Estoy en Dallas y coincido en una cena con Jake LaMotta. El viejo ex campeón, de 74 años, enciende un habano y le pregunto:
- ¿Jake, has fumado por muchos años?
- No –me responde, y me sorprende— empecé a fumar hace dos meses.
Se le ve en condiciones notables. Joven a su manera. Lúcido y vital. Más comunicativo que en los años idos cuando se le conocía por su aspereza y parquedad. Los años hacen a los hombres más buenos.
Es el LaMotta cuya vida interpretó Robert De Niro en “Toro Salvaje”, el que en los años cuarenta, como nadie quería pelear con él, se entretenía peleando con Sugar Ray Robinson (6 veces, Jake ganó sólo una); el que despojó del campeonato mundial de peso medio a Marcel Cerdán para incorporarse a la lista de los legendarios; el que abandonó a su segunda esposa en 1947 para casarse con Vikky, el amor de su vida, cuando tenían él 26 y ella 15 años. La Vikky que a los 52 años de edad posó desnuda para la revista Play Boy, y mujer con la cual Jake alardeaba de hacer el amor por horas y horas en jornadas interminables de sexo duro en las que perdía hasta cinco kilos de peso.
Jake fue muchas cosas para el boxeo. Fue, por ejemplo, para muchos, la quijada más resistente del siglo XX, y el protagonista destacado de la época más nutrida de grandes pesos medio en la historia. Peleó con José Basora, con Fritzie Zivic, con Tommy Bell, con Tony Janiro, con Billy Fox y con Tiberio Mitri.
Con él hablé de la vejez de los boxeadores.
¿Los boxeadores viven más?
Sería una broma afirmarlo, pero lo cierto es que hay en el mundo un puñado de ex campeones que con sus vidas añosas, su buena salud y su lucidez parecen desmentir los riesgos del boxeo y, a cambio, afirmar que son capaces de llegar a muy viejos después de haber combatido con fiereza en el ring.
Max Schmeling es sin duda el más longevo entre los que viven. A los 89 años el ex campeón de peso completo a quien Hitler utilizó como estandarte para propagandear su mito de la raza superior, es comentarista de televisión y sobrelleva bien sus muchos años a pesar de algunos achaques. No hay señas alarmantes para pensar que no alcanzará “la marca” de Jack Sharkey, su rival de los años veinte y treinta, quien murió el año pasado a los 91.
No olvido, por supuesto, que hay otro que quiere imitar a Sharkey, porque tiene 89 y se mantiene como si todavía entrenara: Al Hostak, el checoeslovaco-americano que en 1938 fue campeón de peso medio.
No me es posible establecer sin dudas quién es el ex campeón que alcanzó más años de vida, porque hay datos confusos sobre algunos y los pasos de otros se pierden sin huellas, pero Abe Attell tenía 94 años cuando murió, Johnny Wilson 92, Frankie Neil 87, Jack Root (primer campeón mundial semicompleto) 87, igual que Jack Dempsey y Jess Willard.
En México se dio recientemente un caso de marcada vejedad en Julián Rodríguez Villegas, primer campeón nacional de peso gallo en los veinte, que nació el 9 de octubre de 1904 y murió el 3 de septiembre de 1991, a días de cumplir 87 años.
El español Baltazar Sangchilli, que peleó fieramente con Al Brown (éste curiosamente asistido en su rincón por el poeta Jean Cocteau, que era su pareja) en 1935, murió el año pasado a los 84 años. Pero Lou Salica y Harry Jeffra están vivos y tienen 82 y 81 respectivamente.
La lista de aquellos campeones, los que animaron el boxeo profesional alrededor de los años veinte y treinta, y que aún viven para contarlo, se amplía: el “Baby Face” Jimmy McLarnin, que nació en Belfast el 17 de diciembre de 1907, goza de buena salud a los 87 años, igual que Archie Moore y los mexicanos Juan Zurita y Kid Azteca, todos de 81 (el Kid no fue campeón pero como si lo hubiera sido, porque peleó con muchos de ellos). Lou Ambers, tres veces rival del mexicano Baby Arizmendi y vencedor de --nada menos—Henry Armstrong, vive en Nueva York y tiene también 81, aunque lo supera en edad Tony Zale, de 82.
Sin llegar todavía a la franja de los 80 años, pero con optimismo para intentarlo, podemos mencionar a Melio Bettina (79), Harry Matthews (72) (que fue rival de Marciano y vencedor de Ezzard Charles), Joe Maxim (73), Willie Pep (73) y Bob Montgomery (76).
No recuerdo, no encuentro o no hay un solo campeón mundial que haya vivido cien años, pero si veinte años no es nada, como dice el tango inmortal, habría que aceptar que noventa son suficientes para una vida plena, aunque se la haya arriesgado boxeando.
Jake LaMotta me cuenta que actualmente da conferencias en universidades, como principal actividad para ganarse la vida. Estudió mucho sobre “pensamiento positivo”, enmendó su conducta después de haber estado en la cárcel y ahora enseña lo que se aprende con lo que los jóvenes no tienen y a él le sobra: edad y experiencia.
En la despedida me dice: “-No olvides amigo que sobreviví al boxeo y sobreviviré al cigarrillo. No sé qué cosa me matará, pero seguro que no será el tabaco. Igual que a muchos rivales, no le daré tiempo”.
Me voy pensando en la frase con que terminaba una película de Claude Lelocuh: “Los mejores años de la vida son los que aún no vivimos”. Si no es cierto, es mucho. Alcanza para vivir, sobra para soñar.