23 de julio de 2018

Sobre Jaime Munguía

Un niño peleando contra un hombre.

Así vi a Jaime Munguía en el ring del Hard Rock de Las Vegas donde el sábado le ganó al inglés Liam Smith en una pelea eruptiva y anárquica. El triunfo fue legítimo pero la actuación del joven campeón confundió a todos.

La promoción y los comentadores habíamos prometido sólidos resultados de la evolución en el ring del peleador de Tijuana, y lo que hizo en combate no pasa la prueba de la lupa.

¿Nos equivocamos en el pronóstico tan optimista?

No lo creo.

Munguía se sobrepuso a la adversidad después de perder los tres primeros rounds, y ganó con lo mejor que tiene: una voluntad indomable y el espíritu de un triunfador. Su mejor arma es la actitud.

Me hace acordar a esos valientes de raza, como Margarito, como Monzón, como LaMotta, tipos que con la mirada te decían: “Deja que primero me muero peleando y después vemos.”

Munguía no había peleado en primera división, ni en segunda, cuando le llegó la oportunidad titular contra Sadam Ali, en mayo, y ganó porque lo de Ali fue torpe y mediocre, y ejecutarlo sin piedad no representó mayor complicación para el bisoño aspirante hambriento de gloria. Después, brincó a lo que vimos el sábado en Las Vegas.

Es decir que Munguía se salteó la etapa de aprendizaje que correspondía a su edad y a su derrotero.

Jaime es todavía un muchacho, un jovencito. En el boxeo la historia recoge el nombre de dos que fueron campeones mundiales antes de cumplir los 18 años, Abe Atell y Wilfredo Benítez, pero esto es excepcional y lo cito sólo porque es pertinente. 21 años, que son los de Munguía, son muy pocos años para haber madurado cuanto es menester.

Sin embargo, no hay nada que lamentar.

Munguía va a ser un buen campeón si hace lo que mandan los preceptos de un deportista triunfador. Aceptó con humildad que tiene que mejorar, y que va a trabajar para lograrlo. Lo que sigue es que sepa qué se debe hacer, y no estoy seguro de que lo sepa.

Hay detallitos y detalles groseros que enmendar.

Munguía perdió los tres primeros rounds de la pelea, que eran los menos perdibles si él llegaba con una estrategia definida, es decir sabiendo exactamente a qué iba al arranque del combate. En cambio se paró en el centro del ring y comenzó a saltar y saltar de un modo bobo y pueril que resultaba desesperante. Todo movimiento innecesario en el ring consume energías y pone en riesgo.

En cuanto a su brazo izquierdo, tiene atrofiado el golpe de jab, que lanza mal y que mucho necesita para aprovechar sus brazos largos, para ponerle el ritmo a su trabajo y para mantener a su enemigo atrás de un imaginario valladar.

Incomprensible también que su equipo tenga contratado a Roberto Alcázar y no haya sido el de la voz en la esquina. Dirigió el padre de Munguía, a quien no juzgo ni conozco en esas tareas, pero no tiene las credenciales de Roberto. Mister Alcázar es Pep Guardiola, no se lo puede tener y no usar.

A este combatiente bravo y pendenciero, capaz de enfrentar buenos desafíos, hay que ponerle ahora un boxeador que no ande a la buena de Dios sobre el ring cuando sube a pelear.

En el circo romano Jaime Munguía hubiera sido un campeón, ahí donde sólo se necesitaban arrojo y testículos, pero en el boxeo moderno hay que agredir y defenderse con eficacia, para prosperar.

Otra vez, no creo que hayamos equivocado el pronóstico. Munguía va a crecer. Lo avala su carácter desafiante y eso es con lo que se va a la guerra.

De Alejandro Magno: “No temo enfrentarme a un ejército de leones comandados por una oveja; temo enfrentarme a un ejército de ovejas liderado por un león.”