30 de abril de 2012

El Canelo contra Mosley

El Canelo Álvarez cumplirá 22 años el 18 de julio. Antes de que eso ocurra, el próximo sábado, hará la cuarta defensa de su título mundial contra Shane Mosley. La pelea pasada de Saúl, con Kermit Cintrón, fue un error incalificable (la pelea no le interesaba a nadie), en el que no sé cómo incurrieron sus cerebros conductores, pero opino que ésta con Shane está bien programada, y en el momento correcto.

Canelo se impondrá, sin dudas, y probablemente gane todos los rounds para llegar a una decisión cómoda, porque Mosley hace mucho que está mentalmente fuera del boxeo. Con lo que le queda, con lo que aún no olvida de sus buenos años, con lo que guarda tan aprendido del manual del boxeo perfecto con el que en otros tiempos subía al ring, tiene lo necesario para hacer largo el combate y sobrellevar al Canelo, porque yo estimo que no va a presentar pelea franca. Así se comportó contra Manny Pacquiao, huidizo y lábil, valemadrista profesional, irresponsable, esa noche en la que exhibió una inoperancia tan acendrada que sólo puede exhibir un talentoso del cuadrilátero. Hay que saber mucho para hacer una no-pelea. Aseguran que el peor papel que le puede tocar en suerte a un gran actor es el de representar a un mal actor. Mosley ya no tiene piernas, y para un boxeador no tener piernas es peor que no tener brazos. Claro que en el mundo de los equivocados también estuve de visita en ocasiones, pero para el sábado no veo otro escenario posible.

¿Estoy descalificando la pelea? No, de ninguna manera. Álvarez está trazando su destino, y que pelee con el histórico Mosley, a esta altura de su vida, es tentador y bueno. Entre otras cosas porque cuando le gane habrá crecido en confianza y sabrá que puede hacer cosas que todavía no está seguro que puede hacer. Va a pelear con el apellido del que estará enfrente, y como experiencia tiene valor. Mosley no haciendo nada puede sacarle al Canelo cosas que otros no podrían sacarle ni con juventud ni con probo esfuerzo. A los que sí estoy descalificando es a los apurados, esa gente que habita entre los fanáticos y que del Canelo no quiere una carrera, quiere un suicidio, para probar la falsa teoría de que es un producto espurio de Televisa y que cuando lo pongan contra cualquiera que no sea los que le ponen, perderá.

Muhammad Alí hizo su quinta defensa contra Brian London, que había perdido en trece ocasiones y ofreció muy poca resistencia. Manny Pacquiao defendió una vez un título supergallo contra Arnel Barotillo, éste ya muy acostumbrado a perder, y que como rival no significó nada, pero Pacquiao no dejó de ser Pacquiao. No hay boxeo de sólo peleas grandes, no existe, no se puede. Y lo mismo pasa en todos los deportes.

La opinión de los apurados no me interesa nunca, y a veces me irrita. El Canelo no es Sugar Ray Robinson, y no está obligado a serlo. Es una especie de Pipino Cuevas treinta y cinco años después de Pipino Cuevas. No sabemos si le llegará un día su Tommy Hearns, pero sí sabemos que Pipino, antes de caer con Hearns, hizo doce peleas titulares en el peso welter, fue un mexicano ídolo en todo el mundo y protagonizó una época como campeón.

La franja de edad más ocupada por los campeones del boxeo es la de los 25 a los 32 años, de modo que no es poco mérito de Álvarez andar por cuatro defensas a los 21 y creciendo como peleador. Reviso a los mejores campeones del peso superwelter y veo que Tommy Hearns fue campeón a los 24, Wilfredo Benítez a los 22, Sugar Ray Leonard a los 25, Julio César Vásquez a los 26, Nino Benvenuti a los 27 y el propio Shane Mosley a los 31.

Los aficionados que se indignan diciendo que Televisa protege en exceso al Canelo o TV Azteca al Junior Chávez, son los mismos que vociferarían si cualquier atleta mexicano fracasara por falta de cuidados. Son los inconquistables. Si por muchos cuidados, está mal; si por falta de ellos, también.

A Mosley le va a pasar el sábado que viene lo que le pasó a Bernard Hopkins el sábado pasado. De tanto estirar la liga ésta se rompe porque no es posible que suceda otra cosa. La experiencia termina claudicando siempre si compite con la juventud. Si no fuera así no habría recambio en el boxeo, ni en la vida. La lucha de los hombres contra el tiempo, la gana siempre el tiempo.

Otro asunto que quiero abordar es la exuberante victoria de Román González en Pomona, donde dispuso con inaudita facilidad del Príncipe García. El Chocolatito defendió su título y asombró por la facilidad con que ejecutó su trabajo.

La presencia del nicaragüense en el boxeo de hoy es un baño de excelencia para nuestro deporte. Aunque no ha enfrentado todavía a nadie de la élite, el talento le brota incontenible, y verlo resulta un placer. Camina a estar entre los mejores libra por libra, aunque no sabemos si aguantará cuando le peguen. Fuera de eso, hay que verlo atacar y hay que verlo defenderse. Todo lo hace bien. En lo técnico es un superdotado.

Muchos quisiéramos ver a El Chocolatito, campeón de peso minimosca, contra el Tyson Márquez, campeón de peso mosca. Están separados por dos kilos, de modo que el camino puede allanarse en un plazo breve para que se enfrenten. La pelea sería grandiosa. ¿Quién ganaría? La polémica ya está instalada.

27 de abril de 2012

Cuando prohibieron a Alí

Hace 45 años, el 28 de abril de 1967, el gobierno de los Estados Unidos le retiraba la licencia de boxeador a Muhammad Alí, por su negativa a ir a Vietnam a enrolarse en el ejército y pelear contra las fuerzas comunistas de Hanoi. Alí era campeón del mundo de los pesos completos con nueve defensas exitosas y estaba disfrutando un momento culminante de su carrera. Al llamado a combate respondió: “No iré a Vietnam a matar a nadie, esa gente no me ha hecho nada”.

Ha habido muchas sanciones injustas a boxeadores, pero ninguna compite con ésta, que marcó la historia. Alí era un indomable que clamaba justicia para los negros hacía algunos años, pero estos episodios del 67 repentinamente le confirieron dimensión de líder.

El mundo no había conocido a nadie que desde la trinchera de un deportista fuera tan combativo, tan gritón, tan claro en su mensaje y al mismo tiempo propietario de tantas adhesiones.

¿Cuál es el antecedente? Recordemos…

Alí había llegado al campeonato mundial en 1964 derrotando a Sonny Liston, pero entonces se llamaba Cassius Clay, el nombre de esclavo con que nació. Tras convertirse en campeón se cambió el nombre, arrojó al fondo de un río la medalla de campeón olímpico que había ganado en Roma en 1960 (en señal de protesta contra el sistema que oprimía a los negros en su patria), se declaró sumiso a la fe musulmana e inició su militancia activa que más tarde lo convertiría en adalid de negros y religiosos.

Nadie desde Jack Johnson había desafiado tanto al ‘establishment’, pero a diferencia de Johnson, que cincuenta años antes de Alí también había sido un trasgresor y había luchado desde la negritud, lo de Alí no eran actitudes, era la palabra. Su capacidad de oratoria evitaba que el público tuviera que deducir nada. Dueño de una verborragia incontrolable dejaba las cosas claras donde se paraba; y donde se paraba había siempre micrófonos abiertos para transmitir su credo y su verdad que atacaba rezagos de siglos.

Quizá los tiempos eran propicios, se avecinaban cambios de esos que empuja el devenir del hombre sobre el planeta, y que nada puede detener, pero nadie negará que Alí jugó su rol y dejó una marca corpórea trazando su increíble historia.

El personaje trascendió la ignominia, y la volvió a su favor, la procesó y le puso alas convertida en un mensaje universal. No sabemos cómo habría sido la carrera de uno de los grandes campeones del boxeo si las autoridades de los Estados Unidos no hubieran mutilado su carrera en un momento crucial, como sucedió, pero lo que siguió después fue tan exorbitante que quizá preferimos que haya sido así.

23 de abril de 2012

Títulos que no adornan

El sueño de todo boxeador es llegar a campeón del mundo, siguiendo la humana tendencia al peldaño superior. Algunos pueden, otros no están dotados para tanto. El título mundial es el nicho sagrado. Ahí apuntan los esfuerzos y los desvelos, ahí convergen el culmen y el resultado perfecto, ahí anida la suma realización. Nadie debería manchar el anhelo más sagrado e irreprochable de los hombres del ring. Pero no es así, y con tristeza asistimos cada día más a la oferta obscena de títulos que confunden y deshonran –más que premiar—a sus depositarios.

Durante cien años hubo en el boxeo ‘campeón del mundo’, que no se comparaba con otra cosa ni empujaba a nadie a preguntar qué cosa era serlo, o qué diferencia tenía con otros campeonatos que hoy nos abruman: campeones etiquetados fecarbox, internacional, juvenil, fedelatin, norteamérica, fecombox, paba, naba, nabf, fedecentro, fedebol, fedecaribe, cabofe, eba, OPBF, europeo, asia-pacífico, nabo y otros veinte. Lo peor es la existencia de supercampeones, campeones interinos y campeones en receso.

La palabra campeón no puede tener superlativo. El campeón es el mejor, y ponerle encima una figura llamada ‘supercampeón’ es una humillación para aquél, que creía haber llegado a donde no hay más lejos.

Sin embargo, pocos se rebelan contra este insensato estado de cosas. Cuando algún aficionado de esos que se dan en pureza me pregunta por qué el boxeo está así, suelo contestarle que porque todos así lo quieren, como si se tratase de un culto universal sin apóstatas. Los muchos títulos convienen a los organismos rectores, a los promotores, a la televisión, a los manejadores, a los periodistas y a los propios boxeadores. El que no puede ser campeón de un buen organismo, es seguro que puede serlo de otro. Todos piensan en cuánto van a ganar, y los pretendidos honores de antaño, el orgullo y la dignidad de competir, son ridículas antiguallas.

¿Cómo, cómo, cómo alguien que tenga un respeto mínimo por la honorabilidad de la actividad deportiva puede llamarle a algo ‘título interino’? ¿Qué es un título interino? ¿Alguien puede ser ‘novio interino’, ‘padre interino’, ‘hijo interino’? ¿Nos gustaría recibir amistad o lealtad o fidelidad ‘interinas’? ¿Esta columna puede ser ‘interina’? ¿O puede publicarse debajo de otra que sea una ‘supercolumna’ que la humille relegándola a un evidente segundo lugar? Eso, que es una porquería, pero que llaman título interino, vale menos que una corcholata. Es un timo, que se comete con culpa del timador, y con más culpa del timado.

Imagínese esta conversación, de una pareja:
-¿Me amas?
-Sí, de manera interina.

No es otra cosa, es lo mismo. Es dar bienes adulterados.

No hay en el boxeo nada más obvio que la insignificancia de todos estos títulos menores que sólo tienen un valor negativo, porque hacen daño: confunden, no premian (como debería ser la intención de un título a un señor campeón), y quitan importancia a lo que realmente la tiene. Hace mucho que el público ya no exclama con admiración porque dos vayan a disputar tal o cual título, porque el título ha dejado de importar. El aficionado se concentra en los nombres de los que pelean. Las peleas de Manny Pacquiao contra Ricky Hatton, Oscar De la Hoya, Marco Barrera (las dos), Jorge Solís, Erik Morales (las tres), Oscar Larios y Héctor Velázquez no fueron por ningún título mundial. Antes, el título hacía grande a un boxeador, eso era antes.

¿Cómo era hace cincuenta años cuando no había este vil desorden institucionalizado? Los títulos que existían eran, en primer lugar, casi inalcanzables para los boxeadores, como debe ser. A continuación, un boxeador debía hacer carrera por el título nacional, después por el de Norteamérica y después por el mundial. Así de fácil y así de serio el desafío. Había claro títulos locales o estatales, pero no interferían, porque nadie habría de confundir a un ‘campeón de Nuevo León’, con un campeón mundial.

El círculo vicioso es deplorable: la televisión pide títulos, para que las peleas puedan transmitirse. Los organismos entregan cualquier cosa, y al campeón barato que obtienen de estas disputas, lo clasifican, con lo que también echan a perder las listas mundiales. Si un mediocre le gana a otro mediocre lo que se obtiene es un mediocre mal llamado campeón. Hay niveles, hay mejores y peores, por eso hay campeones. Pero si los hacemos campeones a todos, a todos los abaratamos. El moralista francés Joseph Joubert dijo bien hace doscientos años que la abeja y la avispa liban las mismas flores, pero no obtienen la misma miel. Con todo, lo peor… lo peor ¿sabe qué es? Que haya quien compre baratijas a mercachifles. Ojalá que no seamos usted o yo, claro. No permita que le vendan espejitos. Confórmese sólo con lo mejor.

10 de abril de 2012

Coronas de espinas

Geniales en el ring y torpes en el vivir. El Macho Camacho y La Hiena Barrios fueron encarcelados hace pocos días y enfrentan un proceso y una sentencia, respectivamente, que recuerdan inveterados problemas de grandes peleadores con la ley. Camacho golpeó a su hijo. Barrios mató a una mujer en un accidente automovilístico, y pasará algunos años en la cárcel.

Jim Corbett fue perseguido --entre otras cosas porque boxear era ilegal-- después de que le quitó el título de peso pesado al ídolo John L. Sullivan hace 120 años. Bob Fitzsimmons fue acusado de asesinato; Jack Johnson se enfrentó al sistema de vida de los Estados Unidos en 1910, y el sistema hizo de su vida un infierno. Esta vieja historia de boxeadores sumergidos en una nebulosa al ejercer la cotidianeidad, no conoce final. Los boxeadores suelen tener el alma demasiado inflamada cuando suben al ring, dispuestos a vivir vertiginosamente, a arrasar obstáculos imposibles, a ser excepcionales, y años después bajan la escalerilla a extinguir sus viejos proyectos con fruslerías, consumiéndose en una delgada espiral de humo que el aire desaparece.

Mike Tyson fue a prisión por violación y Carlos Monzón por matar a su esposa. Edwin Valero y Alexis Arguello murieron en la soledad de lo desconocido, a horas turbias, lejos de las luces y de las multitudes frenéticas, no me pregunten cómo, nadie sabe cómo, ni por qué.

Curioso derrotero el de estos hombres que nacen en la nada, un día trascienden su destino desgraciado y llegan a tocar el cielo con las manos, y otro día ni siquiera bajan por donde subieron sino que caen abrupta y fatalmente como cae del árbol la fruta madura que ya no puede seguir siendo fruta. No es una regla, es una maldición. En el deporte el actor principal es el éxito, que es un veneno seductor y traicionero, especialmente cuando no hay formación para enfrentarlo. Los muchachos boxeadores suelen conocerlo un día que más que feliz es aciago, porque con el éxito llega el dinero y con el primer dinero en lugar de comprar tranquilidad compran problemas: el reloj más caro, el automóvil más grande, las amistades más peligrosas. Y unos lentes enormes, de esos que no son para ver, sino para que los vean.

Salvador Sánchez halló la muerte en un carro deportivo que jamás hubiera tenido sin ser campeón de boxeo, y Sugar Ray Leonard confesó un día, como otros días confesaron muchos, que por su adicción a las drogas no era el ser humano que muchos creían que era. A Vicente Saldivar lo llevó a la depresión y a la tumba el amor por una vedette que no habría conocido si no hubiera sido el personaje que fue como pugilista.

A veces el triunfo es una enfermedad. Conocí a un boxeador que nunca había tenido nada, sólo hambre, y cuando hizo su primera pelea importante y ganó cuatro mil dólares, compró cuatro mil dólares de cerveza para invitar a los cuates a beber hasta la gota final de la última botella. Otro compró un carro muy caro, que le costó todo lo que había ganado con su primer buen salario, pero no le alcanzó para la gasolina, por lo que debió estacionarlo hasta la próxima pelea.

Billy Papke, que hace cien años fue campeón de peso medio, en 1936 mató a su esposa y se suicidó. El español Dum Dum Pacheco escribió en la cárcel sus sobrecogedoras memorias en el libro ‘Mear Sangre’. Y Robert Wise, que algo sabía del dolor humano, filmó en 1956 la vida de Rocky Graziano y, turbador e insidioso, la tituló: ‘Somebody up there likes me’.

La multitud sin rostro,de virulentos rencores sin porqué, de laberínticos gritos profanos, desprolija en sus afanes, se ríe de los humanos errores. Yo le pido a usted, lector, comprensión y no burlas para los extraviados del boxeo. Hombres que han elegido un camino durísimo, y sobre el ring, entre puñetazo y puñetazo, saben que retan a la muerte por cambiar lo que les tocó ensuerte. No se resignan, no se conforman, no se rinden, el tamaño de su rebelión es lo que ellos valen, y hasta ahí está bien. Pero después… ¡ese maldito no saber qué hacer con todo lo que antes les faltaba y ahora les sobra!

Alguien me preguntó una vez si no me da vergüenza andar “con los Tyson y esa gente del boxeo…”. Le respondí que el boxeo es de jóvenes desabrigados por la sociedad, que a veces no han tenido ni padres ni casa ni escuela ni ejemplos ni nada. Hay otros más afortunados, que son líderes de la comunidad, pastores, gobernantes, educados en las más primorosas universidades, e igual andan dando pena. No se trata de un boxeador que tropieza aquí o allá, es la condición humana, chapucera incorregible.