Sólo doce minutos después de haber sido declarado ganador sobre Amir Khan, sentado a la mesa de transmisión de TV Azteca para una entrevista, escoltado por Marco Antonio Barrera a su derecha y por Julio César Chávez a su izquierda, el Canelo Álvarez era inocultablemente el hombre más feliz de la tierra.
La sonrisa en su semblante, otras veces severo, era tallada por la alegría, y su dentadura casi desconocida en su solemnidad cotidiana, cobraba la dimensión panfletaria de una proclama al infinito. Era una revancha que le regalaba el destino. La victoria era un valor supremo.
No son de alcohol los vapores que más embriagan. El grito del triunfo es ensordecedor, y él acababa de noquear, casi matar, al inglés Amir Khan que estaba siendo amarrado a una camilla para viajar a un hospital.
La derecha con que Saúl terminó la pelea es para la historia, y no pocos recordaron la de Juan Manuel Márquez que cambió el curso del boxeo cuando se estrelló en la mandíbula de Manny Pacquiao, en aquella otra noche inolvidable. Como la de Márquez, la ejecución de Canelo compite para los finales más brutales de un combate. ¿Se acuerdan? Los nocauts de Rocky Marciano a Walcott, de Mike Weaver a John Tate, de Gerry Cooney a Ken Norton, de Bob Foster a Dick Tiger...
Tanto éxito marea a cualquier hombre, y algunos no sobreviven. Debe ser bastante bueno no volverse loco, no perderse en el laberinto de la soledad, no creerse divino, o perfecto, o angelical. Cuando alguien es tan afortunado ni procesarlo puede. La fama, los millones, la adoración de los aficionados de todos lados.
La noticia de la victoria del rojo peleador mexicano corría ya por el entramado de las redes y se instalaba en medios tan distantes como el Bangkok Post, de Tailandia; era video disponible en el Blikk de Budapest y ocupaba un buen sitio en la portada de The Nation, de Pakistán. Es muy bajo el porcentaje de los hombres que conquistan tanto, que florecen en tantas latitudes al mismo tiempo.
Con lo que ganó el Canelo sólo en esta pelea se pueden comprar 200 casas, o 2,500 automóviles, o una isla en Grecia, o un yate de lujo para 50 personas.
Cualquiera siente que el mundo le queda chico, cualquiera se cree inmortal. Exultante y eufórico, Saúl I de México, un Alejandro Magno moderno, impartía directrices "para los que a mis espaldas hablan de mí y dicen otra cosa", "para los que deben reconocer mi trabajo porque bastante me he esforzado", "para los que no entienden que no le temo a nadie", "los títulos no valen nada".
Nunca una pelea respondió con mayor precisión a los cálculos previos. Amir Khan a la delantera al comienzo, Canelo expectante como son de costumbre sus inicios, activa la velocidad relampagueante del inglés, y la sempiterna amenaza de un golpe letal firmado por el único que lo podía dar. Lo más difícil para Álvarez fue, sin embargo, cumplir el cometido de hacerlo tan bien que satisficiera --misión imposible-- a sus detractores. Si noqueaba no valía porque era a un enemigo más chico, si no noqueaba, peor. Otra vez la monserga, la cantilena: él bulto', 'el inflado', 'el invento de la TV', 'el que ustedes criticaban cuando estaba en Televisa y ahora endiosan'.
¿Cómo lo hizo el Canelo?
Recuerdo el relato de un amigo que estaba en la escuela preparatoria y cuando el maestro le pidió que hablara de Benito Juárez preguntó: ¿hablo a favor o en contra?
A mí ahora me sucede. Puedo defender la actuación del Canelo que de 49 es a mi entender la más importante, porque la peculiaridad del golpe letal con que ejecutó a Amir Khan diluye el hándicap del derrotado; cualquiera, del tamaño que sea, hubiera caído.
Puedo censurar lo que censuran todos, que Canelo no haya peleado en años con alguien ni siquiera cien gramos más pesado, excepto Manuel Baldomir que era una sombra cuando se enfrentaron. Esta omisión en su carrera resulta insoportable. Que él se haga cargo de este rezago deportivo que tiene que enmendar. Más que por nosotros debe hacerlo por él.
Ya no voy a explicar, porque lo hice en mi comentario previo, la necesidad que tiene de protagonizar una guerra en el ring.
Lo están entendiendo, parece, porque Canelo dejó claro en la entrevista que le hicimos después de ganar, que le molestan las críticas, y la mayor de las críticas es esa, que pelea con más chicos. Oscar de la Hoya, que miraba para otro lado cuando oía mencionar a Gennady Golovkin, tuvo que aceptarlo, y dijo 'sí, vamos a pelearlo en la siguiente'.
El Canelo boxeador, parco, austero, poderoso, fue el de siempre, y el que siempre será, con pequeños ajustes posibles que ojalá le permitan mejorar. Canelo ha madurado en las más recientes peleas. Ahora fue escaso en combinaciones de golpes porque Amir Khan estaba geográficamente lejos, pero las ha ensayado bien antes, en las peleas con Cotto y con Kirkland. Se defiende más y entrena mejor. Recibe bien fuego enemigo y no se cae.
Rocky Marciano tenía el problema de una cintura poco flexible, como tiene el Canelo, pero Marciano era una locomotora en su traslación hacia el frente, cosa que no ha logrado el mexicano. Cierto que Marciano no tuvo ni un solo rival que huyera con las piernas, como Khan, como Cotto, como Mayweather, los que exhibieron esa insuficiencia de Saúl, pero no es obstáculo para señalar como lamentable que un tipo con semejante poder físico sea tardo y perezoso para profundizar sus ataques.
Canelo fue el de siempre entre otras cosas porque un golpe salvador le dio una victoria rotunda, tan contundente que a sus detractores los dejó con más rabia que argumentos. Sabíamos muchas cosas antes de la pelea y muchas se confirmaron como verdades. Sabíamos que difícilmente Amir Khan, a pesar de poseer dos manos que son de las más veloces del boxeo, podía mantener una pelea perfecta a lo largo de doce rounds, para ganar. Ya en el segundo round vimos que no pudo repetir las excelencias del primero.
En el sexto capítulo crecía de a poco Canelo y él contraía sus propuestas. Dos semanas antes de la contienda el inglés había dicho: 'Un mínimo error de mi parte me puede sacar de la pelea'. El error lo cometió en el sexto round y su destino fue inexorable. Faltaba medio minuto de la vuelta cuando Khan tiró dos jabs que quedaron en el aire, y recogió muy bajo su brazo izquierdo. Canelo que estaba parado en el lugar exacto para contragolpear fintó con una izquierda y abrió el camino a la derecha más brutal de su vida para sepultar a Khan en la lona y obligarlo a morder el polvo del desierto de Mojave.
Álvarez tiene muchos triunfos y le falta la gloria. Sabemos que eso le importa, porque se le nota y porque nos lo ha dicho. Tendrá que trabajar para conseguirlo, con peleas de jerarquía. No basta con que haya dicho que va a pelear con Gennady Golovkin. Decirlo es una cosa, pero la negociación va a ser difícil. Los dos quieren un porcentaje de ingresos que para el otro es inaceptable. Los dos ponen su ego por delante. Van a discutir el peso. Lo que haga cada uno el resto del año tiene que decidirse en mayo, no más tarde, y lo que tienen que acordar no son asuntos que se acuerdan en un rato.
Canelo es competitivo contra Gennady Golovkin, mientras no se demuestre lo contrario, pero es cierto que en la percepción de los observadores el kasajo está evaluado como mejor en la comparación entrambos.
En la caótica repartición de títulos de estos tiempos de vergüenza para el boxeo, al Canelo le tocó ser el campeón, y a GGG, el evaluado mejor, el interino. Lo de interino es una imbecilidad, o un robo con impunidad que siguen haciendo las organizaciones del boxeo. Llegará el día cuando se verá el daño que este disparate ha causado a nuestro deporte, cuando ubicar a estos hombres en la historia sea un acertijo imposible de resolver. Imaginen a uno diciendo 'Yo era el mejor', para que le respondan 'No, el campeón era el Canelo', y al otro diciendo 'Yo era el campeón', para que le contesten 'Pero el mejor era Golovkin'.
Quiero dejar claro en el final que aunque los pesos pactados me parecen en general una buena herramienta del boxeo, Canelo tiene en esta hora dos compromisos ineludibles: pelear con GGG y pelear en 160 libras. Eso abortaría dudas que subsisten, si logra ganar, o si pierde combatiendo con dignidad.
Canelo está a la mitad de todo. Debe encarar con determinación la segunda mitad para ser el que quiere ser.
9 de mayo de 2016
5 de mayo de 2016
Canelo: ¿pelea fácil?
Roberto Durán, que nació para peso ligero, subió a los 72 kilos y le dio la madre de las batallas a Marvin Hagler que era un mediano natural. Hagler era extraordinario, y Durán era Durán.
Nunca olvidaré esa pelea colosal que vi desde lo que llamamos el 'apron', es decir tocando con mis manos la lona donde peleaban. Christadoulou, el sudafricano, que era el réferi, en algún momento me pidió que me hiciera para atrás.
No sé si viviré ya muchas emociones como aquella, bárbara, ciclópea, abonada por mi juventud. Al final del round 12 Durán iba ganando, pero no le alcanzó el esfuerzo para mantener la ventaja hasta el final. Peleaban a 15.
El asunto del peso en el boxeo es importante, pero se ha hecho a un lado demasiadas veces, para enfrentar a uno chico talentoso con uno grande, más o menos hábil para la reyerta.
La pelea del sábado entre Canelo Álvarez y Amir Khan ha despertado todos los fantasmas de la polémica, no diré que como nunca, diré que como siempre.
Ni Khan es Durán, ni Canelo es Hagler. Canelo ha madurado, y a los 25 años de edad está en el punto alto de la curva de su vida como boxeador. Amado por las multitudes, desde hace 25 años, desde Chávez, no hay un boxeador mexicano capaz de mover con la fidelidad de las ratas al flautista de Hamelin, a tantos seguidores.
Álvarez tiene, no obstante, tarea pendiente como boxeador profesional, pues es señalado y reclamado por no pelear nunca sino con tipos más chicos. En sus últimas veinticinco peleas sólo uno de sus enemigos pesaba algo más que él, el argentino Carlos Baldomir, que a sus 40 años era un combatiente gordo y vencido mucho antes de coincidir en el ring con el rojo peleador de Guadalajara.
Para muchos la pelea del sábado es un asesinato, pero aun admitiendo la ventaja que en el peso tiene el nuestro, no es seguro que vayamos a ver algún cadáver.
Me acordé de la anécdota preciosa de aquél entrenador que le preguntó a otro cómo veía la pelea que sostendría uno de sus pupilos. El interlocutor le espetó: "Si la pelea es al aire libre el tuyo tiene más posibilidades" '-¿Por qué, por qué?' inquirió extrañado nuestro personaje, a lo que le respondieron: "-Porque si al otro lo parte un rayo el tuyo gana por abandono".
Danny García le pegó muchas a veces a Amir Khan, cuando pelearon en julio de 2012, y cada vez que le pegaba lo sacudía, con 15 kilos menos que los que va a tener el Canelo a la hora de la pelea. Si este es el presupuesto del que partimos, Khan le estará pegando a una pared, cuidándose de que no le peguen por la misma razón de la diferencia de pesos que le va a hacer la pelea un calvario.
Pero no siempre en las peleas sucede lo imaginado. Stanley Ketchel le dio 16 kilos de ventaja a Jack Johnson y aun así logró depositarlo en la lona, hazaña descomunal aunque después haya perdido la pelea.
Otra vez, Ketchel era Ketchel y otro como él no ha nacido todavía.
Algún día Canelo peleará con alguien más grande que él, en el mismo o parecido nivel de calidad, para acallar los señalamientos apuntados.
Canelo tiene 48 peleas y no ha pasado por una sola guerra, condición esencial para que alguien aspire a pertenecer a la historia. Guerras como la de Margarito con Pacquiao, como las de Pacquiao con Márquez, como las de Julio César Chávez con Meldrick Taylor o el Azabache.
Su guerra no será este sábado, por supuesto. Con Amir Khan será un duelo de inteligencias porque se trata de dos estilos diferentes que no van a trenzarse en un palo a palo ni por error. Uno no querrá hacerlo y el otro no podría.
Canelo es un buen peleador, aunque no sea un inmortal, y hay que ponerlo en el contexto al que pertenece. No le reclamemos lo que no tiene ni tendrá, ponderemos lo que es suyo: es fuerte, es valiente, pega y exhibe siempre una condición física irreprochable. Contamos con eso en el mexicano para lo que viene y para lo que vendrá. Lo demás lo dirán la suerte y el tiempo.
En tanto el escalón al que pertenecerá Canelo se decante con el tiempo, cada vez que pelea hay un revuelo de opiniones que no coinciden, al revés de cuando las peleas de Juan Manuel Márquez, por ejemplo, que unifican el amor de todos por el que está en el ring.
El sábado se repetirá el escenario. Para algunos Canelo será el inflado de la televisión, un invento, un payaso y cosas peores. Los cronistas seremos los mentirosos, paleros, cómplices y cobardes. Para otros será el Canelito que enamora a millones de fanáticos y se ha convertido en el mayor vendedor del boxeo en el mundo.
La división de peso medio es de tanta estirpe y oropel, de tantos blasones y prestigio que ojalá lo que veamos sea bueno, o digno. Ni Canelo ni Golovkin están hoy a la altura de los grandes medianos que fueron Greb, Robinson, Walker, Monzón, Zale. "Ni estarán", van a replicar algunos. Pero nunca se sabe. A veces un par de victorias centelleantes hacen por alguien más que veinte triunfos medianos.
Canelo es robótico en sus movimientos, pero camina hacia adelante mejor que antes, tira combinaciones que no tiraba, es más cazador porque encuentra mejor el blanco. Su estrategia es encontrar al inglés con algo como lo que le hizo a James Kirkland. Amir Khan está acorralado en el acertijo a resolver: si le pegan pierde; y aunque sea más chico es poco probable que suba derrotado antes de pelear.
Pelea embrollada, cuestionada. Pero que tiene al menos dos protagonistas serios, o eso creo. Con los pies en el suelo y la mirada en las estrellas.
Sí, el Canelo es muy favorito.
Nunca olvidaré esa pelea colosal que vi desde lo que llamamos el 'apron', es decir tocando con mis manos la lona donde peleaban. Christadoulou, el sudafricano, que era el réferi, en algún momento me pidió que me hiciera para atrás.
No sé si viviré ya muchas emociones como aquella, bárbara, ciclópea, abonada por mi juventud. Al final del round 12 Durán iba ganando, pero no le alcanzó el esfuerzo para mantener la ventaja hasta el final. Peleaban a 15.
El asunto del peso en el boxeo es importante, pero se ha hecho a un lado demasiadas veces, para enfrentar a uno chico talentoso con uno grande, más o menos hábil para la reyerta.
La pelea del sábado entre Canelo Álvarez y Amir Khan ha despertado todos los fantasmas de la polémica, no diré que como nunca, diré que como siempre.
Ni Khan es Durán, ni Canelo es Hagler. Canelo ha madurado, y a los 25 años de edad está en el punto alto de la curva de su vida como boxeador. Amado por las multitudes, desde hace 25 años, desde Chávez, no hay un boxeador mexicano capaz de mover con la fidelidad de las ratas al flautista de Hamelin, a tantos seguidores.
Álvarez tiene, no obstante, tarea pendiente como boxeador profesional, pues es señalado y reclamado por no pelear nunca sino con tipos más chicos. En sus últimas veinticinco peleas sólo uno de sus enemigos pesaba algo más que él, el argentino Carlos Baldomir, que a sus 40 años era un combatiente gordo y vencido mucho antes de coincidir en el ring con el rojo peleador de Guadalajara.
Para muchos la pelea del sábado es un asesinato, pero aun admitiendo la ventaja que en el peso tiene el nuestro, no es seguro que vayamos a ver algún cadáver.
Me acordé de la anécdota preciosa de aquél entrenador que le preguntó a otro cómo veía la pelea que sostendría uno de sus pupilos. El interlocutor le espetó: "Si la pelea es al aire libre el tuyo tiene más posibilidades" '-¿Por qué, por qué?' inquirió extrañado nuestro personaje, a lo que le respondieron: "-Porque si al otro lo parte un rayo el tuyo gana por abandono".
Danny García le pegó muchas a veces a Amir Khan, cuando pelearon en julio de 2012, y cada vez que le pegaba lo sacudía, con 15 kilos menos que los que va a tener el Canelo a la hora de la pelea. Si este es el presupuesto del que partimos, Khan le estará pegando a una pared, cuidándose de que no le peguen por la misma razón de la diferencia de pesos que le va a hacer la pelea un calvario.
Pero no siempre en las peleas sucede lo imaginado. Stanley Ketchel le dio 16 kilos de ventaja a Jack Johnson y aun así logró depositarlo en la lona, hazaña descomunal aunque después haya perdido la pelea.
Otra vez, Ketchel era Ketchel y otro como él no ha nacido todavía.
Algún día Canelo peleará con alguien más grande que él, en el mismo o parecido nivel de calidad, para acallar los señalamientos apuntados.
Canelo tiene 48 peleas y no ha pasado por una sola guerra, condición esencial para que alguien aspire a pertenecer a la historia. Guerras como la de Margarito con Pacquiao, como las de Pacquiao con Márquez, como las de Julio César Chávez con Meldrick Taylor o el Azabache.
Su guerra no será este sábado, por supuesto. Con Amir Khan será un duelo de inteligencias porque se trata de dos estilos diferentes que no van a trenzarse en un palo a palo ni por error. Uno no querrá hacerlo y el otro no podría.
Canelo es un buen peleador, aunque no sea un inmortal, y hay que ponerlo en el contexto al que pertenece. No le reclamemos lo que no tiene ni tendrá, ponderemos lo que es suyo: es fuerte, es valiente, pega y exhibe siempre una condición física irreprochable. Contamos con eso en el mexicano para lo que viene y para lo que vendrá. Lo demás lo dirán la suerte y el tiempo.
En tanto el escalón al que pertenecerá Canelo se decante con el tiempo, cada vez que pelea hay un revuelo de opiniones que no coinciden, al revés de cuando las peleas de Juan Manuel Márquez, por ejemplo, que unifican el amor de todos por el que está en el ring.
El sábado se repetirá el escenario. Para algunos Canelo será el inflado de la televisión, un invento, un payaso y cosas peores. Los cronistas seremos los mentirosos, paleros, cómplices y cobardes. Para otros será el Canelito que enamora a millones de fanáticos y se ha convertido en el mayor vendedor del boxeo en el mundo.
La división de peso medio es de tanta estirpe y oropel, de tantos blasones y prestigio que ojalá lo que veamos sea bueno, o digno. Ni Canelo ni Golovkin están hoy a la altura de los grandes medianos que fueron Greb, Robinson, Walker, Monzón, Zale. "Ni estarán", van a replicar algunos. Pero nunca se sabe. A veces un par de victorias centelleantes hacen por alguien más que veinte triunfos medianos.
Canelo es robótico en sus movimientos, pero camina hacia adelante mejor que antes, tira combinaciones que no tiraba, es más cazador porque encuentra mejor el blanco. Su estrategia es encontrar al inglés con algo como lo que le hizo a James Kirkland. Amir Khan está acorralado en el acertijo a resolver: si le pegan pierde; y aunque sea más chico es poco probable que suba derrotado antes de pelear.
Pelea embrollada, cuestionada. Pero que tiene al menos dos protagonistas serios, o eso creo. Con los pies en el suelo y la mirada en las estrellas.
Sí, el Canelo es muy favorito.
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