25 de mayo de 2012

Pacquiao, con Dios en su rincón

Todo lo que se hable de una pelea antes de la pelea, la hace grande, y los promotores lo saben.

Que hablen, a mí no me molesta el ruido.

George Parnassus decía “No me interesa que un boxeador sea zurdo, que sea mexicano, que sea bueno, que sea invicto, que sea blanco o que sea negro, me interesa que sea taquillero”.

No puedo imaginarme una pelea grandiosa sin publicidad, sin que se haya calentado el ambiente, sin bravatas y amenazas. Los dos mejores boxeadores del mundo enfrentándose en medio del desierto, sin público, sin escándalo, sin que los vean, no estarían haciendo nada de valor, ni siquiera podrían dar la misma pelea a que los empuja el gran acontecimiento. El oropel siempre forma parte del espectáculo, en un circo todo es de colores. Un combate exorbitante es un asunto sobre el que todos tienen una opinión, y en el mar de declaraciones se dicen unas pocas cosas razonables y disparates en demasía. Hay lugar para todas las expresiones en el universo caótico del boxeo.

Comienza a oírse que el 9 de junio subirá al ring el Manny Pacquiao de ahora, es decir, no el que conocemos. El filipino se medirá con Timothy Bradley, invicto en 28, de Cathedral City, California, que es la nueva amenaza para él. ¿Amenaza real? ¿fabricada? Su promotor y consejero Bob Arum revela que Manny se ha transformado en un asceta, que mantiene una relación enfermiza de apego a la Biblia, que ha encontrado a Dios, y que él no sabe qué Pacquiao vamos a ver sobre el ring. Que está distraído, afirman muchos, que el personaje en que se ha convertido, lo devoró. Que vive en un laberinto a la vuelta de uno de cuyos engañosos recodos su esposa lo acaba de demandar, pidiéndole el divorcio.

Manny Pacquiao es boxeador, pero es además político, empresario, músico, activista religioso, asesor de cuanto boxeador filipino anda por ahí; y sus enemigos dicen que apostador empedernido en casinos, peleas de gallos y billares. Hace algún tiempo Manny demandó a cuatro periodistas filipinos por estas acusaciones calumniosas. Sabemos que lo que puede hacer un boxeador sobre el ring estriba en su estado de ánimo. El es el mayor ícono en la vida de su país. Dejó muy atrás a Pancho Villa y a Flash Elorde, a Paulino Alcántara el futbolista y a Carlos Loyzaga el basquetbolista. Un habitante promedio en su patria gana 167 dólares mensuales, él gana 40 millones en una pelea. Hoy es venerado, cuando muera será canonizado.

Hay boxeadores que comenzaron a fracasar cuando dejaron su carrera a un lado, entretenidos en otras actividades o tentaciones: Julio César Chávez, Muhammad Alí, Max Schmeling, Mike Tyson, Mantequilla Nápoles, Wilfredo Gómez, Oscar de la Hoya, Wilfredo Benítez, Miguel Lora, Kelly Pavlik, Miguel Angel González, el Gato González (el segundo, por supuesto), Joe Louis, Ray Robinson, Kid Chocolate. Lo decía uno de los versos horripilantes que componía Alí antes de sus peleas, “La ley de la verdad es sencilla, lo que siembres cosecharás”.

También hubo lo opuesto. A Willie Pep lo invitaron a mil negocios infalibles (como son los negocios que les proponen a los boxeadores) pero él siempre se negó, diciendo que mientras tuviera talento para boxear no se distraería con nada porque la concentración en lo suyo era su secreto para triunfar. Juan Zurita no hizo otra cosa más que boxear mientras permaneció activo, y juntó todo el dinero que ganó, lo que le permitió convertirse en un empresario opulento en la construcción y venta de casas.

Lo más sugerente de este tiempo previo a la pelea del 9 de junio es lo que Manny Pacquiao declaró el pasado martes en una teleconferencia, asegurando que problemas familiares lo afectaron en el choque de noviembre contra Juan Manuel Márquez, y que peleó mermado. No es una novedad porque todos vimos que no fue el mismo (sin menoscabo de los méritos de Márquez, Pacquiao fue mucho menos que contra Margarito, por ejemplo, y no logró resolver ningún problema), y porque es la norma que los grandes ídolos tienen más contrariedades y nunca menos a medida que su carrera avanza y ganan fortuna y popularidad. Los boxeadores con el dinero no compran tranquilidad, compran problemas.

Esta aseveración que hizo Manny tiene indudable importancia, porque la hizo por algo, aunque no sepamos por qué. Sólo podemos especular. Puede ser una disculpa del campeón avergonzado, puede ser una justificación del atleta obligado a no sucumbir a la presión del imperio que ha forjado y que lo asfixia, puede ser pura estrategia para la próxima pelea, o para una cuarta con Márquez, a modo de empezar a permear en el espíritu de sus enemigos. Lo peor para él sería que esté sintiendo que perdió contra Juan Manuel y hable procurando convencerse de que puede regresar a la mejor versión de sí mismo.

La pelea dará las respuestas que no tenemos. Mientras, medio mundo se pregunta si puede haber un Pacquiao mejorado como individuo y menguante como boxeador, o se trata de la usina de rumores que siempre se pone en marcha para generar interés por la pelea. O un poco de ambas cosas.

Algunos datos son evidentes, como el cansancio de Manny para hacer frente a los entrenamientos inhumanos que le programa Freddie Roach. Nada que no se sepa, porque además les pasa a todos, se hartan del sacrificio. Muhammad Alí –recuerdo-- dijo que tenía ganas de llorar y que no sabía qué hacer cuando su pelea con George Foreman en el Zaire se pospuso un mes. Los entrenamientos, cuando el boxeador es joven, son un filtro moderador del entusiasmo, cuando es viejo son una sesión de tortura.

Mientras la próxima pelea se acerca, subrepticiamente se mueven intereses muy poderosos que creen que el combate más caro de la historia, el Pacquaio-Mayweather, todavía es posible, y que podría planearse para la primavera de 2013. Es difícil entender cómo algo que debe resolverse con dinero, no se resuelve. Las mayores culpas parecen de Floyd Mayweather, a quien se le ha ofrecido negociar de todas las maneras posibles, pero siempre halla un nuevo inconveniente. La posibilidad de que los dos mejores del mundo se enfrenten ha sido un estímulo para los más delirantes sueños de los aficionados al boxeo durante varios años, y por debilitada que parezca, un pequeño pabilo de luz sigue encendido. Por algo Bob Arum acaba de decir en una reunión muy privada –un informante me lo dijo-- que si logra que la pelea se concrete, construirá un estadio desmontable en el corazón de ‘The Strip’ (la avenida principal de Las Vegas), para que peleen en la calle. Lo sabemos, están trabajando para conseguirlo.

Hay que esperar para eso. Ahora lo que viene es el 9 de junio, y desde donde se mire, esto se pone bueno. Hay que recordar que enfrente Manny Pacquiao tendrá a un invicto, ascendente, ambicioso y cinco años más joven contendiente. Se llama Timothy Bradley y no querrá dejar ir inaprovechada la oportunidad de su vida, para desplazar al histórico Manny del centro de esta historia interminable y, en tal caso, inaugurar una nueva era.