Manny Pacquiao esperó la pelea cumpliendo sus actividades y rituales acostumbrados, en paz.
Los boxeadores que van a un compromiso de gran porte suelen ser insoportables las horas previas, malhumorados e irritables.
El León de Manila parece blindado, no le penetran congojas.
Cuando terminó el pesaje, el viernes, me dijo Sean Gibbons, el agente de negocios que no se despega de Manny, “la tarde de ayer (el jueves) conté 70 personas en su suite, tocó el piano y cantó, él no conoce la soledad.”
La pelea de la noche de sábado en el Grand Garden del MGM fue un derroche de talento más emparentado con las habilidades de un veinteañero que con los achaques de un veterano de guerra.
A este tipo no le duele nada.
Henry Armstrong se acabó a los 31, Robinson a los 35, Ali a los 35, Jack Dempsey a los 28, Carlos Zárate a los 29, Rubén Olivares a los 31, Chávez a los 33, Flash Elorde a los 31. Son excepciones las de quienes llegan a los 40 años en buena forma. Archie Moore, Bernard Hopkins y alguno que otro que pueda agregarse.
Pacquiao es de esos inmarcesibles. Dorian Gray es filipino.
Una vez más el humilde venciendo al bocón, como Frazier a Ali en la primera, como Sánchez a Gómez, como Barrera a Hamed, como Maidana a Broner, como Chávez a Camacho.
Manny Pacquiao tiene en común con otros grandes que se toma en serio su oficio, se prepara como Dios manda, compromete toda su voluntad y ejercita con alegría lo que sabe hacer.
Algún día, tal vez, alguien nos dirá cómo y por qué evolucionó la anatomía del filipino. Con qué ingeniería invisible a los buscadores de los laboratorios se lo apoyó para un crecimiento desmedido. Aquel alfeñique peso mosca que hace veinte años provocaba mucha pena y ninguna admiración, se convirtió en un superhombre.
Su victoria del sábado provocó estallidos de entusiasmo en sus seguidores, porque el público es de expectativas cada vez más prudentes conforme el tiempo pasa. Desean que el final del ídolo esté lejos, pero quién sabe.
Fallo dividido porque Glenn Feldman escribió una puntuación que merecería cárcel en un universo más exigente con estas imprecisiones.
Keith Thurman fue un oponente de buena calidad porque atacando es peligroso, y no permitió que pensáramos en momento alguno que Manny estaba asaz seguro mientras la acción.
Al comenzar el combate dije en la transmisión de TVAzteca: “Miren los brazos de Pacquaio pero miren sobre todo las piernas de Pacquiao.”
Y las piernas funcionaron. Nos sorprendió otra vez. Un bólido, un Fórmula 1, un coloso. Ni Thurman ni nadie esperaba ver a un Pacquiao así de veloz, así de preciso y así de eficiente.
El Messi del boxeo.
Keith Thurman no es mejor que en su momento fueron Juan Manuel Márquez, Marco Barrera, Tim Bradley o el Terrible Morales, pero es mejor de lo que fueron Brandon Ríos, Chris Algieri, Tony Margarito o Jeff Horn.
Manny Pacquiao ha peleado en su vida con cinco inmortales: Oscar De la Hoya, Márquez, Barrera, Morales y Floyd Mayweather. Es suficiente. Con esta actuación deslumbrante a los 40 años de edad, se confirma en un lugar destacado de la historia grande.
No es cierto que haya sido campeón en ocho diferentes divisiones, lo ha sido en seis: mosca, supergallo, superpluma, ligero, welter y superwelter. Cuando se dice ocho se abona a este universo abyecto de confusión del boxeo de estos días que es víctima de la barbarie impune de dirigentes obtusos.
La mayoría de los aficionados ignoran que en la vida de Pacquiao-boxeador hay más de diez peleas que ellos creen que fueron de título mundial pero se pelearon fuera de título: dos con Barrera, dos con Morales, con Héctor Velázquez, con Oscar Larios, con Jorge Solís, con Oscar de la Hoya, con Ricky Hatton, con Brandon Ríos y una con Bradley.
El boxeador cuando es grande es más importante que el título, y Bob Arum no se dejaba extorsionar. No compraba franquicias.
Manny Pacquiao brilla en tiempos difíciles.
El ínclito Gilbertico, ese intelectual venezolano que maneja la AMB, creó ahora los títulos Oro, un nuevo cachondeo. Hay exceso de títulos y este individuo crea nuevos en lugar de cancelar los supercampeonatos que creó su papá y con los que comenzaron a asesinar al boxeo.
Yo entiendo que usted, estimado lector, no comprenda por qué suceden estas cosas. Es muy difícil imaginar por qué lo harán.
Pero disfrute esta realidad, porque dentro de un tiempo será peor y entenderemos menos.
Pensemos en Manny Pacquiao.