18 de diciembre de 2016

El sucio robo a Toño Morán

La pelea de ayer entre Antonio Morán y Emanuel el Pollo López, en Tuxtla Gutiérrez, no pasó por televisión, de modo que la mayoría de las personas que lean este comentario no la habrán visto. Por lo tanto no podrán imaginar nunca de qué tamaño fue la injusticia con que un fallo bestial (y que perdonen las bestias el calificativo) negó al primero de ellos una victoria que merecía ampliamente tras haber hecho una producción sobresaliente.

Yo veo boxeo hace 52 o 53 años, amigos. Diez peleas por semana y a veces muchas más, y aunque los fallos idiotas abundan, apenas puedo recordar 3 o 4 casos de herejías como la de anoche.

Morán perdió el quinto round, y ganó los otros siete.

Un juez lo dio ganador. Otros dos señores se la dieron al Pollo, casualmente chiapaneco, como ellos.

Un mar de indignación se agitó entre la gente del boxeo alrededor del ring, pero como usted adivina, no pasará nada. Tendría que tener mucha dignidad el comisionado local para reaccionar, y no lo hizo a tiempo, es decir en el momento, rechazando el insuceso.

Alguien de la promoción vino y me dijo al oído: “Es terrible la incapacidad de los jueces de aquí”. – Ah, sí, ¿incapacidad? Pero fíjate que se equivocan para favorecer al local, no al visitante, le respondí.

Así es desde que el boxeo existe: los jueces incompetentes votan por el local, por el famoso, por el compatriota, por el del promotor o por el favorito.

¿De qué infecta calaña, de qué falta de educación y sentido de la justicia serán estos mequetrefes que le quitan a un chico una victoria en una pelea que no admitía dudas?

Por ahí del segundo round, como Morán me estaba llamando la atención por su buen trabajo, me puse a observar qué pasaría con él cuando lo conectaran con solidez, cosa que me fue imposible averiguar porque en el resto de la pelea López le pegó muy poco, aunque le ganó el round número 5. No exagero un ápice si digo que en dos o tres rounds de la pelea el Pollo no le pegó un solo golpe digno de un comentario.

Estos individuos inmorales capaces de dar tan terribles decisiones, son desalmados. El que ganó y no se la dieron entrenó muchas semanas, hizo mucho y bien por su sueño de crecer como deportista y como ser humano, tiene familia, defiende un futuro, se parte el alma, trabaja mientras le pegan. Es fácil que cualquier día pierda la motivación y abandone todo acobardado por tanta vileza y crueldad.

Hace años que digo que en el boxeo juez es cualquiera. Y cuando lo digo me refiero a que se llega a juez por un compadre o un amigo. No hay escuelas y no hay exigencias. Son gente que no pasa por un filtro. Un profesionista estuvo en aulas, tuvo maestros, rindió exámenes, se formó. Un pelagatos cuate de la cantina no pasó por ningún lado, y las comisiones de boxeo le abren las puertas con trato de respetable señor juez.

Hay excepciones, y jueces honestos, por supuesto. Esos no están en cuestión.

¿Quién va a poner orden en nuestro deporte? En los organismos no se puede confiar porque hace rato andan extraviados. México carece de una federación nacional con fuerza y trabajo digno. Si estoy equivocado que me diga la Fecombox qué ha hecho y qué va a hacer para que crímenes como el de ayer en Chiapas ya no puedan ser cometidos por dos imbéciles con la más indignante impunidad.

27 de octubre de 2016

Edith y Marcel, la más perfecta historia de amor

Dios mío, déjame retenerlo aunque sea un poco más…
Es el hombre que yo adoro
y nuestro amor le sienta bien… Es un amor
más puro que la nieve de las calles, y la conozco bien…

(La canción Mon dieu)

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El viernes 28 de octubre de 1949 un avión Constellation que viajaba de París a Nueva York se estrelló contra un pico montañoso en las islas Azores. Lo conducía el comandante Jean de la Noue, de 37 años, piloto que contaba 6 mil 700 horas de vuelo, casi todas en la línea del Atlántico Norte.

Las crónicas de la época recuerdan que el vuelo partió a las 20:54 horas y que a través de la pista sus amigos saludaron a Marcel Cerdán, sonriente, mientras agitaba la mano derecha. Fue aquella la última visión del ídolo francés del boxeo.

Algunas horas después los diarios parisienses publicaron una noticia que llegaba desde el aeropuerto de Santa María, en las Azores, y decía: “El avión París-Nueva York fue encontrado en Pic Redonta. No hay sobrevivientes. A bordo del Constellation había 48 personas.”

Moría Marcel Cerdán, amante de Edith Piaf. Los dos eran números uno en el mundo. Un boxeador y una cantante. Ambos excepcionales. Nacía sobrecogedora y amarga la historia de un amor.

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Es una perfecta historia de amor. Lo fue. El tiempo que devora todo la enterrará como entierra todas las historias, pero ésta resistirá un poco más que otras el olvido.

Edith Piaf y Marcel Cerdán conmovieron al mundo en sus tiempos, y lo hicieron cada uno por mérito propio, pero también se encontraron y transformaron sus vidas tempestuosas en un solo volcán, en una sola erupción, en una conmovedora agonía.

Piaf era no sólo el gorrión de París. Era la mejor cantante del mundo y Europa estaba a sus pies. América lo estaría. Pero por su mente jamás cruzó la idea de cambiar del todo su oscura existencia. Había sido callejera y prostituta, y con ligeros matices el sino trágico la acompañaría hasta el último de sus días.

Cerdán había nacido en Argelia, pero por los años 40, aun antes, había conquistado Europa desde un ring de boxeo. Campeón francés, campeón europeo y campeón mundial, obtuvo el título tan codiciado de peso medio al vencer a Tony Zale, en Jersey City, el 21 de septiembre de 1948.

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Marcel Cerdán había disputado más de cien peleas entre 1934 y 1948, cuando llegó la anhelada posibilidad de disputar el campeonato del mundo. Tenía 32 años, a pesar de lo cual no imaginaba que el final se precipitaría tanto. No esperaba un remate tan veloz y tan cruel para su carrera, para su vida.

Había vencido al estadounidense Tony Zale, otro hombre de acero, para tocar el cielo de los boxeadores, que no otra cosa es llegar a ser campeón mundial. Cinco meses después conquistaría el amor de la inmortal cantante del rostro ajado y la voz quebrada y celestial.

Edith Giovanna Gassion –su verdadero nombre- reconoció ser feliz a su lado. En aquel invierno europeo de 1949 había encontrado el amor, el esquivo amor para ella tan barato en todas sus formas, que llegaba en aquel hombre casado, padre de tres hijos. Alto, moreno, de espíritu infantil y sencillo, era tan famoso como ella y parecía igualmente desconcertado ante la embestida abrumadora y creciente de los admiradores.

Un auténtico campeón aclamado por millones de personas en Francia como en su África natal, en Argelia –que fue su cuna- y en Marruecos, donde vivió y peleó, al igual que en Inglaterra, Canadá, España y Bélgica. Donde se presentaba ponía de pie a las multitudes cuando boxeaba, pero en el fondo de su alma sólo deseaba paz e intimidad.

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Nadie sabe qué cosa y qué instantes hicieron que un día él le llamara por teléfono. ¡Un boxeador! Recordaba vagamente aquel encuentro con Marcel Cerdán en el ‘Club des Cinq’, en París. Pero ahora ambos se encontraban en Nueva York y la cantante se aprestaba a la conquista de la América.

Edith no podía sospechar que ese hombre tan simple, tan decente, tan sin formación, que hablaba con las manos, la marcaría tan hondo. La razón parece simple: era la primera vez que no se veía obligada a ayudar profesionalmente a una pareja –recuérdese que ella fue descubridora de Ives Montand y de Charles Aznavour-. Piaf y Cerdán eran iguales. Se admiraban mutuamente desde lo más profundo de la inocencia.

Parecían almas gemelas, los dos en el cenit de su gloria. Marcel la escuchaba embelesado cuando ella hablaba de las cosas que le gustaban, cuando hablaba de su infancia escasa y triste, de los proyectos que abrigaba… Se entusiasmaban descubriendo juntos, como dos chiquillos, a Bach, Brahms, Beethoven…

Edith cantaba las melodías de Duparc sólo para Marcel.

Treinta años después un crítico diría que “nadie evita la fuerza hipnótica que emana de una ‘star’ premiada.”

Pero lo cierto es que, a su vez, Edith se maravillaba al verlo triunfar en el ring. Si Marcel quedaba atónito viéndole conquistar al público de Nueva York con su acento de Belleville, ella se extasiaba oyendo el clamoreo de los fanáticos boxísticos después de sus impactantes triunfos sobre Dick Turpin y Lucien Krawsyck.

“Lo que tú haces, Edith, es mejor que lo que yo hago. Tú les das amor y felicidad”, le dijo él un día.

Pero a pesar de todo, a pesar de que Edith era invitada a la mesa de la princesa Isabel de Inglaterra, y a pesar de que Charles Chaplin solía llorar al escuchar su canto melancólico, la de Marcel y Piaf era una auténtica pareja. Un día pretendieron refugiarse en el anonimato y fueron un par de novios en el parque de diversiones de Coney Island. Pronto fue reconocido el púgil, e inmediatamente la artista. La multitud los aclamó y obligó a Edith a que interpretara la canción que la había llevado a la cúspide: ‘La vie en rose’.

Marcel perdió el título en Detroit –junio de 1949- al ser vencido por Jack LaMotta (personificado por Robert De Niro en Toro Salvaje), en una fragorosa pelea que terminó con la lesión del hombro derecho de Cerdán, y su derrota.

La revancha sería en noviembre y la esperaba medio planeta. Mientras tanto, ella y él vivían momentos de intensas emociones, horas inolvidables. Cuando en septiembre de ese año, que luego devendría trágico, la ‘petite magistral’ llegó a Nueva York para actuar en el Worker, Marcel la acompañó. Arrendaron un departamento en la Quinta Avenida y quienes los vieron aseguraron que resplandecían de felicidad. El corazón de Edith latía con irresistible amor.

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Pero la tragedia estaba cerca, para mostrar que toda la existencia de la singular estrella seguiría pautada por la gloria y la soledad, por el triunfo y las lágrimas.

Edith cantaba en Nueva York y Marcel regresaba a entrenar en Francia, para recuperar el título en la pelea de vuelta con LaMotta.
Un llamado telefónico de Marcel anunció un día su viaje a América para el combate y el reencuentro con Edith. Pero a ella le brincó el corazón. Instantáneamente le pidió que no, le imploró que no tomara el vuelo previsto porque había soñado que el avión en el que él hacía ese viaje se desplomaba a tierra.

¿Cómo podría ésta no ser la más perfecta historia de amor?
Marcel Cerdán cambió su vuelo y se subió con sus maletas y con sus sueños al avión Constellation que, al caer en las Azores, puso este final a la historia.

Moría Cerdán, y de hecho morían los dos, cada uno a su manera. De mil modos el vapuleado espíritu de Edith se tiñó de negro indeleble como la ropa negra que siempre vistió su pequeño cuerpo para cantar. “Soy la viuda de Marcel Cerdán”, asumió.

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Cuando le dieron la noticia en la blanca suite del hotel neoyorquino donde estaba, golpeó las paredes con los inútiles puños cerrados, estrelló su cabeza contra los muros, gritó mil veces su nombre en vano y maldijo otra vez al amor que volvía a dolerle en las entrañas. “Yo sabía… a mí no puede durarme la felicidad”, repitió desgarrada por una pena insoportable. Lo único más fuerte que el dolor era el recuerdo de la vida que él le había enseñado a vivir.

“El amor se paga siempre con lágrimas amargas”, reflexionaría más tarde.

¡Cómo! ¿Cómo? ¡¿Cómo?! ¿Cómo conjurar ahora la soledad que volvía a apoderarse de ella? La soledad, su fiel compañera. Al fin y al cabo el único fantasma que jamás la abandonó.

Tres días se encerró y compuso su inmortal ‘Himno al Amor’ en homenaje a la memoria de Marcel.

Dicen que cuando apareció en público y dedicó su actuación a Cerdán cantó mejor que nunca.

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La trágica vida de Edith Piaf fue volcada desmañadamente en el cine por Guy Casaril hace más de tres décadas. En el teatro tuvo gran éxito la obra ‘La Piaf’, de la francesa Pamela Gems, que conmovió a los públicos de Nueva York, París, Londres y Buenos Aires por varios años. Algo después Claude Lelouch contó la historia en el filme ‘Edith et Marcel’.

El director de ‘Un hombre y una mujer’ y ‘Los unos y los otros’ dijo, al filmarla, que “ésta es la más bella historia de amor de todos los tiempos y es mi última historia de amor para el cine.”

El funeral de Edith Piaf, el 14 de octubre de 1963, tuvo la pompa y la circunstancia de un asunto de Estado. Tenía 48 años. Había vivido los últimos años de su vida con Theo Sarapo, que a su lado era casi un niño. La multitud lloró sin embozos por el pequeño gorrión perdido. “Descansa en paz mi pequeña valiente Piaf”, decía la corona de Maurice Chevallier. “Este funeral enorme es el mayor triunfo de su vida en su muerte –comentó transfigurado Hugues Vassal, el fotógrafo preferido de la cantante-. Es una lástima que ella no esté presente para verlo.”

Durante los últimos 12 años de su vida estalló el lacerante sentimiento de culpa y soledad que precipitó su autodestrucción. En ese período sufrió cuatro accidentes automovilísticos, una tentativa de suicidio, cuatro curas de desintoxicación, una cura de sueño, tres comas hepáticos, una crisis de locura, dos crisis de ‘delirium tremens’, siete operaciones, dos bronconeumonías y un edema pulmonar, además de la muerte de su hija de tres años.

El desmoronamiento de su ser humano es inevitable cuando la realidad tiende estas trampas. Mucho más cuando alimenta día a día el estigma que para una sociedad injusta significaba el origen miserable de la artista, inocultablemente prostibulario. Esa sociedad que se negó a reconocer su desesperada búsqueda de afecto produjo la desvalorización que culminó en una compulsiva escalada de alcohol, drogas y desbordada promiscuidad.

Dicen que el día primero de cada mes escribía en su diario: “Hoy empieza una nueva vida”. Quizá su único descanso fue la tumba. Su historia con Marcel Cerdán pasó por sus vidas con la intensidad que sellaron sus destinos. La ambulancia que hace 53 años la recogió agonizante, en su último día, recorrió las calles de París abriéndose paso a toques de sirena. Esta vez ganó la muerte y el vehículo no llegó a tiempo para salvarla. Tenía que ser así y poco importaba ya.

A algún sitio iba Edith a reunirse con Marcel, con todos sus amores, con todos sus dolores.

9 de octubre de 2016

Buen regreso del Gallo Estrada

El Gallo Estrada tuvo miedo. Tuvo miedo de pegar con toda su fuerza en la segunda mitad de la pelea de anoche, porque la mano derecha empezó a molestarle. Es la mano convaleciente, hace poco operada, la que lo obligó a una inactividad dolorosa.

Después del séptimo round recogió la diestra y sobrellevó con la izquierda un combate en cuya primera mitad había realizado una producción casi perfecta.

En su Puerto Peñasco natal le ganó por decisión a Raymond Tabugón, en una pelea con más asuntos por informarnos de lo que creían algunos observadores distraídos convencidos de que el filipino no terminaría el segundo round.

Volver de la inactividad, pregúntele usted a los boxeadores, es una pesadilla a veces profunda. Y es peor para los muchachos de técnica boxística refinada, como Estrada.

La dignidad y la resistencia que puso Tabugón al servicio de la pelea fueron una suerte y una desgracia. Desgracia porque el plan del Gallo, que era noquear en la segunda parte, no pudo cumplirse.

Desde el principio Gallo Estrada probó al enemigo, tiró bombas, pegó duro a lo blando y supo con certeza que el oriental no era un turista en Puerto Peñasco.

Yo sabía, porque me había dicho Alejandro Brito, el genial matchmaker de la empresa Zanfer, que en la elección del rival del Gallo, se descartó Edrin Dapudong (también filipino, aquel que peleó con el Tyson Márquez) que era la primera opción, porque calcularon que iba a resistir de pie; y se confirmó a Tabugón que en teoría podía caer en 7 u 8 rounds. Juan Francisco estuvo de acuerdo en esta decisión, lo que confirma su intención de pelear, caminar el ring, quitarse el óxido de su cuerpo en receso y terminar noqueando para su gente y para hacer que la fiesta fuera redonda.

Pero la mano… nunca se sabe cómo se comportarán los huesos, los músculos, las articulaciones, la carne, ante la demanda extrema del cuadrilátero.

El Gallo Estrada ejecutó desde el minuto uno lo que sabe hacer, su boxeo de academia, su bordar la excelencia, y fue grato verlo en plenitud, al mando, palingenesia eterna de los elegidos. El brazo izquierdo como timón, la distancia siempre precisa, la derecha amenazante que lanzada por sorpresa suele ser invisible para el adversario. Esa derecha es una serpiente cobra en acción, un 'élan' para su dueño, una fuerza incontenible que la naturaleza, o Dios, pusieron donde está para ser usada como un arma letal.

Eso es la ofensiva. El sistema de defensa de Estrada es igual o más eficiente todavía. Los golpes del rival, como ley general del boxeo, se bloquean, se esquivan o se acompañan. El Gallo sabe hacer todo esto bien. Con las manos, con las piernas y con la cintura.

¿Eso es todo? No, porque los grandes inventan cosas y pueden alterar las leyes de gravedad. Deseo señalar otras dos piezas del repertorio del Gallo que acalambran los sentidos. Cuando hace fallar la ofensiva del de enfrente esquivando con la cabeza, estira el cuello y se detiene ¼ de segundo mirando desde arriba, los ojos torcidos, con lo que ve desde un ángulo imposible el siguiente movimiento que prepara el rival, y se pone a salvo.

Magistral. Como el salto con las dos piernas en un solo movimiento para salir de una esquina cuando está encerrado. No se lo vi nunca a nadie, y el Gallo lo ejecuta para invertir su posición y quedar frente al contrario, en posición de ataque.

¿Qué le falta? Ayer le faltó velocidad, para mi gusto, y perder el miedo a pegar con la mano operada, cosa que no tengo mayor idea sobre cómo se ha de conseguir. Un peleador de fábula, como el Gallo, sin puños que respondan, es un piloto de Fórmula 1 ciego.

El nocaut en el boxeo generalmente se busca. Como lo buscó Chávez contra Meldrick Taylor, como lo buscó Juan Manuel Márquez contra Manny Pacquiao en la cuarta pelea. Al revés de lo que dice la ignorancia popular sobre que llega solo. Quimeras verbales, manotazos en la oscuridad de los opinólogos cuando opinan pero no saben. La gente oye cosas que suenan suaves al oído y las repite, sin desmenuzarlas. El nocaut era un objetivo claro del Gallo y de Alfredo Caballero, pero tuvieron que descartarlo cuando el miedo del peleador era ya un trauma por la mano dolorida y sus posibles consecuencias.

Fue una buena actuación de quien es quizá el mejor boxeador mexicano de este momento, que a sus 26 años debe alcanzar pronto su plenitud. Está probado, quédese usted tranquilo, querido lector, en las dos hazañas de Macao cuando derrotó a Milán Melindo y a Brian Viloria. “Toro en mi rodeo y torazo en rodeo ajeno”, como bien dice el Martín Fierro de José Hernández.

Los inconvenientes de la segunda parte no se pueden soslayar, porque en una pelea grande serían catastróficos. El Chocolate González, el más caro objetivo del Gallo, es, sí, de otro nivel.

Hay que trabajar, Gallo, siempre y en todo. ¿Es que acaso los deportistas grandes pueden dejar de hacerlo algún día de su vida? Los hombres pequeños sólo tienen ganas, los grandes tienen voluntad.

La pelea fue en peso gallo (116 y 116.5 libras), pero sobre el ring Jimmy Lennon la anunció en supermosca, porque en el torbellino del caos, en el valemadrismo de las comisiones de boxeo, no interesan estos detalles tan importantes. ¡Importantes!, dije, sí. De cada boxeador antes de que empiece una pelea debemos saber su procedencia, récord, edad y peso (del día anterior en el pesaje oficial). Eso, que no se cuida, deben cuidar las comisiones de boxeo, en lugar de anunciar puntajes parciales en medio de las peleas, o en lugar de permitir que sus jueces incompetentes (cuando lo son) sean anestesiados con tapones en los oídos para transportarlos a una atmósfera diferente, donde perciben cualquier cosa excepto lo que percibimos los demás observadores.

La cicuta impuesta a Sócrates y la hoguera encendida a Giordano Bruno fueron poca cosa comparadas con la intromisión indigna a las comisiones de boxeo con reglas que esas comisiones no tienen, por parte de los de mentes obtusas que impunemente han convertido en cenizas la estructura del deporte del boxeo.

19 de septiembre de 2016

El difícil camino del Canelo

Está cansado de oír infamias. Burlas e insultos. Cualquiera lo estaría. Canelo vive atormentado por las críticas que recibe de un sector del público mexicano que lo rechaza y le niega jerarquía de gran peleador, y lo acosa. Canelo está harto y se le nota.

Si digo infamias es porque no se entiende el odio. A cualquiera puede no gustarle como boxeador este mexicano que en todas las listas de mejores boxeadores del momento hechas fuera de México aparece alrededor del número 5. Es decir, reconocido en el mundo y negado en casa.

Le ganó bien a Liam Smith en Arlington, en una pelea digna, e hizo un trabajo pulcro y eficaz.

¿Quién es este muchacho enigmático, serio como una estatua, impenetrable como un cadáver, boxeador esforzado con once años de carrera, con 48 peleas ganadas, capaz de meter 51 mil personas en el estadio cerrado más grande del mundo, que es el taquillero mayor de estos días y que no puede convencer del todo a sus propios paisanos?

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“El asesino del cabello del color del fuego”, dice de él el Daily Mail en Londres.

“Álvarez poderoso, preciso e inteligente”, titula el Daily Star en la capital inglesa.

“Canelo, el hombre más peligroso del boxeo”, sentencia el influyente The Guardian.

Lo pondera Los Ángeles Times.

Desde Nicaragua me dice Carlos Alfaro León, del Canal 4 de Managua: “Bien el Canelo, especialmente en la ofensiva, mejor que cuando peleó con Khan.”

En la misma Managua El Nuevo Diario publica: “A Smith podían haberle contado hasta mil.”

Desde Argentina me llega mensaje del especialista Celso Ludueña: “Me gustó mucho el Canelo.”

Le pido por mensaje a Daniel Alonso, de Lo Mejor del Boxeo en Panamá, que me diga en una línea, si vio al Canelo bien, regular o mal. Me responde: “Definitivamente, lo vi bien”.

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Le duele el alma al Canelo sabiendo que lo llaman fraudulento, mediocre y cobarde, porque, paradójicamente, ninguno de estos adjetivos provienen de aficionados o especialistas que no sean mexicanos.

Y por mexicanos –no todos, claro- está reducido a un azacán como si no fuera un campeón.

Al Canelo hay que compararlo con el Canelo. Mejor o peor que antes. Es demencial reclamarle que no tenga la precisión de Tommy Hearns, la velocidad de Sugar Ray Leonard o el boxeo eminente de Wilfredo Benítez.

Pensemos en esto: si Canelo hubiera vencido a Gennady Golovkin en su pelea anterior, esta pelea con Liam Smith no se cuestionaría. Sería una victoria notable de un campeón notable confirmando su valía ante un esforzado enemigo como el inglés que resistió, se sacrificó por el combate y peleó lo que pudo.

El problema consiste en dos supuestos que el público percibe: que evita a Golovkin y que pelea siempre con rivales físicamente más pequeños, o no elige al mejor adversario disponible.

Las dos son medias verdades. A Golovkin no lo evita. Quiere pelear con él. Pero como la pelea no se ha hecho esa cuenta pendiente con la gente no está saldada. Las peleas a veces se demoran o no se hacen nunca, y no es por miedo, sino por factores parásitos que interfieren en las negociaciones. El Ratón Macías no peleó nunca con el Toluco López aunque la pelea era obligada en los años cincuenta. Ricardo López y Chiquita González no lograron enfrentarse y Julio César Chávez y Macho Camacho se hizo seis años después de que empezó a planearse.

Lo de los rivales más pequeños es un hecho a la vista. De las últimas 27 peleas del Canelo sólo en una su rival pesó un poco más, el argentino Carlos Baldomir que por su veteranía no representaba ningún peligro.

A lo anterior hay que agregar que Saúl no ha pasado por una guerra, y no habrá nunca la consagración total para un boxeador que no haya estado en una guerra en el ring y haya salido vivo domeñando las dificultades que una guerra conlleva.

Mis argumentos quedan al escrutinio del lector, a algunos les gustarán y a otros no, dentro del marco de lo razonable, que es lo que importa. Es decir, desterremos la basura de todo lo que se le dice a Saúl: ‘tiene miedo’, ‘es un fraude’, ´no le ganó a nadie’, ‘nos da vergüenza’, ´le arreglan las peleas’, ‘tiene que cambiar de entrenaodres’, ‘lo infló Televisa y ahora TVAzteca’, ‘es del montón’, ‘un circo barato’. Esto no, no puede participar de un debate serio. La caterva de estúpidos que jode en redes sociales apesta.

En cualquier caso la presión de estos días para Saúl se manifiesta de todas las formas posibles. Si en algunos meses enfrenta a Golovkin –cosa que inexorablemente debe suceder- y pierde, será un deportista millonario y resentido porque sus detractores vociferarán que todo lo que habían señalado es verdad.

Sólo le queda ganar, y el desafío es monstruoso porque el GGG de estos días parece indestructible.

A Álvarez le han creado problemas los rivales hábiles y elusivos, con vastos recursos boxísticos, como Floyd Mayweather y Miguel Ángel Cotto. Cuando se trata de músculo contra músculo el de Guadalajara suele llevar ventaja, porque es de acero. Golovkin va a romper esta costumbre porque es de confrontación y con el mexicano van a protagonizar un choque de trenes.

Saúl ha mejorado relativamente su defensa en las peleas recientes. Bloquea, acompaña los golpes que se pueden acompañar para minimizarlos, desplaza los pies mientras se cubre con los brazos cerrados. Pero contra Liam Smith tuvo pasajes adversos al quedarse en las cuerdas. Mis compañeros de transmisión, Julio César Chávez y Marco Antonio Barrera, ponderaron –y yo mismo lo hice- cómo se quitaba golpes en las acometidas del inglés, pero como en televisión nunca hay tiempo para nada, no me fue posible precisar: se quitaba tres golpes, pero otros tres no se los quitaba.

Le fue bien porque Smith no es Gennady Golovkin. A esto francamente no le veo una solución porque enmendarlo requiere mucho trabajo, y la pelea con el kasajo no ha de estirarse tanto en el tiempo. Ese viaje a las cuerdas, si Saúl lo hace contra GGG, será un suicidio inevitable por torpeza cometida.

Se acusa a Canelo, en fin, de ser portador de un éxito grande conseguido con peleas chicas, y el murmullo incesante de los murmuradores lo ha convertido ya en el más controvertido de los 153 campeones mundiales que ha tenido el pugilismo mexicano.

Se lo acusa de disfrutar un éxito conseguido artificialmente.

Es injusto, porque para subirse cincuenta veces al ring, para ser campeón varias veces y cuanto hay, se requiere tener las agallas de un trapecista que trabaja sin red de protección, pero por aquello de que al público hay que darle lo que pide, el Canelo debería hacer algo a propósito.

¿Podemos ver otro Canelo? Eso es una quimera. A los 26 años, con 50 peleas, este es el mejor Canelo posible. Ya no mejorará en recursos boxísticos. Si le va bien podremos ver chispazos de algún recurso nuevo, que depende más del estilo del adversario de turno que de él. Y cambiará lo que cambia el paso del tiempo porque la gente y las cosas y el mundo cambian. Lo dijo Heráclito hace 2,500 años: “no volveremos a ver el mismo río…”

La pelea con Gennady Golovkin es posible, aunque de negociaciones ripiosas, porque por cada Pago por Ver que vende GGG el Canelo vende cuatro. Saúl tiene que ganar en proporción 80-20, a menos que sacrifique algo para facilitar los trámites de la pelea que es peligrosa pero que puede obsequiarle la gloria.

Se acerca la hora de enfrentarse a su destino. Ignorando el miedo antes y los lamentos después.

13 de junio de 2016

Lomachenko tiene 13 peleas, WSB son peleas profesionales

En noviembre de 2003, cuando la AIBA comenzó con su moderna profanación de la actividad, el boxeo no necesitaba esta estupidez, ya había suficiente desorden en el patio de la casa como para soportar este ataque externo, este pogromo infame de dimensiones insospechadas.

Peleas de 5 rounds, de 3 minutos cada uno.

Dijo la AIBA: "Promovemos peleas a 5 rounds de 3 minutos, profesionales o semiprofesionales, pero no valen, no cuentan, no las anoten en los récords".

Se han dicho disparates en el boxeo, amigos, pero en 250 años, desde James Figgs, ninguno como éste. Dígale usted a su esposa que va a salir a cenar con una amiga pero que no se fije, porque "no vale, no cuenta", y verá cómo le va.

La aparición de este tercer formato del boxeo, que antes era sólo amateur o profesional, no sólo abonó a la confusión de los aficionados, sino que dio nacimiento a varias teorías sobre dónde enrolar estas nuevas peleas, la escandalosa befa de la AIBA.

Poco después del ingreso al profesionalismo de Vasily Lomachenko, quien dejaba atrás un rimbombante récord amateur de 396-1, Bob Arum anunció que su nuevo pupilo pelearía un campeonato del mundo en su segunda pelea rentada, y que ganando rompería el récord del tailandés Seanseak Muangsurín, campeón en su tercera pelea cuando venció a Pedro Perico Fernández en Bangkok en 1975.

Lomachenko perdió con Orlando Salido y la polémica se calmó.

La empresa FighFax, que es la recopiladora de récords por excelencia, oficial, cuyos registros están obligadas a observar por ley las comisiones de boxeo en los Estados Unidos y que siguen centenares de otras comisiones del mundo, ha sido inflexible y reporta desde el primer día las seis peleas WSB de Vasily Lomachenko, en las que entre el 11 de enero y el 10 de mayo de 2013 ganó siempre por puntos a Charly Suarez, Albert Selimov, Domenico Valentino, Samat Bashenov y dos vecesa Samuel Maxwell.

Sigue siendo un criterio universal que una pelea deja de ser amateur si es a más de cuatro rounds y/o de rounds de más de dos minutos de duración. Hay otros detalles como los cabezales, que en el boxeo que se llama 'amateur de élite' ya no se usan, y los guantes, pero digamos que las dos condiciones primeras son definitivas.

La mayoría de los expertos del mundo, a quienes conozco personalmente en muchos casos, no llevan ellos mismos récords de boxeadores, lo que sustituyen consultando la página de BoxRec, que es gratuita y es la página del pueblo, digamos, por su accesibilidad. Buena para la talacha cotidiana pero severamente cuestionada en muchas ocasiones si se trata de profundizar en ella para asuntos históricos poco claros.

En 2010, además, fue un escándalo mundial la inclusión masiva de récords falsos de boxeadores brasileños.

BoxRec no agrega a sus récords las peleas WSB, algunos dicen que porque no las tienen (es posible, conseguir todos los resultados amateurs es una tarea casi imposible) y otros dicen que por un acuerdo con uno o más organismos del profesionalismo. Esto es imposible de probar.

Lo anterior ha puesto a la comunidad boxística el dilema de decidir a quién le hace caso o qué bandera levanta.

Con argumentos débiles, en mi opinión, algunos entendidos dijeron que Lomachenko iría a pelear con Salido en su segunda pelea, porque las otras seis que estaban en el limbo eran a 5 rounds, lo cual se salía del paradigma costumbrista de 4, 6, 8, 10 ó 12 rounds del profesionalismo.

La AIBA argumentó que 5 rounds son buenos para evitar empates, un buen razonamiento, incontestable.

Un pequeño paso adelante de la AIBA en su guerra con las cuatro organizaciones profesionales, que en su proverbial ineficacia, no han podido superar en un siglo la obsolescencia de las peleas a números de rounds pares.

A lo anterior hay que agregar, porque según mis informantes fue un argumento de peso al reglamentar, cinco peleas de 5 rounds caben a la perfección en un formato de televisión para transmisiones de dos horas y media, que en muchos países del mundo es bien aceptado y requerido.

Los aficionados y especialistas van a continuar divididos. HBO eligió presentar los dos récords de un mismo boxeador en una transmisión, y desistió pronto de la idea porque no recibió ningún elogio por ello, y sí miles de preguntas de un público desorientado por una nueva torpeza: boxeadores que ahora tienen dos récords... "elija usted cuál le gusta más".

Lomachenko es Lomachenko, el mismo individuo se presente con uno u otro récord, pero si a los efectos de reconocer su pasado esto no es tan importante, sí lo es mirando la guerra desatada entre los organismos profesionales y la AIBA, y las transformaciones que continuarán para definir quién se queda con qué porción más grande o más sustanciosa del pastel.

Steve Farhood, el prestigioso analista de Showtime dijo: "Si el trabajo de FightFax es bueno, como sabemos que es, no podemos respetarlo cuando nos conviene y otras veces no. Los promotores, los publicistas y los periodistas que se resisten a reconocer las peleas WSB como profesionales, están equivocados".

El escritor e historiador Lee Groves, también elector del Salón de la Fama, hizo recientemente un estudio profundo de este tema en The Ring Magazine y concluyó: "si parecen peleas profesionales, si se conducen como peleas profesionales, si los protagonistas son pagados como profesionales, entonces son peleas profesionales. Punto".

4 de junio de 2016

En la muerte de Muhammad Ali

La muerte no perdona, ni siquiera a los que a veces, por diferentes razones, por amor, por idolatría, por fanatismo o por desvarío, creemos que debería perdonar, haciendo una excepción. No perdona ni aun a los que parecen inmortales.

Muhammad Ali ha muerto y ha llenado con su nombre otra vez las páginas de todos los diarios del mundo.

Los hombres que dejan huella son otros hombres.

Es la última vez. El último movimiento de ajedrez de un ser excepcional. Nunca más veremos un mismo día este espasmo colectivo, esta tempestad planetaria, la reacción masiva y febril por la acción de un personaje.

Sólo fue morirse. No hubo una victoria deportiva ni el momento es de festejos. Sólo fue su dejarse ir a la nada porque el último camino es apenas de un sentido.

Debía ser de otra manera, si pudiéramos escoger entre los designios del Creador, si accediéramos a un menú a escudriñar los entresijos de la vida y del morir.

¿Cómo? ¿Cómo este hombre otrora gigantesco y poderoso, invencible, colosal, se convirtió en un depósito tan ínfimo de vida? Querido, admirado, respetado por todos. Inteligente y austero, digno hasta lo inconcebible. Aquellas manos amenazantes y peligrosas, armas mortales de ayer, se convirtieron en un soplo de tremor suplicante, aquellas piernas de agilidad invisible tornaron a no caminar, su boca bocinglera que en millones de fotografías jamás vimos cerrada, se apagó como muere un relámpago en la inmensidad de la noche, para siempre, acompañante triste de una mirada extraviada y taciturna.

El almanaque de sus días postreros fue sin emociones. La vida un día sonríe y otro día duele al por mayor.

Metáfora de existir. Los hombres buenos también mueren. Serenamente, perplejidad en los ojos, bruma en el pensamiento, viajero inmóvil y sin memoria, vacío de todo, Muhammad Ali se marchó a lo desconocido para nunca volver.

Si el destino de los hombres viene escrito, ya estaba que iba a ser un mensajero mayor aquel muchacho insignificante de la infancia en Kentucky, que había nacido en Louisville en 1942. Que era negro y que era pobre, descendiente de esclavos, las características salientes de su realidad, con las que se podía aspirar a poco y en ningún caso a conquistar nada más que el espacio donde estaba parado. No le pertenecía ni el aire que respiraba. Cargaba el nombre de la esclavitud -Clay-, que era el nombre en la familia desde el siglo XIX, cuando la trata de seres humanos le hizo a los Estados Unidos una herida imposible de cerrar.

Hace 227 años Louisville esá a la orilla izquierda del río Ohio, como homenaje perenne al rey Luis XVI de Francia. Hace 47 años que su hijo Cassius Clay, después Muhammad Ali, la puso en el mapa de manera más notoria, para siempre.

Clay fue el primogénito de Cassius Marcellus III y Odessa Grady Clay. Nació en el Hospital General el 17 de enero de 1942 a las 6:35 de la tarde. Pesó 2 kilos 940 gramos. Creció protegido por su amante madre sin conocer nunca la pobreza desesperante. Su padre fue un hombre indiferente y parlanchín. Ali diría un día: "yo hablo mucho pero él hablaba más". La carta de presentación preferida por Clay padre era decir: "jamás he estado sin trabajo por un día en mi vida, y nunca he trabajado para nadie, excepto para mi".

La vida de Clay no fue digna de nada para contar hasta los 12 años, cuando tomó contacto con el boxeo. A los 14 años ganó su primer título en Guantes de Oro y confirmó sus cualidades. Había un largo camino por recorrer, pero también muchos títulos que recogió hasta que Roma le dio en 1960 la medalla dorada de los Juegos Olímpicos y su más caro sueño de juventud. Un trampolín que pone en órbita a cualquiera. Clay sabía que todo lo que antes había sido incierto en su existencia ahora tenía formas y agarraderas. Estaba tomando la conducción de su destino. Sabía lo que quería y lo manejaría como un secreto de estado, sin permitirse ninguna flaqueza. O acaso una sola, cuando con lágrimas en los ojos en una noche de extraña melancolía arrojó su medalla de oro al río Hudson. Lo impulsaba un odio de siglos, un sentimiento incontrolable de vindicación y revancha, la determinación de empezar de nuevo y la certeza sin par de que recorrería todo el camino. El camino que delante y sin final se hacía cuesta escarpada y amenazante.

Antes de sumar veinte peleas profesionales fue campeón mundial, venciendo a Sonny Liston en una pelea en la que nadie le daba oportunidad de victoria.

Las luces del boxeo se encendieron y dieron fulgor a sus triunfos más resonantes. En el camino quedaron Joe Frazier, Floyd Patterson, Karl Mildenberger, Ernie Terrell, Zora Folley, Oscar Bonavena, Jimmy Ellis, Ken Norton, Earnie Shavers, George Foreman, y más.

El camino fue de espinas, entre otras cosas porque tenía 25 años y estaba en su mejor momento cuando el gobierno de su país le retiró la licencia de boxeador por negarse a ir a la guerra de Vietnam. "No iré a la guerra, no mataré vietnamitas, esa gente no me ha hecho nada y no son ellos lo que me llaman negro en forma despectiva", explicó.

Ali transformó el boxeo mostrando que un boxeador puede ser mucho más que músculo en conflicto, que un hombre con principios en cualquier lugar se expresa y que hay batallas que se luchan toda la vida, más allá de los tres minutos de un round.

Ali transformó el deporte al confirmar que aun el boxeo, violento y muchas veces censurable, es un lugar para muchos único donde encajar y una herramienta para que vivan una vida los desheredados de la tierra.

Le di mi simpatía hace muchos años, cuando supe que detrás del nombre de Ali y de Ali boxeador se escondía un hombre valiente que pretendía ser apóstol de su época. Se disfrazó de payaso para llamar la atención y después recorrió cada uno de sus días como un ejemplo vivo, como una leyenda inconmensurable del deporte. El payaso se transformó en paradigma.

Le di mi corazón cuando advertí que detrás de la mística religiosa no había ninguna segunda intención de su parte, sino un verdadero deseo de servir, de transmitir su fe, de ayudar aun en terrenos que no le eran propios.

No exagero un ápice cuando digo que Ali fue un hombre profundamente bondadoso. Jamás protagonizó un momento ominoso fuera del ring. Tuvo la paz de un santo. Ayudó siempre a quien tuvo cerca y dio hasta su alma a muchos que abusaron de su generosidad aprovechándose de que fuera del ring Ali fue siempre inofensivo.

Hace cincuenta años era el rey del mundo. Las siguientes décadas fue el hombre más reconocible del planeta. Fue el prototipo del éxito y no lo usó, cambiándolo por una vida austera y de servicio.

En este momento de la humanidad, cuando a veces el ánimo decae porque sólo vemos hombres avariciosos y espíritus devastados, cuando no hay luz por delante, la presencia de Ali vivo era un faro resplandeciente, una cádava que ardía inmarcesible, el hombre bueno que no encontraba Diógenes de Sinope.

Aprendamos de su ejemplo: hacer maravillosamente bien lo que nos toca, vivir sin estridencias, amar a los demás, servir sin condiciones.

Doblan las campanas por el que ha partido.

9 de mayo de 2016

Canelo y su derecha asesina

Sólo doce minutos después de haber sido declarado ganador sobre Amir Khan, sentado a la mesa de transmisión de TV Azteca para una entrevista, escoltado por Marco Antonio Barrera a su derecha y por Julio César Chávez a su izquierda, el Canelo Álvarez era inocultablemente el hombre más feliz de la tierra.

La sonrisa en su semblante, otras veces severo, era tallada por la alegría, y su dentadura casi desconocida en su solemnidad cotidiana, cobraba la dimensión panfletaria de una proclama al infinito. Era una revancha que le regalaba el destino. La victoria era un valor supremo.

No son de alcohol los vapores que más embriagan. El grito del triunfo es ensordecedor, y él acababa de noquear, casi matar, al inglés Amir Khan que estaba siendo amarrado a una camilla para viajar a un hospital.

La derecha con que Saúl terminó la pelea es para la historia, y no pocos recordaron la de Juan Manuel Márquez que cambió el curso del boxeo cuando se estrelló en la mandíbula de Manny Pacquiao, en aquella otra noche inolvidable. Como la de Márquez, la ejecución de Canelo compite para los finales más brutales de un combate. ¿Se acuerdan? Los nocauts de Rocky Marciano a Walcott, de Mike Weaver a John Tate, de Gerry Cooney a Ken Norton, de Bob Foster a Dick Tiger...

Tanto éxito marea a cualquier hombre, y algunos no sobreviven. Debe ser bastante bueno no volverse loco, no perderse en el laberinto de la soledad, no creerse divino, o perfecto, o angelical. Cuando alguien es tan afortunado ni procesarlo puede. La fama, los millones, la adoración de los aficionados de todos lados.

La noticia de la victoria del rojo peleador mexicano corría ya por el entramado de las redes y se instalaba en medios tan distantes como el Bangkok Post, de Tailandia; era video disponible en el Blikk de Budapest y ocupaba un buen sitio en la portada de The Nation, de Pakistán. Es muy bajo el porcentaje de los hombres que conquistan tanto, que florecen en tantas latitudes al mismo tiempo.

Con lo que ganó el Canelo sólo en esta pelea se pueden comprar 200 casas, o 2,500 automóviles, o una isla en Grecia, o un yate de lujo para 50 personas.

Cualquiera siente que el mundo le queda chico, cualquiera se cree inmortal. Exultante y eufórico, Saúl I de México, un Alejandro Magno moderno, impartía directrices "para los que a mis espaldas hablan de mí y dicen otra cosa", "para los que deben reconocer mi trabajo porque bastante me he esforzado", "para los que no entienden que no le temo a nadie", "los títulos no valen nada".

Nunca una pelea respondió con mayor precisión a los cálculos previos. Amir Khan a la delantera al comienzo, Canelo expectante como son de costumbre sus inicios, activa la velocidad relampagueante del inglés, y la sempiterna amenaza de un golpe letal firmado por el único que lo podía dar. Lo más difícil para Álvarez fue, sin embargo, cumplir el cometido de hacerlo tan bien que satisficiera --misión imposible-- a sus detractores. Si noqueaba no valía porque era a un enemigo más chico, si no noqueaba, peor. Otra vez la monserga, la cantilena: él bulto', 'el inflado', 'el invento de la TV', 'el que ustedes criticaban cuando estaba en Televisa y ahora endiosan'.

¿Cómo lo hizo el Canelo?

Recuerdo el relato de un amigo que estaba en la escuela preparatoria y cuando el maestro le pidió que hablara de Benito Juárez preguntó: ¿hablo a favor o en contra?

A mí ahora me sucede. Puedo defender la actuación del Canelo que de 49 es a mi entender la más importante, porque la peculiaridad del golpe letal con que ejecutó a Amir Khan diluye el hándicap del derrotado; cualquiera, del tamaño que sea, hubiera caído.

Puedo censurar lo que censuran todos, que Canelo no haya peleado en años con alguien ni siquiera cien gramos más pesado, excepto Manuel Baldomir que era una sombra cuando se enfrentaron. Esta omisión en su carrera resulta insoportable. Que él se haga cargo de este rezago deportivo que tiene que enmendar. Más que por nosotros debe hacerlo por él.

Ya no voy a explicar, porque lo hice en mi comentario previo, la necesidad que tiene de protagonizar una guerra en el ring.

Lo están entendiendo, parece, porque Canelo dejó claro en la entrevista que le hicimos después de ganar, que le molestan las críticas, y la mayor de las críticas es esa, que pelea con más chicos. Oscar de la Hoya, que miraba para otro lado cuando oía mencionar a Gennady Golovkin, tuvo que aceptarlo, y dijo 'sí, vamos a pelearlo en la siguiente'.

El Canelo boxeador, parco, austero, poderoso, fue el de siempre, y el que siempre será, con pequeños ajustes posibles que ojalá le permitan mejorar. Canelo ha madurado en las más recientes peleas. Ahora fue escaso en combinaciones de golpes porque Amir Khan estaba geográficamente lejos, pero las ha ensayado bien antes, en las peleas con Cotto y con Kirkland. Se defiende más y entrena mejor. Recibe bien fuego enemigo y no se cae.

Rocky Marciano tenía el problema de una cintura poco flexible, como tiene el Canelo, pero Marciano era una locomotora en su traslación hacia el frente, cosa que no ha logrado el mexicano. Cierto que Marciano no tuvo ni un solo rival que huyera con las piernas, como Khan, como Cotto, como Mayweather, los que exhibieron esa insuficiencia de Saúl, pero no es obstáculo para señalar como lamentable que un tipo con semejante poder físico sea tardo y perezoso para profundizar sus ataques.

Canelo fue el de siempre entre otras cosas porque un golpe salvador le dio una victoria rotunda, tan contundente que a sus detractores los dejó con más rabia que argumentos. Sabíamos muchas cosas antes de la pelea y muchas se confirmaron como verdades. Sabíamos que difícilmente Amir Khan, a pesar de poseer dos manos que son de las más veloces del boxeo, podía mantener una pelea perfecta a lo largo de doce rounds, para ganar. Ya en el segundo round vimos que no pudo repetir las excelencias del primero.

En el sexto capítulo crecía de a poco Canelo y él contraía sus propuestas. Dos semanas antes de la contienda el inglés había dicho: 'Un mínimo error de mi parte me puede sacar de la pelea'. El error lo cometió en el sexto round y su destino fue inexorable. Faltaba medio minuto de la vuelta cuando Khan tiró dos jabs que quedaron en el aire, y recogió muy bajo su brazo izquierdo. Canelo que estaba parado en el lugar exacto para contragolpear fintó con una izquierda y abrió el camino a la derecha más brutal de su vida para sepultar a Khan en la lona y obligarlo a morder el polvo del desierto de Mojave.

Álvarez tiene muchos triunfos y le falta la gloria. Sabemos que eso le importa, porque se le nota y porque nos lo ha dicho. Tendrá que trabajar para conseguirlo, con peleas de jerarquía. No basta con que haya dicho que va a pelear con Gennady Golovkin. Decirlo es una cosa, pero la negociación va a ser difícil. Los dos quieren un porcentaje de ingresos que para el otro es inaceptable. Los dos ponen su ego por delante. Van a discutir el peso. Lo que haga cada uno el resto del año tiene que decidirse en mayo, no más tarde, y lo que tienen que acordar no son asuntos que se acuerdan en un rato.

Canelo es competitivo contra Gennady Golovkin, mientras no se demuestre lo contrario, pero es cierto que en la percepción de los observadores el kasajo está evaluado como mejor en la comparación entrambos.

En la caótica repartición de títulos de estos tiempos de vergüenza para el boxeo, al Canelo le tocó ser el campeón, y a GGG, el evaluado mejor, el interino. Lo de interino es una imbecilidad, o un robo con impunidad que siguen haciendo las organizaciones del boxeo. Llegará el día cuando se verá el daño que este disparate ha causado a nuestro deporte, cuando ubicar a estos hombres en la historia sea un acertijo imposible de resolver. Imaginen a uno diciendo 'Yo era el mejor', para que le respondan 'No, el campeón era el Canelo', y al otro diciendo 'Yo era el campeón', para que le contesten 'Pero el mejor era Golovkin'.

Quiero dejar claro en el final que aunque los pesos pactados me parecen en general una buena herramienta del boxeo, Canelo tiene en esta hora dos compromisos ineludibles: pelear con GGG y pelear en 160 libras. Eso abortaría dudas que subsisten, si logra ganar, o si pierde combatiendo con dignidad.

Canelo está a la mitad de todo. Debe encarar con determinación la segunda mitad para ser el que quiere ser.

5 de mayo de 2016

Canelo: ¿pelea fácil?

Roberto Durán, que nació para peso ligero, subió a los 72 kilos y le dio la madre de las batallas a Marvin Hagler que era un mediano natural. Hagler era extraordinario, y Durán era Durán.

Nunca olvidaré esa pelea colosal que vi desde lo que llamamos el 'apron', es decir tocando con mis manos la lona donde peleaban. Christadoulou, el sudafricano, que era el réferi, en algún momento me pidió que me hiciera para atrás.

No sé si viviré ya muchas emociones como aquella, bárbara, ciclópea, abonada por mi juventud. Al final del round 12 Durán iba ganando, pero no le alcanzó el esfuerzo para mantener la ventaja hasta el final. Peleaban a 15.

El asunto del peso en el boxeo es importante, pero se ha hecho a un lado demasiadas veces, para enfrentar a uno chico talentoso con uno grande, más o menos hábil para la reyerta.

La pelea del sábado entre Canelo Álvarez y Amir Khan ha despertado todos los fantasmas de la polémica, no diré que como nunca, diré que como siempre.

Ni Khan es Durán, ni Canelo es Hagler. Canelo ha madurado, y a los 25 años de edad está en el punto alto de la curva de su vida como boxeador. Amado por las multitudes, desde hace 25 años, desde Chávez, no hay un boxeador mexicano capaz de mover con la fidelidad de las ratas al flautista de Hamelin, a tantos seguidores.

Álvarez tiene, no obstante, tarea pendiente como boxeador profesional, pues es señalado y reclamado por no pelear nunca sino con tipos más chicos. En sus últimas veinticinco peleas sólo uno de sus enemigos pesaba algo más que él, el argentino Carlos Baldomir, que a sus 40 años era un combatiente gordo y vencido mucho antes de coincidir en el ring con el rojo peleador de Guadalajara.

Para muchos la pelea del sábado es un asesinato, pero aun admitiendo la ventaja que en el peso tiene el nuestro, no es seguro que vayamos a ver algún cadáver.

Me acordé de la anécdota preciosa de aquél entrenador que le preguntó a otro cómo veía la pelea que sostendría uno de sus pupilos. El interlocutor le espetó: "Si la pelea es al aire libre el tuyo tiene más posibilidades" '-¿Por qué, por qué?' inquirió extrañado nuestro personaje, a lo que le respondieron: "-Porque si al otro lo parte un rayo el tuyo gana por abandono".

Danny García le pegó muchas a veces a Amir Khan, cuando pelearon en julio de 2012, y cada vez que le pegaba lo sacudía, con 15 kilos menos que los que va a tener el Canelo a la hora de la pelea. Si este es el presupuesto del que partimos, Khan le estará pegando a una pared, cuidándose de que no le peguen por la misma razón de la diferencia de pesos que le va a hacer la pelea un calvario.

Pero no siempre en las peleas sucede lo imaginado. Stanley Ketchel le dio 16 kilos de ventaja a Jack Johnson y aun así logró depositarlo en la lona, hazaña descomunal aunque después haya perdido la pelea.

Otra vez, Ketchel era Ketchel y otro como él no ha nacido todavía.

Algún día Canelo peleará con alguien más grande que él, en el mismo o parecido nivel de calidad, para acallar los señalamientos apuntados.

Canelo tiene 48 peleas y no ha pasado por una sola guerra, condición esencial para que alguien aspire a pertenecer a la historia. Guerras como la de Margarito con Pacquiao, como las de Pacquiao con Márquez, como las de Julio César Chávez con Meldrick Taylor o el Azabache.

Su guerra no será este sábado, por supuesto. Con Amir Khan será un duelo de inteligencias porque se trata de dos estilos diferentes que no van a trenzarse en un palo a palo ni por error. Uno no querrá hacerlo y el otro no podría.

Canelo es un buen peleador, aunque no sea un inmortal, y hay que ponerlo en el contexto al que pertenece. No le reclamemos lo que no tiene ni tendrá, ponderemos lo que es suyo: es fuerte, es valiente, pega y exhibe siempre una condición física irreprochable. Contamos con eso en el mexicano para lo que viene y para lo que vendrá. Lo demás lo dirán la suerte y el tiempo.

En tanto el escalón al que pertenecerá Canelo se decante con el tiempo, cada vez que pelea hay un revuelo de opiniones que no coinciden, al revés de cuando las peleas de Juan Manuel Márquez, por ejemplo, que unifican el amor de todos por el que está en el ring.

El sábado se repetirá el escenario. Para algunos Canelo será el inflado de la televisión, un invento, un payaso y cosas peores. Los cronistas seremos los mentirosos, paleros, cómplices y cobardes. Para otros será el Canelito que enamora a millones de fanáticos y se ha convertido en el mayor vendedor del boxeo en el mundo.

La división de peso medio es de tanta estirpe y oropel, de tantos blasones y prestigio que ojalá lo que veamos sea bueno, o digno. Ni Canelo ni Golovkin están hoy a la altura de los grandes medianos que fueron Greb, Robinson, Walker, Monzón, Zale. "Ni estarán", van a replicar algunos. Pero nunca se sabe. A veces un par de victorias centelleantes hacen por alguien más que veinte triunfos medianos.

Canelo es robótico en sus movimientos, pero camina hacia adelante mejor que antes, tira combinaciones que no tiraba, es más cazador porque encuentra mejor el blanco. Su estrategia es encontrar al inglés con algo como lo que le hizo a James Kirkland. Amir Khan está acorralado en el acertijo a resolver: si le pegan pierde; y aunque sea más chico es poco probable que suba derrotado antes de pelear.

Pelea embrollada, cuestionada. Pero que tiene al menos dos protagonistas serios, o eso creo. Con los pies en el suelo y la mirada en las estrellas.

Sí, el Canelo es muy favorito.

24 de abril de 2016

Demasiado GGG y muy poca pelea

¿Cómo que no lo dijimos antes? El miércoles en Deporte Caliente dije: "Wade dice que va a ganar. Su mamá y su hermano están de acuerdo, nadie más".

En peso medio Harry Greb confirmó su lugar en la historia ganándole a Gene Tunney, a Mickey Walker y a Tiger Flowers. Robinson confirmó el suyo venciendo a Jake LaMotta, a Rocky Graziano y a Gene Fullmer. Monzón dispuso de Nino Benvenuti, de Emile Griffith, de Rodrigo Valdez.

Y así.

A los 34 años de edad Gennady Golovkin tiene pocas opciones para enfrentarse a gente de pergaminos, y con seguridad Dominic Wade no era una de ellas.

Ahí está el Canelo, pero las especulaciones están posponiendo una de las peleas más grandes del mundo hoy.

Este es el boxeo chapucero que tenemos en la actualidad, de tantos títulos bastardos y de tantas peleas sin sentido. Sobran títulos, sobran organismos y sobran dirigentes.

Murió Sulaimán y no hay nada. En su tiempo de poder él y el CMB desconocieron a Alí, a Monzón, impusieron autoridad. No había títulos interinos, ni estúpidos cambios de resultados. No se declaraban campeones sin pelear. No teníamos el fraude de los supercampeones.

Murió Gilberto Mendoza y se fue con él el dirigente que más daño le ha hecho a este deporte jamás, habiendo sembrado la semilla de los supercampeones y lo que se desencadenó a partir de esa locura. La herencia que dejó Mendoza podría ser aun más perversa en el futuro inmediato, eso parece.

Tipos como José Medel, como Bennie Briscoe, como Eduardo Lausse, como Armando Muñiz, como Kid Tunero, como Earnie Shavers, nunca fueron campeones mundiales sólo porque había otros mejores que ellos, o no había las oportunidades que ahora sobran.

Es muy lamentable que se crearon los organismos del boxeo fuera de los Estados Unidos (AMB, CMB, OMB) para confrontar las injusticias, la arrogancia, el monopolio, la discriminación de los gringos y ahora estamos esperando que alguien de ese país --porque parece que de otro modo no se puede-- le ponga un freno a los depredadores latinoamericanos que han hecho del boxeo una cloaca y cada día abonan al exterminio con un nuevo clavo para su ataúd.

29 de enero de 2016

Lo que viene en el boxeo

El anuncio de Juan Manuel Márquez sobre hacer dos peleas antes del retiro sacudió favorablemente los ánimos del público de boxeo en México.

El próximo mes de mayo, fecha en la que podría estar regresando al ring, se cumplirán dos años desde su última pelea, cuando le ganó con facilidad a Mike Alvarado en Inglewood.

La escasez de figuras notables, la despedida de las que había y se van, hace especialmente traumático para nuestro boxeo el cercano adiós de Márquez. No se esperaba tanto de él, cuando algunos creemos que es un boxeador mentalmente retirado y pensábamos que sólo planeaba una despedida sin grandes sacrificios. Pero habla de pelear con Miguel Ángel Cotto, y eso sí sería regresar en serio al ring.

Es admirable en Juan Manuel su buena disposición al entrenamiento y al rigor que significan meses de sufrir para estar a punto cuando llega una pelea, como acostumbra. Él es un hombre rico, que si sabe administrar lo ganado tiene su vida asegurada, y es muy cansado levantarse a correr a las 3 y media de la madrugada cuando no se tiene ninguna necesidad de hacerlo.

Si pelea lo hará dignamente, porque no conoce otra cosa. Se prepara para una guerra cada vez que ha de subir al ring.

Manny Pacquio se despedirá en abril, para ser un ex boxeador y programarse una vida nueva. Con sorpresa noto que unos cuantos aficionados se inconforman con la tercera pelea que el filipino sostendrá con Timothy Bradley. Esto sucede siempre en el boxeo, y me pregunto por qué en el tenis cada quince días se enfrentan una y otra vez los mismos competidores y los espectadores del mundo renuevan el interés. Están por dirimir la final de Australia Novak Djokovic y Andy Murray, y el planeta entero está pendiente, sin importar que ya se enfrentaron 25 veces.

Pacquiao podría haber ofrecido menos. Es cierto que en las dos peleas anteriores Manny ganó unos 8 o 9 rounds en cada una, pero el tiempo pasa más rápido para el más viejo, y esto agrega esperanzas a Tim para el 9 de abril.

El Gallo Estrada debe pelear más seguido. Bueno sería que tuviera fecha para una nueva presentación, ya que 2015 pasó para él sin pena ni gloria con dos peleas chicas que no le aportaron ni brillo ni dinero. Es un prodigio de boxeador que queremos ver escalar hasta el cielo en los meses por venir.

El Canelo Álvarez vive el mejor momento de su carrera si pensamos en popularidad y en dólares, y lo aprovechará este año con dos peleas que le permitirán caminar tranquilo mientras espera un acontecimiento grande. Apueste usted a que no subirá a un ring a pelear con Gennady Golovkin este año. Esa pelea es segura para un poco más adelante.

Chon Zepeda y Oscar Valdez tienen que mostrar este año de qué son capaces, igual que el Alacrán Berchelt.

Carlos Cuadras y el Bandido Vargas están en condiciones de hacer que 2016 sea un gran año para ellos.

Una victoria de Gilberto Ramírez sobre Arthur Abraham sería casi un milagro, pero los milagros se dan de vez en vez. Deseo equivocarme; la oportunidad que tiene adelante el zurdo de Mazatlán la veo difícil para convertirla en victoria.

En este apretado panorama están muchas de las esperanzas del boxeo mexicano para lo que se avecina. Que les vaya bien a nuestros peleadores. El esfuerzo, la aspiración genuina por ser mejores, la búsqueda de un horizonte cada vez más lejano y no por lejano imposible, deben estar acompañados por los mejores augurios.

La suerte es el promedio exacto entre lo que buscamos y lo que encontramos en la vida.