre la sensibilidad de quien mata a un animal por placer, y la de quien goza escuchando la Quinta Sinfonía de Beethoven.

Un amante de las corridas de toros me dijo una vez que los toros de lidia no nacerían si no existiera esa primitiva obscenidad que llaman fiesta, “porque son criados para la muerte en la plaza” –me explicaba-, a lo que respondí que con su criterio podríamos criar niños para que sean sacrificados frente a cincuenta mil forajidos con boleto pagado.

Desde Platón sabemos que educar es formar en la virtud. Piedad, compasión, amor por la vida de todos los seres, respeto por la otredad, son conquistas del hombre morigerado, de buenas costumbres, superior. Superior no de superar a los demás, sido de haber sido capaz de mejorarse a sí mismo, de haberse alejado de aquella pequeña cosa tan sin pulimento que era cuando nació.

¿Por qué dirán que con relación al hombre los animales son una especie inferior? ¿Porque no tienen algunas “virtudes” que adornan a los hombres? Sí, recuerdo algunas: el odio, la maldad, la envidia, la venganza, el rencor, el engaño, la traición, la soberbia.

Todos los animales, humanos y no humanos, morimos cuando cesan nuestras funciones corporales. Los hombres crueles, empero, mueren mucho antes, aunque ni lo noten.


Diario Esto

17 de julio de 2015

Bárbaros, ¡los fallos no se modifican!

Me entero con estupor que el Consejo Mundial de Boxeo cambió el resultado de la pelea entre Mariana Juárez y Vanesa Taborda a 'No Contest'. El sábado, cuando pelearon, los jueces habían hecho vencedora a Juárez en una mala de decisión.

Me digo que no puede ser verdad, la primera ley del boxeo es: LOS FALLOS NO SE MODIFICAN. No se modifican, con una sola excepción: cuando hay positivo de drogas.

En junio de 1995 la Comisión de Boxeo del Distrito Federal, en México, que presidía David García Estrada, anunció su intención de autorizar la revocación de fallos "cuando el caso lo amerite", y se le echó el mundo encima. Por fortuna pudimos abortar la extravagante idea. Ningún caso lo amerita.

La irrevocabilidad de los fallos es algo sagrado, la esencia del boxeo, la única garantía de respeto al espectador.

Todo lo que vale en este mundo tiene un precio. El precio de esta regla de oro, una de las conquistas fundamentales del boxeo organizado, es que ocasionalmente puede soportar una injusticia.

Aun así, los fallos que se dan al final de las peleas, no se modifican, por las siguientes razones:

- Entre dos males, hay que escoger el menor.

- Las protestas se multiplicarían al infinito, y tras cada pelea el perdedor iría a pedir el cambio de fallo.

- Es peligrosísimo dejar una puerta abierta para que la calificación de lo peleado, que es lo que importa, se pueda cambiar días más tarde con motivo de otras apreciaciones.

- Es absurdo que los aficionados vean ganar a uno el sábado, y se enteren por el periódico del jueves que ganó el que perdió.

- Ya no habría garantías de nada, salvo de desorden.

- ¿Quién traza la raya para diferenciar qué peleas de fallo controvertido deben ser enmendadas? ¿Las de 4 puntos mal sí y las de 3 puntos mal no?

- La revocación de un fallo crea un precedente. Jurisprudencia se llama en el mundo del derecho. El que viene detrás alegando haber sido perjudicado con una decisión también tiene derecho a ser atendido.

Terminada una pelea empezaría la lucha de presiones, padrinos, influencias y opiniones espontáneas en un territorio en el que a veces encontrar dos expertos es difícil.

En la historia del boxeo están los fallos revocados como una mancha ominosa, y siempre los hemos considerado una vergüenza que no debe repetirse.

Una de las mayores sinrazones se registró cuando Abe Attell peleó con Jack Dempsey, un peso pluma de Colorado, el 3 de septiembre de 1901 en Pueblo, California, precisamente la pelea previa a aquella en que Attell ganó el título al gran George Dixon. El primer veredicto del réferi (que era el único que daba el resultado) favoreció a Dempsey, pero poco después dijo que se arrepentía y que mejor declaraba un empate. Se armó un escándalo de proporciones bíblicas y como las protestas no cesaban más tarde le dio la victoria a Attell en veinte rounds.

Otra perla que nos aporta la historia la hallamos en la pelea entre Jack McAuliffe, el invicto campeón ligero, y el welter Tommy Ryan. Fue en Scranton, Pensilvania, el 30 de septiembre de 1897.

Resulta que la pelea estaba arreglada, pero no le informaron bien al réferi Pat Murphy, y éste le dio la decisión a Ryan, a pesar de que lo mejor lo había hecho McAuliffe. El acuerdo era que se daría un veredicto de empate, pero McAuliffe tenía el compromiso de no presionar a su rival que era notoriamente inferior en calidad.

Por alguna razón el réferi entendió que la decisión sería para Ryan si terminaba de pie.

Cuando después de la pelea se armó un alboroto monumental, Murphy cambió de parecer y le adjudicó el triunfo a un furioso McAuliffe que no cesaba de protestar y decir que en el segundo round dejó revivir a Ryan después de tenerlo noqueado.

Este insólito enredo terminó siendo el primer cambio de una decisión que se recuerda.

Después, hubo muchos. Willie Lewix vs Dixie Kid en Francia en 1911; Packey O'Gatty vs Roy Moore en Nueva York en 1921; Mike McTigue vs Young Stribling en Georgia en 1923; y hasta una pelea de Ray Robinson vs Gerhard Hecht en Berlín en 1951.

La Asociación Mundial de Boxeo en 1981 declaró campeón mundial superpluma al chileno Benedicto Villablanca sobre el ring, pues le había ganado al puertorriqueño Samuel Serrano, pero cambió el resultado 19 días después y dijo que Villablanca nunca fue campeón.

En México en los años cincuenta, en la Arena México, se dio una decisión a Kid Anahuac sobre el venezolano Sony León, pero como había sido una ignominia, la Comisión cambió lo actuado y días más tarde decretó que el ganador había sido León.

Todos estos atropellos de los que cambian decisiones, son comportamientos bárbaros y arbitrarios que acercan al boxeo a una atmósfera prostibularia y nauseabunda.

El tiempo no se puede echar atrás y decir que no pasó lo que pasó. La inviolabilidad de los fallos es una conquista del público y de los boxeadores. Del boxeo.

Estoy recordando a los maestros reglamentaristas que ha tenido el boxeo, que han conseguido en un siglo que nuestro deporte evolucione hasta tener reglas casi perfectas hace 30 años. Ellos no dejaron huecos. Algunos me enseñaron lo que sé, si sé algo, y lo que me enseñaron lo respeto con devoción. Cada regla, cada palabra, se pesaba, se desmenuzaba, se decidía y se santificaba.

Los grandes reglamentaristas del boxeo. Eddie Eagan, Piero Pini, W.A. Gavin, José Sulaimán, Ícaro Frusca, Angel Auzzani, Julio Ernesto Vila, Chuck Hassett, Arthur Mercante, Frank Gilmer, John Grombach.

El tratamiento de las reglas fundamentales del boxeo es un asunto delicado, de la más eminente importancia, y sólo puede quedar en manos de entendidos, no de aventureros.

Estos son días de anunciar las puntuaciones parciales a media pelea, de nocauts en rounds que terminan peleándose los tres minutos, de romper la sagrada regla del peso que debe (debería) respetarse siempre, de dar empates en peleas titulares con el título vacante, que es legal pero demencial, de cambiar fallos dados en el ring. Y así, vamos a regresando a cuando estábamos francamente mal.

Cambiar un fallo para corregir una injusticia es un error. Es peor el remedio que la enfermedad.

28 de junio de 2015

Ganó bien Bradley a pesar del desconcierto al final

Estuvo bien.

La Comisión de Boxeo de California usó un razonamiento correcto y solucionó el desaguisado del modo menos cruento.

El réferi Pat Russell se confundió al oír la advertencia de diez segundos creyendo que era la campanada final de la pelea y detuvo las acciones con tan mala suerte que fue en el único momento que Jessie Vargas había lastimado a Timothy Bradley, en el StubHub Center de Carson.

Ahora y dentro de cien años el boxeo seguirá presentando situaciones inéditas que deberán resolverse utilizando un criterio adecuado e inteligencia.

Aclaremos que el campeón de peso welter de la OMB, que certificaba la pelea, es Floyd Mayweather, por lo que le recomiendo, estimado lector, que prescinda usted del pretendido título que, una vez más, como todos los días, intentan vendernos irresponsables lenguaraces del micrófono y escritores livianos de discernimiento. Los promotores, los comisionados, los organismos del boxeo y algunos embusteros llamados especialistas nos meten a la fuerza títulos bastardos como espejitos para los indios. Sería hora de mandarlos al carajo, en vez de alimentar su impostura.

En el escándalo del final de la pelea no hubo ni por un momento la intención de Russell de declarar ganador a Jessie Vargas, por lo que no cabe analizar si a éste lo despojaron de algo que le pertenecía.

Sin embargo, la situación podría haber sido de una complejidad enorme de no mediar que Timothy Bradley estaba ganando por un amplio margen.

¿Qué habría pasado, amigos, en una pelea pareja en la que ese round final pudiera haber definido el resultado? La protesta de Jessie Vargas que en este caso no tuvo la simpatía de nadie porque había perdido de calle, tendría un fundamento deportivo y legal irrebatible. Para empezar la Comisión de Boxeo tendría que haber desalojado el ring y hecho disputar los 9 o 10 segundos faltantes.

La pelea fue pobre, la actuación de Bradley estuvo condicionada por la indolencia boxística de Vargas que más que a ganar se dedicó a durar, y al final ese final. Vargas no se entregó a pelear, no quiso la guerra, y Bradley solo no pudo. Vimos un mal Vargas y el peor Bradley que podamos recordar.

Todo sería apagar las luces y olvidar una noche mediocre, pero la remató Jessie Vargas con sus comentarios desatinados, por no decir malolientes. Que debió ganar, que va a pedir que declaren 'no contest'.

Tiempos de miseria moral.

La premisa es ganar, cuando debería ser ganar con honestidad. Siempre ha habido esta humana mezquindad en el deporte, pero corresponde el contrapeso de las autoridades para poner un freno cada vez más ausente. Desde Mike Tyson que mutiló a Evander Holyfield y siguió con su carrera de boxeador en lugar de ir a la cárcel, no hemos parado. Hace unos días en el futbol un individuo de la selección de Chile hundió un dedo en el trasero de un contrario haciéndolo expulsar y no tengo noticias de que esté fuera del futbol.

El deporte es otra cosa. O debería serlo.

Ojalá que alguien le diga a Jessie Vargas que perdió la pelea con justicia en la noche de Carson, que el boxeo necesita con urgencia individuos que tengan imperiosos deseos de ganar pero sin intentar cambiar un fracaso por una victoria con trampa. Que alguien le diga a Vargas que un gran campeón es alguien de una vida sin manchas, de una voluntad a toda prueba, de días de esfuerzos extenuantes, de victorias deportivas legítimas y de una seriedad profesional irreprochable.

Ganar es una consigna universal, que mueve a los individuos. Hay, sin embargo, una virtud, aunque cada vez parezca más escasa, capaz de convertir a un hombre en un vencedor, si es que la justicia no se ha desvanecido: la del honor.

4 de mayo de 2015

Ganó Floyd Mayweather y el desencanto se apoderó de todos

Parece desencanto, pero es la verdad revelada. Un malestar impreciso, un sueño no cumplido.

El mundo quería que ganara Manny Pacquiao y Manny Pacquiao perdió. Solo, escaso, una sombra de lo que había sido en noches felices, gestor de un esfuerzo absurdo y sin destino, perdió. Floyd Mayweather se quedó con una victoria merecida, aunque renovó la indignación de la gente por su soberbia insoportable y su valemadrismo, por su tacañería, por su decisión inquebrantable de no ir jamás a la guerra. Pelear sí, a su manera; morir en batalla, jamás.

La pelea no fue buena y no fue mala. Fue común, y no pudo satisfacer las expectativas desmesuradas que había creado.

El que paga mucho quiere mucho. Si usted compra una bicicleta, pongamos por ejemplo, en $ 3,000, y con ella pasea hasta la glorieta de la esquina, se divierte y hace ejercicio, la compra ha sido satisfactoria, quizá esté feliz con lo adquirido, pero si por la bici paga un millón apenas quedará satisfecho si con ella puede llegar a la luna.

La pelea del sábado fue mejor que las de Floyd Mayweather con el Canelo Álvarez, o Manny Pacquiao con Brandon Ríos, pero éstas no prometieron ni costaron tanto, ni un motor publicitario sin precedentes intentó convencer al mundo de que se trataría de una conflagración épica y legendaria.

Ganó el malo, y un tumultuoso coro de desencanto recorre aún una geografía inimaginable. El deporte tiene que hacer justicia para que actúe como un bálsamo bendito, si no es un salto al vacío que suma a nuestras congojas en lugar de endulzarnos la vida.

Finalizada una pelea, resueltos los interrogantes, nadie se acuerda de lo que se dijo antes, y por previsible que haya sido el trámite de lo sucedido, la rebelión de las masas es un estallido: ganó Mayweather pero muchos querían que ganara Pacquiao, y vieron ganar a Pacquiao.

No hubo dudas entre los entendidos: ganó Floyd. Dos o cuatro puntos, da igual. No hay polémica, hay un desmadre entre los aficionados belicosos que juzgan con con el corazón.

Manny Pacquiao muestra síntomas de decadencia, por primera vez. Ejercitó durante 9 o 10 minutos una estrategia bien elaborada. Los rounds 2, 3 y 4. Fuera de eso algunos chispazos aislados en otros pasajes. No tuvo reservas para más. Sin piernas, ni aire, ni inspiración divina, tampoco mostró gran voluntad.

A los boxeadores, a los hombres, se les perdona perder, pero no se les perdona que no dejen todo lo que tienen para evitar el fracaso. Fue una noche infeliz para el filipino a quien la juventud comienza a abandonarlo.

Miles de aficionados preguntan: "¿Por qué gana Floyd Mayweather si no pelea, sólo corre?" Los dos presupuestos son erróneos. Su boxeo no gusta, pero no es correcto decir que no pelea. Lo hace a su modo, con sus códigos inalterables, con su indiferencia a las quejas del espectador. Contragolpea, marca, responde, engaña, enloquece, y eso cuenta. Jamás he dicho que corre, porque afirmarlo confunde. No aplica el término aunque gente respetable como Roberto Durán me ha dicho que estoy equivocado. Trasladarse en piernas con maestría y velocidad inigualables no es correr, es poner en acción engranajes para que funcione lo que él es: una máquina de pelea indescifrable y eficaz. No sirve para encantar, pero sirve para ganar.

Si a la manera de Floyd Mayweather no se pudiera ganar en el boxeo, no habría en la historia Willie Pep, o Nicolino Locche, o Young Griffo, o Wilfredo Benítez, o Packey McFarland, o Benny Leonard, o Miguel Canto, que siguen siendo faros encendidos, defensores célebres, a ultranza.

Yo he sido el más crítico de Floyd, especialmente cuando voces inocentes o irresponsables han sugerido que puede ser el mejor de la historia, y seguiré siéndolo si tengo que recordar una vez y otra vez que en 48 peleas no ha pasado por una guerra, que rehuye el sacrificio.

Mayweather no es un boxeador de crisis, o no lo sabemos. Tiene la virtud de que no le pegan, con lo que ignoramos qué sucedería si lo golpearan con contundencia. Eso es a su favor, y no en su contra, pero un boxeador que no ha sufrido no está terminado de evaluar. Es irracional todavía creer que pudiera haberle ganado a Henry Armstrong (en ligero), o a Ray Leonard (en welter), o a Durán (en ligero), o a Robinson (en welter).

No habrá una segunda pelea entre ellos, porque en principio carece de interés, y aunque el interés pudiera crearse artificialmente (especialidad de los promotores), no habría forma de pagarles otra vez estas cantidades absurdas, y no pelearían por menos.

Pase lo que pase es el fin de una época. Pacquiao se fue o se está yendo. Si sigue, ¿qué podría buscar? Muy poca cosa y este es un deporte del que hay que retirarse cuando ya no se puede aportar nada a los activos. Es un héroe del ring y un héroe de la vida. Su condición de triunfador es inconmensurable si pensamos de qué pobrezas viene y qué privilegios ha alcanzado.

Floyd Mayweather es algo difícil de descifrar. Cuando otros piensan en la gloria él piensa en el dinero, su esencia, su Dios. Seguirá en el boxeo muy poco más. Si no pudo vencerlo Manny no puede hacerlo nadie.

El último duelo grande de este tiempo ha terminado, y las tensiones se relajan. El boxeo mira de reojo al futuro porque se va quedando sin propuestas seductoras.

El paso del tiempo nos dirá si Pacquiao se confirma como el más grande filipino de todos los tiempos o habrá que volver a revivir las glorias de aquel portento llamado Flash Elorde.

Habrá otros días y habrá otros hombres en el ring, dispuestos a procurar la gloria inmarcesible que entregan las multitudes de tiempo en tiempo.

Lo que acabamos de ver cierra la narración de una etapa del boxeo moderno, con un capítulo final sin lustre, que se lleva con nosotros emociones murientes a un sitio sin retorno. Damos vuelta la página con la sensación angustiosa de que las luces mortecinas de un ring imaginario y difuso se van apagando lentamente hasta desaparecer.

15 de febrero de 2015

El Tornado Sánchez se graduó

Le bastaron veintiocho minutos al Tornado Sánchez para convertirse en la figura beligerante que ahora es en el presente del boxeo mexicano, que antes de la pelea no era.

No había tenido un rival de la trayectoria y calidad del Topo Rosas, habitualmente una amenaza para cualquiera en las divisiones de las 115 o 118 libras, al que desapareció del ring en la noche de sábado en Hermosillo.

El ring y el hombre, escenario y protagonista de una velada amable para el boxeo mexicano que agrega a su tropa un soldado valioso y sorprendente.

La confirmación de las bondades del Tornado como boxeador de futuro, de éxito cuantioso si hace las cosas bien, causa a los observadores tanta algazara como causan tristeza los intentos fallidos de otros peleadores que tropiezan y van quedando en el camino.

David Sánchez encaró la pelea de anoche con autoridad, parado en el ring con el carácter de un campeón, y con un boxeo renovado y limpio, exultante de vigor y de eficacia que desde el minuto uno dejó sin argumentos al Topo Rosas.

Lo mejor es su talega llena de cosas nuevas. ¡Cuánta sorpresa en el ring! No habíamos visto nunca en su repertorio esa combinación de dos golpes abiertos al cuerpo para controlar al enemigo con la que inició la refriega. Pa-pa, pa-pa, pa-pa se estrellaban sonoros los guantes en el cuerpo de Rosas y el público preguntándose: ¿de dónde habrá sacado esto el Tornado?

Luego el cambio de guardia a zurdo, para meter el gancho. Magistral.

Se ve a un kilómetro el conocimiento de los kochules, y su influencia provechosa, el trabajo de Eduardo Montiel y en general de todos ellos, que siguen haciendo una buena labor cada vez más notoria con sus dirigidos.

La pelea que habíamos previsto que sería pareja, no lo fue. El Tornado rindió mucho más de lo esperado y el Topo rindió menos.

David, nacido en Hermosillo, crece como realidad y como promesa, porque será mejor que lo que es hoy, a sus flamantes 24 años. En una gestión brevísima, lo que va de dos peleas atrás a ésta, ha mostrado una mejoría sustancial, por lo que no hay razones para pensar que no podrá seguir creciendo.

Cierto es también que conviene ser prudentes en esta explosión de alegría que nos provoca, porque la pelea de ayer fluyó sin riesgos ni contratiempos, y eso le permitió lucirse como un consagrado. Pero habrá otras noches y otros rivales, algunos más peligrosos y amenazantes. Pegando todos somos campeones, el asunto será ver qué pasa cuando le peguen a Sánchez.

Recuerdo el golpe que le aplicó Tapales, en aquella pelea de hace dos años, con un bárbaro volado de derecha que al Tornado se le depositó en la sien. Pudo ser de efectos catastróficos, pero no lo fue. David soportó bien el momento adverso. Sin embargo no hay en sus treinta y una peleas otro punto de referencia para estar seguros de que aguanta lo que tiene que aguantar un prodigio del ring. Él me dijo después de la pelea que el mayor pegador conocido entre su colección de enemigos fue Marco Demecillo, el filipino con el que libró una buena batalla en la misma Hermosillo en enero del año pasado. La información es buena y es bueno saberlo, pero él debe recordar que lo que viene es más duro y cruel.

Lo de esta pelea fue una cacería, no fue una guerra, y hemos dicho hasta el infinito que son las guerras las que dicen todo sobre un boxeador. Las cacerías, cuidado, pueden engañar.

El réferi, Manuel Rodríguez, de Colombia, tardó en parar la pelea, y la indiferencia de la esquina del Topo, al que golpearon en exceso, rayó la ignominia. Esto puso sobre el final una cuota innecesaria de zozobra al espectáculo, que el Tornado Sánchez se llevó con calificaciones sobresalientes. Se graduó.

25 de enero de 2015

El zurdo Ramírez, ¿bien o mal? Un poco bien, un poco mal

Pocas de las nuevas figuras del boxeo mexicano tienen tanto potencial como el zurdo Gilberto Ramírez, que asumió ayer una dura prueba peleando con el ruso Maxim Vlasov, al que derrotó por puntos.

Hoy domingo debe hacer dos cosas: festejar y preocuparse. Festejar porque la victoria vale mucho en plata y en tiempo invertido. En transpiración y en dolor, digamos. Le permite continuar una carrera que con 31 triunfos no muestra fisuras en resultados conseguidos y le hace guiños de éxito y fortuna en un horizonte cada vez más cercano. Preocuparse, porque nunca antes habían quedado al descubierto tantas claudicaciones en su accionar.

El Zurdo que conocíamos era el que desolaba el terreno y lo hacía campo yermo frente a sí, desapareciendo del ring a sus rivales, a Junior Talipeau, a Don Mouton, a Juan Monterrosa, a Giovanni Lorenzo. Era el de una oposición ayudadora que le generaba confianza y le facilitaba el camino. Cuando un boxeador le pega a uno, a cinco, a diez rivales y todos se caen con facilidad puede llegar a creerse Supermán y convencerse de que nadie que se le pare enfrente tendrá un destino diferente.

Es desde este mirador saludable que haya llegado un compromiso mayor y lo haya hecho esforzarse. El ruso Vlasov apenas ganó dos rounds en mi opinión, y tres en la de dos de los jueces de la pelea. No hay polémica acerca de la legitimidad de la victoria del sinaloense, sino inquietud por una incapacidad primigenia para defenderse en un hombre que debe prepararse para alejar los golpes enemigos y, en cambio, los atrae.

¿Qué tan grave es lo que sucedió con su desempeño anoche?

No muy grave, excepto que él o sus manejadores creyeran que está para pelear títulos mundiales. Hay poca oposición y escasos peleadores en su peso y alrededores, como lo confirma el hecho de que el CMB lo ubique número 2 del mundo en su lista de los supermedianos.

Si eso del ranking en número 2 está bien o está mal no es el tema de este comentario, pero sí lo es que no haya muchos mejores aspirantes a la vista cuando él es poco menos que un principiante. En 31 peleas tiene un promedio de 3 rounds peleados por pelea, y por primera vez anoche vio oposición de riesgo.

Parece un destino fatal el de los boxeadores mexicanos que aprenden a atacar y no aprenden a defenderse, salvo excepciones. A Gilberto Ramírez en su carrera fácil y cuidada, hasta ahora, no le habían pegado casi nada, y anoche le pegaron mucho. Hay una falla mecánica en su accionar, consistente en que pelea con las manos, y olvida ayudarse con las piernas. Parado en el centro del ring queda a merced de lo que le tiran de enfrente porque es inhábil para moverse hacia atrás.

La defensa de un boxeador se ejerce con las piernas, con la cintura, con el cuello, y con los bloqueos de manos y de brazos. Floyd Mayweather revivió el recurso olvidado de pelear muy perfilado y con el hombro por delante. El Zurdo Ramírez en esta materia está aplazado, y esto explica por qué es preocupante el balance que deja lo de anoche. Si no le enseñan a defenderse, el futuro se achica.

Desde que Gene Tunney le ganó a Jack Dempsey, las dos veces que pelearon, en 1926 y 1927, los maestros más eminentes del boxeo explicaron por años que aprender a defenderse es más fácil que aprender a atacar, que el que ataca se cansa diez veces más que el que se protege, y otras consideraciones, pero esos maestros no eran mexicanos, claro. Aquí las cosas se hacen de otra manera. "Yo no sé por qué estos cabrones no se defienden. Yo les enseño, pero no aprenden", dijo Nacho Beristáin sobre esta condición peculiar de nuestros peleadores.

En la transmisión de ayer rozamos la comparación de las habilidades de Ramírez con las de Julio César Chávez Jr., un tema que me hubiera gustado desarrollar un poco más, por el interés que despierta en los aficionados. ¿Quién es mejor de estos dos? En lo que a mí respecta Chávez me parece hoy más que Ramírez. Un Chávez en buenas condiciones, se entiende, sin tomarse ningún tecito como el que tomó antes de pelear con Maravilla Martínez y le hizo perder la pelea, le gana a este Ramírez. Ahora, que el Zurdo puede mejorar y llegar mucho más lejos, es también cierto y depende de él.

Que Maxim Vlasov lo haya exhibido en sus debilidades no debe crear desesperación en su equipo. Es motivo de reflexión y acción. A los 23 años de edad, que ya quisiéramos muchos, hay tiempo para todo en esta vida.

En estos días, particularmente, oí varios comentarios asociando los nombres de los nuevos peleadores que van bien y son promesas sólidas de futuro, Óscar Valdez, Chon Zepeda, el Zurdo Ramírez, a campeonatos del mundo. Vayamos paso a paso. Ir demasiado aprisa impide consolidar los objetivos parciales que son los cimientos del éxito total.