Manny Pacquiao tiene casi 35 años, que cumplirá dentro de
pocos días. Volvió anoche al boxeo despejando dudas. Nadie pudo apreciar
ninguna secuela de aquella definición traumática y brutal a que lo sometió Juan
Manuel Márquez hace un año.
A Brandon Ríos le sobró corazón y le faltó cerebro. Hay que tener la cabeza vacíapara creer que se tiene alguna oportunidad contra un genio del cuadrilátero como Manny sin exhibir otra cosa que fortaleza y valor.
De la pelea se puede decir que fue una pelea entretenida, pero no fue una gran pelea.
Para que un tiragolpes le gane a un dechado de facultades –pensemos por ejemplo en Giovani Segura doblegando a Iván Calderón—tiene que arrasar, asfixiarlo, robarle el aire, caerle encima con una tormenta de golpes que le resulte insoportable, y rendir su voluntad. Brandon Ríos no lo supo o tal vez lo supo y no pudo ejecutarlo porque el filipino en buenas condiciones, estaba escrito, era demasiado más que él.
Puede ser de conclusión engañosa la evaluación de este Manny Pacquiao de anoche, considerando que el rival no fue Márquez ni fue Bradley. Todo lo contrario, Brandon Ríos al atacar como un muñeco programado para chocar contra una pared, facilitó el trabajo del filipino y lo ayudó a lucirse. Digamos que no le creó problemas, no lo puso en riesgo y ofreció siempre a disposición del tagalo su cara, para que le pegara, haciéndolo rebotar una y otra vez, hasta el infinito.
Una sola de las características del mejor Pacquiao estuvo ausente: su aptitud enorme para salir de la línea de fuego después de atacar. No tuvo que hacerlo porque las réplicas de Brandon eran conmovedoramente inofensivas. Brandon peleó hasta la distancia de su largo de brazos, no abrió caminos, y ya sabemos que sólo gana el que conquista espacios. No hay que pelear ‘acá’, hay que pelear ‘allá’.
Todos entendemos la simpleza de este análisis que no da para más aclaraciones. Estamos obligados, sin embargo, a leer lo realizado por Pacquiao desde otro mirador. Si no lo vimos solucionando problemas, porque problemas no tuvo, debemos ver cómo hizo lo que hizo en plan de gustar, de moverse, de combinar la armonía del cuerpo al poner a funcionar brazos y piernas, en administrar el aire durante 36 minutos de acción y pensar si los golpes, pocos o muchos, que pudo conectar con solidez Brandon Ríos, nos revelan alguna grieta para decir ‘Pacquiao está dañado’.
No hubo revelación, queridos amigos. Manny se presentó entero, como en sus buenas noches, él solo es toda la orquesta, echa a andar el concierto y todo el mundo observa embelesado. El boxeo lo necesita inmortal. ¿Con qué lo vamos a reemplazar cuando no esté?
Lo demás, si lo de anoche le alcanza para derrotar a, digamos, un Floyd Mayweather, no lo sabemos, ni lo sabe Dios. Ganar los100 metros no garantiza
ganar la maratón, y menos mal que así son las cosas porque si conociéramos lo
que hay por delante no habría ningún interés en examinarlo.
Tras la pelea Manny admitió que en el último round tuvo consideraciones hacia su fugaz enemigo, y lo dejó vivir, llegar de pie al final del combate. Brandon había pagado el precio recibiendo golpes y Pacquiao, como un general que conoce el honor y respeta los códigos de los hombres grandes, procedió escuchando a su conciencia.
“El boxeo no se trata de matar a tu adversario, sino de divertir a la gente”, dijo, y yo recojo la frase y la aplaudo y espero que la recoja la posteridad y dentro de cien años alguien le recuerde a los aficionados que hubo una vez un guerrero colosal llamado Manny Pacquiao capaz de decir estas cosas y de caminar con dignidad en el violento mundo del boxeo, hablando como un ser humano de conciencia elaborada. A ver si aprenden los que no aprenden nunca.
"Me suelo preguntar de dudas lleno --escribió el poeta (Campoamor)-- ¿son mejores los buenos o los justos?, y la elección va en gustos, yo doy todos los justos por un bueno".
De estos deportistas necesitamos muchos, para poner un contrapeso a tipejos infames que dan patadas en la sala de entrenamiento y se expresan en coprolalia defendiendo supuestos espacios y derechos y privilegios que ni tienen ni merecen.
Hay que saber elegir, señores, y es un imperativo moral. Lástima que del boxeo no se expulsa a nadie. Después de que se le perdonó a Mike Tyson mutilar impunemente a Evander Holyfield, hay que perdonar todo lo demás.
La pregunta obligada tras el combate de Macao es qué sigue para Manny Pacquiao, y para mí hay una sola pelea atractivísima que excluye a todas las demás, la pelea con Floyd Mayweather. La pelea más grande del mundo. Ya sé que no se pudo hacer a pesar de muchas negociaciones que se prolongaron por años. Pero hay un nuevo amanecer. Si Floyd mira hacia delante, no hay nada. Si Pacquiao mira hacia delante, no hay nada. Nada comparable a un choque entre los dos que haría para el boxeo un momento inigualable, una más de tantas grandes noches que hemos vivido sólo con lo irreemplazable.
Una pelea Manny Pacquiao Floyd Mayweather es necesaria e irreemplazable. Amén.
A Brandon Ríos le sobró corazón y le faltó cerebro. Hay que tener la cabeza vacíapara creer que se tiene alguna oportunidad contra un genio del cuadrilátero como Manny sin exhibir otra cosa que fortaleza y valor.
De la pelea se puede decir que fue una pelea entretenida, pero no fue una gran pelea.
Para que un tiragolpes le gane a un dechado de facultades –pensemos por ejemplo en Giovani Segura doblegando a Iván Calderón—tiene que arrasar, asfixiarlo, robarle el aire, caerle encima con una tormenta de golpes que le resulte insoportable, y rendir su voluntad. Brandon Ríos no lo supo o tal vez lo supo y no pudo ejecutarlo porque el filipino en buenas condiciones, estaba escrito, era demasiado más que él.
Puede ser de conclusión engañosa la evaluación de este Manny Pacquiao de anoche, considerando que el rival no fue Márquez ni fue Bradley. Todo lo contrario, Brandon Ríos al atacar como un muñeco programado para chocar contra una pared, facilitó el trabajo del filipino y lo ayudó a lucirse. Digamos que no le creó problemas, no lo puso en riesgo y ofreció siempre a disposición del tagalo su cara, para que le pegara, haciéndolo rebotar una y otra vez, hasta el infinito.
Una sola de las características del mejor Pacquiao estuvo ausente: su aptitud enorme para salir de la línea de fuego después de atacar. No tuvo que hacerlo porque las réplicas de Brandon eran conmovedoramente inofensivas. Brandon peleó hasta la distancia de su largo de brazos, no abrió caminos, y ya sabemos que sólo gana el que conquista espacios. No hay que pelear ‘acá’, hay que pelear ‘allá’.
Todos entendemos la simpleza de este análisis que no da para más aclaraciones. Estamos obligados, sin embargo, a leer lo realizado por Pacquiao desde otro mirador. Si no lo vimos solucionando problemas, porque problemas no tuvo, debemos ver cómo hizo lo que hizo en plan de gustar, de moverse, de combinar la armonía del cuerpo al poner a funcionar brazos y piernas, en administrar el aire durante 36 minutos de acción y pensar si los golpes, pocos o muchos, que pudo conectar con solidez Brandon Ríos, nos revelan alguna grieta para decir ‘Pacquiao está dañado’.
No hubo revelación, queridos amigos. Manny se presentó entero, como en sus buenas noches, él solo es toda la orquesta, echa a andar el concierto y todo el mundo observa embelesado. El boxeo lo necesita inmortal. ¿Con qué lo vamos a reemplazar cuando no esté?
Lo demás, si lo de anoche le alcanza para derrotar a, digamos, un Floyd Mayweather, no lo sabemos, ni lo sabe Dios. Ganar los
Tras la pelea Manny admitió que en el último round tuvo consideraciones hacia su fugaz enemigo, y lo dejó vivir, llegar de pie al final del combate. Brandon había pagado el precio recibiendo golpes y Pacquiao, como un general que conoce el honor y respeta los códigos de los hombres grandes, procedió escuchando a su conciencia.
“El boxeo no se trata de matar a tu adversario, sino de divertir a la gente”, dijo, y yo recojo la frase y la aplaudo y espero que la recoja la posteridad y dentro de cien años alguien le recuerde a los aficionados que hubo una vez un guerrero colosal llamado Manny Pacquiao capaz de decir estas cosas y de caminar con dignidad en el violento mundo del boxeo, hablando como un ser humano de conciencia elaborada. A ver si aprenden los que no aprenden nunca.
"Me suelo preguntar de dudas lleno --escribió el poeta (Campoamor)-- ¿son mejores los buenos o los justos?, y la elección va en gustos, yo doy todos los justos por un bueno".
De estos deportistas necesitamos muchos, para poner un contrapeso a tipejos infames que dan patadas en la sala de entrenamiento y se expresan en coprolalia defendiendo supuestos espacios y derechos y privilegios que ni tienen ni merecen.
Hay que saber elegir, señores, y es un imperativo moral. Lástima que del boxeo no se expulsa a nadie. Después de que se le perdonó a Mike Tyson mutilar impunemente a Evander Holyfield, hay que perdonar todo lo demás.
La pregunta obligada tras el combate de Macao es qué sigue para Manny Pacquiao, y para mí hay una sola pelea atractivísima que excluye a todas las demás, la pelea con Floyd Mayweather. La pelea más grande del mundo. Ya sé que no se pudo hacer a pesar de muchas negociaciones que se prolongaron por años. Pero hay un nuevo amanecer. Si Floyd mira hacia delante, no hay nada. Si Pacquiao mira hacia delante, no hay nada. Nada comparable a un choque entre los dos que haría para el boxeo un momento inigualable, una más de tantas grandes noches que hemos vivido sólo con lo irreemplazable.
Una pelea Manny Pacquiao Floyd Mayweather es necesaria e irreemplazable. Amén.