*Viene de Los boxeadores y las drogas (1/2)
Un hombre está sentado frente a una puerta cerrada, y observa. Si se inyecta una dosis de morfina dirá, confundido: “La puerta está cerrada para siempre”, y se abandonará sin salida. Si fuma mariguana creerá, por el contrario: “La puerta está cerrada, tengo que pasar por el ojo de la cerradura”. Si aspira cocaína su reflexión, aparentemente lógica, será: “La puerta está cerrada, tengo que romperla a patadas”. Esto, que tiene el aire de una fábula oriental, es la realidad del drogadicto. En ninguno de los casos buscará la llave que está en la bolsa de su pantalón. No puede hacerlo porque ese hombre acaba de caer en una trampa mortal: a través de la droga voló el puente que lo unía con la realidad. Quien consume la droga por placer, paga el altísimo precio de una dependencia psicológica casi absoluta.
Hemos visto que la presencia de las drogas en el deporte es alarmante. Y al ocuparnos específicamente del boxeo, aun siendo el menos contaminado de todos, la lista de víctimas es larga.
En los años noventa el entrenador Lou Duva comentaba la dramática situación de Rocky Lockridge, otrora campeón del mundo con un sólido prestigio, “todavía no es nada buena”. Lockridge, un hombre joven, que cayó preso de la cocaína se había quedado en la calle: lo desalojaron, su esposa lo abandonó llevándose consigo a sus hijos, y él era motivo de comentarios de la gente del boxeo porque se ganaba centavitos, para mal comer, como ayudante de última jerarquía en un modesto restaurante en South Jersey.
Duva aseguró que “este tipo de cosas, en el boxeo estadounidense, suceden con la gente que uno menos espera”. Citó el caso de otro pupilo suyo, el también ex campeón mundial Johnny Bumphus, otra víctima del ‘crack’… “Ambos eran como hijos míos”, dijo Lou, agregando que cuando se enteró que Bumphus era drogadicto no pudo creerle a sus oídos.
Sin embargo, ni Lockridge ni Bumphus son excepciones. Como ellos, también fue presa de los maléficos encantos de la cocaína el ídolo argentino Carlos Monzón, y muchos creen que si no hubiera mediado la presencia de drogas en una rencilla doméstica, su esposa Alicia Muñiz podría estar hoy con vida. Sugar Ray Leonard llamó hace algunos años a una conferencia de prensa para anunciar su recuperación, tras haber sido cocainómano y vivido de rodillas. Gustavo Ballas, otro argentino campeón del mundo, después de haber consumido cocaína salió a cometer asaltos con una pistola de juguete. A todos ellos, antes de caer en el vicio, les sobraban dinero, fama, mujeres, amigos, tiempo y halagos. También, paradójicamente, hastío.
El psiquiatra vienés Víctor Frankl, afirma: “Hoy no nos enfrentamos ya, como en los tiempos de Freud, con una frustración sexual, sino con una frustración intelectual. El paciente típico de nuestros días no sufre tanto como en los tiempos de Adler, bajo un complejo de inferioridad, sino bajo un abismal complejo de falta de sentido, acompañado de un sentimiento de vacío, razón por la que me inclino a hablar de un vacío existencial”.
El párrafo me interesó especialmente porque soy testigo de la angustia que carcome a boxeadores retirados que no saben qué hacer con sus vidas, y especialmente con su tiempo. Un ex campeón mundial mexicano, tras retirarse de la actividad me visitaba en las oficinas del Consejo Mundial de Boxeo en los años ochenta, y recuerdo sus palabras: “Me levanto a las nueve de la mañana y el día es muy largo, no tengo nada que hacer hasta que me dé sueño otra vez”.
Manuel Vicent, escritor español, también habló del hombre y la droga: “Ni bípedo implume, ni animal racional, ni portador de valores eternos, la mejor definición de nuestra especie es la que afirma que el hombre es un bicho drogadicto por antonomasia. Algunos zoólogos --continúa diciendo—se empeñan en señalar que también otros animales, llamados interesadamente por nosotros ‘inferiores’, muestran patente afición a provocarse embriagueces: las hormigas soban cariñosamente a ciertos pulgones para beber el perturbador jugo que estos exudan; algunos tiburones se emborrachan por hiperoxigenación en las corrientes que atraviesan determinadas cuevas submarinas; los elefantes recurren a los frutos fermentados de ciertos árboles para propinarse unas borracheras dignas de aquel desamor que nos curamos en el Tenampa.
El naturista e investigador César Javier Palacios, confirma: “Hace años, durante un paseo por la siempre cautivadora Laurisilva Canaria (especie de bosque en las Canarias), me llevé una increíble sorpresa. En el cerrado sendero me salió al paso una rata negra, que caminaba dando trompicones contra raíces y piedras, ajena a mi presencia. Tan confiada estaba que incluso pude tocarla sin que se inmutara.
Normalmente ariscas, huidizas y hasta peligrosas, su extraño comportamiento tenía una explicación: estaba drogada. Su vicio habían sido los frutos y brotes jóvenes del acebiño (Persea índica), un árbol propio de estas selvas atlánticas, con propiedades alucinógenas.
Lo cierto es que si el hombre se embriaga de diferentes maneras desde hace miles de años, el hombre deportista había conservado tradicionalmente una cierta inmunidad. El deporte era cosa de mentes sanas en cuerpos sanos, y así había sido sacralizado. Hasta que en la segunda mitad del siglo pasado la cocaína lo contaminó todo.
Cuando ‘el Terrible’ Tim Whiterspoon le ganó a Tony Tubbs el campeonato mundial de peso completo actuó bajo los efectos de la mariguana. Desde entonces nunca volvió al primer plano, pese a su notable talento boxístico. ¿Otros nombres para continuar el recuento? Muchos pesos pesado: León Spinks, Mike Dokes y el mismo Tony Tubbs. Con una agravante: el hijo de León Spinks fue asesinado cuando apenas realizaba su segunda pelea profesional, en circunstancias que tuvieron que ver con traficantes de estupefacientes.
El vino es citado 155 veces en el Antiguo Testamento, y se sabe que los indígenas americanos habían descubierto el mezcal 2,000 años antes de que Colón husmease por estas tierras. Por donde indaguemos nada desmiente y todo confirma la relación de los hombres con los estimulantes o las sustancias mareadoras de todo tipo.
Poco después del descubrimiento de la heroína –en 1874—los laboratorios Bayer, de Alemania, la lanzaron al mercado como un remedio ‘para todo’. Las propiedades del nuevo producto –dijeron—“justifican su presentación al mundo”. La campaña publicitaria se lanzó simultáneamente en doce idiomas. Sus resultados fueron tan buenos que en 25 años sólo en Estados Unidos había 200,000 adictos. El congreso de ese país decidió prohibir la heroína, que se había consumido por toneladas en la Primera Guerra Mundial. Los congresistas estadounidenses recibieron una estadística que los trastornó: el 94 % de los delincuentes de entonces consumía lo que Bayer había presentado como ‘un fármaco seguro, de excelencia, bueno para todo’.
Las drogas no se acaban, se acaban antes los imperios. Y por eso la búsqueda de ejemplos históricos realizada en este espacio ha sido insistente. Se trata de un problema de enormes consecuencias y seguramente de imposible solución. La labor de los dirigentes del deporte, del periodismo y de los médicos del deporte es de importancia extrema, aunque en lo cotidiano nadie se los agradezca.
Conste que casi en el final de dos artículos sobre este tema no me he ocupado del flagelo del alcohol. Su abuso por la juventud y la no juventud, y por los deportistas, es muy conocido, y sus consecuencias también, obvias y despreciables. Vale la pena que no pase inadvertida su mención, como la mención a las drogas baratas, mariguana e inhalantes. La labor de las comisiones de boxeo de provincia en nuestro país debe ser indelegable y sin pausas.
Uno se pregunta por qué caen en la tentación tantos pugilistas, y la respuesta no es fácil, ni única, pero especulando podría decirse que la mayoría son jóvenes con antecedentes relativamente oscuros, e invariablemente han experimentado la pobreza, llegando a la riqueza repentina, sin transición, sin educación, sin valores, sin guías.
El estilo de vida que inauguran, tan pronto son campeones, es siempre idéntico: exageración en el vestir, carros, alhajas y compañía, amor por lo innecesario, exaltación del ‘yo valgo lo que traigo colgando, como una manera segura de ocultar lo que fue el sino de su vida, la miseria. El regodeo del súbito acceso a grandes cantidades de dinero, como antítesis de la falta de identidad original y privaciones, suelen resultar una combinación explosiva. Llenan el cuerpo de porquerías y dejan huérfano el espíritu que podría hacerlos mejores seres humanos, pero ni lo saben ni lo quieren saber.
Esto y los amigos ¡ahhh! los amigos de ocasión que surgen no se sabe de dónde! los hace especialmente vulnerables a las nuevas experiencias que no tardan en aparecer como ofertas irresistibles. Quien no fue educado para decir que no, sólo sabe decir que sí.
Y, desde luego, hay otra razón más que evidente: el aplauso fácil y el halago sobredimensionado los acostumbra pronto a ese único alimento para las emociones, para el espíritu. Es alimento chatarra, pero es el único que hay. Se vuelven adictos rápidamente a los honores y la excitación, y se emocionan con soberana facilidad. Muy pronto necesitan más y más estímulos.
Mucha gente de la vida fácil se les acerca y no es raro ni es tardado que alguien saque ‘un pase’ para alegrar una velada. Quizá sea un poco difícil engatusarlos la primera vez, pero cuando se hacen amigos de la droga ya no hay puerta de salida. Tristemente la tragedia anida fácil si la gente es sin escuela. Le pasó a Willie Pastrano, lo mismo que a Gerry Cooney, a Pinklon Thomas, al Macho Camacho, a Tyrrel Biggs y a Chuck Wepner. Y a muchos ex campeones mexicanos que no hace falta exhibir aquí para probar de qué es capaz la engañosa compañera blanca.
Quisiera terminar con una sorprendente ironía de Eduardo Galeano que escribió hace algún tiempo: “Si las drogas se vendieran libremente en las droguerías, sólo recurrirían a ellas quienes no se atrevieran a perturbar su alma y sus sentidos con los venenos realmente potentes, como el pensamiento o la soledad”.
Más seriamente, reflexiono sobre lo absurdo de nuestro tiempo. Efectivamente, hay sociólogos y políticos que posan como paradigmas de una actitud progresista y liberal, y que reclaman la legalización de la mariguana para ganarse simpatías de inexpertos. Después, cuando la mala hierba destruye vidas, no están ellos presentes para salvar a las víctimas.
Y pienso ¿qué le pedía a la vida Diego Maradona? Todo lo que le había pedido en su niñez desarrapada, lo obtuvo, y cuando lo obtuvo comenzó a despeñarse. Como tantos.
A veces la búsqueda de la felicidad es maravillosa, y encontrarla es una maldición.