8 de marzo de 2017

Tiempo de mujeres

La mítica actriz Jeane Moreau ingresó los primeros días del año 2001 a la Academia de Bellas Artes de Francia como miembro de pleno derecho, y fue la primera mujer en conseguirlo después de que los miembros de la augusta institución habían rechazado invariablemente a las mujeres en perjuicio discriminatorio que no respetó ni siquiera a Madame Curie.

Sirva este ejemplo, entre millones de ejemplos posibles, para hacer referencia hoy al Día de la Mujer.

Moreau ingresó aquel día libre, retadora, contestataria, con la actitud que siempre la caracterizó. Altiva dijo al recibir el nombramiento: “No pienso llevar la espada de académica, prefiero un broche de Van Cleef.”

El suceso fue la primera victoria de la revolución femenina del siglo XXI, y causó conmoción en Europa y en medio mundo.

El logro de la desenfadada e inolvidable protagonista de ‘Jules et Jim’ es sólo comparable al ingreso de Marguerite Yourcenar a la Academia Francesa de Letras en 1980.

Los últimos cien años fueron y no fueron, al mismo tiempo, tiempo de la mujer. Sí porque atestiguaron un despertar del ostracismo que ya no se detendrá, que se hará grandioso hogaño y en adelante. No, porque fue una centuria de dolor y calvario, de un rezago estúpido y protervo en contra de las féminas, lapidadas por el sometimiento. Por cada mujer destacada hubo mil hombres, diez mil.

Mis mujeres del siglo XX y hasta hoy fueron (sin orden de importancia): Sofía Loren, María Callas, Ana Pavlova, Jane Adams, Jane Fonda, Sarah Bernhardt, Edith Piaf, Marie Curie, Irene Curie, Simone de Beauvoir, Oriana Fallaci, Alfonsina Storni, Golda Meir, la Madre Teresa, Indira Gandhi, La Pasionaria (Dolores Ibárruri), Nahui Olín (Carmen Mondragón), Eva Perón, Ana Frank, Brigitte Bardot, Chavela Vargas, Benazir Bhutto, Simone Weil, Alicia Moreau, Susana Rinaldi, Virginia Woolf, Anna Magnani, Greta Garbo.

También Elaine Page, Libertad Lamarque, María Elena Walsh, Gertrude Stein, Tina Modotti, Gaby Brimmer, Delmina Agustini, Jessy Norman, Karen Armstrong, Rosario Castellanos, Johanna Simon, Ella Fitzgerald, Martina Navratilova, Nadia Comaneci, Lina Wertmüller, Romy Schneider, Josephine Baker, Frances Farmer, Joan Baez, Leonora Carrington, Madonna, Juana de Ibarbourou, Chabuca Granda, Jane Champion, Yelena Isinbayeva, Coco Chanel, Ute Lemper, Marlene Dietrich, Inge de Brujin, Billie Jean King, Agatha Christie, María Zambrano, Ikram Antaki.

La lista es arbitraria. Faltan mil mujeres notables. Marilyn Monroe, Frida Khalo, María Izquierdo, Katy Jurado, María del Pilar Roldán, Elvia Carrillo Puerto, Matilde Montoya, Consuelito Velázquez, Amparo Montes, Rita Levi-Montalcini…

Jeane Moreau cumplió 73 años el 23 de enero de ese año 2001, apenas 13 días después del ingreso a la Academia. Ni su magnetismo de tiempos idos, ni sus mejores días permanecían con ella, lo que no fue obstáculo para que en la ceremonia de investidura dijera: “La idea de que la vida sea como una montaña que se sube hasta los 40 años para luego empezar el descenso se me antoja una estupidez. La vida es la escalera de los ángeles, la del sueño de Jacob. ¡Hay que subir, subir siempre, hasta el último de los días… Por mi parte, no me arrepiento de nada!”

No fue un paradigma de belleza física, aunque sí de femineidad incomparable, y sólo la llegada de Brigitte Bardot pudo desplazarla como la diva de Francia.

Pierre Cardin la presentó a sus nuevos colegas académicos aquel 10 de enero, y lo hizo de una manera que sólo ella, Jean Moreau, podía aceptar y consentir. Cardin, que adaptó especialmente para la actriz el traje verde bordado tradicional de los académicos, la recordó “en Venecia, en el hotel Danieli, en esa gran habitación en la que vivieron George Sand y Musset, y en la que nosotros hacíamos el amor, entrelazados nuestros cuerpos, calientes la sangre y la cama. No creo que haya razón más hermosa para explicarse la vida”, enfatizó el modisto.

Durante su intervención en la Academia ella prefirió recordar los alejandrinos de la ‘Ifigenia’ de Jean Racine, y los recitó. “Gracias a esa escena fui admitida en el conservatorio, en 1947, y gracias a ella hoy estoy aquí.” La actriz hizo un elogio de su madre inglesa y de su padre arruinado, de su abuelo navegante y de su abuela amiga, y se remitió a esos otros desconocidos que le permitieron ser ella. “Mi profesor de dicción, Monsieur Laurencin, y mi profesor de interpretación, Monsieur Denis d’Ines, decano de la Comédie Francaise.”

Y habló de los actores de los que aprendió y admiraba –Jean Levret, Jean Meyer, Robert Hirsch-, y con énfasis confesó que quedó deslumbrada, en 1944, cuando asistió, a escondidas, a un ensayo de Antígona de Anauilh. “Ese día –dijo, enorme declaración de principios- supe que quería estar ahí, bajo los proyectores, ser la intransigente, la rebelde que se enfrenta a los dioses, que habla por aquellos que no se atreven o que no pueden hacerlo. Esa iba a ser yo.”

Decía que la política nunca le interesó, y que la horrorizaba, pero ni ella se lo creía. En 1944, cuando la liberación de Francia, “viví una alegría loca pero no comparable con la emoción que sentí al ver a Marie Bell interpretando ‘Fedra’ en la Comédie Francaise.” Tuvo actitudes cívicas tan comprometidas como firmar la carta confesando que había abortado, delito que podía llevarla a la cárcel. “Soy una no militante militante”, aseguraba.

Jean Moreau es la ‘Eva’ de Losey, o la protagonista de ‘Los amantes’, una mujer-actriz cuyo entusiasmado orgasmo escandalizó a los espectadores del festival de Venecia, sin que le importara un rábano. “Yo estaba entonces muy enamorada de Louis Malle y él un poco menos de mí. Me escribía con Ingmar Bergman, que me parecía que era el único hombre que podía comprenderme, y él me respondía larguísimas cartas en sueco. Adónde caramba iba yo a encontrar un traductor en sueco al que pudiera confiar mi intimidad…”

Orson Wells descubrió para ‘El proceso’ y para ‘Una historia inmortal’ su voz ronca y sensual, de señora que sabía beber y fumar como un hombre, sin dejar de ser mujer.

Sigue viva Jean Moreau, y dicen que a sus 89 años a veces fuma todavía. Como nunca le ha temido a nada no le teme ni siquiera a la amenaza de reaparecer del cáncer que estuvo a punto de costarle la vida un tiempo atrás. Continúa negándose a que la llamen madame Moreau: “¿Acaso estoy casada con mi padre?”

Hizo cine hasta 2012.

Bajo la cúpula de la Academia la recibieron los tambores de la Guardia Republicana. Pero ha pasado mucho tiempo. Sigue subiendo, por la escalera de los ángeles que es la vida, mientras pueda.

“Se siembra durante años –declaró-, años que se van como inviernos. Llegas a creer que no existe la primavera y de pronto, de golpe, aparece el sol.”

Es de un tiempo de mujeres.

Soy feminista.