18 de septiembre de 2017

El mejor Canelo que hemos visto

La pelea entre Canelo Álvarez y Gennady Golovkin, resuelta por los jueces con un empate, deshizo varios presupuestos.

Yo mismo había dicho que no debíamos esperar un combate sangriento y bárbaro porque Canelo trataría de enfriarlo a tono con su costumbre, de especular minimizando riesgos y peleando como peleó contra Miguel Cotto, por ejemplo. Sangriento no fue porque no hubo cortadas importantes, pero la dureza de las acciones alcanzó alturas admirables.

Tiraron a la basura, además, las ideas acerca de la mandíbula de cristal del mexicano, su supuesta cobardía y la cantinela del poder devastador de GGG que lo iba a despedazar tan pronto se lo propusiera.

La fiera no era tan fiera y el torpe no era tan torpe.

Hicieron esa guerra que durante varios años les reclamé a los dos. Nunca ninguno de ellos había recibido semejante castigo.

Es más, Canelo se arriesgó como un suicida tocando dinteles de muerte y desafiando al infierno en varios pasajes de la pelea. Se apoyó en las cuerdas y aceptó recibir golpes innecesarios mostrando que es muy macho.

Mala jugada esta exposición al peligro porque los planes eran que ganara el más inteligente, no el más insensato.

Pero le salió bien.

Nunca ha sido un gran negocio en el boxeo pelear caminando hacia atrás (por eso de los jueces, que no entienden nada), y nunca ha sido gran negocio empezar fuerte los rounds para terminarlos a media máquina por lo mismo. Los jueces que debieran entender todo no entienden nada y califican el último minuto del round olvidando los dos primeros.

Quizá estas fueron las omisiones más a la vista en el trabajo de Álvarez, que por lo demás se presentó en la mejor versión de su carrera. Lúcido siempre, ora combativo, ora inteligente, con actitud triunfal.

Recorrió caminos de dolor y drama en las catacumbas de esa lucha hombre a hombre, como los duelos cuerpo a cuerpo de los soldados en el campo de guerra, cuando saben que no hay más alternativa que matar o morir, que triunfar o perecer porque están viviendo la hora del día que puede ser el día final.

Tras la pelea Golovkin escribió un mensaje, una falacia que no me explico por qué mucha gente reenvía. Dice: “Los verdaderos mexicanos no corren en la pelea más importante de su vida.” Le hubiera contestado: “Los verdaderos mexicanos no son idiotas para hacer la pelea que te conviene, hacen lo que les conviene a ellos.”

Golovkin, que en 37 victorias había noqueado a 33 enemigos no sólo no noqueó al Canelo sino que para muchos perdió con el Canelo. Para otros Golovkin ganó, pero nadie dice que lo de Saúl sea algo menos que una proeza.

Canelo peleó a morir, para vivir. Tenía que callar los abucheos mexicanos porque ni en esta noche triunfal cesaron las demandas de los inconquistables que lo fueron a ver perder.

Al final de la pelea le pregunté a uno: ‘¿Por qué tu enojo con el Canelo?’ ‘-Porque es un mamón’, me dijo.

Me gustó mucho Canelo. Por su calidad y compromiso. El mejor que hemos visto.

Gennady Golovkin peleó muy bien con la mano izquierda y muy mal con la derecha. Ese Golovkin esperado, temido, el de las combinaciones de cinco golpes, el que sorprende repitiendo la izquierda arriba y abajo o viceversa, el que termina su apuesta ofensiva con una derecha letal que te manda al otro mundo, no se vio en la pelea.

El talento originario del asiático le alcanzó para poner en aprietos a Saúl, ni duda cabe. Sí llevó al ring de Las Vegas su primoroso jab de izquierda con el que conduce tramos de la pelea como si el puño fuera el timón de un barco. La derecha no, la derecha de Golovkin tuvo falta injustificada. Golovkin fue más que en su pelea anterior contra Jacobs, pero fue menos que en muchas de sus otras noches.

En el boxeo no gana el que coloca más jabs en la nariz del otro, sino en tercera instancia. Lo primero es el poder de los golpes. En el boxeo gana el que provoca un daño mayor que el daño que recibe. Canelo fue el más poderoso en el golpeo, el que causó mayor daño, y el mejor de los dos.

Los tres primeros y los dos últimos rounds fueron para el Canelo, creo que más allá de dudas. Lo demás, el segmento medio de la pelea, entre el cuarto y el décimo round, para la polémica. Rounds cerrados, rounds que dividieron opiniones. Como sucede de rutina en este tipo de peleas.

Me parece demencial pensar en corrupción para explicar el empate. Yo hago tarjetas todos los días y les puedo asegurar que es muy difícil programar cometer el crimen. La jueza que estaba dormida y que dio 118 110 para Canelo hubiera dado dos puntos y todos tan tranquilos.

Fíjense, los tres jueces le dieron los últimos tres round al Canelo, para llegar Don Trella a un empate y Dave Moretti a una ventaja mínima a favor de Golovkin. Cuando haces la tarjeta y la pelea está en proceso, no sabes qué va a pasar en el próximo round, y por eso es imposible una situación de cohecho.

¿Cómo iban a saber los jueces al final del noveno round qué iba a pasar en los tres rounds finales? Podrían ser unos descarados y anotar al revés, pero una caída, por ejemplo, les arruinaría tan grande y supuesto negocio.

Un sector del público, sin embargo, tiene presuntas verdades inamovibles: la corrupción, que Oscar De la Hoya influye en la comisión de box, que los casinos determinan los resultados.

Yo no me puedo imaginar a nadie convenciendo al Canelo o a GGG que no vayan a noquear al otro porque la pelea tiene que terminar en un empate preestablecido; y en cuanto a la comisión de box soy el primero en decir que es de una ignorancia enciclopédica y de una incapacidad oceánica, pero me niego a creer que manipulen el resultado.

Que cada quien siga creyendo lo que quiera. En 40 años son muy pocas las peleas titulares que terminaron en empate, y en una infinidad de casos hubo revanchas aun cuando la primera pelea haya arrojado un ganador.

Si algunos van a seguir tirando mierda a Saúl, si planean seguir profiriendo anatemas “porque es mamón”, no es mi asunto. Nunca dije que Canelo sea mejor que Hagler o que Durán. Que haya habido un Frank Sinatra no quiere decir que nadie más tenga derecho a cantar.

Canelo ha vivido 12 años en el ring. Es un muy buen peleador y el presupuesto de que contra Golovkin se iba a desenmascarar la impostura de un boxeador fabricado a la mala por Televisa y por TV Azteca no se comprobó, se desmintió.

28 de agosto de 2017

El legado de Floyd Mayweather

Ni los más optimistas se atrevían a asegurar que no sería un engaño.

El genio mal portado que es Floyd Mayweather decidió enfrentar a un no-boxeador en su despedida -si es su despedida-, y el anuncio de semejante desatino puso en guardia a los aficionados al boxeo.

Era un espectáculo revestido de una pátina de cosa boxística, pero espectáculo al fin porque no podía combatir exhibiendo las artes del boxeo Conor McGregor que nunca había peleado.

¡McGregor!, para colmo contra un genio del ring y de la defensa, con alguna posibilidad, por reducida que fuera, de conectar un golpe y ganar.

¡Imagínense! El boxeo milenario, la primera disciplina del hombre sobre la tierra, porque en los orígenes sólo sobrevivieron los más fuertes, humillado por un externo, por un paria de lo nuestro, por un aventurero hocicón y atrevido llegando a la cima sin subir la montaña.

Un ejército de intolerantes con afectar al pugilismo, entre los que me contaba, esperaba el final de la pelea, el fiasco, el engaño, lo fraudulento, para descargar la artillería contra Mayweather, la promoción, los comentaristas, Dios y María Santísima, y así vengar la afrenta.

Pero no sucedió. Fue poco, según desde donde se mire, pero pudo ser cien veces peor.

Fue una peleíta. Mayweather rindió por debajo de su promedio histórico y McGregor fue un advenedizo, patético como boxeador.

Pero no fue una estafa.

No fue una estafa porque nadie esperaba otra cosa.

De lo que se podía esperar sucedió lo mejor.

Los peores vaticinios no se cumplieron. Si alguien compró boleto para ver algo diferente, desconocía cuál era la oferta. No había forma de ver algo mejor. Fue un espectáculo, no fue boxeo de academia, no podía serlo.

Esta variante grosera de nuestro querido boxeo, lo lastima, especialmente al haber resultado un negocio tan próspero, porque podrían multiplicarse los intentos de repetirla, y si las taquillas se mueven con parecidos disparates, vamos a terminar haciendo pelear al Canelo con un oso, o a un hombre contra una mujer, o a Jackie Nava contra una monjita.

No puede ser. Las autoridades del boxeo, tan incompetentes, tan predispuestas para participar del circo, deberían poner límites, deslindando al boxeo de la farándula.

Redimo a Mayweather y a McGregor porque su peleíta no cayó en lo prostibulario que tanto temíamos. Mayweather caminó hacia adelante buscando al rival, cosa que no le habíamos visto nunca, y lo hizo por la pelea, por el resultado, por ganar y por ganar bien. Julio César Chávez, lo hizo pedazos en nuestra transmisión de televisión, insistiendo una docena de veces sobre su mal desempeño.

Yo tengo otra opinión. A la salida de la T-Mobile un aficionado me preguntó que qué le faltó a Floyd para lucirse, y le respondí: -‘Nada, no podía lucir mejor contra el estilo cucaracha del irlandés-‘ - ‘¿Qué estilo es ese Don Lama?’ – ‘Uno que no habíamos visto nunca.’

Que se entienda, no es Floyd Mayweather el que tiene la obligación de proteger al boxeo, aunque sería deseable que lo hiciera, la obligación es de las autoridades.

Yo no estoy de acuerdo con estas excentricidades, con torcer la costumbre para exacerbar el morbo del gran público, pero no debo culpar a los peleadores por algo que creíamos que iban a hacer y no hicieron. Redimo a los dos porque su peleíta fue peleíta pero no pudimos gritar fraude, estafa.

McGregor que se vaya a las MMA y que no vuelva al boxeo, y Money que se vaya al retiro porque del boxeo hay que irse cuando no se puede agregar nada a lo que hay atrás.

Fue una peleíta, aunque George Foreman haya dicho que fue una gran pelea, aunque haya sido una delicia ver a Mayweather después del tercer round. El boxeo serio y grande es otra cosa. Esto no puede compararse con Tunney-Dempsey, con Graziano-Zale, con Alí-Foreman, con Hagler-Durán, con Chávez-Camacho.

50 - 0 es el récord de Floyd Mayweather y tiene un enorme mérito. Otra vez comentaristas grandes y pequeños hablaron del 49 0 de Rocky Marciano, el mito americano que desde Nat Fleischer no quieren reconocer que es falso. ¡Qué va! Para ellos Marciano fue un campeón blanco invencible en un mundo de negros triunfadores. El récord de Marciano, que perdió con Collie Wallace (el mismo que interpretó a Joe Louis en la película biográfica) y con Bob Girard, fue 52-2.

Floyd Mayweather es un prodigio de la defensa en el ring. Cosas como las que él hace parece que sólo las hicieron Young Griffo y Charley Burley, aunque del primero sólo lo sabemos por haber leído la historia y del segundo hay pocas imágenes en los archivos.

Algunas veces me reclaman que no le doy a Floyd todo el crédito que merece, porque digo que carece de uno de los atributos fundamentales de un boxeador: la ofensiva. Es mi forma de verlo y en materia de opiniones ya sabemos que hay de muchas.

Como todos Mayweather tiene virtudes y defectos. Él ha elegido el mundo del oropel y la ostentación y lo demás le importa poco. Es tan grande que no tiene tiempo para las cosas terrenales. Es cuánto tiene, vale lo que su cuenta bancaria. Pertenece al mundo de los egoístas del boxeo. Floyd y Don King son imbatibles en mezquindad. Se quieren un poco ellos y mucho a su dinero, y no quieren a nadie más.

Cada cuál elige por qué quiere ser recordado.

15 de junio de 2017

Roberto Durán

Roberto Durán está entre los diez primeros en todas las listas de mejores boxeadores que se han publicado los últimos años. En ninguna es el primero.

El héroe panameño, sin embargo, encabeza la mía. Encaja con precisión en el molde de lo que considero un boxeador perfecto. O casi perfecto, concediendo que no hablamos de robots y que en todos los hombres del ring ha habido flaquezas y errores. Mike Tyson también dice que 'Manos de Piedra' es su boxeador preferido.

De gallo a crucero, de 52 a 80 kilos, durante 33 años, se batió con rivales de doce categorías; en seis de esos pesos peleó con los mejores de su tiempo. Hizo 119 peleas, ganó 103. Despreció lo que más cuida un boxeador que se cuida, el equilibrio en el peso con el enemigo. Ken Buchanan, Esteban De Jesús, Carlos Palomino, Sugar Ray Leonard, Marvin Hagler, Davey Moore e Irán Barkley son las referencias de sus grandes noches.

Hay siempre mucho de gusto personal en la confección de listas. Durán es el que más me gusta en el grupo de los que cualquiera puede ser elegido; el de los excepcionales, los semidioses. Ponga usted en número uno a Willie Pep, a Ray Robinson, a Jack Dempsey, a Henry Armstrong, a Benny Leonard, a Muhammad Alí y no le diré que está loco. Le diré “Está bien, puede ser, eligió usted a un inmortal”.

Desde siempre parece obligación decir que el mejor fue Sugar Ray Robinson. Es una gran elección, pero si Robinson es un buen candidato Durán también lo es, y es el mío. No olvido que existe el pasado, y sé que entre 1,400 campeones mundiales que ha habido son muchos los que pueden competir en cualquier discusión. Jack Johnson y Joe Louis entre los pesos completo; Harry Greb, Stanley Ketchel, Mickey Walker y Carlos Monzón en peso medio; en welter Barney Ross; en superligero Julio César Chávez; en ligero Joe Gans y Carlos Ortiz; en pluma Terry McGovern.

Roberto Durán se bajó del ring en la segunda con Leonard, no peleó, se fue a su casa. Algunos no se lo perdonan e interpretan esa catástrofe deportiva como un signo de cobardía, que yo no veo. Se necesitaba ser más valiente para dejar el ring, que para quedarse. Lo que hizo en la noche aciaga de Nueva Orleáns fue producto de la locura, no de la cobardía. Sucedió después de haber bajado 12 kilos en un sacrificio demencial, los últimos cinco en 72 horas de tomar diuréticos y no comer, ni beber.

No tengo que defenderlo, ni quiero. Hablo de un momento culminante en el boxeo de todos los tiempos, que manchó su carrera. Se bajó del ring sin medir lo que hacía, prescindiendo del menor compromiso con los millones que lo estaban viendo. Era Durán.

¿Cómo se elige entonces a quién es mejor peleador? Cuenta el de sus mejores noches, y algunas consideraciones periféricas que aportan al criterio. Robinson no podía perder con Paul Pender y perdió las dos veces que pelearon. Gene Tunney le ganó dos veces a Jack Dempsey, pero perdió una pelea con Harry Greb a quien aventajaba mucho en peso.

A los boxeadores se los mide por la oposición que tuvieron y los resultados logrados. Vemos el mejor que fueron, su máximo nivel, y lo ensamblamos con la trayectoria . Hay varios Durán que recordar. El primero fue el que en 1972, con 21 años e invicto en 28 peleas, se coronó campeón de peso ligero ganándole a Ken Buchanan en el Madison Square Garden. De ese título el 'Manos de Piedra' hizo 12 defensas exitosas, ganando 11 por nocaut. Fue su tiempo glorioso en el que unificó opiniones como el mejor peso ligero de la historia, superando lo imposible, relegar a Benny Leonard, a Tony Canzoneri y a Joe Gans.

Después vino el delirio, cuando apaleó y ganó la decisión a Sugar Ray Leonard en Montreal. Subió no favorito 5 a 1. Me gusta decir que ganó Durán “la única vez que pelearon”, porque en las otras dos peleas Durán no era Durán. Perdió con Leonard como Leonard perdió años más tarde con Terry Norris.

En 1983 Roberto Durán, de 32 años, 12 kilos arriba de su peso natural, peleó con Marvin Hagler, de 29, por el título medio. Hagler ganó por 1, 1 y 2 puntos en las tarjetas, tras 15 rounds. Al final del round 12 Durán iba ganando, pero las peleas todavía eran a 15. Casi seis años después conquistó ese título venciendo a Iran Barkley con comodidad.

Al final, ya se sabe, perdió 5 de sus últimas 15 peleas, por seguir en el ring a los 50 años de edad. No está mal si pensamos que Kid Gavilán fue un inmortal y de las últimas 15 perdió 9, yéndose a los 32. Y Robinson de las 15 del adiós también perdió 5, a los 44. Olivares perdió 6 en ese último tramo, y se fue a los 41.

A golpes Roberto Durán se convirtió en leyenda. Sobre el espasmo sin final que es su hazaña deportiva se yergue la figura del coloso que mira a la inmortalidad.

9 de mayo de 2017

Después de la pelea

En 1923 Jack Johnson fue bajado de un ring en La Habana por falta de acción en una pelea. Jack Johnson es, con seguridad, uno de los diez mejores peleadores de la historia.

Lo de Jack en aquel combate que refiero debe haber sido una mentada de madre, pero hay una diferencia importante con esta mentada similar ahora protagonizada por Julio César Chávez Junior el sábado: a la pelea de Johnson la vieron sólo 1,200 personas.

El daño que hoy hace el fracaso de una superpromoción, es monstruoso. Lastima al deporte, a los aficionados, a la industria de esta actividad y a decenas de miles de muchachos que viven o se superan o encuentran un destino en un boxeo sano y creíble.

Los reyes, los presidentes, los sacerdotes, los médicos, los arquitectos, los futbolistas, todos en esta vida tienen una responsabilidad. Chávez también la tenía, pero posiblemente no se hizo cargo. No hay nada a la vista que nos permita disculparle el valemadrismo de Las Vegas.

Fue fiel a su costumbre. Contra Maravilla Martínez, una vergüenza; contra Andrzej Fonfara, otra vergüenza; contra Brian Vera, otra vergüenza. Ahora, un espectáculo obsceno de impericia y deshonor.

Le habíamos perdido la confianza, hace mucho, está dicho en mi comentario anterior a la pelea en estas mismas páginas del ESTO. Pero la vida le daba con esta pelea una oportunidad última y generosa para reivindicar su pasado y construir su futuro.

Ya había sufrido el boxeo la explosión de una bomba con la mojiganga que escenificaron Floyd Mayweather y Manny Pacquiao hace dos años. Esto, lo del sábado, no era necesario.

La desilusión de la gente es una epidemia que corroe el universo de un deporte noble que tiene a cada paso ejemplos de mejores actores en sus entrañas.

Es fácil encontrar exponentes de combatientes suicidas que dieron y dan aliento, sangre y sacrificio a sus peleas. Hubo la Canelo-Chávez, que fue un ácido desacuerdo, pero hubo también la Salido-Vargas que fue una joyita y un ejemplo de entrega de dos valientes.

Sin embargo el enfado es tan grande que leyendo columnas y expresiones de los fanáticos parece que en el boxeo todo fuera timo y corrupción.

Cualquier peleador puede perder, y no hay nada que se señalarle si lo hace con honor. Pero lo que no se perdona es no entregar todo lo posible. Si Chávez no podía hacer nada más sobre el ring, si su cuerpo no le obedecía, mala suerte para él, porque está visto que nadie le soporta otra excusa. Pudo, en todo caso, poner la cara por delante y jugar la suerte final, echar el cuerpo encima como una lápida, buscar un solo golpe milagroso que no buscó, o de perdis un gesto de rabia que nos mostrara que esa muerte deportiva que estaba sufriendo le importaba algo más que un rábano.

Su padre, pobre padre, me imagino que hoy todavía piensa que mejor hubiera sido no haber nacido. Imagínense, ser Chávez, el Gran Campeón Mexicano y caminar por la vida observado, señalado y preguntado: “¿Qué le pasó a tu hijo?” En su rostro vimos, tras la pelea, una congoja incurable.

Su hijo no tuvo, no tiene lo que él soñaba.

El boxeo no es un deporte blando, ni una actividad para indecisos, timoratos o indolentes. Sólo la fusión de cuerpo y alma en plenitud logra resultados extraordinarios en el ring. El boxeador es el único hombre al que le pegan mientras trabaja.

Le volvimos a creer a Chávez. ¡Qué ilusión! Que estaba preparado como nunca, que buscaría la victoria y que casi seguramente la conseguiría. No hay en sus declaraciones de promoción del combate una sola expresión que se compadezca con lo que fue su desempeño en el ring. Y el espectáculo de la esperada gran pelea, el asunto global, planetario, fue una pandemia de tristeza y desencanto.

Cuando se habla más de lo necesario se dice más de lo conveniente.

Toda lucha conlleva el deseo esencial de ganar. Si no se desea ganar, la lucha no tiene sentido. Es elemental porque si no fuera así se consumaría el más perfecto de los contrasentidos: el de proponerse lograr algo haciendo mucho para no conseguirlo.

Ojalá que Julio César Chávez, el Junior, encuentre un camino en su vida incierta. Ahora es blanco de críticas impiadosas, y ha de creer que el mundo lo rechaza. El boxeo, sin embargo, le ha dado muchas cosas, fama y dinero, y un lugar en el mundo donde a sus 31 años puede enmendar y corregir.

Fue feo lo del sábado pero muchos hombres se han redimido de peores desatinos.

Tiene que haber en este mundo algún remedio para su crisis de fe. Su semblante dice que para él todo está signado por el paradójico triunfo del fracaso. Y el problema no es que así no se puede boxear, es que así no se puede vivir.

Queda de la pelea la frustración y nada más.

Canelo ganó 88,236 dólares por golpe lanzado.

Canelo lo hizo bien, sin partenaire.

A Canelo le faltan dos cosas: una guerra y ganarle a un grande.


esto.com

6 de mayo de 2017

¡Hora de pelear!


Un detalle menor o no tan menor vino a meterle ruido a los preparativos: Omar Chávez le ganó hace siete días al “Inocente” Álvarez en Chihuahua, y lo hizo de manera rápida, inesperada y brutal.

La gran pelea de hoy se nutre con un condimento más, beligerante y sustancioso: es la duda que se hace presente. ¿Podrá Junior hacer lo que hizo Omar? Omar, como su hermano, era un no favorito contra el Álvarez de turno. Pero ganó con la contundencia de una explosión nuclear. Fue el asombro. Nadie vio el desenlace del sábado pasado sin preguntarse si algo parecido no podría ocurrir esta noche en la fabulosa arena T-Mobile de Las Vegas. La percepción de miles de aficionados se vio inevitablemente modificada.

Saúl Álvarez y Julio César Chávez van a pelear esta noche en un combate largamente esperado, y por eso y por muchas otras razones lleno de dramatismo y expectación.

Lo primero que se aprende en el boxeo es que el boxeo es impredecible. Si Pedro le gana a Pablo y Pablo le gana a José, esto no garantiza que Pedro le gana a José. Un resultado nunca puede anticiparse.

Canelo y Chávez Junior van a disputar una pelea inescrutable y bárbara, que en México será la más vista de la historia. Dos televisoras transmitiendo, como cuando juega la Selección Nacional. El mundo de las redes sociales y las comunicaciones baratas y fáciles multiplicándose en millones por estos dos que juran madrearse con televisión al mundo entero.

¿Qué va a suceder, quién va a ganar?, preguntan en las calles y en las redes miles de individuos sin rostro en un coro de ansiedad desbordada que no conoce indiferentes.

¿Quién saldrá avante? ¿Por puntos o por nocaut?

No hay de dónde agarrarse para pronosticar una pelea corta, porque Canelo no ha caído y Chávez ha caído poco. Pero no olvidemos que Tommy Hearns también había caído poco, o nunca, cuando Marvin Hagler lo sepultó con un derechazo letal en el Caesars Palace en 1985.

El 14 de septiembre de 1923 Jack Dempsey y Luis Ángel Firpo protagonizaron en el Polo Grounds la primera de las llamadas peleas del siglo XX. El choque duró cuatro minutos y se registraron 11 caídas. Fue un duelo inmisericorde y total, a pesar de su brevedad.

Corta o larga, la pelea de hoy apasiona y divide pronósticos en todas las latitudes. Ochenta países la verán por televisión, millones de aficionados la sufrirán, y en México una inaudita hermandad de acción reunirá más feligreses que nunca.

Se habla de este combate desde hace años, desde cuando ellos eran físicamente iguales, desde que tenían sueños parecidos, desde que los dos querían ser uno; y el que haya tardado tanto en concretarse calentó las expectativas como hace un cuarto de siglo aquella otra pelea, la Chávez-Camacho inolvidable.

Tan esperada, esta Canelo-Chávez hizo tejer sueños e ilusiones sinfín en el universo de fanáticos que hoy esperan sedientos el final de la historia.

Tantos años, tantas conjeturas. La pelea pareció irremediablemente perdida. Dos que no se encontraban en el ring y que caminaban por el boxeo distantes y protagonizando otras turbulencias.

Cuando pelearon Carlos Zárate y Alfonso Zamora, cuando pelearon Marco Antonio Barrera y el Terrible Morales eran boxeadores admirados y queridos por el gran público, al revés de lo que en estos años sucedió con Canelo y Chávez Junior.

Seguidos por multitudes, pero cuestionados, polemizados, señalados “inventos de la televisión”.

Eran dos peleadores, sí, pero eran también dos televisoras, dos apellidos, dos promociones, Sinaloa y Jalisco dos estados, y dos cervecerías patrocinando. Una pequeña guerra mundial.

Todos queríamos verla, pero le hablabas de hacerla a Televisa, que tenía al “Canelo”, o le hablabas de firmarla a TV Azteca, que tenía a Chávez, y hacían como que no oían. Nadie quería cargar con una posible derrota. Hubiera sido demasiado grande la humillación.

Estábamos perdidos. Otra vez la historia de la Chiquita González y Ricardo López que nunca se enfrentaron, o del Ratón Macías y el Toluco López, que son lamentos irredentos para la eternidad.

“CANELO” FAVORITO
Que el Canelo sea favorito no le garantiza la victoria. En un ring de boxeo pasan muchas cosas, y la lista de los que en el boxeo no podían ganar peleas importantes y las ganaron, es muy larga. En 1994 Frankie Randall no le podía ganar a un Julio César Chávez invicto en 90 combates, pero le ganó.

Las simpatías y antipatías por los dos no han sido del todo explicadas y en lo que a mí respecta ni siquiera del todo comprendidas. Canelo y Junior no son inmortales del boxeo -no todavía, y no sabemos si alguno lo será-, pero son más respetados por el mundo del boxeo fuera de México que en su país.

En México los dos encienden pasiones tremebundas, mientras Álvarez se ha convertido en el mayor vendedor del mundo del boxeo y el Junior intenta recuperar la ventaja que le sacó los últimos años el rojo peleador de Guadalajara, por su mejor rendimiento.

El torbellino que ha creado esta pelea provoca que el destino le dé una nueva oportunidad al Junior, tan indolente a veces, tan descuidado en una carrera que pudo dar más.

Chávez es un hombre inteligente, pero la inteligencia no siempre se usa en la forma que todos pensamos que se debería usar. Yo no sé si a Chávez le importa proyectar su mejor imagen posible, porque haber hecho su pelea mayor contra Sergio Martínez, haberla descuidado durante 11 rounds, haber mostrado en el último asalto que tenía con qué ganar y no haberlo hecho, y arrojar después un positivo de marihuana es algo imperdonable.

A ese Chávez lo esperamos y lo esperamos a lo largo de los años. “La próxima pelea es la buena, en la próxima voy a estar como nunca, para la que viene sí me preparo” fue un discurso demasiado repetido, y un día nos cansó. Ese día llegó y dije: “ya no confío en él”.

Terrible escenario, porque el talento ahí está, evanescente, dentro de él, de su cuerpo privilegiado y de su mente errática, late bajo la piel. El problema de Julio César no es de músculos, ni de estrategias, es emocional. Fantasmas que lo asaltan de repente y lo amarran con hilos invisibles.

Canelo es un buen peleador y un atleta respetable. Saca su poder con facilidad y lo pone a su servicio. Fortaleza, preparación y una actitud entre mediana y alta para resolver sus peleas. Hace bien lo que sabe y puede, y ha logrado una compaginación admirable con Chepo y Eddie Reynoso que son parte inseparable de su equipo vital.

Los Reynoso también han sido destinatarios de críticas, pero sus números con Canelo son elocuentes: 48 ganadas, una derrota; números que nadie más puede mostrar en la élite del boxeo.

CHÁVEZ, EL OBLIGADO A GANAR
Canelo sobrellevó una pelea round por round con Miguel Ángel Cotto, y la ganó para los jueces. Una pelea parecida, con él especulando y cuidando los márgenes de puntuación, podría darle una ventaja en las tarjetas sin arriesgarse a una batalla cruenta. Es Chávez es el que tiene que provocar un estallido, desencadenar la acción, romper valladares.

Es Chávez el obligado a subir y patear el tablero.

El Chávez Junior que le ganó a Andy Lee, el que derrotó a John Duddy, el que superó con brillantez a Ray Sánchez, el de disparos largos y ejecuciones combinadas y rápidas desde media y larga distancia, el que pueda llevar al Canelo a las cuerdas y confinarlo a un espacio finito para pegarle, es el que puede aspirar a la victoria. En otras palabras, un Chávez que piense en grande, con generosidad y con hambre infinita. Los ganadores desprecian la mentira del mundo de las excusas.

En cuanto a Canelo, es un tipo confiable, que sólo una vez no lo fue, cuando perdió ignominiosamente contra Floyd Mayweather. Aquella noche, al no rifarse en la adversidad, no fue capaz ni de intentar romper el sino inevitable de una derrota total. Pero Mayweather hubo uno solo, y para vencerlo se necesitaban otras armas, otros quehaceres.

Hoy la historia es distinta.

Contra el Junior lo único a probar en el Canelo es su aptitud frente a un hombre físicamente más grande, sabido como es que siempre ha peleado con enemigos más pequeños. La velocidad de Álvarez mermará en este peso, y si recordamos que potencia es fuerza más velocidad su golpeo será proporcionalmente menos dañino para un tipo mejor dotado como Chávez.

El detalle es serio: Canelo subirá 4 kilos arriba de su mayor registro.

El boxeo es un deporte en el que pelean dos iguales, pero conceder ventajas tiene mucho mérito.

Hubo grandes peleadores que nunca se movieron de su división, o que fracasaron al subir, como Carlos Monzón o Wilfredo Gómez, pero es admirable lo que a través de la historia consiguieron otros que con la misma estatura, los mismos huesos y la misma carne engordaron para retar a rivales más grandes. Pensemos en Bob Fitzsimmons, en Harry Greb, en Evander Holyfield, en Henry Armstrong o en Roberto Durán.

He explicado muchas veces que el ‘catchweight’ (o peso pactado) ha existido siempre y es una buena herramienta para facilitar algunos pleitos. Lo demuestra con claridad esta pelea. No pueden pelear dentro de los límites de una categoría tradicional por la razón contundente de que no pertenecen a una misma categoría. Canelo es superwelter, Chávez es supermedio.

¿CHÁVEZ O CANELO?
Habrá que dejar que la pelea fluya. Se pueden analizar hasta el hartazgo todos los detalles, por nimios que sean, el peso, las estaturas, la actitud de cada uno, el bien hacer de estrategias correctamente pensadas por cada bando. Se vale.

Se vale, pero nadie sabe nada. Déjenme les encuentro veinte expertos que dicen que gana Álvarez, y otros veinte que dicen que gana Chávez. Si la acción del cuadrilátero respetara a los que saben Mike Tyson no le hubiera ganado en 91 segundos a Michael Spinks que era el único favorito de los entendidos.

Todo es importante, pero todo es relativo. ‘¿-Qué es la relatividad que usted menciona?’, le preguntaron un día a Albert Einstein. “-La relatividad consiste en que si usted está una hora con una mujer hermosa le parece un minuto, pero si está un minuto con una fea le parece una hora”, respondió el sabio.

Una pelea se termina con un golpe preciso como el de Márquez que noqueó a Pacquiao. Y a la basura todo lo que se pensó y se dijo.

Si Canelo gana se acercará a esa inmortalidad que todavía no alcanza. Le faltará ganarle a Gennady Golovkin, acaso, pero habrá resuelto un pendiente importante. Si gana Chávez revolucionará todo en el boxeo mexicano y sacudirá el boxeo mundial. Habrá que revisar los mejores libra por libra, habrá que replantear las próximas peleas del calendario, y habrá que reconocerle un nivel de rendimiento que por ahora se le niega.

Mi primer pronóstico sobre esta pelea no fue bueno. Dije que habría muertos para conseguir boletos, y muertos no hubo. Pero los boletos desaparecieron a la velocidad del trueno, y hay reventas de 30 mil dólares por un asiento.

Favorito Canelo. Chávez Junior por una sorpresa ecuménica.

La locura. La locura que renace con cada combate planetario. En Moscú, en París, en Sidney, en Buenos Aires y en Managua saben de qué se trata. Dos mexicanos apropiándose de todo el boxeo por un día, en una noche fascinante que ojalá produzca una pelea a la altura de las expectativas que ha creado.

Si es así, seguirá palpitante y vivo el boxeo que edificaron Corbett, Johnson, Pep, Louis, Robinson, Chávez, Ali, Leonard, el mismo que en las grandes noches del ring vuelve a proclamar la pasión que genera con un grito ensordecedor y eterno.


esto.com

19 de marzo de 2017

Chocolatito y Golovkin

Sorpresas en la noche del Madison. Dos fracasos de naturalezas diferentes.

Chocolatito González con un gran despliegue de entrega y valor nadó contra la corriente porque cayó (segunda caída en su carrera) y estuvo cortado desde el principio de la pelea con el tailandés Sor Rungvisai. Acarició la victoria, pero recibió demasiados golpes, como nunca.

En Nicaragua todos lo vieron ganar, como en Tailandia todos vieron ganar a Rungvisai. El Bangkok Post a gran tamaño titula “Nace un campeón” y asegura que el suyo cortó a Román con golpes sin intención.

Yo anoté empate en 113 y estoy obligado a decir que un round para allá o para acá es tolerable en esta pelea. Los jueces se la dieron al de Tailandia e instalaron el desorden en la fría noche de Manhattan, porque González perdía lo invicto, una figura esencial del boxeo de estos días dejaba de ser para muchos el mejor libra por libra, y había un nuevo campeón rompedor de los pronósticos.

Al mejor libra por libra le ganó alguien que no estaba en la élite… ¿Y ahora qué hacemos?

Algunos comentarios que hablan de un gran robo a González parece que sólo lo vieron a él sobre el ring, y desdeñan el acertado trabajo del oriental. Peleó a golpe por golpe, ejercitó la mayor virtud de un combatiente en una pelea a leña y leña que es responder siempre -y cuando se podía con un golpe más que los golpes recibidos- y en muchos pasajes si no fue más luchón sí fue más inteligente. Pegó y pegó a un Chocolatito que cayó en la trampa de aceptar los intercambios francos perdiendo el control de la geografía del ring.

Se podrá decir que en el round por round González ganó, pero yo, que no lo vi perder, no sabría cómo defender una pretendida victoria del púgil del barrio La Esperanza de Managua, porque si se trata de no ser injustos castigándolo, tampoco debemos serlo con Rungvisai por la traición baladí de la voluntad cuando creemos que un latino es más cercano a nuestros afectos que un asiático.

Tengo muchos amigos nicaragüenses y pocos amigos tailandeses, por lo que me permito decir aquí que me entristece este paso atrás, tan severo, tan inoportuno, para el boxeo de esta parte del mundo. Ya lo vimos en la pelea contra Carlos Cuadras, y ahora en ésta en la que González pierde el campeonato. Hay que aceptar que el imbatible que parecía ser no existe, y que en el mundo hay otros que están a su nivel. A los 29 años el gran Chocolate de Managua, que no deja de ser grande a pesar de este desaguisado, debe superar la frustración y diseñar el futuro que aún puede vislumbrar luminoso y feliz.

*****

Si la noche fue mala para Román González, para Gennady Golovkin fue una pesadilla. GGG, la otra estrella del cielo del boxeo que debía brillar y no brilló.

Como el boxeador es el más solo de los deportistas, el único ser humano al que mientras trabaja le pegan, cuando sobreviene una catástrofe como la que vimos, es difícil precisar de inmediato si se trató de una mala noche, del paso del tiempo que comienza a vulnerar a alguien que ya tiene 34, o si hubo algún malestar no revelado que la explique.

Los méritos de Daniel Jacobs no fueron pocos, empezando por que hizo una pelea estratégicamente irreprochable reproduciendo en la mayoría de los rounds lo que sabíamos que necesitaba pero dudábamos que pudiera ejecutar: crear un espacio vasto entre los dos y mantener allá, a distancia, a un GGG que suele embestir como un tren y que cuando caza en las cuerdas es implacable. Jacobs caminó además, mucho y a los costados, con lo que sus piernas ayudaron a blindar la defensa que Golovkin apenas rompió, de vez en cuando, poco, nada.

No se hicieron mucho daño, Jacobs ni siquiera sufrió en la caída, que fue una anécdota en el combate, pero de los dos, el de mejores golpes, el que dominó el ring, el que se equivocó menos, el que lo hizo bien (aunque sea bien a secas) contra el que lo hizo preocupantemente mal, fue el local.

Golovkin no fue Golovkin. Acordémonos que antes de la pelea el mundo se preguntaba si cuándo, si ahora, si ya, podíamos ubicarlo entre los grandes de la historia de peso medio, y ahora su reputación está en entredicho.

Lo de Gennady Golovkin, esta actuación sin argumentos y sin destino, este permanecer sin rumbo en una pelea sin gracia y sin viveza, con el talento dormido o muerto, incapaz de cambiar nada en la adversidad, la mirada perdida de un desahuciado, no fue malo, fue algo peor, un cataclismo. Nunca algo similar le pasó a verdaderos grandes del ring. Todos pierden un día, y tienen un mal rato otro día, pero lo único que no se le perdona a un boxeador es la avaricia de no entregar nada, de quedarse satisfecho con no hacer nada.

Muy mal le va al ganador cuando la victoria es inmerecida, y a mí me parece que esta pelea la ganó Daniel Jacobs por un margen que no debe dejar dudas.

El conteo de golpes, que rápido exhibieron desde la trinchera de GGG después del combate –y esto que digo cuenta también para la otra pelea, Rungvisai – González – suele ser un buen indicador, que ayuda, que aporta datos, pero no es todo para evaluar. Un golpe que te noquea vale más que cien a los que sobrevives, de modo que no todo puede ser empaquetado con la etiqueta “golpes de poder”. ¿200 golpes de poder? ¿Y…? ¿Valen todos igual?

Pierde el boxeo, quizá de forma temporal, el liderazgo que ejercían estos dos en el firmamento de los indiscutidos. Y esto hace daño.

Golovkin estuvo perdido en serio. Extraviado en una pelea que le regalaron los jueces de siempre, los que votan por el que era favorito antes de la pelea, los jueces que no ven, ni sienten, ni sirven. El cáncer que el boxeo no logra erradicar.

8 de marzo de 2017

Tiempo de mujeres

La mítica actriz Jeane Moreau ingresó los primeros días del año 2001 a la Academia de Bellas Artes de Francia como miembro de pleno derecho, y fue la primera mujer en conseguirlo después de que los miembros de la augusta institución habían rechazado invariablemente a las mujeres en perjuicio discriminatorio que no respetó ni siquiera a Madame Curie.

Sirva este ejemplo, entre millones de ejemplos posibles, para hacer referencia hoy al Día de la Mujer.

Moreau ingresó aquel día libre, retadora, contestataria, con la actitud que siempre la caracterizó. Altiva dijo al recibir el nombramiento: “No pienso llevar la espada de académica, prefiero un broche de Van Cleef.”

El suceso fue la primera victoria de la revolución femenina del siglo XXI, y causó conmoción en Europa y en medio mundo.

El logro de la desenfadada e inolvidable protagonista de ‘Jules et Jim’ es sólo comparable al ingreso de Marguerite Yourcenar a la Academia Francesa de Letras en 1980.

Los últimos cien años fueron y no fueron, al mismo tiempo, tiempo de la mujer. Sí porque atestiguaron un despertar del ostracismo que ya no se detendrá, que se hará grandioso hogaño y en adelante. No, porque fue una centuria de dolor y calvario, de un rezago estúpido y protervo en contra de las féminas, lapidadas por el sometimiento. Por cada mujer destacada hubo mil hombres, diez mil.

Mis mujeres del siglo XX y hasta hoy fueron (sin orden de importancia): Sofía Loren, María Callas, Ana Pavlova, Jane Adams, Jane Fonda, Sarah Bernhardt, Edith Piaf, Marie Curie, Irene Curie, Simone de Beauvoir, Oriana Fallaci, Alfonsina Storni, Golda Meir, la Madre Teresa, Indira Gandhi, La Pasionaria (Dolores Ibárruri), Nahui Olín (Carmen Mondragón), Eva Perón, Ana Frank, Brigitte Bardot, Chavela Vargas, Benazir Bhutto, Simone Weil, Alicia Moreau, Susana Rinaldi, Virginia Woolf, Anna Magnani, Greta Garbo.

También Elaine Page, Libertad Lamarque, María Elena Walsh, Gertrude Stein, Tina Modotti, Gaby Brimmer, Delmina Agustini, Jessy Norman, Karen Armstrong, Rosario Castellanos, Johanna Simon, Ella Fitzgerald, Martina Navratilova, Nadia Comaneci, Lina Wertmüller, Romy Schneider, Josephine Baker, Frances Farmer, Joan Baez, Leonora Carrington, Madonna, Juana de Ibarbourou, Chabuca Granda, Jane Champion, Yelena Isinbayeva, Coco Chanel, Ute Lemper, Marlene Dietrich, Inge de Brujin, Billie Jean King, Agatha Christie, María Zambrano, Ikram Antaki.

La lista es arbitraria. Faltan mil mujeres notables. Marilyn Monroe, Frida Khalo, María Izquierdo, Katy Jurado, María del Pilar Roldán, Elvia Carrillo Puerto, Matilde Montoya, Consuelito Velázquez, Amparo Montes, Rita Levi-Montalcini…

Jeane Moreau cumplió 73 años el 23 de enero de ese año 2001, apenas 13 días después del ingreso a la Academia. Ni su magnetismo de tiempos idos, ni sus mejores días permanecían con ella, lo que no fue obstáculo para que en la ceremonia de investidura dijera: “La idea de que la vida sea como una montaña que se sube hasta los 40 años para luego empezar el descenso se me antoja una estupidez. La vida es la escalera de los ángeles, la del sueño de Jacob. ¡Hay que subir, subir siempre, hasta el último de los días… Por mi parte, no me arrepiento de nada!”

No fue un paradigma de belleza física, aunque sí de femineidad incomparable, y sólo la llegada de Brigitte Bardot pudo desplazarla como la diva de Francia.

Pierre Cardin la presentó a sus nuevos colegas académicos aquel 10 de enero, y lo hizo de una manera que sólo ella, Jean Moreau, podía aceptar y consentir. Cardin, que adaptó especialmente para la actriz el traje verde bordado tradicional de los académicos, la recordó “en Venecia, en el hotel Danieli, en esa gran habitación en la que vivieron George Sand y Musset, y en la que nosotros hacíamos el amor, entrelazados nuestros cuerpos, calientes la sangre y la cama. No creo que haya razón más hermosa para explicarse la vida”, enfatizó el modisto.

Durante su intervención en la Academia ella prefirió recordar los alejandrinos de la ‘Ifigenia’ de Jean Racine, y los recitó. “Gracias a esa escena fui admitida en el conservatorio, en 1947, y gracias a ella hoy estoy aquí.” La actriz hizo un elogio de su madre inglesa y de su padre arruinado, de su abuelo navegante y de su abuela amiga, y se remitió a esos otros desconocidos que le permitieron ser ella. “Mi profesor de dicción, Monsieur Laurencin, y mi profesor de interpretación, Monsieur Denis d’Ines, decano de la Comédie Francaise.”

Y habló de los actores de los que aprendió y admiraba –Jean Levret, Jean Meyer, Robert Hirsch-, y con énfasis confesó que quedó deslumbrada, en 1944, cuando asistió, a escondidas, a un ensayo de Antígona de Anauilh. “Ese día –dijo, enorme declaración de principios- supe que quería estar ahí, bajo los proyectores, ser la intransigente, la rebelde que se enfrenta a los dioses, que habla por aquellos que no se atreven o que no pueden hacerlo. Esa iba a ser yo.”

Decía que la política nunca le interesó, y que la horrorizaba, pero ni ella se lo creía. En 1944, cuando la liberación de Francia, “viví una alegría loca pero no comparable con la emoción que sentí al ver a Marie Bell interpretando ‘Fedra’ en la Comédie Francaise.” Tuvo actitudes cívicas tan comprometidas como firmar la carta confesando que había abortado, delito que podía llevarla a la cárcel. “Soy una no militante militante”, aseguraba.

Jean Moreau es la ‘Eva’ de Losey, o la protagonista de ‘Los amantes’, una mujer-actriz cuyo entusiasmado orgasmo escandalizó a los espectadores del festival de Venecia, sin que le importara un rábano. “Yo estaba entonces muy enamorada de Louis Malle y él un poco menos de mí. Me escribía con Ingmar Bergman, que me parecía que era el único hombre que podía comprenderme, y él me respondía larguísimas cartas en sueco. Adónde caramba iba yo a encontrar un traductor en sueco al que pudiera confiar mi intimidad…”

Orson Wells descubrió para ‘El proceso’ y para ‘Una historia inmortal’ su voz ronca y sensual, de señora que sabía beber y fumar como un hombre, sin dejar de ser mujer.

Sigue viva Jean Moreau, y dicen que a sus 89 años a veces fuma todavía. Como nunca le ha temido a nada no le teme ni siquiera a la amenaza de reaparecer del cáncer que estuvo a punto de costarle la vida un tiempo atrás. Continúa negándose a que la llamen madame Moreau: “¿Acaso estoy casada con mi padre?”

Hizo cine hasta 2012.

Bajo la cúpula de la Academia la recibieron los tambores de la Guardia Republicana. Pero ha pasado mucho tiempo. Sigue subiendo, por la escalera de los ángeles que es la vida, mientras pueda.

“Se siembra durante años –declaró-, años que se van como inviernos. Llegas a creer que no existe la primavera y de pronto, de golpe, aparece el sol.”

Es de un tiempo de mujeres.

Soy feminista.

1 de marzo de 2017

El boxeo

El boxeo es la más descarnada representación del drama de la vida. Es el hombre y su lucha, desde que nace hasta que muere. Suele no haber atajos para evadir el dolor del vivir. No es el deporte de la ternura, ya se sabe, pero lejos del ring también hay más golpes que caricias.

Confrontar, caer, levantarse, cambiar el rumbo de las cosas, ganar y perder, gozar el abyecto placer de la venganza, mentar madres, sobreponerse a la adversidad, conjurar el mal fario de un destino malhadado, matar o morir. Igual arriba del ring que abajo de él.

No se boxea para destruir al adversario, a pesar de la metáfora. Se boxea para vencer.

El pugilato ha sido vilipendiado con largueza por un ejército de intolerantes que condenan la violencia que su práctica conlleva. Son ciegos a la realidad del mundo, la utopía con la que sueñan no existe. No hay abogados ni arquitectos boxeadores, la del ring es tarea de los más desabrigados por la sociedad.

Cuatro quintas partes de la humanidad viven en condiciones deplorables. La Organización Mundial de la Salud reveló que en el mundo hay mil cuatrocientos millones de hambrientos sin esperanzas. Esto es el estadio Azteca de la Ciudad de México catorce mil veces lleno. Miles perecen de inanición cada hora. Dos mil millones de seres sobrenadan estar vivos con un dólar por día. Otros hombres, más afortunados, al mismo tiempo, impúdicamente, se empeñan en cerrar las pocas puertas que tienen abiertas los que no tienen nada. Negarles la sola oportunidad que encontraron para apostar una ficha en la ruleta de su existencia, es lisa y llanamente matarlos.

"Combata la pobreza, mate un mendigo", decía una pinta irónica en una universidad europea, exhibiendo las soluciones que algunos tienen para hacer del mundo un mundo mejor. Siempre ha habido señores de cuellos y puños almidonados, incapaces de sentir piedad, pero, eso sí, muy educados, acicalados con prurito aristocrático, que se horrorizan por la práctica del boxeo. ¿Cómo será el mundo aséptico y pudoroso que proponen? Tal vez un mundo de conmovedora armonía con gente pintando cuadros y leyendo libros, visitando museos y oyendo música siempre suave. ¡Nada de dolor! Me pregunto de qué escribirían los poetas, qué pintarían los pintores, en qué se inspirarían los músicos si en este mundo no hubiera prostitutas, borrachos, boxeadores.

El boxeo puede gustarle o no, a usted, lector. Pero nadie podrá menospreciar la calidad de artístico en lo que fue capaz de hacer --pongamos por ejemplo-- Sugar Ray Leonard sobre un ring. Boxeo aprendido en conservatorio, que se envuelve en papel de seda. Rudolph Nureyev hubiera aplaudido embelesado, viendo tal demostración de señorío, de dominio del cuerpo, un himno a la estética. Nadie le ha pedido a Julio César Chávez que cante como Beniamino Gigli, pero tampoco nadie hubiera esperado del portentoso tenor italiano que tirara un gancho con la perfección del peleador mexicano.

Algunos llaman arte a lo que ellos hacen y vulgaridades a lo que hacen los demás.

No hay exaltación del individualismo mayor que las del boxeador y del artista. Éste es un condenado a no compartir nada con nadie porque la creación sólo es posible en soledad; aquél se sublima en una forma de locura que lo hace creerse dueño del mundo.

"Cuando se es tan grande como yo, es imposible ser humilde", sentenció Muhammad Alí cuando estaba en el cenit de su gloria. "Todos queremos ir al cielo pero nadie quiere morir", dijo Joe Louis. "Mi causa soy yo", advirtió un día Joe Frazier; y el inefable Macho Camacho nos dejó conocer el más grande de sus anhelos: "¿Mi sueño? Es morir en mis propios brazos".

Cine, literatura, pintura, fotografía, teatro, música, se han enriquecido con este deporte. El arte nace casi nada del motivo inspirador y casi todo de lo que anida en el alma del artista. La sensibilidad de muchos que rozaron la monumental historia del boxeo, y la de sus hombres de calzón corto, ha producido emociones profundas.

Veamos el boxeo con un poco de indulgencia. Cuando un boxeador se abraza al rival, para no caer, es la vida lo que abraza, para no morir. Porque mayor que el temor de caer es el miedo a no levantarse. El boxeador sabe que si no se para a pelear el amor del mundo se esfuma.

El ring es el teatro y el boxeador es un actor muy escrupuloso, intérprete trágico, exégeta de la máscarada de existir.

14 de enero de 2017

Canelo vs Chávez Jr

Tengo problemas para explicar las peleas donde hay diferencias de peso, porque las diferencias no me gustan y me gustan.

El boxeo es un deporte en el que pelean dos iguales, pero conceder ventajas en la balanza tiene mucho mérito.

Hubo grandes peleadores que nunca se movieron de su división, o que fracasaron al subir, como Carlos Monzón o Wilfredo Gómez, pero es admirable lo que a través de la historia consiguieron otros que con la misma estatura, los mismos huesos y la misma carne engordaron para retar a rivales más grandes. Pensemos en Bob Fitzsimmons, en Harry Greb, en Evander Holyfield, en Roberto Durán o en Henry Armstrong.

He explicado muchas veces que el ‘catchweight’ (o peso pactado) ha existido siempre y es una herramienta buena para facilitar algunos pleitos. Lo demuestra con claridad la pelea que se acaba de anunciar entre Canelo Álvarez y Julio César Chávez. No pueden pelear dentro de los límites de una categoría tradicional por la razón contundente de que no pertenecen a una misma categoría. Canelo es superwelter, Chávez es supermedio.

Sin embargo la ventaja que dará el Canelo se enmarca en el nicho respetable de otras peleas entre grandes y chicos que registra lo mejor de la historia. ¿Quién en su sano juicio puede menospreciar la hazaña de Stanley Ketchel cuando con su físico de peso medio, dando 15 kilos de ventaja, subió a pelear con el campeón de peso completo Jack Johnson y logró ponerlo en la lona?

Del Canelo se han dicho muchas cosas, buenas y malas, pero hoy toca decir que por fin aceptó a un enemigo más grande y nadie podrá señalarle que en este renglón otra vez se aprovecha. Era demasiado visible el detalle de que desde años sus rivales eran más chicos, pero Chávez es más grande.

Hace pocos días, mientras estaban en negociaciones para sellar la pelea, hice mi propia encuesta en redes sociales y hallé que las mismas personas que decían que la pelea no era posible por la diferencia de peso, decían que si pelean gana Álvarez. ¿Cómo entonces la pelea no era posible por representar demasiada ventaja para Julio.

La pelea del 6 de mayo será el acontecimiento más grande del boxeo entre dos mexicanos y dejará atrás aquella locura popular que fue el enfrentamiento entre Carlos Zárate y Alfonso Zamora en 1977.

No digo que en lo boxístico el choque pueda dar tanto como peleas memorables entre mexicanos de las que vienen a la mente las Barrera-Morales o Rafael Márquez – Israel Vázquez, pero además de ganar ambos tienen que mostrar valor indestructible, por lo que es posible esperar una guerra, la que hasta hoy ninguno de los dos ha tenido.

La mejor pelea entre dos mexicanos que recoge la historia es aquella fabulosa y tal vez inigualable entre Rafael Herrera y Rodolfo Martínez, la de Monterrey, en 1973, la segunda de las tres que sostuvieron estos gallos enormes de lo mejor de la historia del boxeo mexicano.

Sé que para algunos aficionados será una herejía que yo ponga esta pelea -la Canelo-Chávez- a la altura de otras del pasado del boxeo entre peleadores aztecas –las que mencioné y más—pero nadie podrá negar que para el 6 de mayo puede haber muertos para conseguir boletos, y el número de observadores en el mundo entero dejará atrás cualquier registro previo.

Ni va a morir el más chico ni es seguro que gane el más grande, que no se escandalicen los que a todo le encuentran un pero. Desde Chávez-Macho Camacho, hace 25 años, no hay una pelea que interese más a México.

Recuerden que siempre digo “al boxeo hay que ponerle historias”. Dos desconocidos peleando no interesan a nadie, sin importar si son buenos o malos peleadores.

Esta pelea tiene historia. Se ha calentado durante años y demasiadas veces creímos que no la veríamos nunca. Dos del mismo tamaño (hace algunos años así era) que pugnaban por el liderato en el boxeo mexicano, dos apellidos del boxeo, dos televisoras, dos cervecerías, Sinaloa y Jalisco, una familia de boxeadores, y otra familia igual.

Hoy, lejana todavía la fecha y el ring, sabemos qué Canelo vamos a ver, el de siempre, el que no comete errores; y no sabemos qué Chávez vamos a ver. Uno se prepara con fervor religioso, el otro es un desmadre con sus emociones. Canelo es confiable, Chávez se hizo imperdonable cuando tras una pelea tan importante como la de Maravilla Martínez registró trazas de marihuana en su orina.

Pero tan cierto como que Julio es variable es cierto que a Julio le sobra inteligencia, de esa inteligencia que se necesita para resolver este asunto casi de vida o muerte. Prepararse como Dios manda y construir una actitud que le permita pelear el 6 de mayo. Es su vida de deportista, es su dignidad y su orgullo, es su futuro como hombre. Ganar o perder es una consecuencia, siempre. Puede perder, pero no puede ser humillado. Él lo sabe.

El Canelo será favorito cuando las luces se apaguen y se encienda el ring.

Y el dilema de los Chávez. El Gran Campeón Mexicano me dijo hace pocos días: “Lamazón, mi hijo puede perder con cualquiera, me vale madres, pero no puede perder con este cabrón…”