23 de noviembre de 2015

La victoria del Canelo y la polémica

Me escribe un amigo diciendo que ganó Cotto, que está de acuerdo con mi tarjeta. Le respondo: "Gracias, en este mismo momento varios cientos de individuos me están diciendo que soy un pendejo".

Para algunos soy un héroe, en realidad, y para otros soy villano, como sucede siempre tras las peleas que hacen conflicto con la decisión. Mi tarjeta de puntuación es la que enciende acuerdos y desacuerdos tras lo que vimos, porque después de las de los jueces es la más expuesta del mundo al escrutinio de la gente. Ni la transmisión gringa, al ser de pago por ver, es seguida por tantos millones de personas. No conozco los números precisos pero en México una noche como la del sábado arroja 10 o 15 veces más espectadores frente al televisor que los que consigue el PPV estadounidense.

El resultado entre Canelo y Cotto es la mayor división de opiniones de los últimos tiempos. Así por ejemplo alguien me pregunta por qué no gritamos "fraude" como en Pacquiao-Márquez 3 o "robo" como en Chávez-Vera 1. Le explico que en esas peleas el 99 % vio ganar a Márquez y a Vera, mientras que aquí las opiniones se parten cerca de a la mitad.

Fraude es que los tres jueces vean una cosa y el resto de los observadores vean lo contrario. Hoy la controversia es escandalosa y merece otro análisis, más allá del anatema.

Esta fue la mayor controversia de los últimos tiempos pero no la mayor que se recuerde. Quizá la mayor división de opiniones de la historia fue una de las peleas entre Emile Griffith y Luis Manuel Rodríguez, en la que dos corresponsales de agencias de noticias, ambos expertos, se recuerda, tenían 14 puntos de diferencia sobre lo que acababan de ver.

Cuando hay debate por las tarjetas los aficionados buscan socios de opinión para convencerse y, sobre todo, convencer de que tienen razón, de que lo que ellos vieron no admite cuestionamientos. "Yo sí sé, yo vi bien, tú no sabes de boxeo, tu estás diciendo tarugadas". Entonces me hacen notar que Faitelson o Lederman vieron ganar al Canelo, lo que me hace añicos. Puedo imaginar que a David y a Harold les llegan mensajes en sentido opuesto, de los que compartieron mi opinión y no la de ellos.

Harold Lederman no ha podido explicar nunca sus cuatro puntos para Manny Pacquiao en la tercera pelea con Juan Manuel Márquez, en conflicto con lo que vio la inmensa mayoría. Los extranjeros no por ser importados son necesariamente mejores observadores.

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Cotto le peleó al Canelo como Maravilla Martínez le peleó a Chávez, desde afuera, en semicírculos y en abanico, con un plan bien ejecutado para crearle dificultades a Álvarez y moverle el blanco con un movimiento perpetuo.

Que a Cotto y a Freddie Roach la estrategia les dio resultado es algo que no puede ponerse en duda. Parece que algunos esperaban que Cotto fuera a fajarse con el nuestro, para morir suicidado. No sólo hicieron bien lo que hicieron, Cotto y compañía, sino que lo prolongaron toda la pelea. Ese tarde o temprano "caer en la trampa de la pelea franca" que yo había pronosticado en mi análisis previo, no sucedió.

Enfrente el Canelo Álvarez trabajó mecánicamente bien, en algunos rounds mejor que en otros, con su búsqueda de golpes fuertes. Cada uno con su plan, los dos consiguiendo en distintas medidas lo que se proponían.

A partir de aquí es asunto de criterios del observador.

Para algunos ese Cotto cacheteador desde lejos lo hizo mejor, y para otros contaron los golpes de poder del mexicano.

Lo que hace Compubox contando golpes es bueno, porque aporta información irreprochable, y nos ayuda a juzgar, pero no es --no puede ser- definitivo que el que conecta 155 golpes le gana al que conecta 129.

Un día que no está lejano los guantes van a tener un dispositivo que medirá en kilos o en libras la calidad de los golpes y entonces sí, sabremos con exactitud quién lastimó más, quién empujó más al enemigo con la suma de impactos. Por ahora sólo tenemos el ejercicio del criterio. Lo que a usted le parece, es lo bueno para usted. Lo que me parece a mí, eso es lo que forma mi opinión.

Hay una serie de clichés espantosos del boxeo en el imaginario colectivo, como que el retador tiene que proponer la pelea y hacer más que el campeón, o que una pelea de fallo dividido es más pareja que una pelea de fallo unánime. Por tonto que parezca, lo creen millones de personas. En estos prefijos se enmarca la idea de que el rompedor de madres es más valioso que el estiloso o boxeador refinado.

A mí me sedujo más el trabajo de Cotto, elaborado por la inteligencia, ejecutado con cuidados sibilinos, y nunca abortado por el enemigo, que los golpes severos pero insuficientes de Álvarez. Los golpes del Canelo sonaban más fuertes, porque él subió notoriamente más pesado, pero pregunto yo en qué momento, siquiera breve, Cotto fue más dañado Canelo.

Lo de Álvarez fue bueno para la primera mitad de la pelea, pero después debía crecer y no creció, debía sublimarse para aspirar a la grandeza, para trascender cierta irritante medianía en la que caminó hasta el final.

Esa es la pelea que vi, le contesto a Saúl, que cuando Carlos Aguilar le preguntó qué pensaba de mi tarjeta respondió: "¿Qué pelea estaba viendo Lamazón?"

La pelea que en mi opinión ganó uno con estrategia y con boxeo, con ciencia deportiva de alta escuela y con denuedo, con más argumentos y sutilezas que la fuerza bruta de la que se esperaba que noqueara y no lo hizo.

¿Por qué? ¿Por qué tenía que noquear, como una obligación ineludible? ¿Porque se me ocurre a mí? No, señores, tenía que hacerlo porque en teoría el Canelo por puntos no podía ganar. Y no ganó.

Todo lo que dije que hizo Cotto es tangible y existió. Ahí estuvo, lo hayan visto todos, o algunos, o nadie. Yo no inventé ni imaginé mis razonamientos. Que muchos no lo hayan visto, o lo menospreciaran, o no le dieran el valor que le dieron al boxeo tremebundo de Álvarez, puede ser, lo estoy viendo, no soy estúpido.

Las peleas de dos estilos tan contrastantes siempre encienden la discordia, y es legítimo que la gente opine y elija. El boxeo no es mío, pero tampoco es del que me descalifica. Tengo mi opinión y no la cambio porque no soy pusilánime. A veces he elegido al rudo, a Durán sobre Leonard por ejemplo, y otras veces he elegido al elegante, como ahora, porque esa es la magia, mi libertad, el encanto de poder elegir en una competencia deportiva del tamaño del que los hombres son capaces sobre la tierra.

Cotto fue cerebro armonioso en funcionamiento y Canelo fue músculo abigarrado y duro. ¿Quién gana? Siempre gana el que hace más daño. Como el sensor en el guante no existe, cada cual elige lo que ve. A mí no me convenció, como a otros, el golpeo del mexicano que fue de envíos solitarios (¿combinaciones?, sí, fallaban mucho, los golpes sueltos tenían mejor destino) sin la continuidad del vendaval ni la contundencia del estampido.

La pelea que vimos, en la mayor parte de su distancia, fue la pelea de Cotto. La pelea que fuera del Canelo era una con presión constante y suficiente que rompiera el esquema (como lo hizo Margarito en la primera contra el mismo Cotto) presentado por el puertorriqueño.

Queda por explicar por qué suceden estas cosas, por qué tanta diferencia de criterios. La respuesta es que nuestro deporte no es tenis ni es futbol. No tenemos ni puntos ni goles. Contamos golpes y les ponemos un componente de calidad que sale de nuestro muy particular capricho. Pregúnteme a qué me sabe esta manzana y le responderé que a manzana, pero usted no sabrá jamás si la manzana me sabe a mí como a usted le sabe.

La victoria del Canelo es, seguramente, un algo más importante que el que yo tenga razón o deje de tenerla. Le deseo a Saúl que le vaya bien, que muestre calidad y merecimientos en lo porvenir. Es un deportista honesto. El boxeo mexicano necesita de esa agua porque sin el Canelo en estos días muere de sed.

Un individuo me dijo en un mensaje: "Lama, ¿para qué te metes en problemas? Mejor hubieras hecho una tarjeta que dejara conformes a todos".

Estoy seguro que usted entiende la dificultad.

19 de noviembre de 2015

Canelo-Cotto: la pelea

El Canelo Álvarez es hoy el mayor vendedor del mundo del boxeo y Miguel Ángel Cotto el ídolo sumo del deporte de Puerto Rico. Van a enfrentarse el sábado en una pelea apoteósica.

Pocas veces tantos agregados periféricos convergen a magnificar la atención que despierta el combate. Ninguno de los dos puede perder, los dos están obligados a ganar. Cotto es el único cuatro veces campeón en la isla y es seguro Salón de la Fama cuando se cumplan los plazos necesarios tras el retiro. Perder contra el Canelo no sería la muerte, pero casi. En el acendrado orgullo del boricua y en la dignidad de los isleños la variable derrota no juega en esta partida.

Canelo quiere la inmortalidad. Su apetito hoy es de prestigio. Ha trabajado diez años y 47 peleas para conseguirlo. Fracasó una vez, contra Floyd Mayweather, y sabe que no puede fracasar dos veces, porque sería el acabose. Una victoria lo redime, una derrota lo desaparece del pedestal sobre el que está parado. Ganar es todo, es lo único, es indispensable.

El Canelo llega el sábado al gran boxeo pateando puertas, con audiencias inmensas, con públicos heterogéneos, cada vez con mayor aceptación, y seguramente pulidos algunos de sus inveterados defectos. Crecer como boxeador le ha costado, y está lejos de ser un portento del ring, pero en velocidad, combinaciones de golpes y puntería dejó ciertos rezagos atrás. Cotto se aferra para no irse del boxeo, quiere prolongar la vigencia de su talento, niega que haya llegado para él el declive. 25 años contra 35 años, ahí está el meollo del asunto. Podría ser un buen momento para el recambio. Recuerden que siempre hay recambio, si no no habría nuevos nombres ni los viejos pasarían. Lo que no sabemos es si este Cotto en retirada por los años claudicará en esta pelea, o en la que sigue, o en la que sigue.

Hay muchos que saben mucho que dicen que gana Cotto, y hay muchos que saben mucho que afirman que gana el Canelo, este último favorito en las apuestas.

Es el nuevo gran encuentro de México y Puerto Rico en el ring. La historia registra 101 pleitos titulares. Puerto Rico ganó 53, México 45. Del Canelo puede decirse que no ha enfrentado a puertorriqueño alguno en una superpelea. Sí una victoria contra José Cotto allá lejos, y otra contra Kermit Cintrón. Cintrón nació en Carolina pero vive en Houston. La isla la conoce por fotografías.

¿Que Cotto sea puertorriqueño tiene más peso que si fuera filipino, o canadiense, o japonés? Sí, señores, sin duda. Todo cuenta en una pelea grande de boxeo, y las cosas mínimas cuentan más que todos los días. La nacionalidad, el duelo de banderas, la presencia de los aficionados, los antecedentes históricos, la buena y la mala vibra de una pelea, lo que se mastica y no se dice, lo que se sufre disimulando, lo que se disimula sufriendo, rebulle en el aire.

Los detalles son los detalles. No sé por qué a los boxeadores les importan poco, y a sus manejadores. Idiotas. Hay tanta ignorancia... Si usted me dice que no importan el lugar de la pelea, el tamaño del ring, el acolchado del piso, los guantes, la hora de la pelea, la temperatura, el réferi, los jueces, el público, yo le diré que usted está loco. Perdóneme, pero es lo de todos los días. Una pelea te la gana un buen rincón, o te la pierde un mal juez. Y así, un acolchado muy muelle te frena a un Mayweather y un piso duro te acelera y le da firmeza para pegar al fulano que es lento.

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Hablemos primero de Cotto, que nomás por aclarar no es el mejor boxeador que ha dado Puerto Rico, ni está siquiera entre los mejores cinco, pero que ha probado ser un hombre de acero y un valiente digno de cruzadas santas, que se desnuda en cada entrega, que más que matar muere cuando sube al ring. Era 2012 cuando en la pelea con Austin Trout hizo pensar a muchos que estaba terminado para esta actividad. Su edad y una producción deficiente parecían revelar el final del camino, pero llegó Freddie Roach.

Miguel Cotto podría ser la revolución más importante, o visible, o notoria, lograda por Freddie Roach en todos sus años de entrenador. Para valorar lo bien que lo presentó contra Daniel Geale en Nueva York el 6 de junio de este año --digamos que fue un Cotto de lo mejor-- hay que pensar que aquel Cotto de 2012 contra Trout había sido el peor Cotto de mucho tiempo. En el medio de estas dos peleas extremas tenemos dos peleas que no podemos tomar en cuenta. El Cotto que peleó contra Delvin Rodríguez y el que le ganó a Sergio Martínez no nos dicen nada. Cotto fue poderoso y su gancho de izquierda trabajó a impactar como en sus mejores noches, pero no había oposición.

Hemos visto demasiados Cottos diferentes a lo largo de los años. El Cotto que perdió con Margarito cambió todo y fue otro Cotto en la segunda pelea, que ganó.

¿Sabemos qué Cotto vamos a ver este sábado? ¿Un Cotto deslumbrante? Es difícil. ¿Un Cotto digno, cumplidor, suficiente? Es posible. ¿Un Cotto fracasando? Sólo si pierde por nocaut. Y perder la decisión quizá sería peor. Si el Canelo le gana a Cotto por decisión es que del combatiente de la isla ya no queda nada.

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El Canelo es más grande y más fuerte. Cotto es un hombre que inició su carrera como peso superligero. Que esté en peso medio es algo jocoso. Por eso está bien que la pelea sea en 155, peso medio, inobjetable, y un registro correcto para los dos. Sin embargo los factores a considerar, más que el peso, son las edades de los dos y la posibilidad para el mexicano de en algún lado encontrar al enemigo y hacer valer su pegada.

Yo creo que eso es todo. Porque van a tener que pelear, no lo van a evitar. También dije esto cuando Mayweather y Pacquiao, y los canallas no pelearon, pero Cotto no es Mayweather. Cotto pelea, se faja, se raja la madre. Va a boxear un poco al principio para no regalarse al Canelo, pero no lo va a ver usted corriendo para huir de la pelea.

Son dos que se paran a pelear en la media distancia. El Canelo en largo no existe y en corto se enreda consigo mismo. Cotto, si tiene piernas, podrá salir de la media y alargar los espacios para ponerse lejos de la derecha del rojo. Cotto en corta distancia aparece muy raras veces y lo hace defendiéndose, no atacando.

El Canelo es un valiente, asunto que puntualizo porque hay que considerarlo. Lo entiendo así aunque él no haya vivido todavía una gran guerra a matar o morir, esa que Cotto tuvo contra Margarito, por ejemplo. Lo dejo escrito porque no hay inmortales sin guerras en el ring, como no hay generales que pasen a la historia sin haber estado en el campo de batalla. Una victoria para el Canelo sería monumental, con guerra o sin guerra. Si la gran lucha no se presenta, sin embargo, ese frenesí de palo y palo del que uno o los dos emerjan con el rostro mirando al cielo, la tarea para el mexicano podría quedar para otro día. Hasta que el Canelo no conozca la agonía y la resurrección en el ring, no será un inmortal, con independencia de los resultados.

Los elegidos son prodigios de voluntad, y ninguno puede prescindir de demostrarlo.

¿Qué podemos esperar?

Creo que una gran pelea, ojalá que de aristas épicas. Al principio habrá boxeo pulcro y precauciones rigurosas. Cotto es candidato a ganar los primeros rounds, pero la pelea tiene que estallar. El de Puerto Rico hará bien si boxea y se protege para estar a salvo, como en la segunda contra Margarito, sin embargo va a caer en la trampa y en algún momento va a caminar hacia la derecha del Canelo.

El mexicano alcanzará a Cotto alrededor de la mitad de la pelea. Le va a pegar. Cuando fue contra Mayweather sabíamos que a Floyd no le iba a poder pegar. Ahora es diferente, tiene que encontrar al rival y conectarlo. Ahí aparecerán su fuerza y juventud a buscar sumar. Poco probable que le alcance para una decisión, de manera que sólo quedará multiplicar envíos procurando definir.

Si el Canelo pierde el boxeo mexicano entrará en un túnel obscuro, por un tiempo impredecible. Ya no tenemos boxeadores capaces de encabezar peleas de este tamaño planetario, y que tengan el poder del encanto y la seducción para ponerle al acontecimiento esta sensación de cosa grande, para la historia.

Mientras esperamos, pensemos que el boxeo lo hace otra vez. La pelea es grandilocuente. Seguirán algunos diciendo que esto es violencia. ¡En qué momento lo dicen! Cuando la violencia del boxeo es un juego inofensivo en este mundo atroz habitado por lunáticos y criminales. En Las Vegas los actores del sábado no reconocen otro límite que el cielo. Están viviendo días conspicuos y esto siempre es la gloria. Sólo el boxeo puede obrar el milagro, para darle la razón a Georges Carpentier, que estando en pleno apogeo, cuando en una entrevista uno de los más connotados representantes de la brigada antiboxeo quiso ponerlo contra las cuerdas, contestó: "lo único que no quiero es volver a las minas, donde uno envejece diez años en diez semanas, cuando no muere trágicamente".

El boxeo les da más de lo que les quita. Y a nosotros, los observadores, nos da pasión y no nos quita nada.

El sábado es gran noche de boxeo con Cotto y Canelo, y no hay indiferentes.

7 de noviembre de 2015

Carlos Monzón, a 45 años del título

Hace 45 años el mejor de los boxeadores argentinos se convertía en campeón del mundo. Carlos Monzón hacía añicos los pronósticos noqueando en Roma al ídolo local Nino Benvenuti. Iniciaba el camino a la leyenda.

Para mí Monzón es el cuarto mediano de la historia, detrás de Harry Greb, Ray Robinson y Mickey Walker. Para el historiador mexicano Víctor Cota es el séptimo, siguiendo a Robinson, Leonard, Greb, Walker, Ketchel y Cerdán.

Para el profesor Marty Mulcahey Carlos Monzón es el mejor peso mediano que se haya visto jamás, "con la derecha más inteligente de la historia del pugilismo". Ángelo Dundee me decía con frecuencia que su debilidad por Monzón la explicaba porque Monzón era un peleador completo, que tenía todo y todo lo hacía bien. Sin embargo Ángelo, el gran gurú del boxeo en los últimos mil años, decía "pero el mejor peso medio de todos los tiempos fue Charley Burley".

En cuanto a Burley, estoy de acuerdo con que fue algo especial (vean el lugar que ocupa en mi libro de historia del boxeo), pero sólo los que nos hemos metido hasta el fondo en los intersticios de la historia sabemos quién fue. Si cualquiera lo menciona en una mesa de amigos se le van a reír. El aficionado común piensa 'a ese wey no lo conozco pero Hagler era mejor'. Aquí lo insólito es que lo dijo Dundee, y por eso se los doy a conocer.

Con Bert Sugar Randolph nunca me puse de acuerdo del todo sobre los méritos de Monzón, aunque para mí Bert es el dios de los historiadores de boxeo.

Como pueden ver en materia de opiniones hay muchas, demasiadas.

En cualquier caso Carlos Monzón está contenido en el puñado de los mejores peleadores de latinoamérica: Roberto Durán, Julio César Chávez, Alexis Argüello, Rubén Olivares, Wilfredo Gómez y Pascual Pérez lo acompañan. Hay otros inmortales, pero de este nivel de elegidos del cielo, sólo los mencionados.

Monzón fue mi amigo y ahora, en este aniversario, no se me ocurre nada novedoso para decir sobre él. Todo parece dicho. Diré que nunca conocí a un deportista con tanta aversión a la derrota. No hubo otro capaz de sobreponerse así a la adversidad. Capaz de resistir tanto para no perder, a nada, que hoy me pregunto cómo es que no volvió de la muerte.