*Viene de Hace 117 años nacía Jack Dempsey (1/2)
Jack Dempsey se disponía a hacer contra el francés Georges Carpentier la tercera defensa del título de los pesados, suyo tras haber aniquilado a Jess Willard. Sería la pelea más espectacularmente anunciada, comentada y palpitada por estadounidenses y europeos jamás programada.
Si Estados Unidos y Francia hubieran entrado en guerra, la expectación depositada en el asunto no habría sido mayor.
Al contrario, la Primera Guerra había quedado atrás y el mundo se recomponía. Era 1921. A Italia pronto llegaría el fascismo. Albert Einstein ganaba el premio Nobel de Física. En la presidencia de los Estados Unidos, Warren Harding sucedía a Woodrow Wilson, lo que devolvía el poder a los republicanos. Henri Landrú, llamado el Barba Azul de Gambais, y acusado de haber asesinado a ocho mujeres, era condenado a muerte en Francia. Se fundaba el Partido Comunista Chino. Fallecía Enrico Caruso.
Hitler movilizaba a los miembros del Partido Obrero Nacionalsocialista Alemán. El poder bolchevique evolucionaba rápidamente hacia una férrea dictadura. En la ciudad de México el poeta Ramón López Velarde moría prematuramente a los 33 años de edad.
Años de la Ley Seca en los Estados Unidos, cuando se prohibió la destilación, el transporte y la venta de alcohol.
Dempsey ejercía una atracción sin igual…
Era el máximo ídolo del deporte, un ícono. Cautivaba y enamoraba. Seducía como sólo lo haría cuarenta años después Cassius Clay.
Dempsey había ganado el título sin ocultar un pasado de vago, borracho y peleonero. En sociedad con su manager Jack Kearns, y con su promotor Tex Rickard, había logrado niveles de popularidad y éxitos nunca antes vistos.
Tex Rickard estaba siempre preparado para explotar al máximo el ángulo comercial de sus promociones. Para la tercera defensa de Jack eligió al carilindo Georges Carpentier, que en 1906 había comenzado a pelear en peso mosca. Carpentier, amado incondicionalmente en Europa, era todo lo que no era Dempsey. Tenía un pasado militar de héroe en la guerra, y una figura afable, garbosa y sofisticada. Ni más ni menos que lo opuesto a la presencia ceñuda e impenetrable del campeón.
Esta fue la pelea entre el héroe y el haragán salvaje y desaliñado. El viejo mundo contra el nuevo mundo, y muchas cosas más.
Otra vez Rickard, el genio, el iluminado, manipuló brillantemente a la prensa. La pelea capturó la atención de todos y alimentó la imaginación como ninguna otra en el pasado. Dempsey-Carpentier fue la primera pelea cuya taquilla superó el millón de dólares. El 2 de julio chocaron en Los Treinta Acres de Boyle, Nueva Jersey, produciendo a la boletería 1’789,238 dólares. A Dempsey le había sido garantizado un salario de 300,000. Los deportes eran ya entonces una obsesión americana. La multitud parecía haber enloquecido. Un conjunto musical tocó durante diez horas sin pausas la canción ‘Yes, We Have No Bananas’ que era lo que estaba de moda, y la muchedumbre cantó sin cesar.
Dempsey y Carpentier eran pesos completos chicos, si hablamos del peso. El retador pesó 78 kilos y el campeón 85,200. Setecientos periodistas trabajaron cerca del ring para contarlo a la posteridad. Era la primera vez que un título mundial se radiaba y se filmaba.
Ochenta mil personas fueron testigos de una de las peleas más dramáticas jamás escenificadas. El momento de la verdad llegó con el primer tañer del riel amartillado.
Estaban frente a frente y el tiempo pareció detenerse…
Dempsey ganó el primer round, pero nada, absolutamente nada, hacía presagiar el trámite del round número dos. Carpentier casi noqueó al gran campeón con una derecha de muerte, tras lo cual éste se vio obligado a amarrar, trabar y abrazarse para llegar al final del episodio. La oportunidad de Georges se había ido sin trocarse en victoria. Había quebrado su pulgar pegando ferozmente sobre la cabeza de Jack, pero ya se sabía que no había un hombre que pudiera acabar con el campeón de un solo golpe.
En el tercer round el retador recibió un brutal castigo, y la multitud, sabiendo que el rumbo de la pelea ya no tornaría, guardó silencio.
El final sobrevino en el cuarto. Un poderoso gancho de izquierda de Dempsey envió a la lona a Carpentier, pero éste se reincorporó a la cuenta de ocho. Después una derecha al cuerpo, ahora sí, se convirtió en arma letal para el guerrero. El réferi Harry Ertle le contó hasta el ‘no más’.
Dempsey ya no peleó ese año, y en 1922 sólo realizó veinte exhibiciones. En una de ellas, el 18 de julio en Montreal, noqueó a tres oponentes en el primer round. Uno tras otro. Volvió a la competencia en serio el año siguiente, 1923, ganándole a Tommy Gibbons por puntos en 15 rounds el 4 de julio en Shelby, Montana. Tex Rickard le había prometido al poblado ponerlo en el mapa al organizar una pelea de campeonato mundial. Pero sucedió algo más que eso: asistieron sólo 7,000 personas y los cuatro bancos de la ciudad se declararon quebrados cuando hubo que pagar la garantía de 300,000 dólares al campeón. No hubo dinero para pagarle a Gibbons, un bien preparado profesional de Saint Paul, Minnessota, y entonces resultó que éste no cobró un centavo en la pelea más importante de su carrera.
Esa se recuerda como la última de las noches desangeladas en la carrera del gran pugilista de Manassa. Sus apariciones posteriores serían altamente dramáticas y dignas de ocupar cada una un lugar en la historia.
Sólo dos meses después del insuceso de Shelby (en donde Kearns tuvo que alquilar un tren especial para que transportara a su pupilo y a él con las ganancias obtenidas), Dempsey estaba en el ring del Polo Grounds de Nueva York defendiendo el título frente al argentino Luis Angel Firpo, en la primera de las llamadas ‘Pelea del Siglo’.
Con toda justificación Firpo era apodado el ‘Toro Salvaje de las Pampas’. Medía 1.90 y tenía una mano derecha tan poderosa que jamás la olvidaría ninguno de sus rivales. Poca técnica, o ninguna, pero capaz de derribar una pared.
El argentino ya había hecho campaña en Estados Unidos y su víctima más conocida era Jess Willard, nada menos que el predecesor de Dempsey, a quien había despachado por nocaut. El pedido de Dempsey para que lo apoyaran fue una llamarada de fuego en el alma de los fanáticos, y una estampida al Polo Grounds que se atiborró con 125,000 eufóricos que serían satisfechos en todos sus anhelos. Fue la segunda taquilla de más de un millón para Rickard, el fantástico promotor que seguía engordando su prestigio, pero aún más su cuenta bancaria: 1’188,603.
Si usted me puede creer, la pelea que duró sólo tres minutos 57 segundos, produjo más drama que cualquiera otra en el resto del siglo. Firpo supo qué cosa tan inaudita era el gran Dempsey y fue derribado siete veces en el primer round y tres en el segundo, incluyendo el nocaut. Pero mientras estuvo de pie logró revestir la contienda de la más grande incertidumbre que jamás habían presenciado los asistentes, que con el corazón en la boca pasaban en un instante del silencio más angustioso al aullido más desgarrador.
Dempsey salió a la orden de la primera campanada y lanzó una derecha asesina, dispuesto a acabar con todo en un segundo. Pero falló, y la derecha de Firpo en respuesta lo impactó en el mentón enviándolo al piso. Su regreso fue instantáneo y no hubo cuenta.
Tras el electrizante comienzo el campeón vulneró al argentino con dos ganchos de izquierda que lo derribaron, y después una derecha a la quijada que otra vez lo depositó en el suelo. Firpo se levantó sin cuenta y castigó duramente a Dempsey que contestó con golpes al cuerpo. Firpo al suelo, por tercera vez. El round ya era para la historia y Firpo había pasado más tiempo en el suelo que sobre sus pies. Cuatro veces más caería Luis Angel Firpo en el mismo round, antes de que, inesperadamente, con una derecha criminal golpeara al campeón arrancándolo del piso. Fue tan brutal el golpe que, fue el impulso tan salvaje y devastador, que Jack Dempsey voló por los aires. Su cuerpo despedido pasó por entre la segunda y la tercera cuerdas para salir completamente del ring y caer en la zona de prensa.
Cien manos ansiosas se agitaron desesperadas para retornar a Mr. Dempsey al ring, en completa violación de las reglas que estipulaban la inexcusable necesidad de que quien estuviera en tales circunstancias regresara solo al cuadrilátero.
Dempsey estaba parado otra vez en el ring, al borde de la inconsciencia. Cuando el argentino se disponía a atacar nuevamente para acabar su obra, la campana vino a salvar al campeón cuya suerte parecía sellada.
Dempsey estaba en tan malas condiciones como su retador, pero alcanzaba a comprender que Firpo de pie era una bomba de tiempo. Tenía que acabar con él. Al comienzo del segundo round Firpo volvió a caer, y después lo hizo una vez más para levantarse sin defensa. Dempsey fue conocido como uno de los más implacables definidores de todos los tiempos. Acabó con el asunto con dos ganchos de izquierda con los que pareció haber ejecutado al retador. Firpo se veía como se ve un cadáver por un par de segundos, y después se torció en convulsiones antes de ponerse de rodillas. Pero esta vez no pudo levantarse y permaneció en agonía. Uno de los momentos más angustiantes del boxeo de cualquier época había terminado.
Fue la última pelea seria de Dempsey en los cuatro años por venir. Era ya, claro, una celebridad nacional y mundial y no le fue difícil ganar dinero en películas, exhibiciones boxísticas y presentaciones personales en algunas de las miles de invitaciones que recibía cada día.
Fueron sus días más gloriosos en el boxeo. Su tiempo de fama y celebridad tardaría todavía en agostarse, pues peleó por casi 18 años más. Cuenta la historia que a pesar de las molestias que causan quienes demandan autógrafos por millones a las figuras famosas, pocas veces se ha visto a un hombre más amable que Dempsey, quien se tomaba el tiempo para dedicar cada firma después de preguntar el nombre del destinatario, y con frecuencia agregaba ‘good luck’, o bien ‘keep punching’. Leemos esto cien años después y Jack Dempsey sigue siendo capaz de enseñarnos algunas diferencias. Mucho más cerca en el tiempo un tipejo campeón llamado Riddick Bowe le respondió ‘yo a ti no te conozco’ a un jovencito que le solicitaba un autógrafo.
Vendrían como lo más destacado, además de una victoria que obtuvo frente a Jack Sharkey, sus dos derrotas ante Gene Tunney, en 1926 y 1927.
Gene Tunney era un ex campeón semicompleto de los Estados Unidos, bien parecido, boxeador de clase y una personalidad inconcebible para un boxeador: estaba familiarizado con la literatura y era un especialista en Shakespeare y Platón, habiendo llegado a dar conferencias sobre los dos. Sólo había perdido una vez con Harry Greb, y se había cobrado la afrenta. En peso completo había dado cuenta de Tommy Gibbons, Bartley Madden y Johnny Risco. Un rival ideal para el gran Dempsey.
Pero Dempsey no fue el mismo que había sido y perdió la primera pelea por puntos en 10 rounds (la distancia máxima permitida por la ley de Filadelfia). La pelea, igual que todas las que sostuvo en ese tiempo, estuvo precedida por una gran publicidad y una mejor recaudación.
Cuando Jack regresó a su hogar, tumefacto como nunca antes, su esposa (la actriz Estelle Taylor) se tomó la cara con una mano, en tanto se tapaba los ojos con la otra. “-¿Qué pasó, queridito?” gimoteó, a lo que el feroz peleador repuso cariacontecido: “-Me olvidé de esquivar”.
La revancha fue conocida por siempre como ‘la batalla de la cuenta larga’, porque en el séptimo round Tunney estuvo 14 segundos en el piso y se levantó cuando el réferi apenas iba contando nueve. Dice la leyenda que Al Capone ofreció arreglar la pelea a su favor, pero que Dempsey no lo aceptó. No sabremos jamás si esto es cierto, pero pudo suceder. La pelea recaudó 2’658,660 dólares. Tunney ganaba por contrato 990,000, pero el promotor le dio un cheque extra para que redondeara el millón (el equivalente hoy sería algo así como 19 millones de dólares). Era el momento de más pronunciada crisis en la carrera de Dempsey, a los 30 años de edad, y perdió por puntos.
Su carrera boxística en serio llegaba a su fin. En 1928, un año más tarde, Tex Rickard celebraba la última promoción de su vida. Moriría en 1929 en Florida. Cerraban uno de los capítulos más brillantes y coloridos de la historia del deporte en el mundo.
Es difícil reflejar cuánto Jack Dempsey sacudió a la comunidad de su tiempo, cómo arrastró multitudes, qué cosa era en aquellos años construir estadios para 120 mil personas y llenarlos.
Sobre él se han escrito los más bellos panegíricos, entre ellos el de la escultora, poetisa y escritora madrileña Irene García, quien en ‘Fiebre para siempre’ lo describió como “Un luchador nato que hacía estremecer a las multitudes. Puños de acero, mandíbula rocosa, quienes lo trataron decían que luchaba a vida o muerte y tendía a matar”. Yo creo que se equivocaba, a pesar de las bellas palabras. Dempsey no tenía mentalidad de asesino. Los verdaderos asesinos no suelen dedicarse al boxeo y eligen otros oficios, menos peligrosos.
Jack era simplemente un espíritu batallador, envuelto en un cuerpo pétreo, que daba lo mejor en el ring, como tantos otros. Una violencia condensada, controlada y ejercitada desde sus propias vísceras. Un ciclón de vida en acción, evolucionando en el interior de un cuadrilátero, en una cárcel de rejas horizontales en el país de la niebla.
Un peleador para siempre.