15 de junio de 2014

Lo de Travieso Arce para llorar. Y le echó la culpa al calor

En la vida de cualquier boxeador hay peleas buenas y peleas malas. En la vida del Travieso Arce hay peleas buenas, peleas malas y la de anoche en Tuxtla Gutiérrez. Le ganó (bueno, de algún modo tengo que decirlo) a Jorge Lacierva, quien no pudo salir a combatir en el octavo round porque se le dislocó un hombro.

La infame representación de opereta que montaron estos dos señores fue difícil de digerir, pero es, sobre todo, difícil de explicar, y de entender. Si lo hubieran ensayado un año, hacerlo tan mal no les hubiera salido tan bien.

Arce llegó al ring inflado, abotagado, con lo que algún pesimista pudo sospechar que eso era una mala señal para lo que vendría en la pelea. Nosotros no, en la mesa de trabajo de TV Azteca esperábamos que Jorge le pusiera entusiasmo a su actuación y que Lacierva, con su enorme experiencia, cooperara a una demostración de buen boxeo. Que nos divirtieran y nos alejaran de los preconceptos que acompañan a las varias más recientes apariciones de Arce.

El reporte oficial es que los dos pesaron 126 libras en la ceremonia del día anterior, lo que resulta difícil de creer, pero lo avala la comisión de box. Ojalá que sea cierto, porque de no serlo estaríamos frente a otro problema grave, la alteración de un registro que tradicionalmente se respeta.

Explicar la pelea no me es posible. ¿Qué pelea? El Travieso descontrolado, excesivo, hiperactivo sin necesidad, con un enojo temprano y fingido, cargando hacia el enemigo para terminar siempre en un abrazo repetido y fastidioso. Lacierva tratando de durar, supongo, alargando la dizque pelea porque su vergüenza le dictaba que debía justificar de algún modo el salario.

Transitaron siete rounds, lo que ahora, recordando, me parece inexplicable. No embonaron, no se encontraron, no quisieron ni pudieron, no pelearon a la usanza habitual del boxeo, que puede ir de lo excelso a lo irrisorio, pero que responde a un patrón de comportamiento: usted ve a dos sobre el ring y sabe qué deporte está viendo, es boxeo, no es lucha, ni karate, ni dominó.

Créanme que esta no-pelea, esta comedia que escenificaron Travieso y Lacierva no fue boxeo, y debería prescindirse de incluirla en sus récords.

Al terminar con la histórica patraña Arce fue entrevistado sobre el ring por Abraham Rodríguez, un muy hábil reportero de Azteca, y en lugar de pedir perdón, que era la obligación inexcusable de un profesional, se deslindó de culpas y dijo que “hacía mucho calor”. Rodríguez, que es inteligente y veloz, lo cuestionó: “Pero tú peleas en Mochis, donde hace más calor que aquí”, y la inefable respuesta fue: “es que me hicieron calentar demasiado tiempo y se me fue la energía”. Es decir, para cada buena pregunta que me hagan tengo un arsenal de respuestas idiotas… La pelea había terminado y Jorge continuaba empeorando las cosas.

El 9 de junio de 2012 el Travieso se dejó caer en Las Vegas en el segundo round de su pelea con el puertorriqueño Jesús Rojas, alegando haber recibido un golpe prohibido en un oído, lo que le habría provocado confusión y pérdida del equilibrio. Consiguió que se decretara un No Contest (Sin Decisión, habría que decir, que es diferente al no contest, pero la diferencia ya se ha olvidado). Fue la primera de seis actuaciones cuestionables que lleva eslabonadas, una detrás de la otra.

Tras el insuceso de Las Vegas peleó en Mochis con el panameño Mauricio Martínez que venía de perder cuatro de sus más recientes cinco peleas. Inmediatamente después fue derrotado groseramente por Nonito Donaire, y a esa siguió el choque con el colombiano José Carmona, la más rescatable desde lo boxístico, a pesar de que terminó en tragedia.

Una más, con el brasileño Aldimar Silva Santos, nos volvió a dejar esperando al Travieso tan prometido que no llega. Y lo de anoche.

Tan sencillo es pedir disculpas, reconocer el error. No hay ser humano que pase por esta vida sin equivocarse. El Maravilla Martínez lo hizo en Nueva York, sólo instantes después de terminada la pelea con Cotto: “quiero pedir perdón a los argentinos que vinieron a verme y fueron defraudados”. Con eso aligeró el peso de la carga, se allegó la compasión de miles de aficionados para el guerrero vencido.

Este Travieso, en cambio, que persiste en la actitud de: “Todos están equivocados, yo tengo razón”, no se ayuda, y está manchando una gran trayectoria. No tiene necesidad de insistir en este tipo de peleas, prometiendo que las buenas vendrán después.

Y si ha llegado el momento del retiro, es mejor aceptarlo con la frente en alto y repartiendo dignidad, como Jorge Arce lo ha hecho durante muchos años. Todos quisiéramos quedarnos en lo mejor de nuestras vidas, pero no se puede.

Hay algo peor que envejecer, y es andar dando pena.

8 de junio de 2014

La gran noche de Cotto; La impotencia de Maravilla

La crónica de la pelea podría ser brevísima: sin piernas no se puede pelear. Maravilla Martínez no tuvo piernas y no peleó. Fue un vehículo sin ruedas, fue un avión sin alas, fue un prisionero de su propio cuerpo repentinamente torpe, atáxico, envejecido. Miguel Ángel Cotto construyó su más grande epopeya con poco esfuerzo, sin riesgos, y alcanzó una victoria consagratoria cuando el campeón –que dejaba de serlo—no pudo salir a pelear el décimo round.

No lo sabíamos pero así el destino de la pelea estaba sellado desde antes de empezar, quizá desde que se firmó.

Los pronósticos no sirven, y no lo digo porque hayan estado mal los que veían a un Cotto ganador antes del combate, sino porque nadie, ni Dios, podía imaginar esta catástrofe deportiva en una pelea que prometía una batahola inolvidable, y no lo fue.

En el boxeador maduro una gran ilusión todavía viva suple carencias que instaló el tiempo. Este razonamiento podía aplicarse a los dos antes del pleito, pero sólo funcionó para Cotto, que con esmero logró una producción correcta a pesar de algunos altibajos anteriores que creaban dudas.

Sería interesante saber más sobre Sergio Martínez y el fracaso de sus piernas, o sus rodillas, que son el principio y el fin para entender por qué la pelea no fue la que tenía que ser. Cuesta creer después de lo que vimos, que antes de subir al ring del Madison Maravilla y su gente, incluidos sus médicos, creyeran que todo estaba en orden. Sergio, en términos reales, no metafóricos, fue un discapacitado. Una silla de ruedas lo hubiera ayudado a moverse mejor.

Todos sabíamos que el argentino tenía problemas en sus rodillas, pero aun con esos padecimientos, en las peleas anteriores, contra Chávez y contra Murray, caminó, brincó, bailó y se desplazó de modo conveniente para hacer lo que sabe hacer, esa danza sin final que lo convierte en un carrusel que gira y pelea.

Al terminar el noveno round –lo dije en la transmisión—sentí pena al observar la sardónica sonrisa de impotencia irreversible en Maravilla. Un niño que pedía ayuda, un huérfano de recursos para saber qué hacer con la vida inmediata, con la poca que le quedaba de boxeador profesional, con el humillante hálito final del campeón agonizante, ese suspiro suave del que ya no puede más y quisiera no estar ahí porque siente una vergüenza para siempre, indescriptible.

Un día me dijo Wilfredo Gómez: “quien no ha sido boxeador no sabe lo que es perder, es peor que morirse”.

¡Qué resurrección la del boxeo puertorriqueño! La sequía de los últimos tiempos era atroz, y de pronto esta victoria apoteósica.

Los méritos de Miguel Ángel Cotto están intactos, a pesar de las circunstancias favorables que lo ayudaron en esta ocasión. Él escribe su historia, con prescindencia de lo que hagan sus rivales. Hace 13 años debutó en el profesionalismo pesando 63 kilos, y en 43 peleas desde entonces acompañó su crecimiento físico con los resultados en el ring . Para mí dio ahora el gran paso que le faltaba y se pone a la altura de los inmortales de Borinquen: Gómez, Benítez, Ortiz, Camacho, Trinidad, Montañez.

El boxeo de élite muestra una vez más, cruelmente, cómo pasa la vida. Quizá un gran futbolista puede disimular la decadencia inexorable cuando llega. Pasar la pelota, no sé, al fin y al cabo hay once en la cancha. Prolongar con ingenio una o dos temporadas el ocaso. Pero al boxeador quién lo ayuda.

Hace cincuenta años lo dijo Willie Pep: “Cuando nos hacemos viejos primero perdemos las piernas, después perdemos los reflejos, después perdemos los amigos”.

1 de junio de 2014

Las malas reglas (y los oficiales incompetentes)

Las malas decisiones y los oficiales de ring incompetentes (que a veces se funden en una misma cosa) pueden provocar catástrofes deportivas, y lo hacen con frecuencia. La pelea entre Nonito Donaire y Simpiwe Vetyeka en Macao terminó en un caos.

Al final del cuarto round, en el minuto que sigue a las acciones, que se prolongó por mucho más de 60 segundos, la decisión acordada entre el réferi puertorriqueño Luis Pabón y el supervisor de la AMB, Aurelio Fiengo, fue ir a las tarjetas para determinar un ganador.

Ganó Donaire por decisión técnica al ir arriba en las puntuaciones.

Hubiera estado bien sin la explicación de Pabón que le dijo a Fiengo, y que oímos: “es que ya no quiere seguir porque dice que no ve”, refiriéndose por supuesto a Donaire y deslindándose en ese momento de la responsabilidad de poner él fin a las acciones. Decidió Nonito, no el réferi, de modo que si era el peleador el que no quería continuar tenía que ser declarado perdedor por abandono (KOT).

Cuando se anunció la puntuación de los jueces dijeron que los tres habían anotado 49-46, lo que no es posible, por lo que infiero que se equivocaron debiendo decir en realidad 39-36.

En algunos despachos periodísticos se decía que sonó la campana para el quinto. Una disquisición semántica que no hace sino entorpecer aún más lo actuado. Si sonó la campana, ¿por qué no hubo acción? Sin acción el quinto round no se podía calificar porque no empezó. ¿Se negó Donaire a pelear? Es la confirmación de que no podía ganar.

A lo que quiero referirme hoy, más que a este absurdo desenlace en Macao, es a algunas reglas equivocadas del boxeo, que nadie corrige. Al revés, a veces descomponen lo que está bien. No sé a quién se le ocurrió hace poco tiempo decir que el minuto de descanso pertenece al round anterior (sólo piensen en esto: ¿cómo puede pertenecer a la acción el tiempo de no acción?), con lo que hay rounds que terminan peleándose cuando suena la campana al final de los tres minutos, y sin embargo en el resultado de la pelea se anota con alguna forma de nocaut en ese round. Ejemplo es la victoria de Manny Pacquaio sobre Oscar de la Hoya que se anotó como KOT en el octavo round. El octavo se completó en el ring. Debía anotarse KOT en 9 desde la lógica y la tradición de este deporte, pero una regla ridícula lo impide. Lo que siempre estuvo bien, fue echado a perder.

¿Dónde está el problema? En que alguien cambió el reglamento haciendo el minuto de descanso parte del round anterior, lo cual no tiene sentido. Lo adecuado sería que el reglamento dijera, como siempre decía: “la pelea es a equis número de rounds SEPARADOS por un minuto de descanso. El minuto de descanso no es pelea, y ninguna decisión se debe tomar en ese tiempo. Lo que suceda se endosa al round siguiente y se hace notorio cuando suena la campana llamando otra vez a la acción.

Noto que no hay a la vista en el boxeo ejemplares de esa especie tan necesaria que fueron los históricos reglamentaristas (Eddie Eagan, Piero Pini…), y en estos días con liviandad cualquier improvisado propone una regla y se vota porque levantar la mano en una convención de boxeo es gratis.

He propuesto muchas veces, también, que cuando suceda un corte a un boxeador el réferi tenga la tarea de anunciar, con una señal preestablecida, qué es lo que procede según su criterio: si fue infracción por cabezazo, si fue golpe legal o encontronazo de testas. Los réferis rutinariamente no hacen nada para dejarlo claro a los espectadores y a veces pasan varios minutos sin que el público sepa qué están elucubrando los señores de la mesa de control.

En alguno de los organismos mundiales mantienen vigente una vieja regla según la cual tres caídas en un round obligan al nocaut técnico automático, lo que ha sido modificado por casi todas las comisiones de boxeo del mundo hace un cuarto de siglo. Se estudió que esa regla hace que los réferis, aun cuando muchas veces es necesario parar la pelea en la segunda caída, se lavan las manos y dejan que la regla marque el final en la caída siguiente sin exponerse a ser criticados.

Mención aparte es la que tengo para la infame regla del CMB de dar a conocer las puntuaciones parciales al finalizar los rounds cuarto y octavo, que seguramente es la peor idea con que se lastimó al boxeo en cien años. La combato por muchas razones, pero basta enunciar una: quita la atención de lo esencial, que es la pelea, para poner a todos a discutir si los jueces están bien o mal.

Tengo, sinceramente, la esperanza de que esta regla se deje sin efecto pronto y, digo más, habría que blindar en los organismos al grupo de gente que legisla, porque todo queda a la aprobación de los que votan en las juntas de gobierno, donde rara vez alguno de esos señores entiende algo de lo que está votando.

Con relación a lo anterior, no ha faltado quien señale que yo hago lo mismo en la transmisión de TV Azteca, a lo que respondo siempre que no. Hago lo contrario, que es alentar la polémica intrínseca sobre quién va marcando ventaja, SIN QUE SE SEPA CÓMO ESTÁN ANOTANDO LOS JUECES. Ese es el misterio, nudo del asunto, y la sustancia misma del boxeo. El misterio se desvela al final si la pelea termina por puntos.

En días pasados comenté mi mala disposición hacia otra regla que es la que impide que alguien pueda ser campeón en más de una división al mismo tiempo. Conseguirlo sería un logro adicional para los peleadores, y un reglamento no debe obstaculizar los logros deportivos, si acaso facilitarlos. El candado que existe “no puedes ser campeón más que en una sola división y si ganas el título en otra tienes que elegir en siete días con cuál de los títulos te quedas”, es como decirle a Usain Bolt “puedes correr los cien metros en diez segundos, pero en menos tiempo no está permitido”.

Y, por fin, recordar mi prédica de que una pelea de título vacante no puede terminar en empate, como se permite. En diciembre de 1979 tenía yo apenas 24 años de edad y discutí este punto hasta el cansancio con Ramón G. Velásquez, antes presidente del Consejo Mundial de Boxeo y comisario en la pelea que en Split, Yugoslavia (hoy Croacia) empataron Mate Parlov y Marvin Camel. Yo le decía: “¿cómo, profesor, se van a vender boletos para una pelea de campeonato mundial y los espectadores se regresan a casa sin haber visto a ningún campeón?”

Miren cuántos años han pasado y nadie me ha dado la razón. Quizá con otras cabezas que no sean la mía esto se vea de otro modo, porque yo no lo puedo entender. Bastaría devolver a los jueces la tarjeta del último round y pedirles un voto de calidad. Si han peleado 12 rounds cómo no se tiende a decidir un ganador en un deporte donde en tres minutos de cada round ‘no se recomienda dar empate’.