Podía pasar cualquier cosa y pasó lo mejor que podía pasar.
La versión urbana y presentable de Mike Tyson, la más alejada del energúmeno de otros días, cumplió su compromiso asumiendo la exhibición con seriedad. Hizo para nosotros, los espectadores, lo que más le cuesta en la vida, portarse bien.
No habrá desencantados. Si alguien esperaba más, tendríamos que preguntarle qué diablos esperaba.
Roy Jones ayudó a ver a Tyson como un hombre bueno, al ser el antihéroe de la noche. Poco preparado, prematuramente fatigado y exhibiendo pliegues de grasa abdominal que insinúan al exboxeador que pronto será, con una figura decadente y cansada.
Lo rescatable del show en el Staples Center fue la posibilidad de ver a Tyson en acción, especialmente para los jóvenes que de él oyeron mucho y vieron poco.
A mi me hubiera gustado decir que vi en vivo a Rocky Marciano o a Marcel Cerdán, pero no alcancé.
Hace 30 años vino a bailar a México ese coloso de la danza llamado Rudolph Nureyev.
Cuando expresé mis planes de ir a verlo algunas personas intentaron desalentarme.
“-Ya está viejo… ya se fueron sus mejores días.”
Mantuve mi interés y fui a ver al ruso, yo que de danza no sé nada, y no me arrepiento, lo estoy contando tres décadas después. Siempre es un privilegio estar o ver a alguien que es el mejor en lo que hace.
Mike Tyson ganó multimillones en su vida de boxeador, y gastó lo que ganó y algo más. Cuando salió de la cárcel y estaba libre para contratarse, se lo disputaban media docena de promotores. Las labores de seducción fueron interminables, porque Mike no tomaba una decisión. Un día de esos, de angustia prolongada, de zozobra infinita, de ver quién era capaz de ofrecer más y mejor para convencerlo, Don King preguntó a un asistente: “¿cuánto pesa un millón de dólares?”
- 25 libras (11 kilos), se averiguó y le dijeron.
“ –Está bien, puedo con el peso. Pongan en tres sacos un millón en cada uno… y vamos..."
King visitó a Tyson y desparramó en el piso los tres millones… treinta mil billetes de 100… “es un regalo que te traigo, el dinero es tuyo, firmes o no firmes conmigo.”
Así King, al modo de Don King, se quedó con Mike Tyson que tenía un pasado ahíto de historias y dos puños que hacían aparecer dinero como el mejor mago de la chistera.
Ese Mike Tyson, por esos días riquísimo, dueño de cada día una historia, de historias buenas e historias malas, peleó mucho y un día se retiró del boxeo, pero no se fue del mundo ni se fue de la vida.
Estaba acostumbrado, eso sí, a todos los excesos. Era lo único que conocía, porque las tristezas de los años viejos, ya estaban olvidadas.
Tyson continuó tomando decisiones. Se hizo actor, se dedicó a visitar teatros aledaños o lejanos contando su vida tenebrosa, y estableció en California una industrializadora de marihuana.
Y en eso de vivir, andar, sufrir, un día pensó en volver al boxeo, o en un acercamiento de senectud a la actividad que lo hizo rico y famoso.
El día fue ayer.
Muchos años antes Mike había escogido su vida de boxeador, el oficio de la violencia, porque pensó, tal vez, que no había un modo más persuasivo de abrirse paso en la vida que no apiadarse de nadie.
Pocos dudan de que Mike Tyson continúa buscándose en un mundo demasiado grande para él, tan elemental, y no se encuentra. Ya se sabe, otros conversan con psicólogos, pero eso no es para los hombres duros de esta dureza, inexorable y fatal.
En estos días desbordados por el nombre de Maradona, pienso en lo que los pueblos hacen con los ídolos del deporte, con sus gestos exuberantes y grotescos, con sus dichos sin brújula.
Acaso porque los hacen genios y saben que la genialidad se casa siempre con la locura.
Nadie da más felicidad colectiva a las masas olvidadas.
La exhibición de Tyson fue un movimiento de ajedrez, de alguien que instintivamente desea seguir viviendo.
Será de interés saber qué dice a continuación, si esto fue todo o le quedan ganas de seguir.
Dice el gran Lelouch, en su película Mariage, “los mejores años de la vida son los que aún no vivimos.”