¡Ayyyy!
¡Que no suceda lo que podría suceder!
Dos jueces robaron a Pacquiao y violentaron al boxeo. Que no pretendan arreglar lo estropeado con un cambio de decisión.
Como la tormenta no cesa, en un viraje de timón la OMB dice que revisará la pelea, y el director ejecutivo de la comisión de Nevada, Keith Kizer, declara algo parecido, que “podrían intervenir”, después de que al final del combate opinaron que no había nada que investigar.
Me curo en salud porque los grandes dirigentes del boxeo parecen una especie en extinción, y no falta ni cinco minutos para que alguien blasfeme que hay que cambiar el resultado. No, señores, los fallos no se revocan, porque sería un remedio peor que la misma enfermedad.
Ningún caso, por grave que sea, por injusto e indignante que nos parezca, amerita la modificación de un resultado. La irrevocabilidad de los fallos es algo sagrado, la esencia del boxeo, la más segura garantía de respeto al espectador.
No sé si ustedes saben que en algunos países del mundo existe en universidades la cátedra “Historia y técnica del boxeo”. Bien, si yo fuera profesor enseñaría el primer día: “Las peleas se deciden por nocaut o por puntos, si se deciden por puntos los fallos no se modifican, tengo más cosas que enseñarles pero ninguna más importante que esta”.
Todo lo que vale en este mundo, tiene un precio.
El precio de esta regla de oro, una de las conquistas fundamentales del boxeo organizado, es que ocasionalmente puede avalar una injusticia.
Aun así, los fallos que se dan al final de las peleas no se modifican, por las siguientes razones:
Entre dos males hay que escoger el menor. Y el menor es la no posibilidad de cambiar decisiones.
Las protestas se multiplicarían hasta el infinito, y tras cada pelea el perdedor iría a pedir el cambio del fallo.
Es peligroso dejar una puerta abierta para que lo peleado y lo juzgado, se pueda cambiar más tarde con motivo de otras apreciaciones.
Es demencial que los aficionados vean ganar a uno el sábado, y se enteren el martes que en la reunión de la comisión de box se decidió… que ganó el que perdió.
Ya no habría garantías de nada.
Terminada una pelea empezaría la lucha de presiones, padrinos, influencias (reverdecería la corrupción), y cien opiniones en un terreno en el que encontrar dos expertos a veces es difícil.
En la historia del boxeo están algunos fallos revocados como un oprobio, como algo que no debe repetirse.
Una de las mayores sinrazones se registró cuando Abe Atell peleó con Jack Dempsey, un peso pluma de Colorado, el 3 de septiembre de 1901 en Pueblo, California; precisamente un poco antes de que Atell ganara el título mundial a George Dixon. El primer veredicto del réferi (era el único que decidía) favoreció a Dempsey al final de los veinte rounds, pero poco después dijo que se arrepentía y que mejor declaraba un empate. Como el descontento del público no menguaba, más tarde se dio la victoria a Atell.
Otra perla que nos aporta la historia la hallamos en la pelea entre Jack McAuliffe, el invicto campeón ligero, y el welter Tommy Ryan. Fue en Scranton, Pensilvania, el 30 de noviembre de 1897. La pelea estaba arreglada, pero el réferi Pat Murphy entendió mal las instrucciones y le dio la decisión a Ryan a pesar de que lo mejor lo había hecho McAuliffe. El acuerdo era que se daría un veredicto de empate. McAuliffe había aceptado no presionar a su rival que era notoriamente inferior en calidad. Por alguna razón el réferi entendió que la decisión sería de Ryan si terminaba de pie.
Cuando después de la pelea se armó un alboroto monumental, Murphy cambió de parecer y le adjudicó el triunfo a un furioso McAuliffe que no cesaba de protestar y decir que en el segundo round dejó vivir a Ryan después de tenerlo noqueado, sólo para respetar lo acordado.
Este insólito enredo terminó siendo el primer cambio de una decisión que se recuerda.
Después, hubo muchos. Willie Lewix vs Dixie Kid en Francia en 1911; Packey O’Gatty vs Roy Moore en Nueva York en 1921; Mike McTigue vs Young Stribling en Georgia en 1923; y hasta una pelea de Ray Robinson vs Gerhard Hecht en Berlín en 1951.
En México en los años cincuenta, en la arena México, se le dio una decisión a Kid Anahuac sobre el venezolano Sony León, pero como fue una ignominia la comisión cambió después el fallo y decretó que el ganador había sido León.
Comportamientos bárbaros y arbitrarios. El tiempo no se puede echar atrás y decir que no pasó lo que pasó. La inviolabilidad de los fallos es una conquista del público y de los boxeadores, del boxeo.
Estoy recordando a los maestros reglamentaristas que ha tenido el boxeo, desde la semilla que sembró John Chambers en 1865. El boxeo ha evolucionado hasta tener reglas casi perfectas. Algunos de esos maestros pertenecen a las últimas décadas y me enseñaron lo que sé. Los recuerdo con respeto y con devoción. Aprendí que cada palabra de un reglamento se pesa, se desmenuza, se estudia, y cuando se aprueba se santifica. Aquí sus nombres: Eddie Eagan, Piero Pini, W.A. Gavin, Ícaro Frusca, Angel Auzzani, Julio Vila, Chuck Hassett, Arthur Mercante, Frank Gilmer, John Grombach.
Nótese que este es un artículo que no está dedicado a lo ocurrido en la pelea entre Manny Pacquiao y Timothy Bradley, sino anudado a sus posibles consecuencias. El boxeo necesita buenos boxeadores pero también buenos dirigentes conductores.
Se quita la gripe fusilando al enfermo, pero es mejor tratarlo para que se recupere.
Sabremos pronto si Nevada y la OMB saben cómo proceder para salir de este laberinto.