El sueño de todo boxeador es llegar a campeón del mundo, siguiendo la humana tendencia al peldaño superior. Algunos pueden, otros no están dotados para tanto. El título mundial es el nicho sagrado. Ahí apuntan los esfuerzos y los desvelos, ahí convergen el culmen y el resultado perfecto, ahí anida la suma realización. Nadie debería manchar el anhelo más sagrado e irreprochable de los hombres del ring. Pero no es así, y con tristeza asistimos cada día más a la oferta obscena de títulos que confunden y deshonran –más que premiar—a sus depositarios.
Durante cien años hubo en el boxeo ‘campeón del mundo’, que no se comparaba con otra cosa ni empujaba a nadie a preguntar qué cosa era serlo, o qué diferencia tenía con otros campeonatos que hoy nos abruman: campeones etiquetados fecarbox, internacional, juvenil, fedelatin, norteamérica, fecombox, paba, naba, nabf, fedecentro, fedebol, fedecaribe, cabofe, eba, OPBF, europeo, asia-pacífico, nabo y otros veinte. Lo peor es la existencia de supercampeones, campeones interinos y campeones en receso.
La palabra campeón no puede tener superlativo. El campeón es el mejor, y ponerle encima una figura llamada ‘supercampeón’ es una humillación para aquél, que creía haber llegado a donde no hay más lejos.
Sin embargo, pocos se rebelan contra este insensato estado de cosas. Cuando algún aficionado de esos que se dan en pureza me pregunta por qué el boxeo está así, suelo contestarle que porque todos así lo quieren, como si se tratase de un culto universal sin apóstatas. Los muchos títulos convienen a los organismos rectores, a los promotores, a la televisión, a los manejadores, a los periodistas y a los propios boxeadores. El que no puede ser campeón de un buen organismo, es seguro que puede serlo de otro. Todos piensan en cuánto van a ganar, y los pretendidos honores de antaño, el orgullo y la dignidad de competir, son ridículas antiguallas.
¿Cómo, cómo, cómo alguien que tenga un respeto mínimo por la honorabilidad de la actividad deportiva puede llamarle a algo ‘título interino’? ¿Qué es un título interino? ¿Alguien puede ser ‘novio interino’, ‘padre interino’, ‘hijo interino’? ¿Nos gustaría recibir amistad o lealtad o fidelidad ‘interinas’? ¿Esta columna puede ser ‘interina’? ¿O puede publicarse debajo de otra que sea una ‘supercolumna’ que la humille relegándola a un evidente segundo lugar? Eso, que es una porquería, pero que llaman título interino, vale menos que una corcholata. Es un timo, que se comete con culpa del timador, y con más culpa del timado.
Imagínese esta conversación, de una pareja:
-¿Me amas?
-Sí, de manera interina.
No es otra cosa, es lo mismo. Es dar bienes adulterados.
No hay en el boxeo nada más obvio que la insignificancia de todos estos títulos menores que sólo tienen un valor negativo, porque hacen daño: confunden, no premian (como debería ser la intención de un título a un señor campeón), y quitan importancia a lo que realmente la tiene. Hace mucho que el público ya no exclama con admiración porque dos vayan a disputar tal o cual título, porque el título ha dejado de importar. El aficionado se concentra en los nombres de los que pelean. Las peleas de Manny Pacquiao contra Ricky Hatton, Oscar De la Hoya, Marco Barrera (las dos), Jorge Solís, Erik Morales (las tres), Oscar Larios y Héctor Velázquez no fueron por ningún título mundial. Antes, el título hacía grande a un boxeador, eso era antes.
¿Cómo era hace cincuenta años cuando no había este vil desorden institucionalizado? Los títulos que existían eran, en primer lugar, casi inalcanzables para los boxeadores, como debe ser. A continuación, un boxeador debía hacer carrera por el título nacional, después por el de Norteamérica y después por el mundial. Así de fácil y así de serio el desafío. Había claro títulos locales o estatales, pero no interferían, porque nadie habría de confundir a un ‘campeón de Nuevo León’, con un campeón mundial.
El círculo vicioso es deplorable: la televisión pide títulos, para que las peleas puedan transmitirse. Los organismos entregan cualquier cosa, y al campeón barato que obtienen de estas disputas, lo clasifican, con lo que también echan a perder las listas mundiales. Si un mediocre le gana a otro mediocre lo que se obtiene es un mediocre mal llamado campeón. Hay niveles, hay mejores y peores, por eso hay campeones. Pero si los hacemos campeones a todos, a todos los abaratamos. El moralista francés Joseph Joubert dijo bien hace doscientos años que la abeja y la avispa liban las mismas flores, pero no obtienen la misma miel. Con todo, lo peor… lo peor ¿sabe qué es? Que haya quien compre baratijas a mercachifles. Ojalá que no seamos usted o yo, claro. No permita que le vendan espejitos. Confórmese sólo con lo mejor.