30 de septiembre de 2013

El deslucido triunfo de Junior Chávez

El peor balance de la pelea del sábado no es el naufragio de Julio César Chávez Jr., sino constatar que los jueces están matando el boxeo. Cuando ocurrió el robo a Juan Manuel Márquez en la tercera pelea con Manny Pacquiao, hace 22 meses, todos pensamos que habíamos tocado fondo, que no veríamos nada peor. El boxeo, sin embargo, sigue a la deriva.

Julio César Chávez Jr. debería enojarse menos con las críticas y asumir que su vida de boxeador no tiene rumbo ni destino. Así no, porque hoy camina hacia ninguna parte. Él se instala en la negación de la realidad y desde ese mirador traicionero cree que sólo atisba enemigos. Si un coro de voces le grita al unísono que se equivoca, una decisión razonable sería cuando menos examinar qué está sucediendo. Cuando perdió con Maravilla Martínez estaba obligado a pedir perdón, por haber defraudado tantas expectativas, pero se enojó. Yo lo oí, cuando lo entrevistaba David Faitelson dijo: "ahora estoy viendo quiénes son mis amigos", y da la impresión de que ESOS que veía son precisamente los amigos que debería haber dejado de ver. Los que le dicen que es el más chingón y el más bonito cuando está fracasando y necesita que lo rescaten del error. Pero en fin, nada nuevo, son mil los boxeadores que se han perdido por no saber de quiénes rodearse.

El boxeo necesita a Julio César Chávez Jr., porque querido o no querido; bueno, malo o regular como boxeador, tiene rating y convoca multitudes, y los proyectos televisivos viven de eso. De todos los demás peleadores también viven, claro, pero los taquilleros son los pilares del edificio promocional.

Chávez puede salvarse o no para el deporte, depende de él, y si no lo logra se irá despacio e inexorablemente al olvido. El boxeo continuará, y verá pasar con dolor a otro de sus protagonistas que se malogra por falta de conducción.

En desesperada defensa de su dignidad, poco después de terminada la pelea en Carson, con la pírrica victoria sobre Brian Vera bajo el brazo, dijo que la gente lo abucheaba porque quería ver un nocaut que no llegó, y logró instalar una discusión que aún está viva entre los aficionados, sobre decidir en una pelea (en esta pelea) quién gana, el que pega más o el que pega más fuerte.

El debate es legítimo, y yo mismo debo aceptar que he predicado: "Los golpes de poder van por delante". Carlos Aguilar me preguntaba después de la pelea, yendo a las profundidades del tema: "¿Cuántos golpes te gustan, Lama, para intercambiarlos por un golpe de poder?" Le respondí que hay que usar siempre el criterio. El golpe con el que Márquez noqueó a Pacquiao vale más que todos los golpes del adversario, pero cuando el daño del golpe fuerte no es de esas dimensiones, hay que pensar, y volver a pensar: "¿Cuantos golpes de poder necesitaba Chávez para neutralizar e invertir el resultado de los rounds en los que Vera trabajaba tanto?"

Esta es una discusión siempre vigente. En la primera pelea Morales-Barrera los jueces se fueron por la cantidad (de Erik) sobre la calidad (de Marco Antonio), pero esa fue una pelea pareja. Nadie me va a decir que este Chávez peleó como aquel Barrera. Además los golpes de poder de Julio César Jr. tenían sustento en que él era un boxeador más pesado que Brian Vera.

Reducir el análisis de esta pelea a golpes fuertes de un lado y golpecitos del otro, me parece un despropósito. Hay algo que trasciende los movimientos mecánicos de los dos sobre el ring, y es la evidencia de que Junior no mejoró casi nada con relación a la pelea de un año atrás con Martínez. ¡Vamos, empeoró si miramos su peso inicuo! Otra vez pareció que lo habitan fantasmas que no lo dejan sacar lo mejor que tiene. Él es mucho mejor que este que vimos, pienso en las peleas que hizo contra Andy Lee, contra Ray Sánchez, contra John Duddy y hasta con Matt Vanda, aquella en la que fue injustamente abucheado. En todas esas peleas peleó hacia adelante, ahora peleó hacia atrás. Es mucho mejor dije, aludiendo a lo que potencialmente posee y que, dadas las circunstancias, no sabemos ya si alguna vez volverá a exhibir.

El examen round por round de la pelea del sábado unifica opiniones, sobre su derrota deportiva, pero no es posible ignorar que lo peor no fue la derrota (la que vimos todos, claro), sino la abulia, el desencanto, la falta de voluntad, la arrogancia al terminar el combate. La actitud autodestructiva perversa que lo está asesinando sin que pueda o quiera hacer algo para remediarlo. ¿Qué, alguien no se dio cuenta de que era un rival al que el mejor Chávez tiene que ganarle diez de diez peleas? Pero el problema es que el mejor Chávez ya no sabemos dónde está, o si existe.

La incompetencia de los jueces es capítulo aparte y una vez más, como ya con toda frecuencia, como las Siete Plagas del Apocalípsis, ha caído sobre el boxeo. No todos los jueces son malos jueces, pero los peores parecen conseguir con mayor facilidad una silla en las mejores y más importantes peleas.

El 17 de diciembre de 1977 pelearon en España el Brujo Ortega y Cecilio Lastra por el campeonato mundial de peso pluma. El juez Medardo Villalobos, panameño igual que el campeón Ortega, dio un fallo de 148 a 143 (5 puntos) favorable a su compatriota, mientras Jesús Bermejo entregó un resultado de 149 a 138 (11 puntos) pero favorable a Lastra, que --como él-- era español. Quizá no era lo peor que recogía la historia en materia de decisiones, porque en el boxeo ha pasado de todo, pero de esto se habló durante varios años, sin que nadie imaginara lo que vendría después.

En aquellos años era la maldición del nacionalismo (el nacionalismo, la manía de los primates, dijo Borges), pero después en el Consejo Mundial de Boxeo se reglamentó la neutralidad del jurado, que fue una gran medida, y que como corresponde a toda regulación buena... duró poco.

Llegó Nevada y su comisión de boxeo a proclamar que para qué neutrales si los que ellos tienen son muy buenos. California no se queda atrás, a veces, como acabamos de comprobar. De Nevada el boxeo necesita mucho más que esta actitud prepotente y canallesca de atropello a los demás del mundo. Necesita que encabece con los organismos del boxeo un movimiento para certificar jueces con candados que les impidan continuar si reinciden en fallos equivocados que están acabando con lo que queda de este deporte.

Me gustaría, por fin, decirle a Chávez Jr. que hay otra vida para un deportista, que quizá no todo está perdido, que debe reflexionar y sumarse a la lista de los que cuando se van dejan un recuerdo imperecedero porque se esforzaron y lucharon, que piense en ser sobrio en la relación con la gente, que en el sorprendente mundo del deporte se puede ser un triunfador con independencia de los resultados obtenidos en la cancha o en el ring. Edificando siempre, haciendo útil y valioso cada movimiento en el ajedrez del vivir.

15 de septiembre de 2013

Perdió Canelo, ¿alguien esperaba otra cosa?

Al Canelo Álvarez podrán reprochársele muchas cosas, excepto lo que curiosamente muchos le reprochan después de la pelea: no haber estado a la altura de Floyd Mayweather Jr. Yo rutinariamente escribo, y espero que nadie me reclame que no lo hago como García Márquez. Hay límites y hay niveles, y hay alturas que simplemente no estamos destinados a conquistar.

Antes de la pelea casi todos los pronósticos anticipaban lo que sucedió, la victoria por decisión del portentoso peleador estadounidense. Yo también dije en muchos micrófonos (aunque tantos individuos aseguran que no escribo de otras peleas que no sean las de TV Azteca porque TV Azteca “me lo prohíbe”) que tendríamos el resultado que tuvimos, dejando una posibilidad siempre viva de que pudiera acontecer otra cosa. Hay peleas donde sucede lo inimaginable y otras en las que no sucede nada extraño, como en la de anoche.

La historia del Canelo es la de muchos peleadores que lograron eslabonar una cadena impresionante de victorias en una carrera muy cuidada y que cuando llegó el día de dar el gran paso contra el campeón de turno, se desmoronaron. Le sucedió al célebre colombiano Mario ‘Martillo’ Miranda contra Juan LaPorte y también al impresionante Mike ‘La Cobra’ Colbert al toparse con Marvin Hagler.

Esta pelea era para Álvarez la búsqueda de una victoria que prometió tanto, y esperaba que lo pusiera a la altura de los grandes mexicanos Julio César Chávez, Rubén Olivares o Juan Manuel Márquez. No hay problema con que lo haya prometido. Está bien, nadie espera que un boxeador asegure que va a perder. Sí hay problema con que lo haya prometido mucho y lo haya procurado tan poco.

Da la sensación de que las cosas no se hacen del todo bien en su preparación. Y si no se hacen del todo bien en una pelea tan importante y cara, se hacen mal. Preparar a un campeón del mundo y o a alguien que va a cobrar diez millones y será escrutado por medio planeta es una labor de alta ingeniería, destinado a gente con un especial sentido de responsabilidad y vocación de excelencia. Un triunfador sólo puede poner su destino en manos de otros triunfadores.

Es inconcebible para mi que en dos meses de publicidad constante una muchedumbre de periodistas, reporteros, arrimados y afines hayan hablado tanto diciendo tantas boberías insustanciales alrededor de la vida del Canelo y nadie, nadie, nadie se haya ocupado de lo verdaderamente importante, es decir lo boxístico.

Cuando se pacta una pelea se hace en una negociación compleja, para la que se requiere la inteligencia de quien es capaz de ganar un campeonato mundial de ajedrez. Es necesario que se pelee todo como si en cada detalle nos fuera la vida: lo esencial era el jurado y la medida del ring, pero también qué acolchado tendría el piso, la marca de los guantes, la hora del pesaje, la esquina a utilizar, quién sube primero, etcétera. Nos retacan lo baladí de la vida del boxeador, que si fue o no fue novio de una locutora, o que si tiene un carro importado y está por comprar otro, pero de boxeo… nada. ¿Es aceptable que a nadie de los alrededores se le haya ocurrido preguntar qué negociación hicieron cuando firmaron el contrato? ¿Es posible que si Televisa, De la Hoya o el señor Reynoso defendieron algo de esto que había que defender como asunto principalísimo no nos lo hayan dado a conocer? ¿Es posible que nadie del grupo del Canelo haya incurrido en el pecado de una mentada de madres por el acto bárbaro, ignominioso, de los gringos que otra vez nos reciben con réferi y jueces gringos como el peleador que tenemos enfrente.

Es posible que haber sacado ventaja en estas aparentes minucias (no son asuntos menores, un ring de 5.50 no era lo mismo para la pelea que uno de 7.30 metros) no cambiara el resultado de la pelea, pero cuidar los detalles contribuye a hacer las cosas bien, y a ganar el round cero que es el más importante de los trece rounds en disputa. Para un corredor de Fórmula 1 sería una catástrofe no escoger bien las llantas adecuadas en un día de lluvia, y aquí es lo mismo.

Hace algunos años Canelo tuvo al frente de su equipo a Rafael Mendoza Realpozo, que es el mejor en México para cuidar con prolijidad estos pormenores que a su equipo actual parecen importarle poco, pero se pelearon y rompieron relaciones. Una lástima porque si lo administrativo está mal encaminado lo boxístico sobre el ring no parece estar mejor.

Veamos. Ya sabíamos que el Canelo no haría con sus brazos mucho más que lo que hizo en la pelea, porque en su larga evolución no ha podido crecer en combinaciones de golpes salvo cuando tiene al rival contra las cuerdas, presupuesto que con Mayweather no aplica porque Mayweather sabe no estar donde el rival quisiera que esté. Dependía entonces, para esta pelea, de sus piernas, que tendrían que haber ensayado en diez semanas de preparación movimientos de encerronas a Floyd que tampoco hizo. Yo hubiera jurado que Canelo los practicaría hasta que le salieran solos, con automatismo y rapidez, para encapsular a tan hábil fugitivo. No lo hizo. Sin estrategia no había esperanza.

Sin armas para la guerra ya no nos quedaba nada, pero todavía creo que Saúl debió hacer un cambio de ritmo y jugarse el pellejo en la segunda mitad. La hecatombe estaba a la vista y consumada, pero podía no dejarse morir antes de tiempo. A veces es mejor hacer el ridículo que no hacer nada. Para mi debió echarse encima de Floyd Jr., o cuando menos intentarlo, con brazos abiertos, con desesperación, con el desorden de quien corre mariposas en el campo, pero procurando propiciar el milagro.

La pelea era difícil, casi imposible, y encima el Canelo le facilitó el trabajo a Floyd Jr. Fue descorazonador.

Nada, señores. No hizo nada. No le pedíamos al nuestro que ganara la pelea, porque hay cosas que no se pueden lograr y todos lo entendemos, pero sí anhelábamos que aprovechara esta dichosa oportunidad incomparable para intentar el arrebato de cazar al prófugo del ring con mayor ahínco y fiereza. El Canelo hizo lo que hace el galgo en el galgódromo cuando persigue la zanahoria mecánica: corrió detrás de un espejismo, inalcanzable. Y no lo alcanzó.