28 de diciembre de 2014

Estados de ánimo

Si a una mujer la abandona su marido puede suicidarse o buscarse otro mejor. Su estado de ánimo tiene todo que ver para que un mismo conflicto la lleve a escoger entre dos salidas tan opuestas. ¿Qué es eso asaz importante entre ella y su decisión que influye así en su modo de actuar?

El estado de ánimo bueno es una herramienta para la vida, pero si no es bueno puede ser un yugo a la inteligencia. El ser humano más evolucionado es el que anda dando bandazos entre un espíritu abatido y otro a veces eufórico. Todo lo humano está condicionado por diversos factores y el ejercicio de la razón es un constante esfuerzo por trascender esos condicionamientos.

Los condicionamientos nos empujan impiadosamente hacia la frustración: nos dicen que no, el trámite no salió, nuestros esfuerzos en el trabajo no son reconocidos, no nos corresponden en el amor, advertimos no haber tomado una decisión necesaria, tropezamos con un funcionario venal. Nuestro ánimo es la esponja que todo recoge y que oscila como un termómetro obediente a los vaivenes de la temperatura.

Algunos somos notoriamente felices, porque lo hemos decidido, y otros irremediablemente tristes por nuestra naturaleza, y millones vemos alterada una positiva disposición a cada día por agresiones externas. Somos nosotros, y somos también nuestras circunstancias, como lo dijo el filósofo.

El escritor mexicano Fernando Rivera Calderón dice en un texto: "Amor es lo que yo siento por ti y lo que tú sientes por él". ¿No les parece ésta una circunstancia externa que condiciona fatalmente nuestro talante? La desventura nos produce zozobra y desconsuelo, y no podemos intervenir para modificar la situación.

La velocidad del mundo atomiza la vida y la hace asfixiante, la degrada. Convierte al ser humano en poca cosa. La autoestima avasallada lo pulveriza. El individuo no vale como tal porque el valor de la vida humana, el primero de los valores superiores, ha sido arrumbado en la morada de los trastos viejos.

El buen estado de ánimo, que debe predominar en individuos emocionalmente sanos, ha sido sitiado por el miedo.

Algunas librerías importantes de América Latina exhiben en sus estanterías un quince por ciento de libros de los llamados "de autoayuda", que hace veinte años no existían. A lo que pueda aportar nuestra carga genética para que estemos ora contentos ora abatidos, se suma el aire enrarecido de la época.

"Los días son iguales para un reloj, pero no para un ser humano", dijo Marcel Proust.

La felicidad del cerdo está en un costal de maíz a su alcance, pero el individuo, cuando posee raciocinio, modifica lo que goza y lo que sufre al influjo de sus emociones.

Cuanto más elevado sea usted, cuanto más cultivado, lamento y celebro decirle, será más vulnerable y estará más expuesto a los estímulos. Sus estados de ánimo son y serán de más fina especie, y su preocupación por lo humano más sutil y acuciante.

Basta observar la personalidad de los grandes hombres y mujeres de la historia. Será difícil encontrar una sola que podamos definir como sencilla. Beethoven, Juana de Arco, Freud, Cervantes, Isabel la Católica, Napoleón, Teodora, Konrad Lorenz, Einstein, Cleopatra, Borges, no fueron sencillos.

Aun no siendo seres extraordinarios, todos somos rehenes de nuestro humor de cada día. Ahí está el estado de ánimo, habitual o circunstancial, compañero inseparable, errabundo, añadiéndole un prisma a las cosas, porque la realidad es independiente de la actitud con que se la mire.

"Hablan de cuánto bebo, pero no hablan de mi sed", expresa un adagio irlandés, perturbador, doliente. En cambio en el otro extremo de la afectación, relajado, el poeta Francis Picabia escribió: "Si hay algo que tomo en serio es no tomar nada en serio".

El buen estado de ánimo era ya para los platónicos una exaltada inspiración divina que encendía el deseo de ser mejor. Y el entusiasmo, que es lo mismo, significaba para los griegos "llevar a Dios adentro".

Es inherente a la condición de juventud ser animoso y enarbolar la bandera de un constante entusiasmo vital, pero la juventud pasa pronto y sólo quienes hayan forjado su espíritu en la templanza podrán sobrellevar los años maduros sin marchitarse por los rigores de la existencia.

Horace Walpole, filósofo inglés del siglo XVIII, dejó escrito que "la vida es una tragedia para los que sienten y una comedia para los que piensan". Decida usted si la sentencia conlleva un aplauso a la razón y un desprecio a la sensibilidad, si celebra cierta forma de cinismo, porque puede leerse como "allá usted si siente", pero es de todos modos una revelación: no vivimos en abstracto; desde la sonrisa socarrona o desde la angustia, un mismo suceso puede verse divertido o atroz.

Pero, ¿se pueden cultivar los estados de ánimo?

Sin duda, en esto no hay discrepancias entre los entendidos.

Los conflictos y las frustraciones que de ellos se derivan en la vida cotidiana son tantos y de naturaleza tan diversa, que sería imposible hacerles frente con una única receta.

Sí podemos afirmar que la civilización ha creado muchos de esos conflictos y al mismo tiempo un abanico de pretendidas soluciones. Psicoanálisis, meditación, terapias, medicamentos, religiones, yoga y otros bálsamos y curalotodos han competido desde tiempos inmemoriales para presentarse como alternativas legítimas a los desesperados, bastones para ayudar a caminar.

En todas las opciones mencionadas hay fuentes de conocimiento, hay materia donde apoyarse para comenzar. En cada uno de nosotros reside la necesidad de identificar la naturaleza de nuestros problemas, si la frustración pertenece a nosotros mismos o es generada por el medio ambiente. No es lo mismo padecer una neurosis que verse en medio de una guerra.

Desear ser mejores, preservar la cordura y defender nuestro equipo vital es lo siguiente. Sin un elevado estado de conciencia, más allá de la adolescencia, no es posible avanzar hacia metas intelectuales sutiles. Desde este punto de vista, es indudable que los estados de ánimo se cultivan. Con la meticulosidad con que se cultiva el amor.

Debemos conspirar contra nuestro sino cotidiano, porque si no lo hacemos la maquinación invisible del mundo actuará contra nosotros, inexorablemente.

Usted tiene poderosas razones para ayudar a sus estados de ánimo, porque determinan su calidad de vida.

Simplifique todo. Muchos de nosotros tenemos tendencia a crear problemas donde no los hay.

Sea realista. No hay Rolex de oro ni automóvil de lujo que lo hagan feliz por más de quince minutos si sus asuntos internos están desordenados. Propóngase metas alcanzables y persígalas.

Valore lo precioso que tiene y olvídese de lo que el destino le niega. Sólo hágalo. Pacte con la palabra 'determinación', que es la voz de mando para ponerse en movimiento. Sin decisión tomada todo está perdido. Y una 'decisión tomada', si realmente lo es, no conoce paso atrás.

Sea usted. El intento de ser “los otros” produce angustia. El ser uno mismo la elimina.

Solucione los problemas. Soluciónelos.

Actúe. ¿Cuándo? ¡Ahora!

Sepa que el odio, el rencor, la envidia, el orgullo, la ignorancia, el presuponer, inmovilizan. Se vuelven contra nosotros. Los grandes sabios coinciden en esto. Combata a estos enemigos rutinariamente.

Hasta donde sea posible planifique su día, su semana. Si no pudo con el día de hoy ponga en orden y por escrito el de mañana. Obtendrá resultados asombrosos.

Intervenga en su estado de ánimo, o será víctima de él.

El poder que ejerce el agradecimiento es terapéutico e irreemplazable. Se deprime el inconforme, nunca el agradecido. Con simpleza, en lugar de quejarse por el vaso medio vacío, agradezca el mismo vaso medio lleno.

No se queje, o quéjese mucho menos. Si se queja, los demás se alejan, y usted se predispone a que lo que hace salga mal.

La felicidad se busca siempre, y de tiempo en tiempo, por un plazo variable, se encuentra un poco de algo que se le parece.

26 de diciembre de 2014

Recordando a Bendigo William Thompson

Leo con una sonrisa la pregunta del lector Rodolfo Iglesias, que quiere saber si antes de Muhammad Alí había boxeo, porque parece que el ex campeón de peso completo es su referencia más lejana. Antes de Alí, el buen Rodolfo sólo imagina… la nada. Mi sonrisa no es de burla, sólo de sorpresa. Está muy bien que quien no sabe lo que no está obligado a saber, si le interesa, pregunte.

La respuesta empieza diciendo que hay boxeo organizado, como lo conocemos, hace poco más de 120 años en Estados Unidos, Inglaterra y Australia, que fueron los primeros países en tener autoridades boxísticas, reconocer títulos y llevar récords.

Antes de eso, de esos 120 años de boxeo perfectamente documentado, hay mucho más, de lo que también han quedado huellas fehacientes.

No me voy a detener en la antigüedad, precisando las tribulaciones de Glauco, el hijo de Hipóloco en la mitología griega, el primer peleador de quien se tienen noticias; ni abundaré sobre el primer boxeador muy famoso, el griego Theágenes de Tasos, campeón de la olimpíada número 75 celebrada 480 años antes de Cristo; pero sí les voy a decir que lo más viejo que se conoce del boxeo como hoy lo vemos es Bendigo. Se trata de un famoso boxeador inglés cuyo nombre era en realidad William Thompson.

Bendigo nació el 11 de octubre de 1811 en Nottingham, Inglaterra, y peleó como se peleaba entonces, con los puños desnudos. Su celebridad no conoció límites y aún hoy, en su ciudad y en toda Inglaterra, es una leyenda. Sobre el final de su carrera, en 1850, recibió el reto de un joven llamado Tom Paddock, diez años menor, y como tardó en aceptarlo su propia madre, de 82 años de edad, le dijo públicamente: “Yo te digo lo siguiente, Bendy, si tú no aceptas la pelea eres un cobarde. Y quiero decirte más, si tú no peleas yo puedo pelear con ese joven”. Bendigo ganó la pelea a duras penas, se dice que ayudado un poco por el árbitro, que decretó una descalificación de Paddock después de casi hora y media de combate.

¿Cuándo peleó entonces Bendigo? Peleó entre 1832 y 1850, aunque alcanzó su momento culminante entre 1836 y 1838.

Imagínense…

Fue cuando la Primera Intervención Francesa en México.
Fue cuando la batalla de El Álamo.
Fue cuando vivía San Martín.
Fue cuando acababa de morir Simón Bolivar.
Fue cuando la reina Victoria subió al trono.
Fue cuando nacía la emperatriz Sisí, Isabel de Baviera.
Fue cuando Benito Juárez se recibía de abogado…

Bendigo medía 1.77 y debe haber pesado unos 68 kilos, cuando más. Era zurdo. Hizo entre 46 y 50 peleas en su carrera de boxeador y perdió una sola, con un rival que le llevaba más de veinte kilos de ventaja. Fue encarcelado 26 veces porque el boxeo era ilegal. Sucedía con frecuencia que al terminar las peleas estaba esperando la policía para llevarse a los dos combatientes y a algunos del séquito.

Falta decir que Bendigo fue un proselitista religioso desde muy joven, y después de ser boxeador se formalizó como sacerdote y dedicó el resto de su vida a servir a Dios. Nada que nos llame la atención si recordamos que en el mundo del boxeo esto se vio más tarde en peleadores que se hicieron ministros de alguna fe religiosa: Earnie Shavers, George Foreman, Yuri Foreman, Masibulele Makepula, Sergey Akimov y el famoso réferi Richard Steele.

Así respondo la interesante pregunta de mi amigo Rodolfo Iglesias que ahora sabe que sí, hubo boxeo antes de Muhammad Alí.

14 de diciembre de 2014

Bradley vs Chaves: Un empate de risa

He visto a Timothy Bradley en todas sus peleas desde que rivalizó con Kendall Holt, en 2009. El de anoche fue el peor Bradley que he visto.

No dejará de ser por eso el gran combatiente de este tiempo, que es, pero su pelea con Diego Chaves entre cabezazos, rudezas y desencuentros no tuvo el brillo de los grandes acontecimientos. Gilberto Román vivió una noche de espanto contra Nana Konadu en 1989, fue vapuleado por el africano en la Arena México, y no por eso dejó de ser un inmortal de nuestro pugilismo. Sobran ejemplos para demostrar que estas cosas les suceden a buenos peleadores, especialmente en noches de las que se espera que sean poco demandantes.

Bradley, en un rendimiento a veces sombrío, con altibajos de miedo, nos dio sólo momentos de su buen boxeo, y cayó reiteradamente en lagunas que favorecieron (no puedo decir que aprovechó) a Diego Chaves.

"Bradley es superior pero es un rival 'ganable'", escribió Osvaldo Príncipi en La Nación de Buenos Aires el mismo sábado de la pelea, y casi acierta el experto, porque entre las fisuras tremebundas de Timothy y los malos jueces faltó poco para que Chaves regresara a Buenos Aires con una victoria.

La actitud de La Joya Chaves fue de una ambición escasa, parándose siempre con dignidad para un mediano esfuerzo en el ring, pero sin variar un ápice lo que había preparado. Parco en su ejecución, no rompió esquemas, se conformó con cumplir. El típico proceder del que dice "si con esto me alcanza, bien, y si no también". No hubo grandeza en él, no sorprendió, no encendió la llama que alumbra a los colosos. Olvidó que el carácter determina la mitad por lo menos de lo que vamos a conseguir. No fue con esa entrega económica como Alí le ganó a Foreman o como Chávez le ganó a Meldrick Taylor.

Tim Bradley, muy lastimado, quizá fracturado en el pómulo desde el comienzo, fue todo fastidio en la pelea. "Le tengo que ganar a este tipo pero mejor si estuviera peleando con otro, aunque fuera uno mejor", era lo que decía la expresión de su rostro. El argentino parado enfrente, con pertinacia le resultaba exasperante.

Yo no suscribo el comentario repetido, incluso en la mesa de trabajo que comparto en TV Azteca, de que "el que fuerza la pelea" tiene que ganar el round, toda vez que forzar la pelea no significa nada sino el resultado que se obtiene de forzarla. Yo puedo forzarla (provocarla, hacerla activa) pero si me reciben con una cataratas de madrazos que me desfiguran la cara... en mala hora el haberlo intentado. Queda abierto este foro en los comentarios para que mis compañeros y amigos del equipo participen con sus respuestas si es pertinente.

El boxeo se transforma con rapidez, y viendo boxeadores argentinos -como mexicanos- hay razones para pensar que muchos avances decisivos tardan en incorporarse a la enseñanza en sus gimnasios. El diferente trabajo de piernas de Bradley y de Chaves exhibió a un Chaves torpe para proyectarse y para recogerse. Bradley subido a un par de zancos se hubiera movido con mayor presteza que el porteño, con lo que se confirma que el boxeo de hoy es también un arte de la cintura para abajo. Chaves con piernas útiles sería mucho más que el muchacho digno pero limitado que vimos anoche. Marcos Maidana, otro argentino, con piernas hábiles sería un portento. Y así.

Las piernas de Willie Pep y las de Sugar Ray Robinson en los viejos tiempos eran una maravilla, pero algo excepcionales. Sin embargo desde los años de Alí y de Leonard, después Whitaker, Mayweather, Pacquiao, el boxeo de élite las ha incorporado de tal modo que su utilización eficiente es decisiva, y por lo tanto imprescindible.

No tengo noticias de que alguien haya visto ganar la pelea de ayer a Diego Chaves, excepto Julie Lederman. Con seriedad les diré que históricamente no me ha parecido una mala juez, y la recuerdo dando mejores tarjetas que jueces de experiencia inveterada. ¿Una actuación fallida? Todos la tenemos, sí, pero la repetición de los malos fallos es una bomba que ya le estalló al boxeo. El empate que anotó anoche el canadiense Craig Metcalfe tampoco era aceptable.

Julie Lederman dio 116 112 para Chaves en tanto que su padre, 'la tarjeta de HBO', dio 116 112 para Bradley.

Frescos todavía los recuerdos del indignante empate 114 114 de la señora C.J. Ross en la pelea de Floyd Mayweather con el Canelo, y el otro tristemente famoso 114 114 de Michael Pernick en Mayweather Maidana I, no podemos obviar que hace sólo tres días hubo otro escándalo por la victora de Oscar Escandón sobre Tyson Cave en Temecula. Pelea del infame 'título interino' de la no menos desprestigiada AMB.

Ni las comisiones importantes ni los cuatro organismos del boxeo están haciendo nada, que yo sepa, por remediar la angustiante situación de desamparo que sienten los aficionados. Los dirigentes miran para otro lado. Esto que sucede, no sucede, señores. Millones de personas son burladas impunemente en el mundo que ve boxeo, y todo sigue igual y seguirá peor. Cada domingo comentando los disparates de la noche anterior, nos preguntamos qué nueva arbitrariedad veremos el sábado que viene.

Los jueces tienen que ir a la escuela, pero no van, porque no hay escuelas para jueces. Algunos seminarios en las convenciones de los organismos, ya lo sé. No hay ningún reprobado. Todos exentan. Y así no se avanza. Los comisionados suponen que van a acabar con los malos jueces y los multiplican. Tiene que haber filtros, o nos seguiremos debatiendo en el mar donde naufragan juntos los incompetentes, los injustos, y los débiles de carácter que votan por el del promotor, por el favorito, por el ídolo, por su compatriota. El Consejo Mundial de Boxeo hace públicas ahora las tarjetas en los rounds cuatro y ocho, con lo que el juez desfasado compensa en los rounds cinco y nueve para no alejarse de sus contertulios. Reglas de boxeo redactadas por taxistas.

El 1 de septiembre de 1983 Kiko Bejines murió peleando con Alberto Dávila, y comenzó el desastre, porque era la primera pelea de título interino de la historia. Yo andaba por ahí. Recurrimos al interinato por una sola vez, para solucionar un problema legal-reglamentario que se había creado por una fractura de Lupe Pintor que tuvo que alejarse por un tiempo del boxeo. No creamos el título interino para ser usado como se usa. Que alguien defienda peleando un título interino es ya el colmo de la desfachatez. Desde entonces el boxeo profesional está condenado a humillación perpetua, por los que están para cuidarlo.

La pelea Bradley-Chaves fue una buena pelea con un fallo bochornoso. Yo digo que ganó Bradley por cuatro puntos, 116 112. Si no ganó por cuatro ganó por dos, o por seis. Esos son los márgenes. Ni empate ni victoria de Chaves por cuatro puntos como desatinó Julie Lederman.

Somos hijos de la impotencia. La impunidad sacraliza el despojo. Estos años se recordarán como los de fallos bárbaros que robaron en varias peleas a Juan Manuel Márquez, a Manny Pacquiao, a Timothy Bradley, a José Luis Castillo, a Andre Dirrell, a Bernard Hopkins, a Evander Holyfield, a muchos más.

El viejo boxeo derrama alguna que otra lágrima secreta, porque poco a poco muere, pero a nadie le importa.