Geniales en el ring y torpes en el vivir. El Macho Camacho y La Hiena Barrios fueron encarcelados hace pocos días y enfrentan un proceso y una sentencia, respectivamente, que recuerdan inveterados problemas de grandes peleadores con la ley. Camacho golpeó a su hijo. Barrios mató a una mujer en un accidente automovilístico, y pasará algunos años en la cárcel.
Jim Corbett fue perseguido --entre otras cosas porque boxear era ilegal-- después de que le quitó el título de peso pesado al ídolo John L. Sullivan hace 120 años. Bob Fitzsimmons fue acusado de asesinato; Jack Johnson se enfrentó al sistema de vida de los Estados Unidos en 1910, y el sistema hizo de su vida un infierno. Esta vieja historia de boxeadores sumergidos en una nebulosa al ejercer la cotidianeidad, no conoce final. Los boxeadores suelen tener el alma demasiado inflamada cuando suben al ring, dispuestos a vivir vertiginosamente, a arrasar obstáculos imposibles, a ser excepcionales, y años después bajan la escalerilla a extinguir sus viejos proyectos con fruslerías, consumiéndose en una delgada espiral de humo que el aire desaparece.
Mike Tyson fue a prisión por violación y Carlos Monzón por matar a su esposa. Edwin Valero y Alexis Arguello murieron en la soledad de lo desconocido, a horas turbias, lejos de las luces y de las multitudes frenéticas, no me pregunten cómo, nadie sabe cómo, ni por qué.
Curioso derrotero el de estos hombres que nacen en la nada, un día trascienden su destino desgraciado y llegan a tocar el cielo con las manos, y otro día ni siquiera bajan por donde subieron sino que caen abrupta y fatalmente como cae del árbol la fruta madura que ya no puede seguir siendo fruta. No es una regla, es una maldición. En el deporte el actor principal es el éxito, que es un veneno seductor y traicionero, especialmente cuando no hay formación para enfrentarlo. Los muchachos boxeadores suelen conocerlo un día que más que feliz es aciago, porque con el éxito llega el dinero y con el primer dinero en lugar de comprar tranquilidad compran problemas: el reloj más caro, el automóvil más grande, las amistades más peligrosas. Y unos lentes enormes, de esos que no son para ver, sino para que los vean.
Salvador Sánchez halló la muerte en un carro deportivo que jamás hubiera tenido sin ser campeón de boxeo, y Sugar Ray Leonard confesó un día, como otros días confesaron muchos, que por su adicción a las drogas no era el ser humano que muchos creían que era. A Vicente Saldivar lo llevó a la depresión y a la tumba el amor por una vedette que no habría conocido si no hubiera sido el personaje que fue como pugilista.
A veces el triunfo es una enfermedad. Conocí a un boxeador que nunca había tenido nada, sólo hambre, y cuando hizo su primera pelea importante y ganó cuatro mil dólares, compró cuatro mil dólares de cerveza para invitar a los cuates a beber hasta la gota final de la última botella. Otro compró un carro muy caro, que le costó todo lo que había ganado con su primer buen salario, pero no le alcanzó para la gasolina, por lo que debió estacionarlo hasta la próxima pelea.
Billy Papke, que hace cien años fue campeón de peso medio, en 1936 mató a su esposa y se suicidó. El español Dum Dum Pacheco escribió en la cárcel sus sobrecogedoras memorias en el libro ‘Mear Sangre’. Y Robert Wise, que algo sabía del dolor humano, filmó en 1956 la vida de Rocky Graziano y, turbador e insidioso, la tituló: ‘Somebody up there likes me’.
La multitud sin rostro,de virulentos rencores sin porqué, de laberínticos gritos profanos, desprolija en sus afanes, se ríe de los humanos errores. Yo le pido a usted, lector, comprensión y no burlas para los extraviados del boxeo. Hombres que han elegido un camino durísimo, y sobre el ring, entre puñetazo y puñetazo, saben que retan a la muerte por cambiar lo que les tocó ensuerte. No se resignan, no se conforman, no se rinden, el tamaño de su rebelión es lo que ellos valen, y hasta ahí está bien. Pero después… ¡ese maldito no saber qué hacer con todo lo que antes les faltaba y ahora les sobra!
Alguien me preguntó una vez si no me da vergüenza andar “con los Tyson y esa gente del boxeo…”. Le respondí que el boxeo es de jóvenes desabrigados por la sociedad, que a veces no han tenido ni padres ni casa ni escuela ni ejemplos ni nada. Hay otros más afortunados, que son líderes de la comunidad, pastores, gobernantes, educados en las más primorosas universidades, e igual andan dando pena. No se trata de un boxeador que tropieza aquí o allá, es la condición humana, chapucera incorregible.