Estuvo bien.
La Comisión de Boxeo de California usó un razonamiento correcto y solucionó el desaguisado del modo menos cruento.
El réferi Pat Russell se confundió al oír la advertencia de diez segundos creyendo que era la campanada final de la pelea y detuvo las acciones con tan mala suerte que fue en el único momento que Jessie Vargas había lastimado a Timothy Bradley, en el StubHub Center de Carson.
Ahora y dentro de cien años el boxeo seguirá presentando situaciones inéditas que deberán resolverse utilizando un criterio adecuado e inteligencia.
Aclaremos que el campeón de peso welter de la OMB, que certificaba la pelea, es Floyd Mayweather, por lo que le recomiendo, estimado lector, que prescinda usted del pretendido título que, una vez más, como todos los días, intentan vendernos irresponsables lenguaraces del micrófono y escritores livianos de discernimiento. Los promotores, los comisionados, los organismos del boxeo y algunos embusteros llamados especialistas nos meten a la fuerza títulos bastardos como espejitos para los indios. Sería hora de mandarlos al carajo, en vez de alimentar su impostura.
En el escándalo del final de la pelea no hubo ni por un momento la intención de Russell de declarar ganador a Jessie Vargas, por lo que no cabe analizar si a éste lo despojaron de algo que le pertenecía.
Sin embargo, la situación podría haber sido de una complejidad enorme de no mediar que Timothy Bradley estaba ganando por un amplio margen.
¿Qué habría pasado, amigos, en una pelea pareja en la que ese round final pudiera haber definido el resultado? La protesta de Jessie Vargas que en este caso no tuvo la simpatía de nadie porque había perdido de calle, tendría un fundamento deportivo y legal irrebatible. Para empezar la Comisión de Boxeo tendría que haber desalojado el ring y hecho disputar los 9 o 10 segundos faltantes.
La pelea fue pobre, la actuación de Bradley estuvo condicionada por la indolencia boxística de Vargas que más que a ganar se dedicó a durar, y al final ese final. Vargas no se entregó a pelear, no quiso la guerra, y Bradley solo no pudo. Vimos un mal Vargas y el peor Bradley que podamos recordar.
Todo sería apagar las luces y olvidar una noche mediocre, pero la remató Jessie Vargas con sus comentarios desatinados, por no decir malolientes. Que debió ganar, que va a pedir que declaren 'no contest'.
Tiempos de miseria moral.
La premisa es ganar, cuando debería ser ganar con honestidad. Siempre ha habido esta humana mezquindad en el deporte, pero corresponde el contrapeso de las autoridades para poner un freno cada vez más ausente. Desde Mike Tyson que mutiló a Evander Holyfield y siguió con su carrera de boxeador en lugar de ir a la cárcel, no hemos parado. Hace unos días en el futbol un individuo de la selección de Chile hundió un dedo en el trasero de un contrario haciéndolo expulsar y no tengo noticias de que esté fuera del futbol.
El deporte es otra cosa. O debería serlo.
Ojalá que alguien le diga a Jessie Vargas que perdió la pelea con justicia en la noche de Carson, que el boxeo necesita con urgencia individuos que tengan imperiosos deseos de ganar pero sin intentar cambiar un fracaso por una victoria con trampa. Que alguien le diga a Vargas que un gran campeón es alguien de una vida sin manchas, de una voluntad a toda prueba, de días de esfuerzos extenuantes, de victorias deportivas legítimas y de una seriedad profesional irreprochable.
Ganar es una consigna universal, que mueve a los individuos. Hay, sin embargo, una virtud, aunque cada vez parezca más escasa, capaz de convertir a un hombre en un vencedor, si es que la justicia no se ha desvanecido: la del honor.