29 de noviembre de 2020

Mike Tyson modelo 2020

mike tyson vs roy jones
Podía pasar cualquier cosa y pasó lo mejor que podía pasar.

La versión urbana y presentable de Mike Tyson, la más alejada del energúmeno de otros días, cumplió su compromiso asumiendo la exhibición con seriedad. Hizo para nosotros, los espectadores, lo que más le cuesta en la vida, portarse bien. 

No habrá desencantados. Si alguien esperaba más, tendríamos que preguntarle qué diablos esperaba.
Roy Jones ayudó a ver a Tyson como un hombre bueno, al ser el antihéroe de la noche. Poco preparado, prematuramente fatigado y exhibiendo pliegues de grasa abdominal que insinúan al exboxeador que pronto será, con una figura decadente y cansada.

Lo rescatable del show en el Staples Center fue la posibilidad de ver a Tyson en acción, especialmente para los jóvenes que de él oyeron mucho y vieron poco.

A mi me hubiera gustado decir que vi en vivo a Rocky Marciano o a Marcel Cerdán, pero no alcancé.
Hace 30 años vino a bailar a México ese coloso de la danza llamado Rudolph Nureyev.
Cuando expresé mis planes de ir a verlo algunas personas intentaron desalentarme.

“-Ya está viejo… ya se fueron sus mejores días.”

Mantuve mi interés y fui a ver al ruso, yo que de danza no sé nada, y no me arrepiento, lo estoy contando tres décadas después. Siempre es un privilegio estar o ver a alguien que es el mejor en lo que hace.

Mike Tyson ganó multimillones en su vida de boxeador, y gastó lo que ganó y algo más. Cuando salió de la cárcel y estaba libre para contratarse, se lo disputaban media docena de promotores. Las labores de seducción fueron interminables, porque Mike no tomaba una decisión. Un día de esos, de angustia prolongada, de zozobra infinita, de ver quién era capaz de ofrecer más y mejor para convencerlo, Don King preguntó a un asistente: “¿cuánto pesa un millón de dólares?”

- 25 libras (11 kilos), se averiguó y le dijeron.

“ –Está bien, puedo con el peso. Pongan en tres sacos un millón en cada uno… y vamos..."

King visitó a Tyson y desparramó en el piso los tres millones… treinta mil billetes de 100… “es un regalo que te traigo, el dinero es tuyo, firmes o no firmes conmigo.”

Así King, al modo de Don King, se quedó con Mike Tyson que tenía un pasado ahíto de historias y dos puños que hacían aparecer dinero como el mejor mago de la chistera. 

Ese Mike Tyson, por esos días riquísimo, dueño de cada día una historia, de historias buenas e historias malas, peleó mucho y un día se retiró del boxeo, pero no se fue del mundo ni se fue de la vida.

Estaba acostumbrado, eso sí, a todos los excesos. Era lo único que conocía, porque las tristezas de los años viejos, ya estaban olvidadas.

Tyson continuó tomando decisiones. Se hizo actor, se dedicó a visitar teatros aledaños o lejanos contando su vida tenebrosa, y estableció en California una industrializadora de marihuana.

Y en eso de vivir, andar, sufrir, un día pensó en volver al boxeo, o en un acercamiento de senectud a la actividad que lo hizo rico y famoso.

El día fue ayer. 

Muchos años antes Mike había escogido su vida de boxeador, el oficio de la violencia, porque pensó, tal vez, que no había un modo más persuasivo de abrirse paso en la vida que no apiadarse de nadie.

Pocos dudan de que Mike Tyson continúa buscándose en un mundo demasiado grande para él, tan elemental, y no se encuentra. Ya se sabe, otros conversan con psicólogos, pero eso no es para los hombres duros de esta dureza, inexorable y fatal.

En estos días desbordados por el nombre de Maradona, pienso en lo que los pueblos hacen con los ídolos del deporte, con sus gestos exuberantes y grotescos, con sus dichos sin brújula. 

Acaso porque los hacen genios y saben que la genialidad se casa siempre con la locura.
Nadie da más felicidad colectiva a las masas olvidadas.

La exhibición de Tyson fue un movimiento de ajedrez, de alguien que instintivamente desea seguir viviendo. 
Será de interés saber qué dice a continuación, si esto fue todo o le quedan ganas de seguir.

Dice el gran Lelouch, en su película Mariage, “los mejores años de la vida son los que aún no vivimos.”

25 de febrero de 2020

El peso completo hoy

De vez en vez el presidente en turno de los Estados Unidos roza el boxeo con una declaración, una acción, o un hecho que lo acerca.

Lo peculiar en el caso de Donald Trump es que él fue promotor de grandes peleas. Varias veces lo saludé al borde del ring del Trump Plaza Hotel, en Atlantic City, a metros del imponente Boardwalk; y en 1988 cuando Mike Tyson ejecutó a Michael Spinks y lo retiró del boxeo, con el Dr. Elías Ghanem, con quien estábamos representando al CMB, conversamos algunos minutos con él.

Viene a cuento porque ayer Trump comentó que disfrutó la pelea de Fury con Wilder y los invitó a los dos a la Casa Blanca.

En mayo de 2018 este presidente concedió un perdón histórico a Jack Johnson, que fue una especie de Muhammad Ali cincuenta años antes de Ali, y que por eso de romper las reglas y provocar al sistema a cada paso fue encarcelado, perseguido y estigmatizado en su tiempo.

Donald Trump no fue el único presidente que se pronunció sobre el boxeo.

El 4 de julio de 1910, día de Independencia, Jack Johnson y James J Jeffries pelearon en Reno ante 16,528 espectadores en uno de los asuntos boxísticos más grandes de la época y de todas las épocas. El promotor Tex Rickard invitó por telegrama público al presidente en funciones, William Howard Taft, para que actuara como réferi del combate. Taft declinó la invitación pero en agradecimiento envió a uno de sus hijos a hacerse presente en su representación.

Años más tarde, es bueno recordarlo por lo que vale la anécdota, el presidente Dwight Eisenhower invitó a Rocky Marciano a una cena de gala en la Casa Blanca. En algún momento de la velada, inesperadamente, el gobernante pidió al campeón dirigir unas palabras a la concurrencia. Abrumado por la sorpresa, Rocky, que era un magnífico muchacho, más querible que un santo, dijo: “Como para mi hablar en público es muy difícil, me disculpo, pero puedo ofrecerles hacer un round con cualquiera de los presentes.”

Joe Frazier nos dijo una noche, en una cena, a varios amigos en Nueva York: “Un día llamé a la Casa Blanca porque quería saludar al presidente Nixon, me dijeron ‘véngase ahora’. Yo sabía que abrir esa puerta, la más grande de mi país, no era cosa mía, de Joe, era lo que consigue un campeón mundial de peso completo.”

Miles de historias se han tejido alrededor del boxeo y del peso máximo. El sábado Tyson Fury y Deontay Wilder pusieron una bisagra a la historia de este deporte. No se esperaba tanto. Las peleas nunca entregan justo lo prometido. A veces dan más, a veces dan menos.

El bárbaro alboroto causado por lo del sábado en el escenario inmarcesible del MGM, tiene que ver mucho con lo que semejante batalla aporta al negocio y a la competencia del boxeo.

Dos décadas una duermevela insoportable había mantenido a los pesos pesados fuera de los reflectores. Desde los adioses de Larry Holmes, de Mike Tyson y de Lennox Lewis –agreguen a Holyfield si quieren- la división fue cubierta por un imaginario y lúgubre rebozo gris. En ese hueco se divisó a los hermanos Klitschko, que jugaron con eficacia pero sin calidad. Segunda división.

Tyson Fury es un coloso y un orate. Al menos es lo que deja ver la caótica historia que presume, o actúa.Tal repercusión ha tenido su triunfo que el boxeo lo necesita. Por habilidades y por carisma. Porque no se parece a nadie.

Es pueril contar cuántos títulos ha ganado. Seis o uno, da igual. Que Fury gane este título o aquel es un asunto exclusivamente comercial, no una meta para la gloria deportiva. Campeón de la AMB o de la IBF, o franquicia, o lineal, ¿a quién le importa, si hoy los títulos son basura? Es el campeón, eso es todo.

Lo que debemos preguntarnos es si Fury tiene algo de valor para meterse a la historia de los Heavy. Lo visto sugiere que le hubiera dado batalla a cualquiera, aunque ganarles es otra cosa. No les hubiera ganado ni a Holmes, ni a Lennox, pero los hubiera puesto a sufrir.

¿A Tyson? ¿A Holyfield? ¿A Riddick Bowe? No lo sabemos, y a Fury hay que dejarlo andar, para que sepamos de qué es capaz.

La pelea del sábado estuvo más cerca del callejón que del conservatorio, pero entiendo que la estrategia fue colosal. Arruinó algo una estética más pretenciosa que podría haber tenido la pelea, pero le permitió caminar a la victoria con la seguridad de un equilibrista sobre el alambre.

Lo mismo hizo Durán para ganarle a Leonard, la única vez que pelearon.

Lo de arrojar la toalla para terminar la pelea es especial. No está permitido (o está “recomendado” no hacerlo, aunque no está escrito en las reglas), pero se hace, y cuando la toalla llega cualquier réferi detiene el combate. Con una excepción, peleaban Miguel Cotto y Yuri Foreman en 2010 en el Yankee Stadium. Cuando llegó la toalla para proteger a Foreman, saltaron al ring camarógrafos, asistentes, etc y en dos segundos había 30 personas arriba. La pelea había terminado. El réferi Arthur Mercante Jr no estuvo de acuerdo (“a mí nadie me para una pelea tirando una toalla”), le tomó casi diez minutos desalojar el ring, pero hizo seguir las acciones. Fue para la posteridad.

Fury-Wilder se erige como una redención del boxeo, no una resurrección. Para eso falta. Faltan peleadores y faltan peleas que regresen el estado de cosas a la propuesta primigenia: que el campeón mundial de peso completo sea el hombre más poderoso de la tierra.

4 de febrero de 2020

Óscar De La Hoya es mexicano

oscar de la Hoya mexico
La nacionalidad es para los seres humanos una condición de identidad que reúne, agrupa, fortalece y dignifica a ciudadanos que tienen asuntos en común, generalmente el haber nacido en un territorio determinado. Se adquiere de varias formas, dos de ellas son el nacimiento y la naturalización.

Oscar de la Hoya se naturalizó mexicano el 11 de diciembre de 2002 en una ceremonia en el Consulado Mexicano de Los Angeles, en la que estuvo acompañado de su esposa Millie Corretjier y recibió la matrícula consular número 200,000 que lo acredita como nuestro connacional. La ley pone algunas restricciones a los no nacidos en territorio nacional, pero no dice que unos mexicanos son de primera y otros son de segunda.

La inclusión de Oscar de la Hoya en la lista de los mejores boxeadores mexicanos de todos los tiempos desató preguntas, aprobación, dudas, quejas y en algunos casos, pocos, indignación.

Cuando pregunté a algunas personas por qué se resisten a aceptar a De la Hoya como mexicano genuino me contestaron que porque no vivió nunca en México.

Recuerdo a Oscar subiendo siempre al ring, desde que era amateur, con la bandera mexicana, y no me parece que lo hubiera hecho con intenciones aviesas entonces, cuando su gran futuro era aún incierto y lejano. Recuerdo también que el comité olímpico de los Estados Unidos lo amenazó por no desentenderse de la enseña tricolor, y Oscar no hizo caso.

César Vallejo es la figura cumbre de la literatura peruana, y prácticamente no vivió en Perú. Nadie le niega su peruanidad.

"Hay golpes en la vida tan fuertes...

Yo no sé...

Yo nací un día

que Dios estuvo enfermo...", decía el peruano maravilloso, ¿se acuerdan?

En contraste, a Gabriel García Márquez son muchos los colombianos que le reprocharon severamente que haya dejado su tierra por décadas. Pero nadie se atrevió a decir que no era colombiano.

Somos peculiares los hombres para manejar nuestros afectos, nuestros amores, la aceptación de los demás.

México es un país en el que no he notado, nunca, ni una triza de xenofobia, por lo que la actitud de los que aceptan a Oscar de la Hoya como nacional, me parece correcta y buena.

Imagínense si a Mantequilla Nápoles o a Ultiminio Ramos no los hubiéramos aceptado como mexicanos. En la historia del boxeo cubano no están. Si en la de aquí tampoco... habría que concluir que no existieron.

"Quien considera que los buenos extranjeros no son extranjeros en su patria, engrandece su nación hasta igualarla al mundo", escribió el uruguayo Constancio Vigil.

Tomémoslo en cuenta.

2 de febrero de 2020

Los errores en la pelea Tadurán vs Cejitas

Para empezar, tenían que anotar el round 5 (regla 12-5-B del reglamento de la IBF) y no lo hicieron.

Si el reglamento estuviera bien redactado (que no lo está) tendría que decir que una pelea consta de 12 rounds SEPARADOS por un minuto de descanso. La palabra ‘separados’ tiene la finalidad de dejar claro que la pelea no puede terminar en el descanso, termina en el 4 o termina en el 5.

El 4 había terminado, y lo que vimos parece indicar, para mí claramente, que la decisión se tomó en el momento de iniciar el 5.

¿Cómo se califica un round que no tuvo acción? Se califica 10-10.

Me preguntan que por qué no lo dije en la transmisión de TV. Muy fácil: porque no sabíamos qué final tendría la pelea, ¿KOT o tarjetas por haberse agravado el corte?

DESDE QUE TERMINÓ LA PELEA hasta que supimos que habría tarjetas pasaron 4:57 interminables minutos durante los cuales nadie supo hacia dónde iba la decisión. PERO DESDE QUE SE PRODUJO EL CORTE a esos 4:57 minutos hay que agregarles unos 15 minutos más de absurda oscuridad, de misterio.

Hace 10, 15, 20 años digo que al boxeo le falta esa regla: la que cuando se produce un corte mande al réferi señalar de inmediato si fue cabezazo (que es una infracción) o encontronazo de cabezas (que es un accidente).

Para colmo de males debo decir que el corte, en mi opinión se produjo por un cabezazo, es decir por un foul. Tadurán no llevaba la cabeza más adelante porque se hubiera decapitado.
Fue alevoso. ¿Cómo defendería el filipino que su acción fue un accidente inevitable?

Las cabezas se rozaron, se pegaron, se estorbaron y todo el tiempo protagonizaron una guerra aparte.

¿Por qué sabemos que el réferi interpretó choque accidental? Porque si para él hubiese sido infracción y no accidente, debía descontar 2 puntos al infractor (regla 12-A-2 del reglamento) en el momento del corte antes de permitir la continuación de la pelea.

Digresión de mi parte es decir que la mañana del domingo leí algún comentario que hizo en redes José Antonio Hernández, el rincón de Cejitas Valladares, afirmando que el réferi debía descontar un punto a Tadurán cuando se produjo el corte. Permítame el querido Charro que lo corrija: eso es en el reglamento del CMB (1 punto), no en el de la IBF (es 2 puntos).

Otro día vamos a ver qué pasa cuando tras un estallido de cabezas el que sale lastimado es el cabeceador.

¿Qué procedía hacer diferente entonces? Ir a las tarjetas fue correcto bajo la premisa de un golpe accidental (lo decide el réferi y es sólo su criterio). Lo que está mal desde el principio de los tiempos es que cuando un boxeador se corta y aparece la primera gota de sangre el mundo se ponga de cabeza para todos, porque el estado de cosas se convierte en un secreto inexpugnable en lugar de que una seña simple del tercero en el ring nos diga ‘fue cabezazo’ o ‘fue choque accidental’.

Las peleas dividen opiniones. Para mi Tadurán ganó los cuatro rounds. No sólo los ganó sino que fue mucho más que el mexicano. Mi opinión en la transmisión fue también la de Julio César Chávez, Marco Antonio Barrera, Rodolfo Vargas y César Castro.

Duele que pierda el mexicano cuando el enemigo es de otra nacionalidad, pero no reconocer al visitante, traicionar lo que nos dicta nuestra conciencia, es de hombres francamente pequeños.

Votar por el local, por el favorito, por el famoso, por nuestro compatriota, si no lo merece, es abominable.

El fallo oficial en Monterrey, el empate con una tarjeta a favor de Valladares, me parece obsceno.

Las tres grandes tragedias de la humanidad han sido la peste, la hambruna y la guerra. Hay que agregar los fallos de los jueces del boxeo profesional.