30 de mayo de 2012

Travieso a Las Vegas

El rival del Travieso Arce en Las Vegas, en la cartelera de Pacquiao-Bradley, se llama Jesús Manuel Rojas y pelea igual que él, con las ventanas abiertas, con arrojo inconsciente, desenfadado, para adelante y sin medir consecuencias. Habría que pensar quien armó la pelea es alguien con una mente perversa, que pone en la misma vía y en sentido contrario dos trenes que van a chocar inexorablemente, y van a provocar un desastre.

Este compromiso, que asumió a modo de preparación antes de lo que él llama una pelea grande, preliminar de un eventual retiro cercano, no es una pelea cómoda para Arce. Rojas es puertorriqueño y es espectacular, con récord de 18-1-1 (11 nocauts a favor) pero todo lo entrón que se le ve en los videos que pueden recuperarse en la red no alcanza para hacer un pronóstico a su favor. Un boxeador es de la calidad de los rivales a los que le ha ganado, y en su buena carrera el isleño no ha tenido enfrente a ningún Travieso Arce.

Jorge se ganó con transpiración que lo incluyeran otra vez en el cartel con Pacquiao, porque el 7 de mayo de 2011 (cuando pelearon Pacquiao y Mosley) él venció al Papito Vázquez un momento antes en el mismo ring, y fue lo único imponente que hubo esa noche como espectáculo, la exhibición grandiosa de un peleador que cada vez que sube al cuadrado apuesta la vida. Le dio un respiro bienhechor a la velada que de otra manera habría sido insípida a morir.

Los 32 años de edad que tiene el Travieso (en julio cumplirá 33) suelen no ser muchos años para los boxeadores, pero sí lo son para él. Por su estilo, su carrera de sesenta y ocho peleas ha sido agotadora y suficiente. Se muestra bien en casi todo, y acaso el único síntoma de que va marchando a casa es su indudable hartazgo. Ha sido irregular en sus producciones y así como edifica hazañas, ha perdido una pelea con Simphiwe Nongqayi, que no debió perder (fue en 2009, después ganó la revancha), y en otras lo vimos francamente mal: contra el Gusano Rojas, contra David Lookmanahak y contra Vic Darchynian. Cuatro peleas malas en las últimas diecisiete, en los últimos cinco años, en su madurez boxística posterior a la derrota con Christian Mijares, podrán señalarme muchos que no es mucha producción mala. Si quieren lo concedo, yo soy un admirador del Travieso y no combato su estilo agreste que a tantos molesta, pero es un síntoma de alarma. Lo duro para Jorge no es pelear, sino hacerlo con la motivación de las grandes noches.

El domingo hablé media hora con el Travieso y de la plática rescato lo siguiente, que me dijo:

- “¿Que cómo estoy? Estoy como un muchachito, como en mis mejores tiempos. Sé lo que esperan de mí el 9 de junio y eso voy a dar”.

- “Rojas, mi rival, es muy bueno, pero no tiene experiencia para pelear conmigo. Puede ser un poquito más grande que yo, fíjese en su récord y verá que ha peleado en 126 y en 130 libras. A ver hasta dónde responde. Conmigo tendrá que demostrar si tiene aguante y corazón, si eso tiene, va a dar un pelea buena. Le voy a poner una presión que él no conoce. No me puede ganar, créame”.

- “Voy a subir en 122/123 libras. Eso es lo acordado. Supergallo con un kilo de tolerancia. Estoy entrenando con los Kochules, pero como ese día pelea Fernando Montiel, ellos van a estar con él, y lo entiendo bien. A mí me va a subir Tiburcio García”.

- “¿Papito Vázquez? No, no me interesa, ya le gané, no sería una pelea grande”.

- “Después de ésta quiero la pelea grande que me prometieron y que merezco. Que sea con Nonito Donaire. Arum la quiere, la televisión la quiere, yo la quiero. Fernando Beltrán no la quiere”.

- “Beltrán dice que porque me quiere mucho, que no me vayan a ganar. Ya le dije ‘tú estás bien loco, compadre, ¿qué crees que me va a hacer Nonito Donaire?, tengo una trayectoria y he peleado con una cantidad de grandes campeones, nunca me han noqueado, parece que no estuvieras enterado’. Mi próxima pelea tiene que ser con Donaire y si no con Abner Mares o con el Siri Salido”.

- “Sí, yo lo dije. Dije que no peleo con Christian Mijares porque no resucito cadáveres. Lo único que ha hecho Mijares en su vida es ganarme a mí. Me ganó cuando estuve en una mala noche, está bien, así se queda. ¿Cuál pelea grande con Mijares? Lo rechazó HBO para pelear con Nonito, no sé si usted sabe que Donaire va el 7 de julio con Jeffrey Matthebula, ya no va con Mijares”.

- “Pacquaio va a ganar cómodo a Timothy Bradley. Pacquiao se va a ver bien, pero el show me lo llevo yo, ya va a ver usted qué pelea voy a dar. Voy a demoler a ese puertorriqueño hasta acabarlo”.

- “Chávez Junior le va a ganar a Andy Lee quizá por puntos, porque me parece que no pega muy fuerte, pero le va a ganar muy bien. Y claro que todos queremos que después vaya contra el Maravilla Martínez en septiembre. Mire, si esa pelea se hace va a ser una pelea histórica que va a ganar Chávez y ahí va a empezar su gloria”.

- “Después de esta pelea, que acepté porque va en la cartelera de Pacquiao-Bradley, o me dan lo que quiero que es la pelea grande, o que me consideren boxeador retirado”.

Jorge Arce debutó el 19 de enero de 1996 ganándole en el primer round a Adan Aldama, en Tijuana, hace más de dieciséis años. Sin que me lo dijera expresamente advertí que se siente algo humillado por pelear con un tal Jesús Manuel Rojas a esta altura de las cosas. Quiere cerrar su ciclo ganando o perdiendo pero iluminado por el resplandor de reflectores poderosos, arrullado por el aplauso de la gente y embriagándose con el halago nutricio irresistible, necesario para continuar viviendo.

Los campeones se van de diferentes maneras, pocas veces de modo incruento, porque el mundo no los deja retirarse a tiempo. Siempre hay dolor en la partida, que en el caso del Travieso es cercana e irreversible. Su popularidad ha resistido con buena salud el rigor del tiempo, pero todo tiene límites. Lo del 9 de junio, si no hay una gran sorpresa, será un triunfo, antesala de una rigurosa cita con el destino, ni más ni menos que su juicio final.

25 de mayo de 2012

Pacquiao, con Dios en su rincón

Todo lo que se hable de una pelea antes de la pelea, la hace grande, y los promotores lo saben.

Que hablen, a mí no me molesta el ruido.

George Parnassus decía “No me interesa que un boxeador sea zurdo, que sea mexicano, que sea bueno, que sea invicto, que sea blanco o que sea negro, me interesa que sea taquillero”.

No puedo imaginarme una pelea grandiosa sin publicidad, sin que se haya calentado el ambiente, sin bravatas y amenazas. Los dos mejores boxeadores del mundo enfrentándose en medio del desierto, sin público, sin escándalo, sin que los vean, no estarían haciendo nada de valor, ni siquiera podrían dar la misma pelea a que los empuja el gran acontecimiento. El oropel siempre forma parte del espectáculo, en un circo todo es de colores. Un combate exorbitante es un asunto sobre el que todos tienen una opinión, y en el mar de declaraciones se dicen unas pocas cosas razonables y disparates en demasía. Hay lugar para todas las expresiones en el universo caótico del boxeo.

Comienza a oírse que el 9 de junio subirá al ring el Manny Pacquiao de ahora, es decir, no el que conocemos. El filipino se medirá con Timothy Bradley, invicto en 28, de Cathedral City, California, que es la nueva amenaza para él. ¿Amenaza real? ¿fabricada? Su promotor y consejero Bob Arum revela que Manny se ha transformado en un asceta, que mantiene una relación enfermiza de apego a la Biblia, que ha encontrado a Dios, y que él no sabe qué Pacquiao vamos a ver sobre el ring. Que está distraído, afirman muchos, que el personaje en que se ha convertido, lo devoró. Que vive en un laberinto a la vuelta de uno de cuyos engañosos recodos su esposa lo acaba de demandar, pidiéndole el divorcio.

Manny Pacquiao es boxeador, pero es además político, empresario, músico, activista religioso, asesor de cuanto boxeador filipino anda por ahí; y sus enemigos dicen que apostador empedernido en casinos, peleas de gallos y billares. Hace algún tiempo Manny demandó a cuatro periodistas filipinos por estas acusaciones calumniosas. Sabemos que lo que puede hacer un boxeador sobre el ring estriba en su estado de ánimo. El es el mayor ícono en la vida de su país. Dejó muy atrás a Pancho Villa y a Flash Elorde, a Paulino Alcántara el futbolista y a Carlos Loyzaga el basquetbolista. Un habitante promedio en su patria gana 167 dólares mensuales, él gana 40 millones en una pelea. Hoy es venerado, cuando muera será canonizado.

Hay boxeadores que comenzaron a fracasar cuando dejaron su carrera a un lado, entretenidos en otras actividades o tentaciones: Julio César Chávez, Muhammad Alí, Max Schmeling, Mike Tyson, Mantequilla Nápoles, Wilfredo Gómez, Oscar de la Hoya, Wilfredo Benítez, Miguel Lora, Kelly Pavlik, Miguel Angel González, el Gato González (el segundo, por supuesto), Joe Louis, Ray Robinson, Kid Chocolate. Lo decía uno de los versos horripilantes que componía Alí antes de sus peleas, “La ley de la verdad es sencilla, lo que siembres cosecharás”.

También hubo lo opuesto. A Willie Pep lo invitaron a mil negocios infalibles (como son los negocios que les proponen a los boxeadores) pero él siempre se negó, diciendo que mientras tuviera talento para boxear no se distraería con nada porque la concentración en lo suyo era su secreto para triunfar. Juan Zurita no hizo otra cosa más que boxear mientras permaneció activo, y juntó todo el dinero que ganó, lo que le permitió convertirse en un empresario opulento en la construcción y venta de casas.

Lo más sugerente de este tiempo previo a la pelea del 9 de junio es lo que Manny Pacquiao declaró el pasado martes en una teleconferencia, asegurando que problemas familiares lo afectaron en el choque de noviembre contra Juan Manuel Márquez, y que peleó mermado. No es una novedad porque todos vimos que no fue el mismo (sin menoscabo de los méritos de Márquez, Pacquiao fue mucho menos que contra Margarito, por ejemplo, y no logró resolver ningún problema), y porque es la norma que los grandes ídolos tienen más contrariedades y nunca menos a medida que su carrera avanza y ganan fortuna y popularidad. Los boxeadores con el dinero no compran tranquilidad, compran problemas.

Esta aseveración que hizo Manny tiene indudable importancia, porque la hizo por algo, aunque no sepamos por qué. Sólo podemos especular. Puede ser una disculpa del campeón avergonzado, puede ser una justificación del atleta obligado a no sucumbir a la presión del imperio que ha forjado y que lo asfixia, puede ser pura estrategia para la próxima pelea, o para una cuarta con Márquez, a modo de empezar a permear en el espíritu de sus enemigos. Lo peor para él sería que esté sintiendo que perdió contra Juan Manuel y hable procurando convencerse de que puede regresar a la mejor versión de sí mismo.

La pelea dará las respuestas que no tenemos. Mientras, medio mundo se pregunta si puede haber un Pacquiao mejorado como individuo y menguante como boxeador, o se trata de la usina de rumores que siempre se pone en marcha para generar interés por la pelea. O un poco de ambas cosas.

Algunos datos son evidentes, como el cansancio de Manny para hacer frente a los entrenamientos inhumanos que le programa Freddie Roach. Nada que no se sepa, porque además les pasa a todos, se hartan del sacrificio. Muhammad Alí –recuerdo-- dijo que tenía ganas de llorar y que no sabía qué hacer cuando su pelea con George Foreman en el Zaire se pospuso un mes. Los entrenamientos, cuando el boxeador es joven, son un filtro moderador del entusiasmo, cuando es viejo son una sesión de tortura.

Mientras la próxima pelea se acerca, subrepticiamente se mueven intereses muy poderosos que creen que el combate más caro de la historia, el Pacquaio-Mayweather, todavía es posible, y que podría planearse para la primavera de 2013. Es difícil entender cómo algo que debe resolverse con dinero, no se resuelve. Las mayores culpas parecen de Floyd Mayweather, a quien se le ha ofrecido negociar de todas las maneras posibles, pero siempre halla un nuevo inconveniente. La posibilidad de que los dos mejores del mundo se enfrenten ha sido un estímulo para los más delirantes sueños de los aficionados al boxeo durante varios años, y por debilitada que parezca, un pequeño pabilo de luz sigue encendido. Por algo Bob Arum acaba de decir en una reunión muy privada –un informante me lo dijo-- que si logra que la pelea se concrete, construirá un estadio desmontable en el corazón de ‘The Strip’ (la avenida principal de Las Vegas), para que peleen en la calle. Lo sabemos, están trabajando para conseguirlo.

Hay que esperar para eso. Ahora lo que viene es el 9 de junio, y desde donde se mire, esto se pone bueno. Hay que recordar que enfrente Manny Pacquiao tendrá a un invicto, ascendente, ambicioso y cinco años más joven contendiente. Se llama Timothy Bradley y no querrá dejar ir inaprovechada la oportunidad de su vida, para desplazar al histórico Manny del centro de esta historia interminable y, en tal caso, inaugurar una nueva era.

21 de mayo de 2012

El Zurdito Sánchez

En Puerto Vallarta el clima abrasador empequeñecía la voluntad e invitaba a actividades ligeras y simples. La voluptuosa tarde del sábado era un horizonte bermejo y el aire denso hacía pensar en el sacrificio extremo de los que suben al ring a romperse el alma porque cualquiera estará de acuerdo conmigo en que es mejor rompérsela con un clima afable, lo más lejos posible del infierno de treinta y tres grados que prevalecía en la Arena Box Tour, y una humedad que mojaba el agua. La noche venía buena para la pereza y la molicie, para la refinada holgazanería del dolce far niente, para el mar a la vista y el amor en ristra. Pero había boxeo en el puerto y el boxeo es acción y sudor salvajes, es esfuerzo, abnegación, dolor. La propuesta era interesante porque peleaba Juan Carlos El Zurdito Sánchez defendiendo su título a inaugurar –el de los supermoscas—contra el Topo Rosas que siempre es espectacular y resuelto, a veces suicida. De tal modo que nos adecuamos a la jornada contradictoria y nos dispusimos a ver la función.

Nos obsequiaron una pelea grande a pesar de las condiciones imperantes. El Zurdito había ganado este título en febrero de manera más o menos fortuita al imponerse a Rodrigo Guerrero, pero fue hasta este sábado cuando reveló de lo que es capaz. Sin hesitar hay que calificarlo como otro peleador diferente al que era, ha crecido y es mejor. Hizo el proceso que hacen muchos combatientes cuando se convierten en campeones y se creen su nueva condición: fortalecidos ganan en confianza, razonan “a este cinturón no me lo quita nadie”. Saben que pueden lidiar con un nivel al que antes dudaban pertenecer. Sánchez además exhibió una cantidad sorprendente de bondades boxísticas que no sabemos dónde tenía escondidas. La pelea que hizo respondió a una estrategia bien pensada y con un libreto en la mano que no abandonó jamás. Recorrió grandes espacios del ring y utilizó mucho y bien sus largos brazos para echar lejos al enemigo y tenerlo controlado. El boxeo es de golpes y es de fuerza, pero es también de inteligencia, y eso fue el Zurdito Sánchez el sábado por la noche, un atleta de buen nivel actuando con inteligencia y con ganas por igual. Julio César Chávez apuntaba desde muy temprano en la transmisión que tenía que ser más parco en sus movimientos, porque se iba a cansar. Chávez estaba bien con su razonamiento lógico, pero Sánchez no se cansó. Se había preparado para pelear con dos si era necesario.

El Topo Rosas, que no había sido derribado jamás, cayó a la lona en el primer round, pero nadie que lo conozca pensó que ahí iba a terminar la historia de la pelea. La capacidad de reacción a la adversidad adquiere en el nayarita una dimensión sobrenatural. Él entrega lo mejor que tiene sólo en las peores condiciones, es capitán de tormentas, hijo del rigor, y así fue creciendo con la pelea, cada vez más madreado y cada vez más combativo. Terminó apaleado, cortado, sangrante, sufriente, con el estropicio en el rostro que le podría haber causado el atropellamiento de una locomotora, pero tirando y tirando como si un golpe hubiera podido hacer la diferencia entre ganar o perder el combate. Los boxeadores como el Topo nos dejan al final de cada pelea una sensación de estupor, un espasmo de conciencia, porque su sacrificio insensato los hace también grandes hombres, como lo son los hombres que en lo que les toca en esta vida son capaces de ser grandilocuentes, extraordinarios.

Bienvenido al boxeo de campeonato el Zurdito Juan Carlos Sánchez. Es temprano todavía para asegurar que será capaz de alzarse hasta el cielo, pero que sueñe con ello está bien, y es indispensable para lograrlo. Esta aparición en tan buena forma, con una producción tan lograda, es un inicio inmejorable. Los más duros desafíos apenas van a venir y, si responde, tendremos en él una nueva figura que mucho necesitamos.

En lo previo que se vio en Vallarta actuaron con éxito dos yucatecos que son figuras nuevas. Miguel El Alacrán Berchelt es un bárbaro noqueador de peso superpluma con un récord de 14-0 (11 nocauts) que ahora venció por puntos al tepicense Carlos Orozco. Berchelt comienza a ser conocido por la afición de todo el país, y con sus sólo 20 años de edad es promesa de futuro. Menciono también a Iván Montero que en peso superwelter marcha invicto en muy pocas peleas profesionales y le ganó a Jaime Hernández. Mario Abraham, el promotor yucateco que los representa, se sorprendió cuando le comenté mi buena impresión por Montero, pero creo que el tiempo me dará la razón. La única condición, indelegable, es que trabajen mucho. Mucho.

18 de mayo de 2012

El boxeo y el cine


No se sorprendan si les digo que el boxeo es el deporte que ha sido llevado un mayor número de veces al celuloide. No se sorprendan porque el boxeo es la escenificación del drama de la vida, y es siempre un buen lugar donde buscar para quien quiere contar una gran historia.

Desde 1919 son 194 las películas sobre boxeo, según mi propia estadística --que debe haber omitido algunas-- pero que alcanza para demostrar que quedan muy atrás los filmes inspirados en el fútbol, las carreras de motos y el beisbol.

Cualquiera recuerda con facilidad largometrajes altamente taquilleros de tiempos recientes, como la serie de las Rocky, con Sylvester Stallone; Toro Salvaje, magnífica versión de la vida de Jack LaMotta que hizo Robert de Niro, o Million Dollar Baby, pero no es todo para demostrar la fascinación que el boxeo ha ejercido en los hombres de las grandes cámaras. En 1997 el boxeo estuvo presente en la entrega de los premios Oscar, con Muhammad Alí y George Foreman aplaudidos tumultuosamente en el Auditorio Shrine de Los Angeles al recoger la estatuilla que ganó la película “When we were kings” (Cuando éramos reyes) que narró la mítica pelea de ambos en Kinshasa, en la primavera de 1974.

Mark Breland, el neoyorquino que hace veinte años fue campeón mundial de peso welter, participó en ‘Guardianes del honor’, y no fue sino el enésimo boxeador que apareció en la pantalla grande, sin mucho suceso, por cierto, pues su papel era secundario. Nada que ver, por ejemplo, con las labores consagratorias de un Víctor McLaglen en ‘El desertor’, de Anthony Queen en ‘La caída de un ídolo’, de Lee Canalito en ‘Paradise Alley’ o de James Cagney en ‘Winner takes all’.

Desde que el cine puso su mirada en el boxeo, con el kinetoscopio de Thomas Alva Edison y la intervención protagónica de Jim Corbett, han sido incontables los boxeadores profesionales que una y otra vez fueron elegidos para exhibir su talento –o la falta de él—ante las cámaras. Piénsese en Robert Ryan, en Colley Wallace (uno de los dos vencedores de Rocky Marciano… sí, en la vida real, aunque a usted le hayan contado otra cosa), en Carlos Palomino, en el propio Alí que antes había participado en la película ‘El más grande’; en Art Aragón, Errol Flynn, Jack Dempsey, Primo Carnera, Max y Buddy Baer, el Ratón Macías, Ultiminio Ramos, el Púas Olivares, Julio César Chávez…

Muchos recordamos, sin mucho esfuerzo, ‘La caída de un ídolo’ (Humprey Bogart en todo su esplendor, como le gustaba a John Houston, que lo calificó su actor preferido), o ‘El estigma del arroyo’, en la que Paul Newman ofrece una buena versión de la vida en el ring y fuera de él de Rocky Graziano.

Y aquí en México, las inolvidables ‘Angel del Barrio’ con las insuperables interpretaciones de Gonzalo Vega y Leticia Perdigón; o ‘Pepe el Toro’, con el genial Pedro Infante; o ‘Pelearán 10 rounds’, con desempeños sobresalientes de Jaime Lozano y Felipe Fuentes para la novela de Emilio Carballido hecha cine; o la recreación de la vida de Julio César Chávez que filmó con gran solvencia José Martín Sulaimán.

En Argentina fue Leonardo Favio quien llevó a la pantalla ‘Gatica’, la vida del famoso Mono, una especie de Pajarito Moreno sudamericano, con buen éxito en las taquillas. La película acarició el corazón de muchos, porque alcanza picos dramáticos, pero enardeció a la gente del boxeo que acusa a Favio de haber descuidado el rigor histórico al presentar la vida brutal de José María Gatica.

No todos, sin embargo, tienen por qué recordar que Wallace Beery y Jackie Cooper estuvieron impagables en la creación de sus personajes antológicos de ‘The Champ’ (1932), del mismo modo que Jon Voight y Ricky Schroder, cuando se hizo la “remake”, 47 años después. ¡Qué películas, señor! ¡Qué películas!

Es extensísima la lista de historias boxísticas contadas por la cinematografía. Y en ella éxitos resplandecientes como ‘Golden Boy’, protagonizada por William Holden, o ‘Kid Galahad’, con Wayne Morris y Bette Davis, que en 1937 deslumbraron a todos… Una versión posterior, con Elvis Presley en el rol de boxeador fue tan estólida y falta de credibilidad como lo sería un enfrentamiento entre Juan Manuel Márquez y Eduardo Lamazón.

Errol Flynn filmó ‘El caballero audaz’, que suele hallarse a la venta en videotecas, y que rememora los tiempos en que Jim Corbett revolucionó al pugilato. Y quienes tuvieron la suerte de verla guardarán, sin duda, bellísimos recuerdos de John Garfield como personaje central de ‘Cuerpo y alma’. Robert Ryan filmó ‘El delator’ y Kirk Douglas ‘Campeón’, descripciones valiosas del fenómeno boxístico por guionistas que sabían lo que estaban haciendo. Algunos sabían demasiado, al menos para los cronistas comprometidos con intereses de Fistiana, porque los editores de la revista “The Ring” se sintieron ultrajados cuando el valeroso Budd Schulberg contó muchas cosas como son en el libro ‘Más dura será la caída’, de cuyo contenido se sacó el argumento para la película ‘La caída de un ídolo’.

No estaría nada mal que este filme pudiese exhibirse cada seis meses, especialmente para quienes sueñan con ejercer el periodismo de boxeo, porque Schulberg no exageró nada. Los boxeadores son como él los mostró, nobles, cándidos, pasibles de ser estafados, mientras que muchos managers y otros personajes, mejor ni hablar.

Anoto también entre tantos apuntes de esta historia, la briosa tarea cumplida por James Earl Jones en ‘La esperanza blanca’, una biografía de Jack Johnson que merecía mejor tratamiento, y la breve presentación de Sugar Ray Robinson en ‘Fat city’, como señalo a George Carpentier actuando en ‘Hold everything’, de la que no se ha hecho copia con subtítulos en español ni ha sido doblada.

Imposible, en fin, listarlos a todos, actores y películas. Pero valga este paseo por la nostalgia para valorar este viejo matrimonio entre boxeo y cinematografía. Es mucho lo que han recorrido juntos desde que una cámara de cine se posó por primera vez en dos boxeadore: Bob Fitzsimmons y Jim Corbett, para inmortalizar sus cuerpos en movimiento. Fue el 17 de marzo de 1897 en Carson City. El inglés Fitzsimmons ganaba el título mundial de peso completo y era la primera pelea jamás filmada.

¡Ciento quince años! ¡Qué iban a pensar ellos qué clase de historia comenzaban a escribir! ¡Qué iban a saber que usted, ahora, los estaría recordando! Cuando levante su próxima copa, brinde --yo lo haré con usted-- por el cine, por el boxeo, dos compinches que tanto nos hacen vivir, soñar, pensar y hasta llorar.

11 de mayo de 2012

Soñé que peleaban

Hace veinticinco y treinta años, cuando circulaba en México la formidable revista Ring Mundial, que editaba Valente Pérez, hombre leal, un poco loco, bohemio y amante incondicional del boxeo, hacíamos en sus páginas una sección que se llamaba ‘Soñé que peleaban’, que proponía una pelea nunca realizada y su resultado. Probablemente el éxito notable de ese pequeño nicho de pocas palabras, consistía en encender una polémica en la que el detonante era un pequeño fraude: un sueño no es un pronóstico, y un sueño no se puede combatir con argumentos. El silogismo sugería una pelea que nos hubiera gustado ver, y que fuera razonable, y la inferencia era el resultado.

Hoy me adueño de ese título para esta columna, con la licencia de la amistad, y de la gratitud (porque el recuerdo que guardo de Valente es imperecedero y bueno) para ejercitar el juego de adivinar y proponer la utópica tarea de atinar a resultados imaginarios del boxeo, de peleas posibles o jamás realizadas, de esas que suben a fiebre la temperatura de la pasión del aficionado.

Quizá no sea la última vez que yo lo plantee, lo menciono de paso, porque ensayamos hacer listas de peleas soñadas en mesas con amigos, y se armó la de San Quintín…

Diez para empezar, ¿está bien?

Valente Pérez murió hace unos doce años, creo que en Miami. El boxeo lo lloró poco, como corresponde a la condición de ingratitud que tenemos incorporada los seres humanos. Yo lo lloré mucho, hacia adentro, plañidero silencioso, no por ser yo mejor que los demás sino porque lo admiré y lo quise. El tenía Ring Mundial y no sólo pagaba puntualmente a todos sus escritores, sino que además enviaba cien dólares mensuales a todos los corresponsales en otros países. Lo que debería ser normal es insólito en este mundo de cabeza que supimos conseguir. Valente también era honrado, o sea toda una rareza.

Mi propuesta tiene dos reglas que deben ser respetadas a ultranza, si no, el juego no funciona.

1) En las peleas que nunca se realizaron, hay que considerar a los boxeadores en su mejor noche.
2) En las peleas posibles es el resultado si pelearan hoy.

SOÑÉ QUE PELEABAN: (cinco peleas que no se realizaron)
1) Chiquita González y Ricardo López, y ganaba González en apretada decisión.
2) Jack Dempsey y Mike Tyson, y ganaba Dempsey por nocaut en 5.
3) Roberto Durán y Mantequilla Nápoles, y ganaba Durán por decisión en 15.
4) Larry Holmes y Wladimir Klitschko, y ganaba el gran Larry por decisión en 12.
5) Wilfredo Gómez y Manny Pacquiao, y ganaba Wilfredo por decisión en 12.

Cinco peleas posibles:
1) Manny Pacquiao y Floyd Mayweather, y ganaba Pacquiao por nocaut técnico en 10.
2) Chocolatito González y Tyson Márquez, y ganaba González por KOT en 5.
3) Siri Salido y Chris John, y noqueaba el Siri en 7.
4) Travieso Arce y Nonito Donaire, y ganaba Nonito por decisión.
5) Chávez Junior y Canelo, y empataban en 12 pactando de inmediato una revancha.

Soñar es algo que también se puede hacer dormido.

¿Usted qué opina? Opine.

10 de mayo de 2012

Día de la madre

Nunca se las menciona pero ahí están. Las madres de los boxeadores, como las de todos, ocupan un lugar sublime en las vidas de sus hijos, y no son pocas las veces que las vemos a un costado del ring, cerca de la acción atemorizante, que las hace sufrir y las estruja, pero apoyando con su presencia la causa de su propia sangre.

Ahora, cuando faltan horas para el 10 de mayo (día de la madre en México), es buen momento para recordar a algunas de ellas.

Cecilia De la Hoya, como su hijo Oscar, fue grande, aunque de un heroísmo desconocido, el que tuvo para ocultar casi hasta el final a su familia que un cáncer de pecho implacable la estaba carcomiendo. Tenía treinta y tantos años cuando la enfermedad hizo presa de su cuerpo menudo, la debilitó y la fue doblegando hasta dejarla ciega. Oscar me contó que ella usaba una bufanda, pero que no había otra señal que pareciera esconder nada. A pesar del artilugio para disimular la evidencia, nada evitaba que la enfermedad avanzara…

Cuando el final estuvo cerca y su proximidad fue evidente, cuando el dolor la quebraba y la quimioterapia no hacía más que revolver la agonía humillante, ella rogó a Joel, su esposo, que le jurara una promesa: “-Please take care of my babies…, no permitas que jamás les pase nada malo”.

Oscar peleaba como amateur en aquellos años. Tenía 15 años, 16. Su papá pidió dinero prestado varias veces para pagar los gastos de tratamiento de Cecilia. Cuando la llama de su vida se apagó, ella tenía 39 años. Joel debió recurrir a un nuevo préstamo, de 5,000 dólares, que le hizo esta vez Shelly Finkel (el famoso manejador que tuvo a Tyson, a Holyfield, a Pacquiao), para pagar el sepelio.

Tan poco sabía Oscar cuán grave era el padecimiento de su mamá que un día explicó llorando: “-Nunca pensé, jamás, jamás pensé… aunque estaba en el hospital creí que se pondría bien… jamás pensé que moriría…”.

Desde entonces Oscar De la Hoya, en cada victoria, porque no conoció otra cosa, hasta que fue campeón olímpico, doblaba una pierna sobre el ring, rodilla en la lona, arrojando un beso al cielo y ensayando una plegaria, decía: “Es para ti”.

Los historiadores señalan a una llamada Ferenice, oriunda de Rodas, en la antigua Grecia, como la primera mujer que quiso ver a su hijo combatir en la dramática arena del boxeo, y quien se salvó azarosamente de ser arrojada al mar desde lo alto del Tipeo, que era la pena que se imponía a las mujeres sorprendidas durante los juegos.

Han pasado desde entonces 2,360 años, y el destino de las mujeres en el mundo, y el de las madres de los boxeadores, han cambiado.

En los años sesenta fue muy popular el nombre de Emelda Griffith, mamá de Emile Griffith, protagonista de todas las celebraciones que propiciaron los triunfos de su vástago, que fueron muchas, y hasta de escándalos, como cuando armada en guardia impidió el acceso a periodistas al camerino la noche que Emile perdió contra Benny Kid Paret en Nueva York. Al día siguiente John Condon, encargado de prensa del Madison Square Garden, ante las durísimas críticas de la prensa, se vio obligado a pedir públicas disculpas: “-Es increíble –dijo--, Emile es todo suavidad, un perfecto Gentleman, pero su madre es capaz de espantar al diablo… esa señora junto con hermanos, tíos y primos (23 en total) están armando bataholas a cada rato y echan a la basura todo lo bueno que él hace”.

Emelda, en horas más amenas, fue distinguida varias veces por la revista ‘The Ring’ como ‘la mamá del año’, y de ella se recuerda por siempre la foto que recorrió el mundo levantando a su hijo en brazos, cual si fuera un bebé, tras ganar el campeonato mundial a Nino Benvenuti en el Madison una noche del otoño de 1967.

En cuanto al premio de la madre del año, que reiteradamente le adjudicó ‘The Ring’, Emelda parecía merecerlo a perpetuidad hasta que en Sudáfrica una congénere hizo lo suficiente como para que el mundo del boxeo la olvidara por un rato: la dama, madre del peleador Leotis Vitjoen, arremetió contra el réferi que acababa de descalificar a su hijo, y sin más ni más lo derribó con un cruzado de derecha impecable, tanto que algunos espectadores aplaudieron.

Volviendo por un momento a la famosa doña Emelda, aseguraba el historiador uruguayo José Laurino, que en una mala noche del isleño (nacido en Islas Vírgenes), cuando daba vueltas apático sobre el ring, cuando no daba pie con bola, su madre comenzó a insultarlo a viva voz, gritándole “mal nacido, imbécil ” y otras cosas que no puedo escribir sin que clausuren Central Deportiva, lo que fue definitivo para que Emile diera vuelta las acciones y ganara la pelea. Al parecer Gil Clancy, que estaba en el rincón, también se excedió en el uso de adjetivos altamente ofensivos, porque la Comisión Atlética de Nueva York lo multó con 500 dólares. En lo que respecta a la madre del peleador, quizá temiendo sus represalias, la Comisión no dijo nada.

Los hermanos Michael y León Spinks, ex campeones olímpicos y mundiales, crecieron en la zona más pobre de Saint Louis, Misouri, y no conocieron a su padre, pero tenían una madre que valía por dos.

En el caso de los boxeadores negros, por algo fueron pilares para que las carreras de sus hijos en el ring hicieran tanto por la negritud como lo cuenta el libro “Song of Solomon” (traducido a treinta idiomas) de la escritora Toni Morrison, premio Nobel de literatura y bandera de su raza. O Alex Haley en Raíces, que de la misma manera disecciona con maestría la odisea del pueblo negro estadounidense.

Habría que pensar que el noventa y nueve por ciento de los boxeadores provienen de hogares rotos, para comprender qué cosa ha significado la madre detrás y al lado de ellos, como soporte y compañía.

La frágil madrecita que dio vida a ese portento del ring que fue Sugar Ray Leonard, no vivió lo suficiente para ver a su hijo convertido en un genio del arte de Fistiana, uno de los 6 o 7 mejores de la historia tal vez, ni siquiera para verlo campeón olímpico.

La mamá de Julio César Chávez, la querida doña Isabel, fue la más atenta a su carrera y a sus vaivenes emocionales, como sucede siempre. Cuidaba con celo cada cosa que se decía o se escribía de su hijo, y algunas veces hasta me mandó mensajes para que “cuidara a Julio” en mis crónicas, como si él lo hubiera necesitado cuando era el mejor boxeador del mundo

A lo largo de todos mis años en el boxeo, que ya son muchos, pude observar como una constante que cada vez que un boxeador gana su primer dinero importante, si le preguntan cuáles son sus planes para invertirlo, lo primero que dice es “voy a comprar una casa para mi madre”.

¿Hace falta decir más en el Día de la Madre?

7 de mayo de 2012

Canelo y otros ganadores

Al Shane Mosley boxeador lo terminó de enterrar el reloj del tiempo y al Canelo Álvarez sus diecinueve años de ventaja le hicieron el suntuoso regalo de poner entre los de sus víctimas el nombre de un inmortal. Mi pronóstico no fue acertado: dije que Canelo ganaría todos los rounds y sólo ganó once. Mosley peleó un poquito, apenas algo más de la no-pelea que prometía la realidad de un hombre que ve pasar la vida y llevarse de él sus mejores años, cuando menos para una actividad deportiva de máxima exigencia.

Álvarez suma otra victoria y un apellido notable a sus blasones, y se acerca irremediablemente a las grandes peleas que no podrá (y seguramente no querrá) eludir. Para la conducción del Canelo, para los de su promoción, De la Hoya y compañía, el desafío es enorme, porque hay que escoger la próxima cita con especial inteligencia. Un error puede provocar lo que provoca un movimiento en falso de alguien que trabaja con brazos mecánicos en una central nuclear. Desde luego que no habrá pelea con Floyd Mayweather, el primero de los elegidos por Saúl para sus planes futuros cuando después de terminada la pelea del sábado le preguntaron qué viene. Canelo no tiene oportunidad de victoria contra Floyd.

Lo que haya dicho el campeón no importa. Hay un tiempo para hacer declaraciones y hay otro para elaborar estrategias serias usando el discernimiento y midiendo posibilidades. Quizá la próxima contienda que le programen sea una de esas que llamamos fáciles, aunque el adjetivo no describe con exactitud otra cosa que no sea la probabilidad de victoria comparada con otras de mayor envergadura. Después sí habrá que preparar al rey color canela para un duelo mayor, porque la gente se va a cansar de especulaciones –ya se ha cansado—y quiere verlo contra los mejores.

No olvidemos, señores, que el Canelo no ha tenido su guerra, esa que necesitan todos los boxeadores para consagrarse, la pelea de intercambios bárbaros en los que ora se pega ora se recibe pero -- es condición-- se sale avante después de haber pasado por el infierno. La guerra que tuvo Julio César Chávez contra Meldrick Taylor, la que tuvo Muhammad Alí contra George Foreman. Sólo el que emerge victorioso de esta prueba necesaria puede llamarse verdadero campeón y afirmar que ha alcanzado su madurez.

Por lo pronto, el paso fue bien dado. Lo que no se gana en gloria por la senilidad deportiva del rival, se gana poniendo a Canelo en la órbita del planeta Las Vegas. Yo seguiré lamentando que en su momento no haya sido posible su pelea con Julio César Chávez Junior, que ahora parece imposible por la cuantía de peso que los separa.

Floyd Mayweather le ganó a Miguel Ángel Cotto y es otro que tiene que correr a revisar el menú de propuestas para su vida de campeón. Un minuto después de terminada la

pelea comenzaron las especulaciones en las redes, y, naturalmente, resucitó en la multitud el clamor por que se mida contra Manny Pacquiao. Yo también soy de los que piden esa pelea, porque quiero verla antes de morir. Ustedes pretenderán que les diga si se va a dar o no se va a dar, y no se los puedo decir por la razón contundente de que la pelea depende de Bob Arum, y el cerebro de Arum es inexpugnable y funciona en otra dimensión. Como usted sabe que piensan los seres humanos… así no piensa Arum, él tiene otros códigos.

Sí les digo que Bob va a tener que dar argumentos sólidos para justificar una posible no pelea de su pupilo Manny con el flamante campeón de peso superwelter, porque no habrá justificativos convincentes si el filipino decide mirar para otro lado y no acepta la pelea más cara y mayor de su vida. Los mexicanos estamos esperando con ansias una cuarta confrontación entre Pacquiao y Juan Manuel Márquez, pero sabemos que una Mayweather-Pacquiao es más grande para el resto del mundo, y tres veces más cara. Si esta pelea se diera habría que pensar que es un triunfo para el boxeo mundial, aunque en este caso el triunfo del boxeo mundial no sería una victoria del boxeo mexicano. Dicho lo anterior, el mapa del boxeo está más que interesante y es mucho lo que se decidirá entre hoy y la fecha posterior al resultado de la pelea que Manny Pacquiao y Timothy Bradley sostendrán el 9 de junio. Habrá peleas buenas en lo por venir, pero no sé si se darán todas las buenas peleas posibles.

Con todo esto a mí me interesa más que nunca ver a Manny Pacquiao en la pelea que viene. ¿Cuál vamos a ver? ¿Cuál Pacquiao? ¿El que peleó con Margarito hace un tiempo, un prodigio de velocidad y de rendimiento? ¿O el que enfrentó tantos problemas y no los pudo resolver contra Juan Manuel Márquez? Si vuelve el Pacquiao perfecto de sus mejores noches, yo le daría oportunidad en serio contra Floyd Mayweather en una potencial pelea. Pero si de Manny volvemos a ver fisuras lacerantes en su boxeo, Mayweather sería implacable con él.

En el ring de Zanfer en Tijuana vimos a Rafa Márquez en una reaparición esencial para su futuro, que está constreñido por la edad, 37 años. El rival fue un tal Eric Aiken, de Washington D.C.,que en lugar de oponer resistencia corrió despavorido cuando vio la determinación con que el nuestro arrancó en la pelea, y eso es todo lo que podemos rescatar, la explosión con que Rafa pretendió decir que está en busca de otra pelea titular después de haber procesado las dolorosas derrotas contra Juanma López y Toshiaki Nishioka. Una pelea con el Siri Salido sería más que interesante y considerando la capacidad golpeadora de quien ha noqueado 37 veces en 41 victorias no podríamos descartarlo, aunque ya no habrá empresa grande que sea fácil para un combatiente tan permeado por peleas de intensidad casi mortal como muchas que ha tenido.

Jackie Nava combatió en el mismo ring a la colombiana Diana Ayala y le ganó de punta a punta. Jackie es ya una figura mayor para la historia del deporte mexicano. Ella no encanta, enamora. ¿Notaron que se viste diferente? Ya era hora de que ella y su promoción explotaran esa arista de belleza, como lo hace María Sharapova, como en el boxeo lo hizo Mia St John. Se muestra en plenitud la Princesa tijuanense y todos la vemos pensando cómo será de buena la tercera pelea con Ana María Torres, posiblemente en octubre.

La noche del sábado, una vez más, todo México (o casi todo) vio boxeo por televisión porque la oferta era robusta y buena, con lo que seguimos caminando.

4 de mayo de 2012

Día de la madre

Nunca se las menciona pero ahí están. Las madres de los boxeadores, como las de todos, ocupan un lugar sublime en las vidas de sus hijos, y no son pocas las veces que las vemos a un costado del ring, cerca de la acción atemorizante, que las hace sufrir y las estruja, pero apoyando con su presencia la causa de su propia sangre.

Ahora, cuando faltan horas para el 10 de mayo (día de la madre en México), es buen momento para recordar a algunas de ellas.

Cecilia De la Hoya, como su hijo Oscar, fue grande, aunque de un heroísmo desconocido, el que tuvo para ocultar casi hasta el final a su familia que un cáncer de pecho implacable la estaba carcomiendo. Tenía treinta y tantos años cuando la enfermedad hizo presa de su cuerpo menudo, la debilitó y la fue doblegando hasta dejarla ciega. Oscar me contó que ella usaba una bufanda, pero que no había otra señal que pareciera esconder nada. A pesar del artilugio para disimular la evidencia, nada evitaba que la enfermedad avanzara…

Cuando el final estuvo cerca y su proximidad fue evidente, cuando el dolor la quebraba y la quimioterapia no hacía más que revolver la agonía humillante, ella rogó a Joel, su esposo, que le jurara una promesa: “-Please take care of my babies…, no permitas que jamás les pase nada malo”.

Oscar peleaba como amateur en aquellos años. Tenía 15 años, 16. Su papá pidió dinero prestado varias veces para pagar los gastos de tratamiento de Cecilia. Cuando la llama de su vida se apagó, ella tenía 39 años. Joel debió recurrir a un nuevo préstamo, de 5,000 dólares, que le hizo esta vez Shelly Finkel (el famoso manejador que tuvo a Tyson, a Holyfield, a Pacquiao), para pagar el sepelio.

Tan poco sabía Oscar cuán grave era el padecimiento de su mamá que un día explicó llorando: “-Nunca pensé, jamás, jamás pensé… aunque estaba en el hospital creí que se pondría bien… jamás pensé que moriría…”.

Desde entonces Oscar De la Hoya, en cada victoria, porque no conoció otra cosa, hasta que fue campeón olímpico, doblaba una pierna sobre el ring, rodilla en la lona, arrojando un beso al cielo y ensayando una plegaria, decía: “Es para ti”.

Los historiadores señalan a una llamada Ferenice, oriunda de Rodas, en la antigua Grecia, como la primera mujer que quiso ver a su hijo combatir en la dramática arena del boxeo, y quien se salvó azarosamente de ser arrojada al mar desde lo alto del Tipeo, que era la pena que se imponía a las mujeres sorprendidas durante los juegos.

Han pasado desde entonces 2,360 años, y el destino de las mujeres en el mundo, y el de las madres de los boxeadores, han cambiado.

En los años sesenta fue muy popular el nombre de Emelda Griffith, mamá de Emile Griffith, protagonista de todas las celebraciones que propiciaron los triunfos de su vástago, que fueron muchas, y hasta de escándalos, como cuando armada en guardia impidió el acceso a periodistas al camerino la noche que Emile perdió contra Benny Kid Paret en Nueva York. Al día siguiente John Condon, encargado de prensa del Madison Square Garden, ante las durísimas críticas de la prensa, se vio obligado a pedir públicas disculpas: “-Es increíble –dijo--, Emile es todo suavidad, un perfecto Gentleman, pero su madre es capaz de espantar al diablo… esa señora junto con hermanos, tíos y primos (23 en total) están armando bataholas a cada rato y echan a la basura todo lo bueno que él hace”.

Emelda, en horas más amenas, fue distinguida varias veces por la revista ‘The Ring’ como ‘la mamá del año’, y de ella se recuerda por siempre la foto que recorrió el mundo levantando a su hijo en brazos, cual si fuera un bebé, tras ganar el campeonato mundial a Nino Benvenuti en el Madison una noche del otoño de 1967.

En cuanto al premio de la madre del año, que reiteradamente le adjudicó ‘The Ring’, Emelda parecía merecerlo a perpetuidad hasta que en Sudáfrica una congénere hizo lo suficiente como para que el mundo del boxeo la olvidara por un rato: la dama, madre del peleador Leotis Vitjoen, arremetió contra el réferi que acababa de descalificar a su hijo, y sin más ni más lo derribó con un cruzado de derecha impecable, tanto que algunos espectadores aplaudieron.

Volviendo por un momento a la famosa doña Emelda, aseguraba el historiador uruguayo José Laurino, que en una mala noche del isleño (nacido en Islas Vírgenes), cuando daba vueltas apático sobre el ring, cuando no daba pie con bola, su madre comenzó a insultarlo a viva voz, gritándole “mal nacido, imbécil ” y otras cosas que no puedo escribir sin que clausuren Central Deportiva, lo que fue definitivo para que Emile diera vuelta las acciones y ganara la pelea. Al parecer Gil Clancy, que estaba en el rincón, también se excedió en el uso de adjetivos altamente ofensivos, porque la Comisión Atlética de Nueva York lo multó con 500 dólares. En lo que respecta a la madre del peleador, quizá temiendo sus represalias, la Comisión no dijo nada.

Los hermanos Michael y León Spinks, ex campeones olímpicos y mundiales, crecieron en la zona más pobre de Saint Louis, Misouri, y no conocieron a su padre, pero tenían una madre que valía por dos.

En el caso de los boxeadores negros, por algo fueron pilares para que las carreras de sus hijos en el ring hicieran tanto por la negritud como lo cuenta el libro “Song of Solomon” (traducido a treinta idiomas) de la escritora Toni Morrison, premio Nobel de literatura y bandera de su raza. O Alex Haley en Raíces, que de la misma manera disecciona con maestría la odisea del pueblo negro estadounidense.

Habría que pensar que el noventa y nueve por ciento de los boxeadores provienen de hogares rotos, para comprender qué cosa ha significado la madre detrás y al lado de ellos, como soporte y compañía.

La frágil madrecita que dio vida a ese portento del ring que fue Sugar Ray Leonard, no vivió lo suficiente para ver a su hijo convertido en un genio del arte de Fistiana, uno de los 6 o 7 mejores de la historia tal vez, ni siquiera para verlo campeón olímpico.

La mamá de Julio César Chávez, la querida doña Isabel, fue la más atenta a su carrera y a sus vaivenes emocionales, como sucede siempre. Cuidaba con celo cada cosa que se decía o se escribía de su hijo, y algunas veces hasta me mandó mensajes para que “cuidara a Julio” en mis crónicas, como si él lo hubiera necesitado cuando era el mejor boxeador del mundo

A lo largo de todos mis años en el boxeo, que ya son muchos, pude observar como una constante que cada vez que un boxeador gana su primer dinero importante, si le preguntan cuáles son sus planes para invertirlo, lo primero que dice es “voy a comprar una casa para mi madre”.

¿Hace falta decir más en el Día de la Madre?