Desde el ‘affaire’ Douglas-Tyson en 1990 no había sucedido en Tokio algo tan escandaloso en el boxeo.
El Pantera Luis Nery, el campeón mundial gallo, se excedió en el pesaje por latosos dos y medio kilos que causaron estupor en los observadores. No se había visto una pifia de tales dimensiones en circunstancias similares.
Pero Nery peleó, ya sin ser campeón ni aspirante, y ganó. Pulverizó al local Shinsuke Yamanaka con irrefutable facilidad, sin recibir un solo golpe.
En el momento que escribo Luis Nery regresa de Japón. Me pregunto si lo hará con la alegría de haber ganado el combate o con la pena de haber dejado el título. Es probable que lo acometan al mismo tiempo las dos sensaciones.
El triunfo es bueno, si usted quiere una hazaña, pero no repara lo sucedido en las horas anteriores a la pelea. Lo bueno es bueno y lo malo sigue siendo malo. No se pasó 100 gramos, se pasó tanto que el problema no tenía solución. Se esperaba que diera un peso que dio hace 6 meses, no hace 6 años. Además el pesaje un día antes de la pelea permite sacrificios y tiempo de recuperación que por años no había en Pugilandia.
La pregunta es: ¿se puede manejar así una carrera exitosa? ¿Los admirables del boxeo, digamos Julio César Chávez, Wilfredo Gómez, Sandy Saddler, cometieron alguna vez un error así?
Hay que hacer todo mejor, y si no se hace estamos instalados en una realidad preocupante. México es en el boxeo lo que Brasil o Alemania son en el futbol. Un retroceso en el inventario de talento es un lujo no permitido. Se pudo hacer mejor lo que hizo César Juárez en Ghana, lo que hizo Moi Fuentes en Naha, lo que hizo Carlos Cuadras en Los Ángeles y hasta lo que hizo el Gallo Estrada en el Forum, porque yo digo que lo hizo bien pero no dio su límite.
Perder no es el problema. Si se pierde con un adversario superior es normal, pero perder con uno mismo es el epítome del fracaso.
Ya no hay un Cuyo Hernández en el boxeo mexicano. Ni hay un Chilero Carrillo que fue el mejor de los maestros. Ni hay Pancho Rosales ni hay Pepe Hernández.
¿No valen los de ahora? ¿Los Kochules, Alfredo Caballero, Tony Flores, Beristáin, los señores Reynoso? Sí, valen. Valen mucho. Pero el boxeo mexicano no se adapta a los tiempos. El concepto velocidad que incorporó Estados Unidos hace 30 años, aquí no llegó.
Le pregunto a los boxeadores si cuentan los golpes que tiran en el entrenamiento (con el propósito de aumentar su capacidad de fuego) y sin excepción se sorprenden y lo niegan.
La defensa del boxeador mexicano está como siempre, mal. Le pregunto a Nacho Beristáin por qué somos de defensa mediocre o mala y me responde en su francés habitual: “No sé, yo les enseño pero estos cabrones no aprenden”.
Y de la preparación física, que en todas las latitudes descubre un mundo nuevo cada día, mejor no hablemos. Julio César Chávez fue a ver hace poco un entrenamiento de Manny Pacquiao y me dijo: ‘Lamazón, si yo hubiera entrenado así habría sido el doble de lo que fui.”
El boxeador mexicano es una maravilla. Como concepto general está bien. Si un mexicano pelea con un inglés, el favorito es el mexicano; si pelea con un gringo, también; si pelea con un japonés, igual. Pero el mejor amigo del fracaso es la actitud del que es el mejor y deja de luchar, de esforzarse.
Si pierde el Canelo el 5 de mayo, viviremos una hecatombe, a pesar de que el Gallo no haya merecido perder y a pesar de que Nery haya levantado los brazos en señal de victoria después de haber cohabitado con la torpeza de llegar tan pesado.
Si el Canelo gana a GGG, esa columna poderosa que es el jalisciense, ese Hércules moderno que ha llegado a ser, sostendrá todavía la estructura del boxeo mexicano en lo inmediato.
Por lo demás, que se ponga el saco quien sienta que le acomoda. Yo creo en un mundo donde cada cual haga bien lo que le toca.
Y todos podemos mejorar.
Mejorar es un privilegio de la inteligencia.