El peor balance de la pelea del sábado no es el naufragio de
Julio César Chávez Jr., sino constatar que los jueces están matando el boxeo.
Cuando ocurrió el robo a Juan Manuel Márquez en la tercera pelea con Manny
Pacquiao, hace 22 meses, todos pensamos que habíamos tocado fondo, que no
veríamos nada peor. El boxeo, sin embargo, sigue a la deriva.
Julio César Chávez Jr. debería enojarse menos con las críticas y asumir que su vida de boxeador no tiene rumbo ni destino. Así no, porque hoy camina hacia ninguna parte. Él se instala en la negación de la realidad y desde ese mirador traicionero cree que sólo atisba enemigos. Si un coro de voces le grita al unísono que se equivoca, una decisión razonable sería cuando menos examinar qué está sucediendo. Cuando perdió con Maravilla Martínez estaba obligado a pedir perdón, por haber defraudado tantas expectativas, pero se enojó. Yo lo oí, cuando lo entrevistaba David Faitelson dijo: "ahora estoy viendo quiénes son mis amigos", y da la impresión de que ESOS que veía son precisamente los amigos que debería haber dejado de ver. Los que le dicen que es el más chingón y el más bonito cuando está fracasando y necesita que lo rescaten del error. Pero en fin, nada nuevo, son mil los boxeadores que se han perdido por no saber de quiénes rodearse.
El boxeo necesita a Julio César Chávez Jr., porque querido o no querido; bueno, malo o regular como boxeador, tiene rating y convoca multitudes, y los proyectos televisivos viven de eso. De todos los demás peleadores también viven, claro, pero los taquilleros son los pilares del edificio promocional.
Chávez puede salvarse o no para el deporte, depende de él, y si no lo logra se irá despacio e inexorablemente al olvido. El boxeo continuará, y verá pasar con dolor a otro de sus protagonistas que se malogra por falta de conducción.
En desesperada defensa de su dignidad, poco después de terminada la pelea en Carson, con la pírrica victoria sobre Brian Vera bajo el brazo, dijo que la gente lo abucheaba porque quería ver un nocaut que no llegó, y logró instalar una discusión que aún está viva entre los aficionados, sobre decidir en una pelea (en esta pelea) quién gana, el que pega más o el que pega más fuerte.
El debate es legítimo, y yo mismo debo aceptar que he predicado: "Los golpes de poder van por delante". Carlos Aguilar me preguntaba después de la pelea, yendo a las profundidades del tema: "¿Cuántos golpes te gustan, Lama, para intercambiarlos por un golpe de poder?" Le respondí que hay que usar siempre el criterio. El golpe con el que Márquez noqueó a Pacquiao vale más que todos los golpes del adversario, pero cuando el daño del golpe fuerte no es de esas dimensiones, hay que pensar, y volver a pensar: "¿Cuantos golpes de poder necesitaba Chávez para neutralizar e invertir el resultado de los rounds en los que Vera trabajaba tanto?"
Esta es una discusión siempre vigente. En la primera pelea Morales-Barrera los jueces se fueron por la cantidad (de Erik) sobre la calidad (de Marco Antonio), pero esa fue una pelea pareja. Nadie me va a decir que este Chávez peleó como aquel Barrera. Además los golpes de poder de Julio César Jr. tenían sustento en que él era un boxeador más pesado que Brian Vera.
Reducir el análisis de esta pelea a golpes fuertes de un lado y golpecitos del otro, me parece un despropósito. Hay algo que trasciende los movimientos mecánicos de los dos sobre el ring, y es la evidencia de que Junior no mejoró casi nada con relación a la pelea de un año atrás con Martínez. ¡Vamos, empeoró si miramos su peso inicuo! Otra vez pareció que lo habitan fantasmas que no lo dejan sacar lo mejor que tiene. Él es mucho mejor que este que vimos, pienso en las peleas que hizo contra Andy Lee, contra Ray Sánchez, contra John Duddy y hasta con Matt Vanda, aquella en la que fue injustamente abucheado. En todas esas peleas peleó hacia adelante, ahora peleó hacia atrás. Es mucho mejor dije, aludiendo a lo que potencialmente posee y que, dadas las circunstancias, no sabemos ya si alguna vez volverá a exhibir.
El examen round por round de la pelea del sábado unifica opiniones, sobre su derrota deportiva, pero no es posible ignorar que lo peor no fue la derrota (la que vimos todos, claro), sino la abulia, el desencanto, la falta de voluntad, la arrogancia al terminar el combate. La actitud autodestructiva perversa que lo está asesinando sin que pueda o quiera hacer algo para remediarlo. ¿Qué, alguien no se dio cuenta de que era un rival al que el mejor Chávez tiene que ganarle diez de diez peleas? Pero el problema es que el mejor Chávez ya no sabemos dónde está, o si existe.
La incompetencia de los jueces es capítulo aparte y una vez más, como ya con toda frecuencia, como las Siete Plagas del Apocalípsis, ha caído sobre el boxeo. No todos los jueces son malos jueces, pero los peores parecen conseguir con mayor facilidad una silla en las mejores y más importantes peleas.
El 17 de diciembre de 1977 pelearon en España el Brujo Ortega y Cecilio Lastra por el campeonato mundial de peso pluma. El juez Medardo Villalobos, panameño igual que el campeón Ortega, dio un fallo de148 a 143 (5 puntos) favorable
a su compatriota, mientras Jesús Bermejo entregó un resultado de 149 a 138 (11 puntos) pero
favorable a Lastra, que --como él-- era español. Quizá no era lo peor que
recogía la historia en materia de decisiones, porque en el boxeo ha pasado de
todo, pero de esto se habló durante varios años, sin que nadie imaginara lo que
vendría después.
En aquellos años era la maldición del nacionalismo (el nacionalismo, la manía de los primates, dijo Borges), pero después en el Consejo Mundial de Boxeo se reglamentó la neutralidad del jurado, que fue una gran medida, y que como corresponde a toda regulación buena... duró poco.
Llegó Nevada y su comisión de boxeo a proclamar que para qué neutrales si los que ellos tienen son muy buenos. California no se queda atrás, a veces, como acabamos de comprobar. De Nevada el boxeo necesita mucho más que esta actitud prepotente y canallesca de atropello a los demás del mundo. Necesita que encabece con los organismos del boxeo un movimiento para certificar jueces con candados que les impidan continuar si reinciden en fallos equivocados que están acabando con lo que queda de este deporte.
Me gustaría, por fin, decirle a Chávez Jr. que hay otra vida para un deportista, que quizá no todo está perdido, que debe reflexionar y sumarse a la lista de los que cuando se van dejan un recuerdo imperecedero porque se esforzaron y lucharon, que piense en ser sobrio en la relación con la gente, que en el sorprendente mundo del deporte se puede ser un triunfador con independencia de los resultados obtenidos en la cancha o en el ring. Edificando siempre, haciendo útil y valioso cada movimiento en el ajedrez del vivir.
Julio César Chávez Jr. debería enojarse menos con las críticas y asumir que su vida de boxeador no tiene rumbo ni destino. Así no, porque hoy camina hacia ninguna parte. Él se instala en la negación de la realidad y desde ese mirador traicionero cree que sólo atisba enemigos. Si un coro de voces le grita al unísono que se equivoca, una decisión razonable sería cuando menos examinar qué está sucediendo. Cuando perdió con Maravilla Martínez estaba obligado a pedir perdón, por haber defraudado tantas expectativas, pero se enojó. Yo lo oí, cuando lo entrevistaba David Faitelson dijo: "ahora estoy viendo quiénes son mis amigos", y da la impresión de que ESOS que veía son precisamente los amigos que debería haber dejado de ver. Los que le dicen que es el más chingón y el más bonito cuando está fracasando y necesita que lo rescaten del error. Pero en fin, nada nuevo, son mil los boxeadores que se han perdido por no saber de quiénes rodearse.
El boxeo necesita a Julio César Chávez Jr., porque querido o no querido; bueno, malo o regular como boxeador, tiene rating y convoca multitudes, y los proyectos televisivos viven de eso. De todos los demás peleadores también viven, claro, pero los taquilleros son los pilares del edificio promocional.
Chávez puede salvarse o no para el deporte, depende de él, y si no lo logra se irá despacio e inexorablemente al olvido. El boxeo continuará, y verá pasar con dolor a otro de sus protagonistas que se malogra por falta de conducción.
En desesperada defensa de su dignidad, poco después de terminada la pelea en Carson, con la pírrica victoria sobre Brian Vera bajo el brazo, dijo que la gente lo abucheaba porque quería ver un nocaut que no llegó, y logró instalar una discusión que aún está viva entre los aficionados, sobre decidir en una pelea (en esta pelea) quién gana, el que pega más o el que pega más fuerte.
El debate es legítimo, y yo mismo debo aceptar que he predicado: "Los golpes de poder van por delante". Carlos Aguilar me preguntaba después de la pelea, yendo a las profundidades del tema: "¿Cuántos golpes te gustan, Lama, para intercambiarlos por un golpe de poder?" Le respondí que hay que usar siempre el criterio. El golpe con el que Márquez noqueó a Pacquiao vale más que todos los golpes del adversario, pero cuando el daño del golpe fuerte no es de esas dimensiones, hay que pensar, y volver a pensar: "¿Cuantos golpes de poder necesitaba Chávez para neutralizar e invertir el resultado de los rounds en los que Vera trabajaba tanto?"
Esta es una discusión siempre vigente. En la primera pelea Morales-Barrera los jueces se fueron por la cantidad (de Erik) sobre la calidad (de Marco Antonio), pero esa fue una pelea pareja. Nadie me va a decir que este Chávez peleó como aquel Barrera. Además los golpes de poder de Julio César Jr. tenían sustento en que él era un boxeador más pesado que Brian Vera.
Reducir el análisis de esta pelea a golpes fuertes de un lado y golpecitos del otro, me parece un despropósito. Hay algo que trasciende los movimientos mecánicos de los dos sobre el ring, y es la evidencia de que Junior no mejoró casi nada con relación a la pelea de un año atrás con Martínez. ¡Vamos, empeoró si miramos su peso inicuo! Otra vez pareció que lo habitan fantasmas que no lo dejan sacar lo mejor que tiene. Él es mucho mejor que este que vimos, pienso en las peleas que hizo contra Andy Lee, contra Ray Sánchez, contra John Duddy y hasta con Matt Vanda, aquella en la que fue injustamente abucheado. En todas esas peleas peleó hacia adelante, ahora peleó hacia atrás. Es mucho mejor dije, aludiendo a lo que potencialmente posee y que, dadas las circunstancias, no sabemos ya si alguna vez volverá a exhibir.
El examen round por round de la pelea del sábado unifica opiniones, sobre su derrota deportiva, pero no es posible ignorar que lo peor no fue la derrota (la que vimos todos, claro), sino la abulia, el desencanto, la falta de voluntad, la arrogancia al terminar el combate. La actitud autodestructiva perversa que lo está asesinando sin que pueda o quiera hacer algo para remediarlo. ¿Qué, alguien no se dio cuenta de que era un rival al que el mejor Chávez tiene que ganarle diez de diez peleas? Pero el problema es que el mejor Chávez ya no sabemos dónde está, o si existe.
La incompetencia de los jueces es capítulo aparte y una vez más, como ya con toda frecuencia, como las Siete Plagas del Apocalípsis, ha caído sobre el boxeo. No todos los jueces son malos jueces, pero los peores parecen conseguir con mayor facilidad una silla en las mejores y más importantes peleas.
El 17 de diciembre de 1977 pelearon en España el Brujo Ortega y Cecilio Lastra por el campeonato mundial de peso pluma. El juez Medardo Villalobos, panameño igual que el campeón Ortega, dio un fallo de
En aquellos años era la maldición del nacionalismo (el nacionalismo, la manía de los primates, dijo Borges), pero después en el Consejo Mundial de Boxeo se reglamentó la neutralidad del jurado, que fue una gran medida, y que como corresponde a toda regulación buena... duró poco.
Llegó Nevada y su comisión de boxeo a proclamar que para qué neutrales si los que ellos tienen son muy buenos. California no se queda atrás, a veces, como acabamos de comprobar. De Nevada el boxeo necesita mucho más que esta actitud prepotente y canallesca de atropello a los demás del mundo. Necesita que encabece con los organismos del boxeo un movimiento para certificar jueces con candados que les impidan continuar si reinciden en fallos equivocados que están acabando con lo que queda de este deporte.
Me gustaría, por fin, decirle a Chávez Jr. que hay otra vida para un deportista, que quizá no todo está perdido, que debe reflexionar y sumarse a la lista de los que cuando se van dejan un recuerdo imperecedero porque se esforzaron y lucharon, que piense en ser sobrio en la relación con la gente, que en el sorprendente mundo del deporte se puede ser un triunfador con independencia de los resultados obtenidos en la cancha o en el ring. Edificando siempre, haciendo útil y valioso cada movimiento en el ajedrez del vivir.