La pelea sirvió para una sola cosa: demostrar que era innecesaria.
Ninguno de los dos aportó nada nuevo y, al contrario, ambos dejaron en casa lo mejor que habían exhibido el 3 de mayo cuando se enfrentaron por primera vez. Ni Maidana fue tan efectivo ni Mayweather fue tan condescendiente. El campeón tomó precauciones, se paró lejos del Chino en el ring, y se cuidó de que la pelea no se fuera a los intercambios que tanto le disgustan. Menos agresivo que un monje budista. No estaba dispuesto a que lo tocaran ni con el pétalo de una rosa.
Pobre combate, paupérrimo de boxeo y de emociones, que vi preguntándome por qué a este tipo seguimos llamándolo el mejor libra por libra, concepto que se acuñó hace muchos años para exaltar el linaje de Sugar Ray Robinson. Mayweather podría respondernos que eso es lo suyo y que si no nos gusta a ver quién le gana. Ser invencible a su modo tiene su mérito, pero nadie en este mundo puede concedérselo sin recordar que él no ha querido pelear con Manny Pacquiao, y mientras no le gane al filipino su gloria será cuestionable. Esta época, por mucho, es la época de Manny Pacquiao, no la de Floyd Mayweather.
El secreto para derrotar a Floyd, si alguien lo tiene, está en las piernas del que aspire a la hazaña, no en los brazos, y Pacquiao tiene las piernas que nadie más tiene en todo el abanico del boxeo actual. No digo que Pacquaio ganará, digo que tienen que pelear.
Pacquiao es mucho más que Marcos Maidana, Canelo Álvarez, Robert Guerrero, Miguel Cotto, Víctor Ortiz y Ricky Hatton, cartabones con los que estamos midiendo a Floyd Mayweather.
A Manny lo puedo pensar y comparar con los grandes welter: Leonard, Robinson, Gavilán, Barney Ross, Henry Armstrong, Jimmy McLarnin, Jack Britton. Si comparo a Mayweather con ellos siento que estoy cometiendo un pecado mortal, y una estupidez.
No sé a ustedes, a mi Mayweather me dejó un sentimiento de profundo enojo en esta segunda pelea con Maidana. Mejor libra por libra, pagado con 40 millones, alabado universal, invicto, imbatible, reverenciado y endiosado… ¿y no pelear? Que se vaya al demonio. Otras veces he defendido su estilo de boxeo, que debe servir en ocasiones para sacar adelante una pelea, para demostrar que es casi un intocable, para presumir sus habilidades. Pero todo tiene un límite.
Lo de esta pelea fue una burla. El público se comportó como si al comenzar las acciones a cada espectador le hubieran dado un Nembutal. Pasó de la euforia al desencanto. En los rostros se podía adivinar la expresión de ‘¿a qué vinimos?’ Un bodrio televisado a cien países.
Marcos Maidana se quedó enredado en las redes de sus propias limitaciones. Dependía demasiado de lo que hiciera Floyd y de que éste se parara a pelear como lo hizo en la primera pelea. Su mala suerte quiso que el campeón rehuyera el combate franco y lo exhibiera impotente para atacar. Cuando Floyd no quiere que Maidana lo alcance, Maidana no lo alcanza, y no lo puede remediar. Sus piernas hacen los movimientos básicos del boxeo, no son hábiles para sutilezas.
Esta historia se terminó, como se terminan las historias en el boxeo, cuando todo está claro.
Ahora vamos a ver con qué le va a salir Mayweather a la gente. Todos queremos verlo en una sola pelea, en la que él no quiere. Físicamente está bien, igual que su antagonista ideal, Manny Pacquiao, que tuvo un rendimiento irreprochable en abril, contra Tim Bradley.
Yo no sé todavía si veremos esa pelea que sería la gran pelea de este tiempo. Los dos harían historia y ganarían lo que quisieran. Mayweather decía hace unos días que Pacquiao la necesita. Ahora él también la necesita porque se lo reclaman el mundo y su dignidad.
Porque lo de anoche fue para olvidar.
14 de septiembre de 2014
7 de septiembre de 2014
Gran demostración de Estrada; calvario para Giovani
Una buena pelea para el público y para el boxeo hasta el sexto round, rayó la impudicia luego, y preocupó a los que en ese espacio enloquecido en que se había convertido la Arena de la Ciudad de México conservaban algo de sensatez cuando a partir del séptimo el castigo que recibía Giovani Segura era peligroso en extremo.
Pocas veces decimos que lo actuado por un boxeador fue perfecto, porque lo perfecto no puede ser mejorado, pero si lo del Gallo Estrada no lo fue, se pareció en demasía a la perfección. En cada pelea un poco más nos asalta el pensar: ¡Qué boxeador tenemos!
Francisco Estrada, el Gallo, dominó de principio a fin a Giovani Segura, haciendo de la pelea la exhibición de un campeón portentoso que tiraba lo que quería para que Segura enfrente, cual si fuera un costal de gimnasio de entrenamiento, recibiera una tunda machacona en una repetición al infinito que le fue deformando la cabeza y a los que mirábamos nos quitó el aliento.
La toalla del rincón de Giovani llegó en el round número once, escandalosamente tarde, cuando hacía muchos minutos que aquello había dejado de ser boxeo para transformarse en un espacio de torturas, a tal grado que el Gallo ya no le pegaba en serio al desdichado guerrerense, posiblemente porque tenía miedo de matarlo.
El boxeo, amigos, es el más hermoso de los espectáculos deportivos, por tanto y tanto que se relaciona con la realidad humana, porque es una metáfora de la vida, porque es el hombre y su lucha cotidiana recreada al resplandor que aísla el cuadrilátero dejando a dos solos aunque allende el encordado haya miles de testigos. El boxeo, señores, es estética y drama, es entrega y sacrificio, es oficio para superar obstáculos y poner a prueba la inteligencia de sus protagonistas, es también nuestro rictus contraído por el espanto cuando asoman gotas de sangre en los rostros sacudidos por los golpes. El boxeo vale porque para miles de seres humanos es luz en las tinieblas. El boxeo es pasión desbordada y es un desafío que invita a llegar al límite cada vez que tañe la campana y manda a combatir. Pero no es, no puede ser, un asesinato.
Giovani Segura fue arriesgado en la pelea, más allá de la prudencia, y él y el boxeo fueron puestos al borde del precipicio. En nuestro deporte es menester que el riesgo sea calculado, y los límites trazados sin lugar a dudas. Cuando se cruza la raya de lo posible, lo que sigue es la protección: detener un combate a tiempo, intervenir, decir basta. Un tipo como Giovani no abandona, antes se muere, y es lo que deben saber los de pantalones largos para hacer ellos lo que el boxeador no quiere o no hará por vergüenza.
El público masificado en ocasiones protesta cuando se detiene una pelea que se parece a una masacre, pero si a los comisionados es lo que les importa, no deben ser comisionados.
Una vez más en la historia del pugilismo se enfrentaron dos exponentes en pureza de los estilos extremos. Esta vez ganó el boxeo a la fuerza bruta, pero no siempre es así. Cuando Mike Tyson peleó con Michael Spinks por el título mundial de peso completo el 27 de junio de 1988 en Atlantic City, todos los pronósticos estaban del lado de la escuela boxística de Spinks, pero venció la fuerza. Tyson terminó con las dudas en 91 segundos dejando atónito al mundo entero.
Este debate entre fuerza e inteligencia continuará hasta la eternidad, y es razonable aceptar que los dos bandos tienen valiosos exponentes.
En cuanto a la pelea que estamos comentando, no es que no supiéramos desde antes las ventajas tácticas y estratégicas que tenía el Gallo Estrada, pero cada pelea es una confirmación o un desmentido de las virtudes de un boxeador, y había que poner sobre la mesa de análisis la pegada mortífera y el espíritu indomable de Segura que eran sus mejores herramientas. Sin embargo, después de las palabras vienen las peleas, y es la acción y los músculos en controversia lo que dan respuesta a todo.
El Gallo dominó y Giovani no pudo sorprenderlo nunca. Rescato de la pelea la calidad singular del campeón que sigue creciendo y ya ni imaginamos hasta dónde puede llegar. Una figura excepcional del boxeo y del deporte de México, que el mundo reconoce ya en su justa dimensión.
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