Tengo problemas para explicar las peleas donde hay diferencias de peso, porque las diferencias no me gustan y me gustan.
El boxeo es un deporte en el que pelean dos iguales, pero conceder ventajas en la balanza tiene mucho mérito.
Hubo grandes peleadores que nunca se movieron de su división, o que fracasaron al subir, como Carlos Monzón o Wilfredo Gómez, pero es admirable lo que a través de la historia consiguieron otros que con la misma estatura, los mismos huesos y la misma carne engordaron para retar a rivales más grandes. Pensemos en Bob Fitzsimmons, en Harry Greb, en Evander Holyfield, en Roberto Durán o en Henry Armstrong.
He explicado muchas veces que el ‘catchweight’ (o peso pactado) ha existido siempre y es una herramienta buena para facilitar algunos pleitos. Lo demuestra con claridad la pelea que se acaba de anunciar entre Canelo Álvarez y Julio César Chávez. No pueden pelear dentro de los límites de una categoría tradicional por la razón contundente de que no pertenecen a una misma categoría. Canelo es superwelter, Chávez es supermedio.
Sin embargo la ventaja que dará el Canelo se enmarca en el nicho respetable de otras peleas entre grandes y chicos que registra lo mejor de la historia. ¿Quién en su sano juicio puede menospreciar la hazaña de Stanley Ketchel cuando con su físico de peso medio, dando 15 kilos de ventaja, subió a pelear con el campeón de peso completo Jack Johnson y logró ponerlo en la lona?
Del Canelo se han dicho muchas cosas, buenas y malas, pero hoy toca decir que por fin aceptó a un enemigo más grande y nadie podrá señalarle que en este renglón otra vez se aprovecha. Era demasiado visible el detalle de que desde años sus rivales eran más chicos, pero Chávez es más grande.
Hace pocos días, mientras estaban en negociaciones para sellar la pelea, hice mi propia encuesta en redes sociales y hallé que las mismas personas que decían que la pelea no era posible por la diferencia de peso, decían que si pelean gana Álvarez. ¿Cómo entonces la pelea no era posible por representar demasiada ventaja para Julio.
La pelea del 6 de mayo será el acontecimiento más grande del boxeo entre dos mexicanos y dejará atrás aquella locura popular que fue el enfrentamiento entre Carlos Zárate y Alfonso Zamora en 1977.
No digo que en lo boxístico el choque pueda dar tanto como peleas memorables entre mexicanos de las que vienen a la mente las Barrera-Morales o Rafael Márquez – Israel Vázquez, pero además de ganar ambos tienen que mostrar valor indestructible, por lo que es posible esperar una guerra, la que hasta hoy ninguno de los dos ha tenido.
La mejor pelea entre dos mexicanos que recoge la historia es aquella fabulosa y tal vez inigualable entre Rafael Herrera y Rodolfo Martínez, la de Monterrey, en 1973, la segunda de las tres que sostuvieron estos gallos enormes de lo mejor de la historia del boxeo mexicano.
Sé que para algunos aficionados será una herejía que yo ponga esta pelea -la Canelo-Chávez- a la altura de otras del pasado del boxeo entre peleadores aztecas –las que mencioné y más—pero nadie podrá negar que para el 6 de mayo puede haber muertos para conseguir boletos, y el número de observadores en el mundo entero dejará atrás cualquier registro previo.
Ni va a morir el más chico ni es seguro que gane el más grande, que no se escandalicen los que a todo le encuentran un pero. Desde Chávez-Macho Camacho, hace 25 años, no hay una pelea que interese más a México.
Recuerden que siempre digo “al boxeo hay que ponerle historias”. Dos desconocidos peleando no interesan a nadie, sin importar si son buenos o malos peleadores.
Esta pelea tiene historia. Se ha calentado durante años y demasiadas veces creímos que no la veríamos nunca. Dos del mismo tamaño (hace algunos años así era) que pugnaban por el liderato en el boxeo mexicano, dos apellidos del boxeo, dos televisoras, dos cervecerías, Sinaloa y Jalisco, una familia de boxeadores, y otra familia igual.
Hoy, lejana todavía la fecha y el ring, sabemos qué Canelo vamos a ver, el de siempre, el que no comete errores; y no sabemos qué Chávez vamos a ver. Uno se prepara con fervor religioso, el otro es un desmadre con sus emociones. Canelo es confiable, Chávez se hizo imperdonable cuando tras una pelea tan importante como la de Maravilla Martínez registró trazas de marihuana en su orina.
Pero tan cierto como que Julio es variable es cierto que a Julio le sobra inteligencia, de esa inteligencia que se necesita para resolver este asunto casi de vida o muerte. Prepararse como Dios manda y construir una actitud que le permita pelear el 6 de mayo. Es su vida de deportista, es su dignidad y su orgullo, es su futuro como hombre. Ganar o perder es una consecuencia, siempre. Puede perder, pero no puede ser humillado. Él lo sabe.
El Canelo será favorito cuando las luces se apaguen y se encienda el ring.
Y el dilema de los Chávez. El Gran Campeón Mexicano me dijo hace pocos días: “Lamazón, mi hijo puede perder con cualquiera, me vale madres, pero no puede perder con este cabrón…”