El próximo martes Mauricio Sulaimán será presidente del Consejo Mundial de Boxeo, ocupando la silla de liderazgo que dejó su padre José, fallecido hace pocos días.
Se mencionaron nombres de miembros del grupo ejecutivo como posibles candidatos, pero si mis investigaciones son buenas, nadie reclamará la presidencia. Sulaimán Saldívar, que tiene la misma edad que tenía su padre cuando llegó a ese sitio en 1975, contará con el apoyo generalizado y quizá los 26 votos de los que deciden.
La Junta de Gobierno estará en la Ciudad de México en las próximas horas, y antes de la reunión de la mañana del martes, donde oficializarán lo importante que vienen a resolver, compartirán una cena el lunes para la que también están en camino Jeff Fenech, Miguel Cotto, Adonis Stevenson, Jean Pascal y a la que se sumarán varios de nuestros campeones y personalidades.
No llega Sulaimán II al boxeo en tiempos de bonanza, sino de tempestades, pero sabemos los que lo conocemos que no querrá pasar sin pena ni gloria por su mandato. Está iniciando un liderazgo que demandará toda su inteligencia. La presidencia del CMB en el deporte es un asunto sólo comparable a la dirección del Comité Olímpico Internacional o la FIFA.
Al boxeo de hoy no le faltan boxeadores, le falta unidad. Aquella unidad que Sulaimán I consiguió en su momento de mayor fortaleza, digamos entre 1980 y 1990. Todo el mundo estaba en el CMB, y si alguien no estaba quería estar. Eso se ha perdido, especialmente desde que las infumables comisiones de los Estados Unidos comenzaron a ignorar como en los viejos tiempos lo mejor que se había conseguido: jurados neutrales, reglas uniformes, intercambio de funcionarios en la administración de peleas.
No sé con qué los va a seducir Mauricio Sulaimán, y no le envidio el pendiente, pero si el muro continúa siendo inexpugnable es posible que el boxeo siga a la deriva.
Si ustedes recuerdan el poder que tuvo el CMB de aquellos años, comprenderán que comparando los organismos hoy mandan muy poco. Manda la televisión que fija las reglas del juego y que mantiene esta frágil política de preferir que las peleas que pone en pantalla sean por algún título. Cuando eso se acabe o alguien encuentre otra fórmula para hacer que las peleas sean especialmente interesantes para el público la presencia de las organizaciones boxísticas en las funciones podría volverse prescindible.
Hay que tener presente lo principal: para lo que necesitamos al CMB es para que nos diga quién en cada división es el campeón del mundo. Eso es lo que importa, y todo lo accesorio importa mucho menos. Un organismo fuerte, poderoso, irreprochable, nos dice con mayor autoridad quién es el campeón.
Hoy esa realidad está en entredicho. Basta para probarlo citar que varias de las peleas de Manny Pacquiao, el último histórico, no han sido por un campeonato mundial.
El nicho del campeonato del mundo ha sido prostituido los últimos años. Casi cada paso de la dirigencia del boxeo ha ido a deteriorarlo más. Me resulta incomprensible que a Floyd Mayweather (o a quien sea) haya que nombrarlo 'campeón supremo'. Es campeón del mundo, como lo fueron Alí, Dempsey, Chávez o Durán. Con eso es suficiente. Nadie en el mundo sabe qué carambas significa en el boxeo campeón 'supremo'. Y ni hablemos de los 'supercampeones' con los que la AMB ha cambiado el mensaje a los campeones del mundo. Ser campeón del mundo era 'tú eres el mejor'. Ahora, con supercampeones, el mensaje es: 'Oye, campeón del mundo, tú NO eres el mejor, ya puse otro por encima de ti'. Así de grave, y el señor Mendoza, del organismo en cuestión, nos explica, en un discurso para tarados, que lo hace para que haya más oportunidades para más boxeadores. Confunde títulos mundiales con clasificaciones y confunde a la gente del boxeo pretendiendo que nadie tiene nada en la cabeza y que su discurso puede pasar.
Y con respecto a las clasificaciones, otrora esperadas con ansias por todos cada mes, es necesario liberarlas de ataduras, porque así a nadie le interesan. Si continúan poniendo con calzador a los muchos campeones de títulos menores porque todos tienen que estar clasificados mundiales, seguirán en un enorme error. El campeón en el boxeo no es necesariamente el mejor. Necesariamente, no. Es una condición ideal, una búsqueda. Cuando Frankie Randall le ganó a Julio César Chávez fue el campeón, pero no era mejor que Chávez. En los años setenta, la AMB, que era un buen organismo rector, inventó la famosa tablita, para clasificar. La regla de la tablita decía que quien pierde por nocaut en pelea titular, baja al número 7. Cuando Tommy Hearns perdió con Sugar Ray Leonard, el Dr. Elías Córdova, inventor de la tablita, magnífico y recordado amigo, me habló "Lamazón, mi tablita no funciona, Hearns me va a quedar clasificado en 7 debajo de seis tipos a los que él noqueó".
La renovación en la presidencia del Consejo Mundial de Boxeo que encabezará Mauricio Sulaimán es una oportunidad invaluable, que el organismo no debe dejar pasar.
Que el nuevo presidente recuerde cada día que su primera obligación es hacer justicia, que tenga banderas, que respete las reglas, que sea parejo con todos, que logre la unión tan necesaria, que siga siendo el buen tipo que es, que ejerza la austeridad en el dar y en el recibir porque es la mayor virtud de un mandante en cualquier asunto humano.
Por mi parte le deseo que le vaya muy bien. El boxeo lo necesita.