28 de marzo de 2014

Pelea Manny Pacquiao y, como siempre, se trata de un gran aconteicimiento

El 12 de abril pelea Manny Pacquiao, y es de los dos el que importa, para que la pelea sea histórica, aunque no sea el campeón. Tendrá enfrente a Tim Bradley, que podrá resultar su redentor o su verdugo.

Manny Pacquiao, el que me acusaron de no querer (algunos, otros me acusaron de quererlo demasiado porque como ustedes saben yo “favorezco descaradamente a los peleadores de Televisión Azteca”).

Cuando se tienen cuarenta años de comentar el boxeo ya se han recibido todas las acusaciones.

No hay razón para que alguien me haya ubicado en una actitud descalificadora de Manny, porque lo admiro más que el que más lo admira, aunque no lo pueda colocar hoy en número uno entre los libra por libra dado que Floyd Mayweather no recibió como él el golpe letal de Juan Manuel Márquez que le procuró el nocaut más espectacular de la historia.

Tuve que poner las cosas en orden --y por eso creyeron que combatía a Pacquiao—cuando algunos insensatos dijeron que era el mejor boxeador de todos los tiempos. Que lo haya dicho Bob Arum vaya y pase, porque para Arum Pacquiao es un producto que vende, y porque Bob hace muchos chistes con tono de estar hablando en serio.

La verdad es que la gente dice muchas cosas, y se nos va un tiempo precioso en clasificar las verdades por aquí los dislates por allá, etcétera, por lo que no acostumbro a responder tantas iniquidades y sandeces. No son pocos los que afirman, por ejemplo, que no deberíamos hablar de boxeo los que no nos hemos subido a un ring, que es como decir que no deberían comer los que no saben cocinar, o que el cardiocirujano que nos opera del corazón debe haber sufrido antes un infarto para saber de qué se trata.

Nada nuevo, se los aseguro, si recordamos que Platón promovía que sólo los filósofos fueran reyes, y han pasado 2,500 años. A Platón le contestaron (y la respuesta vale un millón) que si la opinión pública demanda niveles de moralidad demasiado altos de parte de los hombres de gobierno, puede derivarse una consecuencia extremadamente desagradable: que el surtido de hombres capaces de conducir los asuntos públicos con eficacia se agotará. A los que piden que callemos los que no hemos boxeado yo les digo que el Cuyo Hernández y Nacho Beristáin nunca se subieron a pelear y han podido enseñar a muchos de los deslumbrantes héroes del ring que tanto respetan los que nos descalifican.

De Manny Pacquiao lo que suelo decir es que es el dueño de esta época, como antes tuvieron las épocas suyas Muhammad Alí, Sugar Ray Leonard, Julio César Chávez o Mike Tyson, y que poder verlo en vivo (aunque sea por televisión) es un privilegio de dioses.

La emoción de hacer contacto con la historia es irreemplazable. En cierta ocasión, sería por 1990, me enteré de que se presentaba en México el bailarín Rudolph Nureyev, y aunque yo no sé de ballet, decidí ir a verlo, (como vale siempre la pena ver a los mejores en su materia, hagan lo que hagan) a despecho de los consejos de algunos amigos que me decían que el ruso estaba viejo y ya no era el que había sido. “¿Qué importa?”, yo les respondía, con la emoción y la certeza de que un día podría contar que vi bailar al mejor que ha dado la humanidad, y se los estoy contando.

Ver a un histórico, ser de su tiempo, resulta en una conmoción inigualable que es más que enterarse de su existencia por una enciclopedia. Así, otros días vi a otros inmortales como Alicia Alonso, Jimmy Connors o Frank Sinatra, o toqué la mano del cadáver de Raisa Gorbachov un día de 1999.

El caso de Pacquiao, no es el del Nureyev arcaico que les acabo de mencionar, pero están los que dudan sobre las aptitudes del filipino que tiene 35 años de edad. Es cierto que ha entrado en zona de riesgo no por lo que sabemos (porque no sabemos nada que lo denuncie) sino porque es muy obvio que el recogimiento a que obliga el paso del tiempo lo alcanzará uno de estos días.

Manny Pacquiao se mostró entero contra Brandon Ríos, y no hay nada que obligue a derrumbarse a los 35. Roberto Durán estaba en buena forma a los 37 y Daniel Zaragoza se proyectó bien hasta los 39.

Manny tiene su lugar asegurado en la página central de la historia del boxeo con independencia de lo que pase el 12 de abril, y es válido creer que ya no podrá sorprender con nada, pues lo conocemos demasiado bien. Sin embargo todavía puede demostrar alguna cosa, como de qué tamaño es su voluntad, para estar a tono con la voluntad de los inmortales, que por mandato divino es prodigiosa. Sin voluntad de acero la inmortalidad no es posible.

Cuando Manny y Tim pelearon hace dos años en el Grand Garden del MGM de Las Vegas, ganó Pacquiao y se la dieron a Bradley, y desde entonces muchas cosas han pasado. Timothy, que hoy tiene 30 años, se consolidó como campeón venciendo en dos duras batallas contra Ruslan Provodnikov y contra Juan Manuel Márquez. Pacquiao recibió el golpe de su vida de parte de Juan Manuel Márquez en la definición que en EL BOXEO EN NÚMEROS puse como la número uno más dramática en la historia del boxeo tras revisar quince o veinte veces una por una las definiciones que siempre se habían tenido como las máximas: Marciano-Walcott, Weaver-Tate, Cooney-Norton, Foster-Tiger, Louis-Schmeling, Johnson-Ketchel.

Hoy sería pueril creer que las cosas en la pelea que viene van a ser iguales que el 9 de junio de 2012. Bradley ha crecido, está en buena edad para una guerra total, y conserva su velocidad electrizante en las piernas. Para Pacquiao el tiempo corre más rápido, inexorablemente, y habrá que ver cuáles son los daños que en él va sembrando. Se mostró bien contra Brandon Ríos, pero Tim es mucho más que Brandon.

La pelea será conmovedora y trascendente, por lo que significa para los anales del boxeo situar en su lugar a Manny Pacquiao, después de ser abrumado por su sino desde 2012. Manny se viste de boxeador otra vez. Nunca sabremos con precisión qué pensamientos habitarán su cabeza y su alma al ponerse las botas, el vendaje, los guantes. Será ecléctico y austero al razonar, porque nunca ha sido amigo de desbordes ni de gritos. Será reflexivo, severo, genial, porque es un superhombre como veinte, treinta, cincuenta que ha dado el boxeo.

Yo, --“el que no lo quiere”-- creo que a Pacquiao menos que a nadie podríamos encerrarlo o reducirlo a un puñado de números, medirlo con estadísticas. Manny es infinitamente más que razonar “perdió con Márquez, Márquez perdió con Floyd, por lo tanto Manny debe ser menos que Floyd”. Eso es una disquisición matemático-insoportable que quizá se aplica a esas entelequias que no tienen nada que ver con el arte, no un análisis de un peleador tan complejo, tan grande, un deportista tan minucioso como Manny Pacquiao. Pacquiao es la ciencia para ganar, Floyd es la destreza para no perder. No se pueden comparar, a menos que peleen.

No sabremos jamás si en este nuevo día D, antes del ring, Manny recordará cómo evolucionó su figura esmirriada y sombría desde hace 20 años cuando empezaba como profesional, a este guerrero sólido y total que es hoy, dueño del músculo, en control de sus emociones, trasminante su sedosa luminosidad y con un cerebro alerta y combativo, y listo, como en cada pelea, como casi siempre, que si no fuera por el golpe de Márquez creeríamos que no sabe fallar.

Por eso les decía al principio. Lo que ofrece esta pelea es suficiente para que no me pregunten si Manny Pacquiao es el ciento por ciento de lo que fue, o sólo el noventa y cinco, o el noventa. Ni siquiera él lo sabe. No sé si Dios lo sabe.

Lo que importa es que vamos a vivir una vez más su época, que es la nuestra, felizmente. Si no somos capaces de vivir nuestro tiempo, no somos capaces de nada.