9 de octubre de 2016

Buen regreso del Gallo Estrada

El Gallo Estrada tuvo miedo. Tuvo miedo de pegar con toda su fuerza en la segunda mitad de la pelea de anoche, porque la mano derecha empezó a molestarle. Es la mano convaleciente, hace poco operada, la que lo obligó a una inactividad dolorosa.

Después del séptimo round recogió la diestra y sobrellevó con la izquierda un combate en cuya primera mitad había realizado una producción casi perfecta.

En su Puerto Peñasco natal le ganó por decisión a Raymond Tabugón, en una pelea con más asuntos por informarnos de lo que creían algunos observadores distraídos convencidos de que el filipino no terminaría el segundo round.

Volver de la inactividad, pregúntele usted a los boxeadores, es una pesadilla a veces profunda. Y es peor para los muchachos de técnica boxística refinada, como Estrada.

La dignidad y la resistencia que puso Tabugón al servicio de la pelea fueron una suerte y una desgracia. Desgracia porque el plan del Gallo, que era noquear en la segunda parte, no pudo cumplirse.

Desde el principio Gallo Estrada probó al enemigo, tiró bombas, pegó duro a lo blando y supo con certeza que el oriental no era un turista en Puerto Peñasco.

Yo sabía, porque me había dicho Alejandro Brito, el genial matchmaker de la empresa Zanfer, que en la elección del rival del Gallo, se descartó Edrin Dapudong (también filipino, aquel que peleó con el Tyson Márquez) que era la primera opción, porque calcularon que iba a resistir de pie; y se confirmó a Tabugón que en teoría podía caer en 7 u 8 rounds. Juan Francisco estuvo de acuerdo en esta decisión, lo que confirma su intención de pelear, caminar el ring, quitarse el óxido de su cuerpo en receso y terminar noqueando para su gente y para hacer que la fiesta fuera redonda.

Pero la mano… nunca se sabe cómo se comportarán los huesos, los músculos, las articulaciones, la carne, ante la demanda extrema del cuadrilátero.

El Gallo Estrada ejecutó desde el minuto uno lo que sabe hacer, su boxeo de academia, su bordar la excelencia, y fue grato verlo en plenitud, al mando, palingenesia eterna de los elegidos. El brazo izquierdo como timón, la distancia siempre precisa, la derecha amenazante que lanzada por sorpresa suele ser invisible para el adversario. Esa derecha es una serpiente cobra en acción, un 'élan' para su dueño, una fuerza incontenible que la naturaleza, o Dios, pusieron donde está para ser usada como un arma letal.

Eso es la ofensiva. El sistema de defensa de Estrada es igual o más eficiente todavía. Los golpes del rival, como ley general del boxeo, se bloquean, se esquivan o se acompañan. El Gallo sabe hacer todo esto bien. Con las manos, con las piernas y con la cintura.

¿Eso es todo? No, porque los grandes inventan cosas y pueden alterar las leyes de gravedad. Deseo señalar otras dos piezas del repertorio del Gallo que acalambran los sentidos. Cuando hace fallar la ofensiva del de enfrente esquivando con la cabeza, estira el cuello y se detiene ¼ de segundo mirando desde arriba, los ojos torcidos, con lo que ve desde un ángulo imposible el siguiente movimiento que prepara el rival, y se pone a salvo.

Magistral. Como el salto con las dos piernas en un solo movimiento para salir de una esquina cuando está encerrado. No se lo vi nunca a nadie, y el Gallo lo ejecuta para invertir su posición y quedar frente al contrario, en posición de ataque.

¿Qué le falta? Ayer le faltó velocidad, para mi gusto, y perder el miedo a pegar con la mano operada, cosa que no tengo mayor idea sobre cómo se ha de conseguir. Un peleador de fábula, como el Gallo, sin puños que respondan, es un piloto de Fórmula 1 ciego.

El nocaut en el boxeo generalmente se busca. Como lo buscó Chávez contra Meldrick Taylor, como lo buscó Juan Manuel Márquez contra Manny Pacquiao en la cuarta pelea. Al revés de lo que dice la ignorancia popular sobre que llega solo. Quimeras verbales, manotazos en la oscuridad de los opinólogos cuando opinan pero no saben. La gente oye cosas que suenan suaves al oído y las repite, sin desmenuzarlas. El nocaut era un objetivo claro del Gallo y de Alfredo Caballero, pero tuvieron que descartarlo cuando el miedo del peleador era ya un trauma por la mano dolorida y sus posibles consecuencias.

Fue una buena actuación de quien es quizá el mejor boxeador mexicano de este momento, que a sus 26 años debe alcanzar pronto su plenitud. Está probado, quédese usted tranquilo, querido lector, en las dos hazañas de Macao cuando derrotó a Milán Melindo y a Brian Viloria. “Toro en mi rodeo y torazo en rodeo ajeno”, como bien dice el Martín Fierro de José Hernández.

Los inconvenientes de la segunda parte no se pueden soslayar, porque en una pelea grande serían catastróficos. El Chocolate González, el más caro objetivo del Gallo, es, sí, de otro nivel.

Hay que trabajar, Gallo, siempre y en todo. ¿Es que acaso los deportistas grandes pueden dejar de hacerlo algún día de su vida? Los hombres pequeños sólo tienen ganas, los grandes tienen voluntad.

La pelea fue en peso gallo (116 y 116.5 libras), pero sobre el ring Jimmy Lennon la anunció en supermosca, porque en el torbellino del caos, en el valemadrismo de las comisiones de boxeo, no interesan estos detalles tan importantes. ¡Importantes!, dije, sí. De cada boxeador antes de que empiece una pelea debemos saber su procedencia, récord, edad y peso (del día anterior en el pesaje oficial). Eso, que no se cuida, deben cuidar las comisiones de boxeo, en lugar de anunciar puntajes parciales en medio de las peleas, o en lugar de permitir que sus jueces incompetentes (cuando lo son) sean anestesiados con tapones en los oídos para transportarlos a una atmósfera diferente, donde perciben cualquier cosa excepto lo que percibimos los demás observadores.

La cicuta impuesta a Sócrates y la hoguera encendida a Giordano Bruno fueron poca cosa comparadas con la intromisión indigna a las comisiones de boxeo con reglas que esas comisiones no tienen, por parte de los de mentes obtusas que impunemente han convertido en cenizas la estructura del deporte del boxeo.