8 de diciembre de 2019

Las culpas de Andy Ruiz

Ruiz vs Joshua
Los diez kilos de sobrepeso de Andy Ruiz son la explicación de todo lo sucedido. La amarga revelación de que Andy no entiende qué cosa es la relación de un hombre cabal con la vida.

Si le pregunto a cualquiera, a un niño, cuál es la fórmula para el éxito me va a responder ‘talento y sacrificio.’ El talento de Ruiz no es exagerado, tiene velocidad y valentía, que son virtudes aisladas, de modo que le quitas la capacidad de sacrificio y se convierte en poca cosa.

Poca cosa, lo que él fue en la derrota vergonzosa contra Anthony Joshua, ignorante de que millones estaban presenciando su fracaso, valemadrista de su condición de campeón del mundo del peso completo.

Un acto de irresponsabilidad insoportable.

Por eso dije en la transmisión que estaba enojado con lo que veía.

Mintió, mintió y volvió a mentir con el peso anunciado, la promesa estéril de que llegaría a la báscula en 117 kilos. Llegó en 128.

Se vale mentir por estrategia, para confundir al enemigo, para consolidar una preparación bien elaborada, pero qué va, con seguridad este no fue el caso.

Cuando transmitimos el pesaje en vivo, al conocer el registro de Andy nos quedamos petrificados, parecía evidente que se trataba de un error.

Pero no había error. Era un escándalo...

Quedaba una esperanza blandengue: ‘…si pega antes de que le peguen…’, pero estas gangas rara vez llegan en auxilio de un tipo desobligado con el esfuerzo.

Que Anthony Joshua desarrolló una estrategia correcta, no se discute. Pero el Andy ágil, peligroso, veloz, perspicaz y destructor de la primera pelea entrambos hubiera podido luchar por la victoria.

Este Andy de anoche no tuvo inventario ni para defender la dignidad del guerrero que debía ser y no fue.

El éxito lo embriagó. El desaguisado de vivir a contramano lo hemos visto en muchos. Nunca tuvieron nada y de pronto un título deportivo les impide ver la hora si no es en un reloj de 20,000 dólares.

Las personas sensatas que sufrieron carencias y de pronto la vida les da una fortuna, compran tranquilidad. Los imbéciles compran problemas.

Andy Ruiz reveló impunemente poco después de la pelea que la preparación fue una mentira, que estuvo tres meses de fiesta.Bárbaro. Se está suicidando.

Podría ir preso. ¿No es una estafa?

¿Y la responsabilidad?

¿Y el compromiso?

¿Y el ejemplo?

¿Y la bandera de la patria?

¿Y los millones que estaban viendo la prometida gran pelea?

Sólo horas antes le deseábamos ‘que le vaya bien’. Defendíamos que Andy campeón le hacía bien al boxeo, al deporte, a México. Que reivindicaba a los feos (su físico para la alta competencia) y a los gordos.
Por Dios. Llegó al ring cargando dos maletas, o lo que es lo mismo su escandalosa panza de luchador de sumo.

Por eso estoy enojado con Andy. Por lo que pudo haber sido y no fue. Porque si quería suicidarse podía hacerlo, pero no quemando la casa donde se llevaba a otras víctimas del fuego incomprensible.

Andy se llevó entre las piernas a los muchos que en él habían edificado una ilusión.

Una brutal demostración de egoísmo.

Vino, vio y perdió. En el ring, dos minutos después del indecoroso final, se reía.

Perder luchando no condena. Perder por haberse burlado de todos, sí.

6 de diciembre de 2019

"La gloria es para los grandes hombres, yo soy común"

Eduardo Lamazón
Hace medio siglo, Eduardo Lamazón (Buenos Aires, Argentina) compró su primer libro de boxeo. Tiene 64 años y es un lector apasionado desde los diez. Su amor por el “deporte de los puños” sólo se puede emparentar con una buena botella de vino tinto.

“Don Lama” es comentarista de boxeo radicado en México desde hace cuatro décadas. Fue secretario ejecutivo del Consejo Mundial de Boxeo durante 24 años. Ha escrito más de 7 mil artículos sobre pugilismo y su libro El boxeo en números. 150 años de historia, es un referente indispensable para los aficionados y expertos deseosos de entender “la más descarnada representación del drama de la vida” y adentrarse en estadísticas apasionantes y desconocidas. “El boxeo es agarrar a la vida a trompadas para que la vida no nos dé impune sus peores golpes. Pelear o perecer. Una metáfora de la existencia”.

  • ¿Qué detalle de la vida cotidiana es lo que más te irrita?
Que me interrumpan cuando escribo. Que me repitan lo que me dijeron. Entiendo a la primera. Odio el lenguaje inclusivo. Eso de decir “todes” en lugar de “todos” me parece un acto de barbarie.

  • Por el contrario, ¿qué detalle de la vida cotidiana es el que te hace más feliz?
Hacer una buena acción. Intento hacer una buena acción cada día.

  • ¿Cuál es tu mejor momento del día?
El compartido, generalmente con amigos. Si no se puede entonces el momento de leer.

  • ¿Cuál es tu mayor miedo?
Ver sufrir a seres queridos.

  • ¿Cuál consideras que es tu gran defecto?
Uf. Soy ansioso, egoísta, la gente me jode muchas veces porque me cuesta ser tolerante.

  • ¿Qué es lo que más valoran de ti tus amigos?
Que les invito buenos vinos. El vino es una de mis pasiones. Compro y vendo vinos. Y, naturalmente, comparto.

  • ¿Qué cosa te desagrada más de la gente que te rodea?
La falta de cortesía. La falta de respeto.

  • ¿A qué persona viva y muerta admiras?
Muerto, Nelson Mandela. Vivas Jane Goodall y Brigette Bardot por su labor por los animales. Los animales son otra de mis pasiones.

  • ¿Cuál es tu mayor extravagancia?
Ninguna. Soy sobrio y aburrido. No bailo, no me gusta el futbol y tengo poco sentido del humor.

  • ¿Cuál ha sido tu mayor mentira?
No sé qué responder. Miento poco. Decirle bonita a una fea.

  • ¿Te asomas al espejo y qué ves?
Siempre me digo, por disciplina, “no te subas a ningún ladrillo, agradece que la vida te ha tratado muelle”. Lo de agradecer es una actitud ética. No tengo fe religiosa.

  • ¿Cuál es la cualidad que más te gusta en un hombre?
Que tenga códigos y los respete.

  • ¿Y en una mujer?
La bondad y que se destaque en algo.

  • ¿Cuál es tu color favorito?
No pinto, me da igual.

  • ¿Qué foto tuya no colgarías en casa?
No sé.

  • ¿Qué palabras o frases usas con demasiada frecuencia?
Una frase que me gusta y que repito: “El que recibe lo que no merece muy pocas veces agradece lo que recibe”.

  • ¿Cuál ha sido el momento más glorioso de tu vida?
La gloria es para los grandes hombres, yo soy común. La gloria y el fracaso, esos dos impostores, decía bien Kipling.

  • ¿Qué talento te gustaría tener?
Cantar, y cantaría tangos y las canciones de José Alfredo Jiménez.

  • ¿Qué cambiarías de ti?
Nada porque la vida me ha tratado bien.

  • ¿Cuál ha sido tu mayor fracaso?
La práctica deportiva. Fui malísimo en todas las disciplinas, excepto que fui un buen corredor de motos.

  • ¿Si pudieras reencarnar en una persona o cosa, ¿qué serías?
Un gran escritor.

  • ¿Qué lugar te gustaría conocer?
Islandia.

  • ¿Cuál es tu posesión más preciada?
Mi madre, mi hermano, mis amigos, mis perros y algunas botellas de vino.

  • ¿Qué es para ti lo más profundo de la miseria?
La maldad.

  • ¿Cuál es tu ocupación preferida?
Elegir, comprar y vender vinos. Y lo hago.

  • ¿Cuál es tu comida favorita?
Las pastas.

  • ¿Cuál es la comida que más odias?
La carne.

  • ¿Quiénes son los escritores que admiras?
Borges, Neruda, Fernando del Paso, Juan Rulfo, Paz, Sarmiento, Cervantes.

  • ¿Cuál es tu banda, cantante o grupo musical preferido?
Carlos Gardel, Édith Piaf.

  • ¿Con qué figura histórica te identificas más?
Nelson Mandela, a quien conocí. Trabajé 7 años en el Comité Antiapartheid de Naciones Unidas.

  • ¿A qué personaje famoso te gustaría conocer y qué le dirías?
Al gran boxeador Jack Dempsey. Le preguntaría: “¿cómo hiciste para conquistar el mundo hace 100 años sin televisión?”

  • ¿De qué es lo que más te arrepientes?
De haber ofendido a algunas personas. Fue involuntario.

  • ¿Te gusta algún deporte? ¿A qué equipo le vas?
Boxeo y tenis.

  • ¿Cuál es tu mayor adicción?
Mis pasiones: el boxeo, el vino, los animales, la literatura amada.

  • ¿Cómo te gustaría morir?
Pues, dormido. ¿Qué más se podría responder?

  • ¿Cuál considerarías que es tu lema?
A todos perdono y a todos pido perdón.

Entrevista por La zona sucia

6 de noviembre de 2019

El Canelo, ¿verdad o mentira?

Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis… así siguen pasando las peleas y el Canelo no consigue su guerra. Tal vez no la quiere, pero la necesita. Por eso de las críticas rabiosas que recibe.

El Canelo peleó otra vez en una sola velocidad, y lo monocorde aburre.

Hasta aquí lo que puedo criticar de Saúl.

Lo demás me parece una victoria valiosa producto de un gran esfuerzo sobre Sergey Kovalev y el cuarto título.

Sobre los gritos y las quejas, hoy bloqueé una docena de contactos en redes que me insultaron, aunque yo no haya peleado. No bloqueé a ninguno por estar en desacuerdo conmigo, sí por la miseria de la agresión. Quieren, algunos, que desollemos vivo al infiel, que digamos en la transmisión de televisión que todo es un fraude, hasta las luces que alumbran.

Busqué sin éxito un solo periodista –UNO SOLO- confiable, de esos que son aceptados y creíbles para la mayoría, que cuestionara a Canelo o a la pelea, y no lo encontré. Ni mexicano ni extranjero.

Mientras el puñado de odiadores de siempre, ahora redivivo, me exigía que yo denunciara la pelea arreglada, ponderaban a Canelo Lance Pugmire (ex Los Ángeles Times, diciendo que Eddy Reynoso debe ser el manager del año), Kevin Lole (de Yahoo, que tenía la pelea empatada), Dan Rafael (que dijo “ahora Canelo es # 1 del mundo L xL”), Eric Armit (en su reporte semanal desde Inglaterra), la revista Boxing Monthly (también de Inglaterra), Sendai Tanaka (desde Japón, que dijo empatada). Príncipi en Argentina con suavidad aceptó “una gran definición borra un libro de objeciones boxísticas.”

Fernando Barbosa de ESPN habló de una “brillante estrategia de Álvarez.”

Leí comentarios buenos y medianos en la prensa de Rusia, de España y de Filipinas. Denuncias ninguna.

Entre los mexicanos Fernando Schwartz fue el más crítico, pero reconoció en Canelo a un buen peleador. David Faitelson, Diego Martínez, José Luis Camarillo, y Salvador Rodríguez reportaron sin novedad. Nadie señaló que hubiera que llamar a la policía.

No quiero aburrir porque para un muestreo es suficiente. Repito que si alguien, confiable, denunció fraudes o imposturas, todavía no me enteré.
+ + + + +

La pelea no fue para la antología del boxeo. A Canelo le di perdidos los primeros cuatro rounds, y ganados los siguientes tres. Kovalev parecía no ser el de sus mejores noches y lo dijimos en la transmisión. No sacaba la derecha y también lo dijimos.

Pero de inicio el ruso con su jab de izquierda gobernaba la pelea.

Canelo perdía contra el jab en los primeros rounds porque no sacaba golpes.

Saúl hacía las cosas bien, pero no movía la montaña. Kovalev era muy pesado, más de lo que el mexicano y los Reynoso habían calculado.

Casi al final Jim Lampley escribió en un tuit: “no encuentro otra puta manera de anotar esta pelea más que todos los rounds 10 9 para Kovalev.”

Digan ustedes lo que quieran del trámite de la pelea, porque están en su derecho. Si Kovalev no usó la derecha yo no sé por qué no lo hizo, y no lo tengo que defender. Pero el final de la pelea, la definición de Canelo es legítima. No hay actuación alguna ni acepta reproches.

Fue una pelea más. Seguiremos contando… seis, siete, ocho… ¿hasta cuándo? No sabemos.

Para que Saúl entregue una pelea con drama en serio e intensidad, no en una sola velocidad.

Fue una victoria buena, importante, que suma.

No hubo estafa. El Canelo es así, lo tomas o lo dejas.

22 de julio de 2019

Manny Pacquiao, joven atleta de 40 años

Manny Pacquiao esperó la pelea cumpliendo sus actividades y rituales acostumbrados, en paz.

Los boxeadores que van a un compromiso de gran porte suelen ser insoportables las horas previas, malhumorados e irritables.

El León de Manila parece blindado, no le penetran congojas.

Cuando terminó el pesaje, el viernes, me dijo Sean Gibbons, el agente de negocios que no se despega de Manny, “la tarde de ayer (el jueves) conté 70 personas en su suite, tocó el piano y cantó, él no conoce la soledad.”

La pelea de la noche de sábado en el Grand Garden del MGM fue un derroche de talento más emparentado con las habilidades de un veinteañero que con los achaques de un veterano de guerra.

A este tipo no le duele nada.

Henry Armstrong se acabó a los 31, Robinson a los 35, Ali a los 35, Jack Dempsey a los 28, Carlos Zárate a los 29, Rubén Olivares a los 31, Chávez a los 33, Flash Elorde a los 31. Son excepciones las de quienes llegan a los 40 años en buena forma. Archie Moore, Bernard Hopkins y alguno que otro que pueda agregarse.

Pacquiao es de esos inmarcesibles. Dorian Gray es filipino.

Una vez más el humilde venciendo al bocón, como Frazier a Ali en la primera, como Sánchez a Gómez, como Barrera a Hamed, como Maidana a Broner, como Chávez a Camacho.

Manny Pacquiao tiene en común con otros grandes que se toma en serio su oficio, se prepara como Dios manda, compromete toda su voluntad y ejercita con alegría lo que sabe hacer.

Algún día, tal vez, alguien nos dirá cómo y por qué evolucionó la anatomía del filipino. Con qué ingeniería invisible a los buscadores de los laboratorios se lo apoyó para un crecimiento desmedido. Aquel alfeñique peso mosca que hace veinte años provocaba mucha pena y ninguna admiración, se convirtió en un superhombre.

Su victoria del sábado provocó estallidos de entusiasmo en sus seguidores, porque el público es de expectativas cada vez más prudentes conforme el tiempo pasa. Desean que el final del ídolo esté lejos, pero quién sabe.

Fallo dividido porque Glenn Feldman escribió una puntuación que merecería cárcel en un universo más exigente con estas imprecisiones.

Keith Thurman fue un oponente de buena calidad porque atacando es peligroso, y no permitió que pensáramos en momento alguno que Manny estaba asaz seguro mientras la acción.

Al comenzar el combate dije en la transmisión de TVAzteca: “Miren los brazos de Pacquaio pero miren sobre todo las piernas de Pacquiao.”

Y las piernas funcionaron. Nos sorprendió otra vez. Un bólido, un Fórmula 1, un coloso. Ni Thurman ni nadie esperaba ver a un Pacquiao así de veloz, así de preciso y así de eficiente.

El Messi del boxeo.

Keith Thurman no es mejor que en su momento fueron Juan Manuel Márquez, Marco Barrera, Tim Bradley o el Terrible Morales, pero es mejor de lo que fueron Brandon Ríos, Chris Algieri, Tony Margarito o Jeff Horn.

Manny Pacquiao ha peleado en su vida con cinco inmortales: Oscar De la Hoya, Márquez, Barrera, Morales y Floyd Mayweather. Es suficiente. Con esta actuación deslumbrante a los 40 años de edad, se confirma en un lugar destacado de la historia grande.

No es cierto que haya sido campeón en ocho diferentes divisiones, lo ha sido en seis: mosca, supergallo, superpluma, ligero, welter y superwelter. Cuando se dice ocho se abona a este universo abyecto de confusión del boxeo de estos días que es víctima de la barbarie impune de dirigentes obtusos.

La mayoría de los aficionados ignoran que en la vida de Pacquiao-boxeador hay más de diez peleas que ellos creen que fueron de título mundial pero se pelearon fuera de título: dos con Barrera, dos con Morales, con Héctor Velázquez, con Oscar Larios, con Jorge Solís, con Oscar de la Hoya, con Ricky Hatton, con Brandon Ríos y una con Bradley.

El boxeador cuando es grande es más importante que el título, y Bob Arum no se dejaba extorsionar. No compraba franquicias.

Manny Pacquiao brilla en tiempos difíciles.

El ínclito Gilbertico, ese intelectual venezolano que maneja la AMB, creó ahora los títulos Oro, un nuevo cachondeo. Hay exceso de títulos y este individuo crea nuevos en lugar de cancelar los supercampeonatos que creó su papá y con los que comenzaron a asesinar al boxeo.

Yo entiendo que usted, estimado lector, no comprenda por qué suceden estas cosas. Es muy difícil imaginar por qué lo harán.

Pero disfrute esta realidad, porque dentro de un tiempo será peor y entenderemos menos.

Pensemos en Manny Pacquiao.

2 de junio de 2019

Campeón del mundo peso completo

¿De este tamaño?

No hay muchas hazañas de este tamaño en los 112 años de boxeo organizado en México.

La colosal victoria de Andy Ruiz, que despachó a un incomprensible y bucólico Anthony Joshua en el Madison Square Garden de Nueva York, sacudió la industria del boxeo hasta sus cimientos. Por inesperada, por increíble, por esquizofrénica.

De ese gordito con cuerpo de antihéroe, o de ex marinero holgazán y desidioso, podía esperarse sólo el ridículo, nunca la hazaña, menos la gloria.

De este tamaño recojo muy pocas proezas en más de un siglo de historia. La del Ratón Macías cuando le ganó a Dommy Ursúa en el Palacio Vaquero de Daily City en 1957, la de Julio César Chávez doblegando al Macho Camacho con un México absolutamente paralizado para ser testigo, y el nocaut de Juan Manuel Márquez a Manny Pacquiao por todo lo que la acompañaba, la venganza de tres peleas anteriores, la sentencia al devorador de mexicanos y la rivalidad con Filipinas.

Yo no sé bien cómo se comportó la gente en 1934 cuando Baby Arizmendi derrotó a Henry Armstrong en la Arena Nacional, el nuestro con la muñeca izquierda quebrada desde el segundo round remando hasta la victoria por decisión en 10.

Pero no hay más. O no hay mucho más No de este tamaño. Y miren que hay noches insignes en el boxeo mexicano. Sin embargo Zárate-Zamora y Rafael Herrera-Rodolfo Martínez (la de Monterrey) fueron peleas entre mexicanos. Muy grandes, pero sin esa sensación de conquista, de ocupación, que supuso vencer un mexicano a un peso completo inglés en el Madison.
Fue apoderarse de algo valioso sin permiso, fue robarle a la aristocracia del boxeo, fue la mayor incautación de un Robin Hood a la mexicana.

El título de peso completo es de los Estados Unidos y de Inglaterra, y muy poco de otros.

Vivimos 50 años contándole al mundo que el Pulgarcito Ramos dobló la rodilla de Joe Frazier en 1968 “…y estuvo cerca de convertirse en campeón”, una afirmación mentirosa y nada más que un consuelo porque la verdad es que Frazier nunca estuvo en peligro.

Por eso esta hazaña de Ruiz grita que le abran paso y se engrandece con el transcurrir de las horas.

El boxeo es drama, y la Ruiz-Joshua fue dramática de principio a fin, cada segundo la acción se hizo carne en los espectadores provocando una alegría nacional indescriptible. Lo revelan las redes sociales, lo confirma el fluir de la solidaridad contagiada que quiere llegar con loas al flamante campeón.

Digamos en confesión que somos culpables. Todos discriminamos a Andy Ruiz antes de la pelea, ¿o alguien de pronósticos respetables había dicho que ganaría?

Lo discriminamos porque nadie presupone que un ciego, un cojo, o un gordo mórbido son los mejores candidatos para destacar como grandes atletas, que son aptos para la alta competencia o ser campeones del mundo de boxeo.

Un fisicoculturista como Ken Norton o un espigado y enjundioso como Muhammad Ali sí, nos habría arrobado, y a las mujeres muerto de amor.

Pero Andy cargaba con su condena: había llegado al ring para ser ridiculizado, y nadie podía esperar otra cosa.

Una manera insustituible de medir la calidad de un deportista es observar su capacidad para regresar de la adversidad. Por eso ese tercer round nos dijo tanto. Andy jamás había caído en pelea. A la lona del cuadrilátero la conocía por fotos, y cuando cayó tras la izquierda de Joshua que lo sorprendió en el rostro, por 3 o 4 segundos todos tuvimos la certeza de que la función había terminado.

Todos menos el gordo, el panzón, el humillado, que se convirtió en un demonio de maldiciones ya imposibles de conjurar.

La consigna a partir de ese momento fue "mexicano al grito de guerra."

El resultado vale solo y por sí mismo. Se impone cierta cautela. No hay mucho de dónde agarrarse para decir que Andy Ruiz hará una historia prolongada y generosa. Sólo podemos afirmar que es obstinado, duro, tozudo, que donde pega destroza, y que no se rinde. Lo demás, lo dirá el tiempo.

Por ahora, que le vaya bien. Que lo disfrute. Se lo merece
porque lo consiguió en la adversidad y cobrando.

El boxeador es el único hombre que trabaja mientras le están pegando.

Ninguna explicación puede ser toda la explicación para lo que sucedió en el Madison y este resultado extravagante.

Me fui a dormir con una alegría nueva, sabiendo que era compartida con millones de otros mexicanos, con la certeza de que ayer fue el día de la vida de Andy Ruiz, y que su victoria estaba escrita en el devenir de los tiempos, que sólo era suya y que ayer… otro día no sé, pero ayer, nadie se la podía quitar.

Me fui recordando el poema Canción de la Vida Profunda, de Porfirio Barba Jacob, que afirma que todos tenemos un día que es nuestro día.

“Mas hay también ¡oh Tierra! un día... un día... un día...
en que levamos anclas para jamás volver;
un día en que discurren vientos ineluctables...
¡Un día en que ya nadie nos puede detener!”

27 de mayo de 2019

El cáncer de los malos fallos

Los dos jueces que dieron empatada la pelea entre Jackie Nava y la Tigresa Acuña no la vieron empate, solo la anotaron empate.

Verla empate era imposible y por eso no hay ningún otro observador en el planeta tierra que sostenga tan infausto desatino.

Marcela Acuña debió ser declarada ganadora.

El cáncer de los malos fallos es la más cruel enfermedad del boxeo y lo fue siempre, hace cien años pasaba lo mismo. Era 1887 cuando a Patsy Cardiff le robaron la victoria que merecía en su pelea vs John L Sullivan en Mineápolis.

Sin embargo las anotaciones equivocadas deberían ser ya una antigualla, archivada y olvidada, tomando en cuenta que hace medio siglo el boxeo está más o menos organizado en un mundo de comunicaciones inmediatas y baratas, que exhiben a los depredadores de las tarjetas.

Cuando oímos la palabra juez sabemos que se refiere a una persona que tiene autoridad y potestad para juzgar y sentenciar. Pensamos que su tarea tiene algo que ver con la justicia. Confiamos en que su trabajo se encargará de aquello que nos enseñaron nuestros maestros en la infancia: dar a cada uno lo que merece.

Pero en el boxeo pareciera que ser juez es otra cosa. Individuos que van con una tarjeta prevista, la que se ha de acomodar sobre la marcha para ajustar a los avatares de la pelea.

En el boxeo los boxeadores no tienen miedo, pero los jueces tienen terror. Los espanta la posibilidad de una controversia, el quedar mal y no ser nombrados en la próxima gran pelea. Votan por el famoso, por el favorito, por el local o por el del promotor. Y en el peor de los casos, la más grande estupidez, votan por su compatriota.

Sería de risa loca, si no fuera tan grave.

Me pregunto ¿por qué lo hacen? ¿Por qué?

¿Por qué?

¿Pensarán que un designio divino los puso ahí para salvar a la patria?

¿Los jueces de anoche creerán que ayudaron a Jackie Nava?

Los torpes ayudando solo consiguen joder.

¿De qué tamaño es la pequeñez de seres que tendrían que ser los más libres y sin ataduras de la arena para señalar a un ganador, y son los únicos esclavos de su estulticia y pusilanimidad.

Con una pizca de dignidad una persona designada para ser juez tendría que sentirse orgullosa del encargo recibido, porque durante 40 o 50 minutos va a ser dueña de la vida y del destino de los combatientes, comprometida en cada pensamiento a hacerlo bien, ser alguien donde el destino la puso esa noche, pero observamos azorados que eligen ser menos que nada, un estorbo, cochambre.

Hay buenos jueces, que hacen su trabajo silencioso siempre bien. Yo tengo una lista de 100 en mi escritorio. Pero los organismos internacionales prefieren trabajar con una lista mucho más numerosa porque hacen política con los nombramientos.

El boxeo está herido por los aventureros y por los advenedizos. No hay escuelas para jueces. Juez es cualquiera. Y así nos va. Para ser un juez competente primero hay que ser un ser humano íntegro, con formación, con principios, con códigos.

Recuerdo a don Arturo Hernández, el genial Cuyo Hernández que tenía una inteligencia muy por encima del promedio. Me decía: “Señor Lamazón -con su ritmo de hablar martillado-, el boxeo es tan sencillo que el que no lo aprende en dos meses no lo aprende nunca, pero eso sí, no es para pendejos.”

Los jueces veniales se miran en el espejo equivocado. Los enloquece el ‘to belong’. Necesitan pertenecer a algo, usar escudos y distintivos. Se saben poca cosa, por eso quieren ser de marca. Entonces votan para que no se enoje el señor fulano de tal, o el promotor zutano.

Los grandes jueces en la historia del boxeo, digamos el inglés Harry Gibbs, el californiano Chuck Hassett, el mexicano José Juan Guerra (y puedo nombrar otros cien) eran personas honorables, inconquistables, incorruptibles, que daban rutinariamente una anotación indiscutible y que jamás eran cuestionados por nadie. Eran respetados, eran señores.

¿Es tan difícil darse cuenta que ese es el espejo correcto?

23 de mayo de 2019

Recordando la tablita

Publico una lista de mis 12 mejores libra por libra y me llegan toda clase de comentarios, algunos de ellos interesantes y buenos.

Otros no.

Que uno que puse en 4 debía estar más arriba por sus títulos y unificaciones…

Para elegir los mejores hay que dejar que trabaje nuestra conciencia, con libertad y sin corsés, de modo que enlistemos a los candidatos según su calidad, y prescindiendo de engañosos títulos nobiliarios.

Ni títulos ni unificaciones sirven para el caso. Que el campeón sea el mejor es una búsqueda permanente, pero es un destino al que jamás se llega. La búsqueda es eterna, los hallazgos son pasajeros. Un campeón debería ser el mejor, pero no siempre lo es. El mundo irreal del deber ser.

Durante 24 años hice cada mes las clasificaciones mundiales en el CMB (con el aporte de un equipo de varios expertos), y aprendí muchas cosas con los golpes del camino. La ardua obsesión por no cometer injusticias es un acercarse a la locura.

En la respetable y eficiente AMB (Asociación Mundial de Boxeo) de hace 40 años, al Dr. Elías Córdova se le ocurrió un día crear una tablita, con algunas reglas para clasificar según méritos y puntajes.

Córdova era muy mi amigo, un hombre conocedor y un dirigente excepcional, al que le dije “suerte con la tablita pero creo que no te va a funcionar”.

Sucedió que pelearon Sugar Ray Leonard y Tommy Hearns, ganó Leonard por KOT, y la tablita decía que al que perdiera por KO, campeón o retador, se lo ubicaría en la siguiente clasificación en el número 7. Córdova me llamó y me dijo: “Lamazón tenías razón, tengo que poner a Hearns en 7 pero él noqueó a todos los que están del 1 al 6”.

Entendió el Dr. Córdova, que era un hombre inteligente y razonable, que su invento acababa de morir.

Si algo he aprendido en tantos años les quisiera decir que cuando se trata de hacer listas de mejores boxeadores, no hay en el mundo fórmula más eficaz que usar nuestro ojo clínico para seleccionarlos.

Frankie Randall le ganó a Julio César Chávez pero no era mejor que Chávez. El Topo Gigio Vázquez le ganó a Lupe Pintor siendo Pintor campeón del mundo, pero no era mejor. Quizá era mejor esa noche, era mejor por un momento, que es otra cosa.

Para muchos, entre los que me cuento, las listas son apasionantes. Hagamos listas, para debatir, para estar y para no estar de acuerdo. No usemos una tablita. Usemos la inteligencia, que nos sirva para algo.

8 de mayo de 2019

El Canelo grande que aún no aparece

Los del pesaje, esos dos encabronados queríamos ver.

Al final del décimo round yo la tenía empatada, y cuando las peleas se empatan empiezan de nuevo. Desde el séptimo había dicho y repetido en la transmisión que era hora de poner las cosas claras o Saúl peligraba en las tarjetas.

Ganó los rounds 11 y 12, y mi anotación cerró en 115 a 113. Mucho sufrimiento. Un parto.

Revisé tarjetas de muchos. Los dos rounds finales, para mi tan claros del pelirrojo, muchos los habían visto al revés.

Revisé más rounds en más tarjetas. Algunos colegas que respeto y con los que coincidí en los números finales, habían llegado a lo mismo por caminos diferentes.

Las grandes peleas parejas dividen opiniones. Otra vez cada quién vio lo que quiso, o lo que pudo.

¿Qué hacemos con todo lo que Canelo genera en cada pelea? Detona más comentarios que un disparate de Donald Trump.

Es falso que haya sido una mala pelea. No fue grandiosa, pero fue más que mediana. Peleas de esta calidad hemos visto centenares que no fueron cuestionadas por nadie.

Fue una partida de ajedrez, cada movimiento bien calculado, a cada acción una reacción.

Hablamos de una pelea incapaz, eso sí, de encender pasiones. El gran público quiere guerras, quiere caídas, quiere rodillas que se doblen tras el detonar de puños homicidas, y quiere sangre. Es obsceno, pero es así.

Yo no sé por qué Canelo pelea en una sola velocidad, tan fácil que es provocar cambios de ritmo para favorecer la estrategia, y para sorprender al de enfrente.

El de enfrente, Daniel Jacobs, ejecutó una logística correcta, cuidadosa, a la que le faltó determinación y ganas para ganar la pelea. Cuando no hay sacrificio no hay seducción en los ojos del espectador. Helenio Herrera, el mago, decía “el que no da todo no da nada”.

Jacobs cambió de guardia varias veces y el recurso le funcionó como nunca antes. A pesar de que Álvarez estaba advertido, no pudo evitar confundirse cuando lo vio al revés. El estadounidense se llevó sólo con eso un par de rounds que amenazaron el futuro inminente de Saúl.

A la pelea le faltó acción decente para estallar, a Jacobs ya dije, y a Canelo le faltó el brinco a la gloria que estamos esperando desde hace años. Le hace falta ganar una guerra. Tal vez la busca, pero no la encuentra.

Hubo una pelea tejida al crochet, pero no hubo drama, y a Canelo alguien tiene que decirle que en el boxeo el drama es indispensable.

Hoy me llamó Víctor Cota, el gran historiador: “-Lamazón, ¿el Canelo es gran peleador o es sólo buen peleador?” Le respondí: “Buen peleador, por ahora.”

- A mí siempre me gustó el Canelo –me dice Cota-.

- Sí, carajo, pero que nos dé UNA pelea con el contenido de violencia de una Barrera-Morales, o de Chávez-Taylor, ese examen no lo ha pasado.

Canelo no peleó mal, pero peleó poco. Hizo cosas bonitas con una cintura activa y mejorada, se defendió, resistió dos o tres golpes que hubieran hecho llorar a Marvin Hagler, pero fue escaso en la producción. Tiró poco, y en el boxeo la batalla se gana con muchas balas.

Yo también sueño con ver un Canelo trenzado en intercambios de golpes para ver qué pasa. Un toma y daca prolongado que nos provoque un ulular de gargantas en un coro repentino y tumultuoso. ¿Pero debe cambiar el Canelo para complacer a la masa? No puedo reclamárselo. Es un profesional y tiene que seguir el guión acordado con Chepo y Eddy Reynoso para ganar sobre el ring.

Ganar o gustar es un eterno dilema cuando las dos cosas juntas no se pueden conseguir.

Por citar algunos anotadores respetables, Juan Manuel Márquez se inclinó por Daniel Jacobs 115 113, Fernando Barbosa y Roberto Sosa dijeron empate, Lance Pugmire (de Los Ángeles Times) la dio a Canelo 116 112 y con mi 115 113 para Canelo coincidieron The Guardian, Carlos El Zar Aguilar, Víctor Cota y Kevin Lole.

Lo de siempre. Veinte expertos por acá vieron ganar a Canelo y otros veinte igual de expertos por allá vieron ganar a Jacobs.

Saúl Álvarez mantiene latiendo la gran interrogante que lo acompaña. ¿Dónde está en el boxeo de hoy y dónde quedará para la historia?

Siempre decimos que la próxima pelea dirá mucho al respecto. Y así vamos de pelea en pelea.

Yo creo que la próxima será la tercera con Golovkin. En las anteriores dos tampoco hubo acuerdos, sólo opiniones encontradas.

Hombres juzgando a otros hombres. Desventura. Una travesía sin destino.